viernes, diciembre 24, 2010

Lo cotidiano, campo de batalla

Daniel Gigena lee Los modos de ganarse la vida, de Ignacio Molina, y escribe para ADN Cultura.

«Ignacio Molina (Bahía Blanca, 1976) publicó en 2006 el volumen de cuentos Los estantes vacíos, con el cual Los modos de ganarse la vida comparte estilo narrativo y cierto repertorio temático. También es autor de los poemas de Viajemos en subte a China y de un manual sobre "culturas juveniles" titulado Tribus urbanas. En su blog Unidad Funcional, aparecen reseñas sobre sus libros, misceláneas y una singular defensa del kirchnerismo.

Dos amigos y sus parejas, Luciano y Guillermo y Cecilia y Marina, transitan casi siempre por un mismo espacio: Primera Junta, Caballito, Flores, Ramos Mejía, Caseros, el Centro. Quioscos, puestos de diarios, demasiadas pizzerías, paradas de colectivos, cuadras con luminarias descangayadas, albergues transitorios, barrios detenidos en los años setenta (la política asoma solamente en una consigna de esa época: "Libertad a los presos de Trelew") construyen un escenario que sobresale por su falta de atributos. De casa al trabajo y del trabajo a casa, surgen no obstante en esta chata topografía rodeos, desvíos, contratiempos que van desde fumarse un porro con dos desconocidos en una plaza porteña hasta sofocar una crisis amorosa con rondas urbanas. Como átomos con conciencia (y una ética elástica), los personajes van tejiendo redes que, pese a sus fisuras, configuran tarde o temprano redes de supervivencia en las que apenas se perfila el esbozo de una respuesta, una rendición o una revuelta íntima (separarse, reconciliarse, emigrar, embarazar a la novia de un amigo), en una ciudad hostil para adultos y jóvenes, solitarios y emparejados, desocupados y trabajadores.

A los personajes de Los modos de ganarse la vida se les puede achacar carecer de una estrategia vital o tener planes contradictorios, anémicos, resignados. No puede decirse lo mismo de la estrategia literaria del autor. Dividida en tres partes, en las que se operan unos desplazamientos temporales y de foco narrativo (en la primera parte y en la tercera, el narrador es Luciano, y en la segunda la perspectiva narrativa recae en Guillermo), su novela va, según las palabras de Luciano, "clasificando temas y registros". El fútbol, las chicas y la comida, además de los ritos domésticos y laborales (que incluyen sendos viajes en tren y colectivo para los que nunca hay monedas suficientes), encabezan la lista de los primeros.

Entre los registros, hay interioridades más o menos impostadas ("Muchas veces, cuando estaba solo e iba escuchando música, hacía ese tipo de actuaciones: me metía en algún papel, siempre más dramático que cómico, hasta que, al menos durante una milésima de segundo, me lo terminaba creyendo"), estereotipias verbales y un nihilismo subyacente, que definen la idiosincrasia de los jóvenes protagonistas. Seres pasivos ante los acontecimientos, parecen atentos a una segunda línea narrativa que sólo aflora en forma ocasional para cuestionar un falso consenso (el de la lealtad entre los integrantes de una pareja, por ejemplo, o el de los códigos honorables atribuidos a la amistad, que en la novela se asfixian mutuamente).

Drama de la endogamia en el que circulan y se intercambian parejas, ropa, dinero, comida, semen, modos de hablar y de comportarse, la primera novela de Molina tiene un aire de familia con las producciones de otros narradores de su generación (Félix Bruzzone, Aquiles Cristiani, Romina Paula, Iosi Havilio) en su manera simuladamente distraída o anticlimática de representar la realidad cotidiana como un campo de batalla.»

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