lunes, enero 30, 2017

“El embarazo sigue siendo una zona de misterio muy primaria”

Entrevista a Romina Paula en Página 12 por Silvina Friera



Hay novelas que son lisérgicas: algo de la escritura –tal vez el ritmo– y de la historia hace que sea imposible interrumpir la lectura. Andrea, la protagonista y narradora de Acá todavía (Entropía), de la escritora Romina Paula, se pregunta: “¿Hay una estación más adecuada para morir?”. El padre está enfermo, internado en un hospital. La sensación de desamparo gatilla más dudas, como si la proximidad de la muerte demoliera cualquier atisbo de certidumbre. Algo de ese mundo compartido se va extinguiendo en la agonía paterna, mientras los recuerdos familiares y de la adolescencia –las vacaciones en un balneario en Uruguay o las novias y novios que tuvo– emergen para conjurar el dolor de asistir al inexorable deterioro y desvalimiento de un hombre que se termina pareciendo a un bebé. “¿Seré lesbiana o bisexual? ¿Seré una heterosexual reprimida, una lesbiana reprimida? ¿Una heterosexual curiosa que se hace la lesbiana?”, quiere saber, acaso asediada por la necesidad de definirse. “Yo no puedo evitar identificarme con los que no pueden saber. La perfección no es posible más que en el instante”. En la segunda parte, ella viaja junto a sus hermanos a Uruguay para tirar las cenizas del padre al mar, pero también para avisarle a Iván, el joven que conoció en el hospital cuando seducía a una enfermera, que está embarazada.

En la tercera novela de Paula, después de ¿Vos me querés a mí? y Agosto, hay un trabajo intenso con las experiencias “indecibles”, con aquello de lo que no se habla o que se camufla en relatos candorosos que la dramaturga y directora teatral desmonta con la precisión de una destripadora gozosa, para entregar una suerte de “testimonio” en primera persona que explora a fondo los pensamientos más incorrectos, especialmente en torno a la maternidad. “Cada vez que me enteraba de que alguien de mi entorno se embarazaba, aunque ni siquiera se tratase de una amiga, sentía una ligera decepción, como de una puerta que se cerraba, la pérdida de algo, una batalla, pero, ¿cuál? Visualizaba a esa mujer maternizada, mamífero, y nada de eso me seducía, más bien lo contrario. Para no hablar de los bebes, los lactantes, que me generaban casi una sensación de espanto, de estupor, con todas esas necesidades a cuestas, ¡qué horror!”, confiesa Andrea. “Mi papá murió de leucemia en 2010 y tuve un hijo en 2015, estas dos cuestiones son autobiográficas. El padre de la novela no es mi papá, pero la situación de internación y agonía de mi padre, por llamarla de alguna manera, la transitamos”, cuenta la escritora en la entrevista con PáginaI12. “Cuando empecé a escribir la segunda parte todavía no estaba embarazada, pero el deseo funciona de modos misteriosos y se ve que eso ya me estaba dando vueltas también. Por momentos me preguntan –y yo también me pregunto–, si ese tono más poético, un poco distinto a como suelo escribir, quizá tenga que ver con el estado de embarazo”, plantea la dramaturga y directora de Si te sigo, muero, Algo de ruido hace, El tiempo todo entero, Fauna y Cimarrón, que este año debuta como guionista en televisión para el unitario El maestro, que será protagonizado por Julio Chávez (ver aparte).

–Sin spoilear demasiado la novela, lo que se va postergando es el anuncio de que Andrea está embarazada. En esas veinte o treinta páginas que hay hasta llegar al final, ella fantasea con encontrar el momento y ese momento no llega. ¿Por qué tomó esta decisión de postergar que el otro sepa del embarazo?

–Me gustaba que quedara suspendido qué iba a pasar con esa maternidad, porque de hecho el embarazo se puede interrumpir naturalmente. Quizá no me interesaba cómo iba a reaccionar él, si le iba a decir si quería tenerlo o no… No sé… no me veía contando eso. Quería contar ese estado de ella, como si durante ese tiempo fuera algo que sucede en el cuerpo de una y ya, más allá que haya sido necesario otro para la concepción. En la novela varias veces se repite la frase de (August) Strinberg que los hijos son de las mujeres. No quería poner el final en él ni en la familia posible. De hecho la escena en la que están en la Fortaleza de Santa Teresa, cuando están ahí y ella dice “ahora le digo”, “ahora le digo”, “ahora le digo”, al final él le dice que tiene ganas de tomar una cerveza y ella le dice: “yo también”. Esa escena la escribí hace mucho y en un momento sabía que iba hacia ahí y pensaba que ese era el final. Era muy abrupto; me parece que me vino fallado el libro (risas). Era demasiado disruptivo, entonces escribí el final.

–En varias novelas empiezan a aparecer personajes femeninos que no quieren ser madres o son madres un poco a su pesar, como el caso de la protagonista de Acá todavía, que incluso en un momento recuerda cómo se le cae una beba de sus brazos. ¿Por qué cree que la maternidad sigue estando tan idealizada y se habla poco de la zona de incomodidad que genera?

–Quizá en la novela hay algo un poco exagerado de lo que pude haber pensado mientras estaba embarazada (risas). Ahora en este mundo donde supuestamente todo se sabe todo el tiempo y tenés acceso a ver las cosas, el embarazo sigue siendo una zona de misterio muy primaria. ¿Esto es así? ¿Y ahora qué hago? De las mujeres que conozco que estuvieron embarazadas no había recibido información. Hay muchos discursos construidos en torno a la maternidad que son siempre los mismos y que tienen que ver con lo cándido, pero es todo muy violento en el embarazo y en el parto. Puede haber algo de bello, pero de cándido la verdad que no tiene nada. ¿De esto nadie me habló? Cuando estás embarazada, todas te quieren hablar de sus partos y eso está bueno porque te va generando un montón de imágenes. Yo tuve muchos problemas para amamantar y me acuerdo que pensé: de esto nadie me habló… y me acordé de la foto de la publicidad de la madre con el bebé en la teta como si fuera lo más natural… Sos una buena madre, si podés alimentar a tu hijo con el pecho. ¡Ay, Dios! Hay una cantidad de mandatos que se transmiten de mujer a mujer y una dice: “Vamos chicas, hablemos de estos temas”. Ese relato un poco más cándido tiene que ver con intentar tapar lo violento y lo escatológico. Quizá muchas mujeres no quieren pensar en su cuerpo de ese modo.

–Hay una frase muy interesante que dice Andrea: “Como siempre, la gente confiando más en lo verosímil que en lo real”. Cuando alguien cuenta algo medio traído de los pelos, lo primero que se le dice es “no puede ser” y se le pide que intente ser “verosímil”. ¿Por qué sucede esto?

–Yo misma me encontré diciendo en talleres: “está bien, te pasó, pero así escrito no es creíble”. En el relato de un crimen, la justicia busca lo más probable posible y no siempre lo real tiene que ver con lo verosímil; pero leído con ese criterio de lo verosímil se incurre en muchos errores. Por suerte en la literatura es menos grave el error. ¿A qué responde que confiemos más en lo verosímil que en lo real? No sé, me lo tendría que seguir preguntando. Me parece que es así, pero no termino de saber a qué responde. También habría que ver qué es lo real, que supone que hay una verdad y al haber una subjetividad quizá no hay tal cosa. El problema quizá es ese supuesto “real”.

–Parecería que es más fácil   ponerse de acuerdo en qué sería lo verosímil, en cambio lo real no genera el mismo consentimiento, ¿no?

–Totalmente, porque lo real viene ligado con la verdad y ahí ya se vuelve medio escabroso. Curiosamente es verdad que en lo verosímil suele haber más acuerdo que en lo real. Está bueno para pensar…

–Andrea podría ser una mujer que a veces elige relacionarse sexualmente con hombres y otras con mujeres, pero también podría ser un personaje bisexual...

–La bisexualidad tiene mala prensa. En la novela intenté desplegarlo como lo que era: por momentos le puede gustar una mujer, por momentos le puede gustar un hombre. En un momento dice algo así como “soy de los que no saben”… Mi ambición es que el mundo pueda llegar a un lugar donde uno pueda decir que sale con tal persona y no tenga que afirmarse. No pensar que porque un hombre dice “yo siempre salí con mujeres” no pueda salir con un hombre en el futuro. Que podamos corrernos de lo estereotipado, de esa idea de que una decisión en el presente y en el pasado te define en el futuro. Eso genera un montón de miedos respecto del otro y sus deseos. Para una gran parte de la población todavía sigue siendo un tema ríspido. Quizá tenga que ver con el miedo de que el otro avance sobre vos… no sé qué es lo que se teme. Me alivia que las nuevas generaciones lo pueden vivir con más naturalidad, sin tantos miedos, sin tener que defenderse. Pero alguien tiene que haber defendido antes para que ahora sea así, obviamente.

–¿Sintió la incomodidad de Andrea en la novela de los otros interpelándola para que se defina si es lesbiana, heterosexual, bisexual?

–Yo creo que era la que sentía la necesidad de definirme o creía que tenía que definir algo y esos fueron los momentos que más angustia me generaron.

–Lo interesante del personaje del padre es que acepta que a su hija le gustan las mujeres y hasta intenta engancharla con la enfermera. Esa complicidad quizá sea porque ese padre tiene que cumplir también el rol de la madre que no está y tiene más de-    sarrollada su parte femenina en relación con su hija.

–Eso está buenísimo y no me lo habían dicho nunca. La familia se dividió y ella se fue a vivir, junto a su hermano menor, con el padre. Hay una partecita que me gusta y es que el padre les preparaba unas comidas muy básicas y que ellos trataban de acompañar a ese padre en un nuevo rol. El padre tiene que cambiar su rol de la familia tipo del padre que trabaja y la madre que se ocupa de la casa. El padre se pone también en un lugar femenino, lo que hace que tenga una relación con su hija en la que hablan. Yo con mi padre no tuve esa relación, no hablaba como en la novela porque era un hombre de una masculinidad muy de antes, un hombre de pocas palabras.

–La primera parte de la novela tiene mucho humor. Quizá el humor es el contrapeso indispensable ante la enfermedad del padre y su muerte. En la segunda parte, el humor cede ante la emergencia de lo poético. Durante la escritura, ¿planificó pasar del humor a la poesía?

–No, no lo pensé así, pero el humor es lo único que permite soportar la muerte. El humor nos salva; la mayoría de nosotros en una situación trágica trata de apelar al sentido del humor, si no, ¿qué te queda? Cuando leo o veo algo, si estoy con un ánimo de risa, estoy más permeable; entonces lo otro también me entra. Lo emocional está como abierto cuando uno se está divirtiendo. Si estás frente a algo que es más serio, quizá tenés los canales emocionales más blindados.

–Cuando la narradora conoce a la abuela de Iván, ella le cuenta que fue una actriz cómica, pero la narradora no le cree. ¿Pensó en alguna actriz en especial?

–No, pero ahora estoy pensando si pensé en alguien… Quizá en Tita Merello, no sé si había muchas actrices como ella, que además fueran cómicas.

–¿Por qué la segunda parte de la novela transcurre en Uruguay?

–En algún momento tuve la fantasía de irme a vivir a Uruguay. Fui muchas veces, a distintos lugares, y cada vez que voy vuelvo con la sensación de algo muy mítico. Sólo Uruguay puede tener un (José) Mujica; tiene algo fuera del tiempo y una zona poética que me genera muchas sensaciones. Tiene a (Mario) Levrero y tiene algo melancólico muy tremendo, como todas las ciudades portuarias, pero además hay una cuota de locura y de posibilidad de ficcionalizar con la otra orilla. El lugar en que ella está, en Reartes, no le puse un nombre verdadero porque quería fundar algo un poco “mítico”, no sé si es la palabra, algo de un orden menos real. Algo un poco más suspendido en el tiempo, algo de lo siniestro, lo propio desconocido, que es lo que ella vive estando embarazada.

viernes, enero 27, 2017

Atravesar el fantasma de la fama

Reseña de Malicia, de Leandro Ávalos Blacha, en Revista Kundra 
Por Sandra Gasparini



No es solo la combinación de distintos géneros en un marco de absurdo lo que hace original y divertida a Malicia, la última novela de Leandro Ávalos Blacha, sino fundamentalmente la maestría con la que va combinando las tramas que se identifican con cada uno de ellos. Un lugar -las calles principales de Villa Carlos Paz, Córdoba-, en un momento clave -la temporada alta de turistas dispuestos a entretenerse con el teatro de revista-, es el punto de partida ideal para que el autor vaya agregando sus pinceladas bizarras, su lente deformante, su humor negro que no deja de descolocarlo todo.

Si la palabra “malicia” reúne entre sus acepciones tanto la tendencia a interpretar de modo “siniestro” o “picante” una frase o una situación, como la intención solapada que inevitablemente se inclina al mal o, llanamente, remite a su ejercicio, es posible pensar que el eje que vertebra todas las tramas de la novela procede de ese poder polisémico que tiene el lenguaje. Malicia es la de los amigos que se odian y sin embargo se buscan; malicia, la de la suegra que tiene ocultas intenciones; también la de las vedettes que quieren serrucharle el piso a sus compañeras; la del asesino serial que busca algo que algunas mujeres tienen; la de una nena que pretende ser famosa a toda costa, la de una secta, la contenida en un nombre que exhibe lo evidente y la de una teoría conspirativa que tiene un fondo trasnacional. Con Malicia, Ávalos Blacha vuelve al humor delirante de Berazachussetts (2007), que se había teñido de una gozosa melancolía en los relatos entrelazados de Medianera (2011) y exige un lector competente en consumos mediáticos bastante especializados.

A Ávalos Blacha le interesan aquí varios subgéneros. Por lo pronto sigue apostando a la recombinación y a la ruptura de los esquemas clásicos del policial y del fantástico: desde los cinematográficos toques slasher –sobre todo en la presencia del brutal psicópata, casi tributo al subgénero giallo, todavía más propenso a lo hiperbólico-, que crispan a la vez que desacartonan el terror, hasta las notas argumentales de viejas series de TV Malicia lo intenta todo para impedir que el lector despegue los ojos de sus páginas. El reality show, por otra parte, se constituye de inmediato, alimentado por los sucesos del último minuto, convirtiendo en espectáculo el asesinato y la violencia, de manera que las disparatadas obras de teatro de revista están en el borde del snuff.

El fantasma y su estela tenebrosa y sugestiva siguen siendo un elemento provocador si se los trata como aglutinantes de un conjunto de deseos, temores y reclamos no ya de un pasado oscuro que vuelve a golpear la puerta sino como el procedimiento más espectacular para requerir fama o justicia, en este mundo u otros, como ocurre con Celina, una niña que busca hacerse ver y oír. En este sentido, el registro despojado y naturalizador del relato contrasta con los sucesos narrados, sangrientos y extraños. Virtud de una voz narrativa resultado de una política de la escritura que exalta lo mínimo (o lo aparentemente banal) y una economía verbal basada en una acertada selección léxica que sorprende tanto como divierte.

 El impredecible mundo imaginario en que Ávalos Blacha transforma a la turística Villa Carlos Paz  –a la altura del Berazachussetts de la novela homónima y del oscuro universo de las corporaciones de Medianera– podría ser la locación perfecta para una película de horror de Darío Argento, de quien el autor es perfecto conocedor. Las alusiones a relatos y personajes de su maestro Alberto Laiseca completan una genealogía que se extiende a las narradoras y narradores de complejas identidades de César Aira, quien fuera uno de los jurados que le otorgó el premio Indio Rico en 2007. Ávalos Blacha es, sin dudas, una voz sutilísima que se afirma en el ámbito de la novela argentina contemporánea

martes, enero 17, 2017

Romina Paula: "Mis novelas son una especie de falso diario con cosas mías"

Entrevista a Romina Paula en La Nación. Por Alejandro Lingenti



Reconocida como dramaturga, acaba de publicar su tercera ficción, Acá todavía, en la que narra la muerte de un padre; las diferencias entre escribir literatura y teatro

muerte es uno de los grandes temas de Acá todavía, la tercera novela de Romina Paula, luego de ¿Vos me querés a mí? (2005) y Agosto (2009), sólidas predecesoras donde también ese asunto que nos importa a todos sobrevolaba el espeso ambiente familiar, uno de los epicentros de su narrativa. La muerte. La angustia que provoca su condición de ineludible, la inquietud que produce su inminencia y, en los mejores casos, la liberación que desata su llegada.


En Acá todavía, ese desarrollo temporal es manifiesto: en la primera parte de la novela, Andrea, la protagonista, atraviesa, no sin sobresaltos, la acuciante despedida de su padre. Una vez cerrado ese capítulo, la escritura dispara raudamente hacia otro lugar, cargado de enigmas y ensoñación, una deriva anárquica por espacios que la autora no había explorado en la literatura pero sí en el teatro, sobre todo en Fauna (2013) y Cimarrón (2016), dos saltos al vacío que consolidaron su perfil de artista decidida a ponerse a prueba, resistente a la oportunidad de acomodarse en los espacios donde ya había demostrado destreza y eficacia.

-¿Notás los cruces entre tu trabajo en la literatura y el teatro? ¿Cómo decidís a qué lugar irá a parar cada idea?
  
-Creo que la primera parte de esta última novela se parece más a Agosto, pero con más crudeza, y la segunda, a Fauna y a Cimarrón, mis dos últimas obras teatrales. Al mismo tiempo, Cimarrón tiene algo bastante parecido a Si te sigo muero, la obra que hice basada en textos de Héctor Viel Temperley. Veremos si mi próxima novela arranca en el final de Acá todavía o retomo lo anterior. Respecto al tema de las ideas, claramente sí sé para qué es cada cosa que escribo. Hay una disposición previa. Con el teatro es muy concreto: sé que tengo que hacer una obra, que la voy a hacer, y entonces la escribo. Lo hago con algunas ideas que puedo tener y después, en el proceso, aparecen otras que va pidiendo la propia escritura. Me fascina la diferencia entre lo que uno cree que va a escribir y lo que acaba escribiendo, tanto en literatura como en teatro.

-¿Te animarás en el futuro con la poesía?

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-¡No! Para mí la poesía es como la matemática: no la siento nada cerca, me parece inaccesible. No me pasa eso como lectora, pero yo no podría escribir poesía.

-Aún resonando como lugar común, ¿te sirve la escritura como catarsis?

-No sabría decirlo. El padre de la novela no es para nada mi papá, es un hombre que me inventé, más compinche que mi viejo real. Sin embargo, hay partes del libro que me duelen si las leo ahora. Si se elaboró algo del duelo, no lo percibí conscientemente. Sí pensaba que tanto dolor tenía que servir para algo. Poder contarlo creo que puede servir para elaborarlo. Nunca había estado en contacto con el proceso de una enfermedad, con la vida en un hospital. Me pareció muy doloroso la decadencia, la esperanza, la incertidumbre... Mi papá no hablaba mucho de lo que estaba pasando mientras estuvo internado. Y la novela es un Frankenstein de sucesos reales y ficticios. Obvio que la experiencia está detrás de todo.

-Siempre trabajás desde la experiencia.

-Por ahora, es lo que pude hacer. Esta novela la empecé a escribir en tercera persona y se me escapaba todo el tiempo la primera. En mis novelas siempre hay una primera persona femenina contando sus cosas, una especie de falso diario con cosas mías e inventadas.

-Estas constantes permiten pensarlas como una trilogía.

-Eso lo sabré cuando escriba la próxima. Si la nueva es muy distinta, efectivamente estas tres que escribí podrían pensarse como una trilogía.

-¿Solés corregir mucho?

-Sí, corrijo mucho. Como estuve mucho tiempo con esta novela, eso se dio más que nunca. El proceso de edición con la gente de Entropía fue muy minucioso. Las de ellos no son bajadas de línea, sino sugerencias. Pero suelo tomar casi todas porque coincido con sus gustos. Cumplen la función de un amigo sincero.

-¿Leés a otros autores mientras escribís?

-No leo cosas que puedan tener similitudes. Por ejemplo, literatura contemporánea argentina producida por mi generación. Pero sí sigo leyendo clásicos. Durante el embarazo estaba leyendo Guerra y paz en alemán, una empresa realmente titánica (risas).

-¿Cuáles son los objetivos de tus talleres?


-Trato de que el que escribe se haga consciente de lo que está escribiendo. Suele haber un desfase entre lo que creen que escriben y lo que el otro lee. Se aprende a saber qué tenés en mano y a hacer un trabajo de edición. La idea es trabajar para que el material progrese, encuentre su voz, su equilibrio.

Carlos Paz sobrenatural: "Malicia", la novela sobre asesinatos, extraterrestres y posesiones veraniegas

Por Javier Mattio para La Voz del Interior


Leandro Ávalos Blacha vuelve a cruzar géneros con realismo social en "Malicia", novela que narra extraños sucesos que se suceden en Carlos Paz entre médiums, aliens y vedettes.

Además de las revistas, Carlos Paz tiene su libro dedicado a las vedettes y los febriles días de temporada: en Malicia, Leandro Ávalos Blacha (Quilmes, 1980) imagina un verano sobrenatural en el que los turistas y habitantes carlospacenses asisten a extraños fenómenos: muertes sangrientas en plena función de teatro, posesiones, médiums y advenimientos extraterrestres. La historia arranca con un crimen: el de la vedette Sisí Iseka, del que se enteran Juan Carlos, su mujer Perla y amigo Mauricio, de paso vacacional por la Villa, y al que le sigue la muerte también mediática y brutal de Bárbara Rainbow.

Los protagonistas asistirán a una función en el teatro Marshall de El Joker, puesta desconcertante a lo Fantasma de la Ópera freak dedicada al universo de Batman en el que todo termina por descalabrarse: la narración avanzará desde allí presa de un “realismo delirante” afín al del recientemente fallecido Alberto Laiseca, de quien Ávalos Blacha fue discípulo en su taller.

¿Por qué situar Malicia en Carlos Paz? “La última vez que había ido a Carlos Paz fue hace varios años –dice el autor-. Me impresionó la inmediatez y proximidad que se producía entre la gente, los medios y los teatros. Algo que, quizás por la estructura de otras ciudades como Mar del Plata, no veía que se diera con igual intensidad. Y esa intensidad me interesaba para esta historia. Todo se daba en pocas cuadras, en la calle, en la peatonal, se cruzaban los móviles de televisión, los actores, los fanáticos. Por otra parte, empecé a escribir la novela pensando en las películas del giallo (cine italiano de terror), en especial las de Darío Argento, ambientadas en escenarios como academias de baile y la ópera. Pensaba que me servía el teatro de revista. Sumado a todo, los lugares de Córdoba tienen esa mística increíble que da la presencia del imaginario extraterrestre”.

Ávalos Blacha ya había combinado pulp con realismo social en Berazachussetts (2007), novela en que la sátira de un conurbano post-2001 se alternaba con zombies y otros fenómenos bizarros. En Malicia la influencia del terror –cine mediante- está también presente. “En esta novela el cine fue lo principal”, reconoce el autor. Y completa: “Los climas y clichés del giallo (como el asesino de guantes y cuchillo), los ambientes. También dos situaciones recurrentes: el ‘testigo involuntario’ (personajes que, por accidente, presencian un crimen y terminan envueltos en la trama); y la presencia de una mujer perseguida por el asesino que tiene algún secreto turbio en su vida. También tuve muy presente algunas novelas gráficas, principalmente las que tenían que ver con el Joker (el Guasón), para armar esa obra de revista que toma momentos del personaje. En especial La broma asesina de Alan Moore y Arkham Asylum de Grant Morrison”.


-En la novela se hace hincapié en la competencia desleal entre vedettes, el oportunismo de los medios o las cargadas resentidas entre los amigos protagonistas. ¿Existe un comentario del presente en esos rasgos, hay un componente moral en “Malicia”? El título parece sugerirlo.

-Pensaba que toda esa competencia del teatro, por ejemplo, se puede dar en cualquier otro mundo, pero en la revista representaba casi una máxima del género (al menos como materia publicitaria de una obra). Después hay marcas evidentes de la época. La fama inmediata. Cómo cualquier hecho de la vida cotidiana es asimilado rápidamente y se convierte en espectáculo. Pero no lo pensé desde la moral al escribirlo, sino más bien desde ese lado, de aquello que ocurre, que consumimos en los medios, y a lo que nos habituamos. Es cierto que hay un individualismo exacerbado en la novela. Casi todo está llevado al extremo. Básicamente porque son personajes que, si son humanos, se mueven con mucha intensidad, de forma impulsiva, y de la peor manera.

-La narrativa argentina ha tomado el mestizaje con subgéneros underground y bastardos como dirección destacada de un tiempo a esta parte. ¿A qué creés que se debe, al menos en tu caso?

-Es saludable y necesario liberarse de prejuicios a la hora de escribir. En algún punto pienso que ese mestizaje tiene que ver también con haber comenzado a incorporar las cosas que lo marcaron a uno (desde películas a videojuegos, historietas, canciones) y animarse a construir una obra con eso. En mi caso siento que es natural. Estos géneros ‘bastardos’ son los que me gustan y disfruto de los autores que se movieron en ellos a través de la mezcla, como Philip José Farmer o Fredric Brown. En la literatura argentina es un rasgo ya presente en Alberto Laiseca, César Aira, Juan Sasturain y Elvio Gandolfo, por nombrar algunos. Y en el uruguayo Mario Levrero.

-Hace semanas murió Alberto Laiseca, de quien fuiste discípulo. ¿Qué recordás de él y de su taller?


-Tengo muy presente sus consejos, siempre. Lo de sacarse los prejuicios y escribir con total libertad eran máximas suyas. Le interesaba que cada uno desarrollara su propio mundo literario, que encontrara su voz. Siento que fue una influencia enorme. Conocer su obra fue una de las lecturas más impactantes. Era descubrir algo que no imaginaba posible, cómo servirse del imaginario del terror para hacer una obra que no fuera estrictamente de género, jugar con el humor. Fue como ese choque con El Eternauta y la sorpresa de que se podía contar ciencia ficción desde la Argentina. En Malicia se menciona una supuesta obra de revista, El castillo de las secuestraditas, que es un cuento de Lai. De algún modo su influencia siempre está presente.

Leandro Ávalos Blacha: "Siempre quise escribir una novela inspirada en Dario Argento"

Entrevista para Infobae por Matías Méndez



Leandro Ávalos Blacha se formó en el taller de Alberto Laiseca, al que acudió durante seis años. Allí recibió los libros que su maestro recomendó, participó de lecturas de textos que el autor de Los Sorias trabajaba en ese momento y comenzó a escribir la producción que hoy se completa con la publicación de Malicia (Entropía) y que conforman Serialismo (2005), Berazachussetts (2007) y Medianera (2011).

Ávalos Blacha nació en 1980 en Quilmes y en lo que se conoce de su obra hasta ahora ya logró demostrar que es una de las voces más sólidas, personales y originales del panorama de la literatura argentina. Heredero de César Aira (que participó de un jurado que lo premió y con quien puede cruzarse en algún bar de Caballito o Flores), Copi y, por supuesto, Laiseca, el autor ofrece una novela que elige ambientar en Villa Carlos Paz durante un verano.

El punto de partida es el viaje hacia la ciudad cordobesa de una particular pareja de recién casados cuarentones que, con el objetivo de ahorrarse unos pesos, invitan a un amigo a compartir la habitación. Juan Carlos es un jugador que sólo piensa en los números que tiene que apostar y que llega a Perla por recomendación de su madre ("Sólo mamá podía descubrirla. Perla era comunacha. Entraba y salía de los recuerdos de las personas con facilidad"); Mauricio, el amigo, es un compañero del secundario que lo atiende en la casa de Quiniela. A partir de ahí pasará de todo: vedettes que se pelean, muertes extrañas, estrellas repentinas, todo cruzado por la presencia de la televisión con sus programas de chismes.

Ávalos Blacha escribió una gran novela que tiene un oído atento a la oralidad, con una multiplicidad de voces y personajes que recuerdan la estética aireana, al mismo tiempo que, como dice Leonardo Oyola: "Homenajea, con un humor negro inigualable, a nuestro maestro: el conde Alberto Laiseca".

—¿Cómo sitúa esta última novela dentro de su producción? Uno la imagina en línea con Berazachussetts, por la multiplicidad de personajes y el ritmo, por ejemplo.

—Sí, creo que en cuanto a la estructura tiene muchas similitudes y es muy distinta del libro anterior, Medianera, que son cuentos un poco conectados, entre cuento y novela y que, creo, tiene un ritmo muy distinto, una narración mucho más contenida. Aquí, en Malicia, hay un poco de ese desborde de personajes, de historias y un poco de la trama. Cuando siento que estoy escribiendo más una novela que relatos, me doy cuenta de que me lleva más hacia ese desborde.

—Me gustaría que profundice en esa idea de desborde.

—No es que sea un desborde en el sentido de que no hay ningún tipo de control, sino más bien que, cuando pienso un cuento, hay cierto límite o ciertas situaciones que tengo más presente, como una especie de viaje corto en el que alguna situación va a atravesar a determinados personajes, pero creo que hay una situación más contenida por la que va a atravesar la historia. Cuando empiezo a escribir algo que sí siento que va para una novela, siento que sí tengo una idea de lo que quiero hacer y hacia dónde me interesa ir, pero es mucho más difuso. Si en el proceso de la escritura van surgiendo desvíos hacia otros lados, también es bueno ver hacia dónde te pueden llevar. En ese sentido es que hay menos control, es que hay algo de la historia que se va descubriendo y haciendo al escribirla. Después hay cuestiones que uno va trabajando más en las correcciones y las revisiones, pero en el momento mismo de la escritura, cuando siento que estoy en una novela, sí que no tengo un plan tan claro.

—¿No es un escritor rígido que se ata a un plan?

—En el medio quizás surge un personaje que creo que me puede llevar hacia otro lado y por ahí me interesó más que lo que venía contando. En ese sentido me gusta seguir por ahí y no atarme a lo que quizás tenía pensado. Con Berazachussetts me pasó que en el proceso de la escritura me di cuenta de que un poco el personaje principal era la ciudad como un espacio y a partir de ahí todas las historias que iban surgiendo, y que tenía que ver el modo de entrecruzarlas o ver cómo podía ir contándolas al mismo tiempo.

—En esta novela pasa algo similar porque, si uno tiene que decir que hay un personaje principal, no lo podría decir, son muchos y el elemento que los constituye es su oralidad que está muy trabajada. ¿Está de acuerdo?

—Sin duda, quizás en esta novela, así como te decía que aquella tenía la ciudad como cierta estructura, en esta lo que sí me ayudó fue trabajar con algunos momentos del giallo, el género del cine italiano, como películas de Dario Argento, de Mario Bava. Un género que es una especie de cruce, una mínima historia policial pero que siempre se va cruzando con fenómenos sobrenaturales, de terror, que después tienen distintos abordajes, que fue vinculado con cierta cuestión erótica más o menos explícita, a veces más violenta y que después fue de donde surgió el slasher. Hay situaciones de esas películas que sí me sirvieron para pensar algunos momentos puntuales, sí creo lo que me decís de la oralidad, porque creo que es a partir de ese habla que yo siento que puedo construir un personaje. Es también lo que me hace encontrar la voz desde la cual puedo contar esa historia. Es fundamental a la hora de escribir encontrar ese tono.

—Para construir esa oralidad se precisa un oído atento a lo que pasa y a cómo habla la sociedad. ¿En este caso tiene el oído puesto en varios lugares, en los sectores populares y en lo que podemos llamar la cultura del espectáculo y el mundo chimentero?

—Totalmente, cuando la escribía, veía mucho los móviles, particularmente en el verano, que es cuando están todo el tiempo hablando… Intrusos, Viviana Canosa. Es verdad que hay cierto modo de hablar y expresiones muy característicos de actrices que trabajan en el teatro de revista. En la novela uno de los personajes que habla en primera persona es una de las vedettes y hay muchos momentos de lo que tiene que ver con el habla del periodismo de espectáculos.

—Eso que llaman "el medio" o "el ambiente".

—Sí, fue importante, en un viaje hace varios años, el haber pasado por Carlos Paz. Fue un disparador eso que pasaba en Carlos Paz que no lo veía tan fuerte en Mar del Plata o no lo recordaba y es que había una cosa muy inmediata y muy próxima entre los teatros, la peatonal, los móviles y la gente en contacto con eso todo el tiempo, y con los actores que iban y salía de las obras. Era una proximidad que a mí me resultó muy impactante y eso fue uno de los disparadores para pensar esta novela, también porque siempre tuve las ganas de hacer una novela que jugara con estas películas de Dario Argento, donde es muy frecuente que haya escenarios como una academia de baile, la ópera o los teatros. Me parecía que podía trasladarlo en una novela así en esta temporada.

—Al leerla recordaba aquello de que el carnaval era el momento en que se detenía el tiempo y quizás para estos personajes este período de vacaciones en Carlos Paz es cuando ocurre eso. ¿En esa suspensión están trabajadas las individualidades, las miserias y las mezquindades que si no se toman descanso?

—Muchas veces es también un elemento de ciertas películas policiales donde la primera muerte desencadena la pregunta del quién lo hizo y, en este intento de despistar al espectador y abrir diversas puertas, muchas veces lo que se muestra es que más que un asesino que encarne el mal, hay un montón de gente que era cercana a la víctima y que tenía un montón de motivos para odiarla o tener el móvil para querer asesinarla; se juega mucho con eso, que más allá del asesino, los sentimientos que afloran incluso en la gente más cercana son bastante negativos. Acá también creo que hay mucho de eso.

—Hizo muchas referencias al cine y pocas a la literatura. Eso me da curiosidad porque su literatura, y esta novela en particular, recoge las tradiciones argentinas de lo que se denominó el contra-canon. ¿Se siente heredero de esos autores?

—Son los escritores que más me gustan, Aira, Laiseca, Copi. Siento que lo que hago tiene una cercanía mucho mayor que a otros. Tiene que ver más con ellos, son autores que me gustan mucho y desde ya están presentes. De hecho, hay una de las obras que se menciona en esa temporada, El castillo de las secuestraditas, que es un cuento de Laiseca. Muchos de los nombres de las vedettes son referencias a los personajes de Laiseca. Creo que son influencias que están adentro, que no las tengo que pensar tanto, simplemente salen porque es la literatura que me gusta y lo que me interesa hacer. Las otras sí son influencias que yo puedo racionalizar un poco más, o tomar cosas de cierta estructura, cierto clima o situaciones de las que sí me puedo apropiar más conscientemente.

—¿Le interesaba reflexionar en ese deseo tan contemporáneo de la búsqueda de fama mediática?

—En la novela todas las situaciones están atravesadas por la presencia de la televisión, adonde sea que vayan está la televisión prendida…

—Incluso es la pantalla de la televisión el soporte del desenlace.

—La proximidad de la gente con los medios en Carlos Paz se llevó un poco a la cartelera y que la gente que ande caminando por ahí pase a ser parte del elenco sin importar qué capacidades tenga. Todo puede ser convertido en un espectáculo, desde aquel que sólo por pasar por un reality empieza a encabezar una obra o el simple hecho de que cualquier persona a la que le pasó algo pueda ser explotado como espectáculo. Eso me parecía muy atractivo.

—Un elemento sobre el que trabaja son los juegos de azar y las apuestas, que en un punto es constitutivo del individualismo y el deseo de salvarse.


—Todos los personajes son como muy sanguíneos; creo que también pasaba en Berazachussetts, un instinto muy fuerte y que los mueve hacia donde quiera que vayan y el juego exacerba eso más. El perderse absolutamente del mundo sólo por esa máquina. A partir de historias que conocía de amigos empecé a ir a lugares, particularmente en situaciones de vacaciones. Lo que me sorprendía era que el jugador vive en un estado de vacaciones, eso que decías del momento que se detiene el mundo, si uno va a un casino, al Barco, un día de semana a cualquier hora está la gente ahí jugando desde la mañana hasta la noche, es como un lugar de vacaciones permanente.

jueves, enero 12, 2017

Malicia en La Agenda

Mariano Vespa reseña Malicia, de Leandro Ávalos Blacha para La Agenda BA



Aquella placidez serrana que Perla y Juan Carlos, junto a su “compañero de gastos” Mauricio, pronosticaban para sus vacaciones en Villa Carlos Paz, se ve convulsionada por una serie de asesinatos de actrices de teatro de revista. Ese contexto estructura Malicia, cuarto libro de MaliciaLeandro Avalos Blacha (1980).

Hace unos años, el periodista Pablo Petrovel se convirtió en el sommelier cordobés de segundas marcas: el catálogo exhibe gaseosas cola, salchichas, vinos, y cómo no, fernets. De alguna manera, el escenario teatral que compone Avalos Blacha es un sustitutivo en rebaja de una idílica Mar del Plata. Pese a la atmósfera de terror y desconfianza, la temporada sigue y Perla, de improviso, se sube a un escenario. Su exuberancia ha llamado la atención de propios y extraños. En simultáneo ha ocurrido el crimen de otra celebridad, que tiene como testigos a Celina, una niña inquieta, y a Marta, una médium. Ambas entran en trance y, a la vez, intentan construir su carrera: Marta autopublicitándose en todos los medios como una mujer capaz de leer el más allá y Celina, endemoniada, desde una pantalla construye adversarios y se apropia del discurso de las vedettes: “De mi vida privada prefiero no hablar”; “gracias chicos, cerramos la nota acá”; “reventé la temporada y a todas esas muertas de hambre”, son alguno de sus yeites. Con ese trasfondo, no son pocos los obstáculos que tiene el comisario Di Lisio, casi retirado, para trabajar en los casos.


Avalos Blacha combina hilaridad en un clima donde lo trash adquiere protagonismo en la marquesina. No pierde de vista el tono noir, sino que moviliza la intriga hacia Perla, la inminente próxima víctima. Pero como sucedió con otra de sus novelas, Berazachussetts, y con algunos relatos de su maestro, Alberto Laiseca, las viejas están ahí, al acecho.

Orgía en Carlos Paz

Gonzalo León escribe sobre Malicia, de Leandro Ávalos Blacha para Perfil Cultura



Leandro Ávalos Blacha (Quilmes, 1980) es uno de los autores argentinos jóvenes más interesantes de su generación. Sus anteriores novelas, Berazachussetts y Medianera, fueron traducidas al francés y publicadas en Gallimard y Asphalte Éditions; hace unos años formó parte de la delegación argentina que asistió al Salón de París. Pero esto no significaría mucho, si no contara con una escritura sólida, donde lo tradicionalmente novelístico va mezclándose con el policial y el fantástico hasta dotar a sus novelas de un delirio, que ya se ha hecho parte de una tradición, especialmente de la generación surgida en los 60 (Copi, Laiseca, Aira, etc.) y que Damián Tabarovsky en su ensayo Literatura de izquierda denominó como el Contracanon.    

Pero además de trabajar con esta parte de la tradición, este autor agrega elementos de la cultura pop, especialmente del cine clase B (películas de zombis y de fantasmas) y de las series de TV. En Malicia, su última novela, avanza un paso más y coquetea con el lenguaje televisivo, sobre todo con la idea de fama y de cobertura televisiva que está presente en toda la novela, y lo hace usando como pretexto una serie de crímenes en la Villa Carlos Paz en plena temporada, con las vacaciones de familia y el calor a cuestas, con las compañías y vedettes, con el espectáculo a full, un espectáculo que, como versa el dicho, no se puede interrumpir, pese al asesinato de Piru Viedma, una vedette de segunda línea ocurrida en el teatro. Aquí la escena de la muerta en un baño impacta, porque los tres testigos –la niña Celina, la señora mayor Estela y la médium Marta– no pueden salir de su asombro, están paralizadas, en otro mundo, como si la muerte fuera un espectáculo más o un pasaporte para la ficción delirante.

Si en el inicio de Berazachussetts un grupo de amigas encontraba el cuerpo de una obesa casi moribunda, suponen que ha sido violada y la llevan a su departamento para descubrir luego que se trataba de una zombi que se alimentaba de carne humana, en Malicia el inicio es más bien calmo: dos amigos –Juan Carlos y Mauricio– en una piscina de un hotel de Carlos Paz observan a la gente, ambos amigos se conocen de hace tiempo, Juan Carlos es apostador y se acaba de casar con Perla y para ahorrar le propone a su amigo que alquilen una habitación los tres. Pese a que la pareja está en luna de miel, éste acepta. Si en Berazachussetts el cuerpo era la obesa zombi, aquí es una mujer cuasi objeto que luego se descubrirá con otro estatus. La mujer entendida como algo raro, extraño, como sobrenatural pero a la vez admirable.
  
Hay otro nivel de lectura muy interesante en esta novela: el performático. Los shows que van a ver Juan Carlos y Mauricio, la repentina participación de Perla en uno, vestida de vedette, la muerte de la Piru Viedma, todo parece una puesta en escena. De hecho cuando muere esta vedette, la producción decide reorientar el espectáculo hacia su muerte: “Era una producción modesta, con un elenco que reunía personajes mediáticos recién surgidos de la televisión, vedettes de segunda línea y gente con trayectoria que llevaba cierto tiempo sin trabajar. Sabían que la idea podía resultar de mal gusto para algunos, pero que atraería la atención de muchos otros”. Como en las performance no importa tanto que sea de mal gusto, lo que importa es que atraiga, que llame la atención. Pero esta idea performática también está presente en la desaparición posterior de Celina, sobre todo cuando reaparece en las pantallas de televisión de toda la ciudad. Aquí se une performance y televisión, porque Celina, como desaparecida, no sólo está en esas pantallas, sino que además controla qué se transmite, qué se interrumpe, y para ello ocupa todo, desde el recuadro de la persona que traduce a lenguaje de señas. Y lo hace obviamente porque es una presencia, ya no es una persona.

Quizá la única cosa floja de la novela sea el final, en el que Ávalos Blacha vuelve a subir la apuesta y ya parece un videojuego de monjas satánicas versus policías.

Artezeta: Libros destacados del año

Acá todavía, de Romina Paula, entre los diez libros nacionales destacados por la revista Artezeta
Por Ayelén Cisneros.



Romina Paula corta la maleza, corre las hojas y avanza sin hacer ruido. A paso firme nos adentra en la selva que son sus historias sobre mujeres y conflictos existenciales. Es dramaturga, eso se nota en los diálogos precisos y verosímiles. Acá todavía es una novela sobre el duelo que nos remite de manera constante a la infancia y a la adolescencia de la protagonista, entre los noventa y los dos mil. El padre tiene cáncer y ella lo acompaña en el tránsito por su internación y al mismo tiempo ambos participan de una especie de despedida adelantada. ¿Cómo se narra el dolor? Se lo construye con escenas cotidianas, con humor y con dignidad. La narración es en primera persona y pasa de momentos de monólogo interior, a escenas en el hospital y recuerdos varios. Mientras hay dolor también hay lugar para gustar de alguien y Paula da una esperanza entre tanta densidad. No es casual que el título de la novela sean dos deícticos: su enunciación y la relación con el tiempo es la clave para esta oda al recuerdo. 

El nuevo libro de Romina Paula: Acá Todavía

La tercera novela de Romina Paula es una apasionante aventura sentimental, cuyo centro de gravedad son las tensiones familiares.

Por Alejandro Caravario para Brando

Foto: Sebastián Arpesella

Resulta disonante aplicar la jerga crítica o sus sinónimos para una obra como Acá todavía, tercera novela de Romina Paula luego de ¿Vos me querés a mí? y Agosto. Cabría, más que en otros casos, seguir el consejo de Susan Sontag y pensar en una erótica (así dice ella, podría ser otro dispositivo fundado en la sensibilidad), antes que en interpretaciones, asignación de linajes literarios y otros deberes de la lectura más o menos especializada.

Porque la historia que aquí se narra tiene el aire de un diario íntimo y está signada por los sentimientos. Libre de los pudores del estilo y sin siquiera -ahí está la magia del estilo de Romina- suponer un lector con quien establecer un acuerdo. Una responsabilidad. La voz de Andrea, la narradora, suena a soliloquio, las más de las veces a corazón abierto, sobre esas menudencias como la muerte, el amor, el sexo y la maternidad. Todo, sin salir de la interioridad de la familia, de los ritos silvestres, de la vida social ordinaria. Alquimia con herramientas sencillas. Sutil y bella urdimbre a la que el público se asoma casi en calidad de infiltrado. Es decir, con el estímulo extra del voyerismo.

La clave acaso es la vocación -y la ternura- de desagregar las escenas cotidianas sometidas a tensión por un hecho excepcional. Acá todavía comienza en un hospital donde agoniza Mario, el padre de Andrea. Es el motivo, doloroso, de la reunión de los tres hermanos (Andrea y los dos varones mayores), del estado de emergencia e introspección, del pasar revista a la biografía colectiva, con sus hitos, sus heridas y, sobre todo, su sedimento de amor. Se trata, como toda la novela, de una secuencia reflexiva hecha de asuntos privados y entrañables. Un álbum familiar subtitulado.

En la segunda parte, la fábula deriva en un viaje, como decía el poeta, cargado de futuro. Andrea, de sexualidad anfibia, sigue los pasos de un hombre al que ha conocido a través de la mujer a la que pensaba seducir. Como si su elección en materia amorosa dependiera del azar. Este viaje implica una nueva familia y también la construcción de una nueva identidad. La ruptura con el personaje de hija. La aventura de la madurez, que está contada, como lo demás, a modo de acopio de experiencias que el relato permite examinar más detenidamente