viernes, diciembre 09, 2005

La lengua de una generación

[por Carlos Gazzera, La Voz del Interior, Córdoba]

Una veinteañera, Inesia, alias “la Rumana”, a quien todos llaman “Ine”, se convierte en la anfitriona de un relato por las oscuras galerías de la conciencia de una generación. Inesia o “Nesia”, como decide llamarse artísticamente –es actriz de teatro– habla con su diario, con sus amigas, su ginecóloga, con el “amigovio” de turno, la compañera de estudio que se quiere ir a vivir al “Primer Mundo”... Ella vive en “un Aleph enloquecido”. Y esa es la verdadera metáfora de la novela. Un aleph enloquecido por el que todos los puntos de una vida –de su vida– transitan en un instante.

La novela ¿Vos me querés a mí? tiene el vértigo de los jóvenes de clase media que habitan las ciudades de la Argentina. Escrita con la lengua de ellos, es posible asumir que en sus páginas se inscriben los espejismos de una generación que tiene los efectos distorsionados del no-diálogo con la generación de sus padres... ¿Es que siempre será así?

En un país donde las generaciones se vienen matando desde los años ’50 del siglo pasado (los “parricidas”) o han sido desaparecidas" por los genocidas, es difícil abrir un pronóstico de cómo está resultando, después de 50 años, ese diálogo.

Inesia y su mundo es el de una juventud que también está descubriendo la intemperie que confesaron sus abuelos, que atravesaron sus padres. Es el relato en clave de pregunta sobre la voracidad del fuego que consume a los jóvenes de hoy en las incertidumbres que los acechan, en los horrores con que los tienta el sistema. “El deseo es oscuro”, dice uno de los personajes.

Es difícil saber si Romina Paula se propuso escribir a los 25 años un manifiesto generacional de su no-generación, pero lo cierto es que le salió un texto lleno de “manifestaciones” de su generación. Histeria frente al sexo, sabores homoeróticos, desconfianza de las utopías paternas, gustos atravesados por el cine y la TV, horror a la vejez en los geriátricos, a las internaciones en los hospitales públicos, terror al cáncer de mamas o de útero, miedo al fracaso, el suicido como una salida, consternación frente a la desilusión paterna.

Y, sobre todo, un profundo vacío existencial. Un vacío que no llena el sexo, que no llena la terapia psicoanalítica, la adrenalina del oficio. Un profundo tedio de quienes han pasado por la Universidad y no encontraron lo suyo, un tedio de no trabajar, un tedio de no saber qué se quiere… La fragilidad de una pregunta impersonal, amplia, dirigida a la humanidad: “¿vos me querés a mí?”

Leer este fragmentado y vertiginoso relato es como llegar verdaderamente a un aleph, a ese aleph que toda generación busca desde tiempos inmemoriales, y que con el tiempo comprende que nunca encontrará. Quizá la única diferencia es que el lector adulto sentirá que los jóvenes están pagando con sus cuerpos el no hablar la misma lengua de tres generaciones hacia atrás. Quizá, después de leer la novela, los jóvenes podrán comenzar a reinventar la lengua con la que nosotros, sus mayores, los dejamos a la intemperie.

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