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martes, noviembre 01, 2016
Remembranza de una amistad gigante, reseña de "El increíble Springer"
Sobre El increíble Springer, de Damián González Bertolino,
en La Voz del Interior. Por Martín Cristal.
La infancia de su nouvelle es entonces la de una generación
anterior, con autos descapotables, una ciudad que todavía es un pueblo y con
playas que todavía no están abarrotadas de turistas argentinos (si bien desde
los médanos se puede espiar a una joven y muy deseable Mirtha Legrand en traje
de baño). Lo que para su narrador es una remembranza, para el autor -quien le
dedica el texto a su padre- es un ejercicio de la imaginación.
Con nostalgia ficcional, esa imaginación dicta que el hijo
de un pescador, que acompaña a su padre en bicicleta para repartir la
mercadería de cada día, conozca al hijo de unos inmigrantes franceses. El lazo
entre ellos será el de esas amistades automáticas que surgen entre niños de 6
años, y que en los adultos son más difíciles de forjar. De hecho, cuando
crezcan -los dos, pero en particular Gastón Springer-, esa lealtad será puesta
a prueba.
Con un aire de literatura norteamericana, el estilo es
reposado pero constante, sin apresuramientos ni dilaciones, en un tono de
confidencia amable, sólido en su madurez de adulto que rememora o que repite un
relato que ya ha pulido de reflexiones innecesarias.
La atmósfera de aquel pasado no se le impone al lector con
detalles abrumadores, sino que lo va ganando de a poco con pinceladas
impresionistas. Crece, sin prisa y sin pausa, como la mancha de sudor en la
camisa de ese padre que pedalea.
El increíble Springer funciona bien como relato
independiente, tal como lo reeditó el sello argentino Entropía, si bien
originalmente se publicó como parte de un díptico, que mereció el Premio
Nacional de Narrativa "Narradores de la Banda Oriental" en 2009.
En esa edición inicial, su lado B era el relato
"Threesomes", donde Punta del Este se parece mucho más a la que
conocemos -o imaginamos- los argentinos: su historia transcurre en los '90, en
el club de golf (escenario que en el relato sobre Springer también aparece,
aunque de pasada). Tres mujeres juegan y un caddie las sigue; entre esas cuatro
figuras construidas en tercera persona, se van destilando una decrepitud que
linda con la locura, miserias sociales, hipocresías, la necesidad de cuidar las
apariencias y otras preocupaciones -a veces irrisorias- de la gente de dinero o
con aspiraciones de figurar.
Aunque sea más difícil de conseguir por estas pampas, vale
la pena asomarse también a esa versión "completa" (desde 2014 se
consigue por Estuario Editora). En ella, ambos relatos se apuntalan por los
cruces que generan un escenario común y dos épocas muy diferentes.
martes, septiembre 13, 2016
Damián González Bertolino: "No me siento cómodo con la etiqueta fantástica"
Entrevista a Damián González Bertolino, autor de El increíble Springer.
Por Joel Vargas para Artezeta.
En Uruguay viven 3.286.314 personas. ¿Cómo hacen para
destacarse siendo tan pocos? Ganaron dos mundiales y en su tierra nacieron
algunos de los escritores más importantes del siglo XX: Felisberto Hernández,
Juan Carlos Onetti, Mario Benedetti. ¿Habrá un proyecto ultra secreto de parte
del gobierno para potenciar las cualidades de sus habitantes? ¿Hubo un grupo de
científicos que en un bunker de La Paloma encontraron la clave del éxito? ¿O es
la divina providencia? Sus últimos éxitos son Luis Suárez y Mario Levrero. Una
demostración de cómo el fútbol y el arte manejan diferentes tiempos y, claro,
otros presupuestos. Pero no hay que celebrar solo la obra de autores muertos,
hay que estar atentos. Un ejemplo, Damián González Bertolino otro producto de
esa buena tradición literaria uruguaya ¿o del grupo de científicos aislados en
La Paloma?
Bertolino, oriundo de Punta de Este, lleva publicado tres
libros, las novelas El fondo (2013) y Los trabajos del amor (2015) y su primera
producción, la nouvelle El increíble Springer, editada recientemente en nuestro
país por Entropía. A razón de eso, hablamos con él.
AZ: El increíble Springer fue editada en Uruguay en
2009, se reeditó en 2014 y recién en
Argentina se editó el pasado año. ¿Qué cosas nuevas encontrás cada vez que
volvés a ella?
DGB: En realidad, cuando termino de escribir un libro, y más
cuando se publica, me deshago de él tanto laboral como sentimentalmente. Es un
proceso paulatino de indiferencia que me permite concentrarme en pensar y
escribir algo nuevo. El hecho de que El increíble Springer se hubiera editado
ya varias veces (y hasta cuento una traducción inédita al portugués que tuve
que revisar en un par de ocasiones) supone leer nuevamente toda la historia, lo
que en general me agobia un poco; pero con este libro existe un nivel de
excepción. Como está fuertemente ligado a la relación que tengo con mi padre,
no puedo dejar de emocionarme con dos o tres situaciones o detalles que, aunque
no estén tan basados en lo que de verdad le ocurrió, me recuerdan a él: su
infancia, sus privaciones, la lucha por vivir o por ser aceptado, en definitiva.
AZ: El Increíble… puede leerse como una historia sobre la
amistad. ¿Qué es la amistad para vos?
DGB: Sin duda uno de los vínculos más importantes de la
vida, solo por debajo del familiar. Tengo pocos amigos, y de hecho no los veo
seguido debido a la distancia física, pero esto último me hizo entender que la
amistad también es un poco lo que está en el medio de un encuentro y otro, esa
forma de mantenerse la idea que uno tiene de alguien cuando no lo ve.
AZ: En una entrevista mencionaste que El Increíble… fue un
homenaje a tu padre. Evocas una anécdota de tu padre para crear la nouvelle. En
El fondo aparece otra vez en el foco las relaciones familiares. Me gustaría que
charlemos un poco sobre el papel importante que juega la familia y la relación
padre-hijo en la nouvelle y, sobretodo, en tu obra.
DGB: La familia es una sociedad en pequeño, como todos
sabemos. Más allá de que haya amor o no, unos tienen cierto poder sobre otros,
y eso a veces puede darse vuelta con el tiempo. Siempre me intriga saber qué es
ese último elemento que mantiene unido a un grupo. Debe ser porque en un
momento dado mi familia, que fue un grupo estrechamente unido, de pronto
explotó. Cada uno se fue para un lugar diferente del mundo, literalmente. A
partir de entonces cualquier intento de reunión fue imposible por motivos muy
variados. Es significativo que haya escrito El fondo (el recuerdo de lo que fue
una familia) cuando ese proceso estaba en pleno desarrollo, y El increíble
Springer cuando, justamente, mi padre pasó a ser la única persona de mi familia
con la que podía tener una cercanía física regular. Con la escritura de El
increíble… cobré conciencia de cuán importantes pasaron a ser las pocas
historias que conozco de la vida de mi padre (es alguien muy discreto). Mi padre
tuvo una vida extraordinaria, o que al menos así me resulta luego de oírlo. En
cierto sentido, siempre lo consideré una suerte de sobreviviente. Llegó de un
mundo distinto, de una forma de concebir la vida nada condescendiente, y se
negó a repetir las pautas de comportamiento que traía de esa vida. Hay que ser
muy valiente y a la vez muy esforzado para hacer algo así. Comencé a darme
cuenta de que si quería honrar ese esfuerzo vital, yo tendría que transformarme
en la memoria de mi padre a través del trabajo con la escritura. Esa
narratividad tan potente que yo percibía en sus historias debía ser salvada.
Por supuesto, soy un incordio para él cuando empiezo a hacerle cierto tipo de
preguntas. Le cuesta volver al pasado. Pero algunos días, como me ocurrió hace
una semana, tengo suerte. Me enteré de que vivió cinco años en Villa
Pueyrredón, antes de casarse con mi madre, y que pintaba interminablemente una
mansión en Belgrano que pertenecía a un alto funcionario del gobierno argentino
de comienzos de los setenta. Luego de superado el esfuerzo monumental de pintar
toda la construcción, sus paredes, sus rejas, sus aberturas, etcétera, la
señora de la casa decidió que los colores no eran tan de su agrado y mandó
repintarlo todo. Si alguien le pregunta a mi padre si se molestó con la actitud
de la dueña de casa, él responde: ¡Al contrario! ¿No te gusta comer?
AZ: Te asocian mucho a un realismo contaminado de lo
fantástico. Leí en algunas notas que no te sentís muy cómodo con esa etiqueta y
que no te interesa la literatura fantástica. ¿Es así? ¿Cómo definirías a tu
escritura?
DGB: No me siento cómodo para nada con esa etiqueta. Si bien
fui un gran lector de literatura fantástica y escribí hasta más o menos los
veinticinco años muchos cuentos que podrían responder con facilidad al manual
básico de lo que es un texto fantástico, reniego sin vergüenza ninguna de todo
eso. Me resultó un tanto mecánico escribir de esa manera… En cierto modo me
sirvió para observar que el misterio de la vida, eso que me intrigaba y
perseguía, estaba en otra forma de comunicar las experiencias. Me interesa
mucho más la construcción de personajes, algo que no es la prioridad de la
literatura fantástica, creo. Pero tampoco me sirve el realismo chato. Me gusta
pensar que los sueños, su lenguaje, sus figuras y su lógica, son parte
constitutiva de la realidad, porque siento que sucede en mi propia vida.
AZ: Ya que estamos hablando de esa fina línea que existe
entre el realismo y lo fantástico,
Felisberto Hernández fue un
explorador de esa frontera. ¿Es una gran
influencia tuya? ¿Qué libro de él es que
más te marcó?
DGB: No lo reconozco como una gran influencia. Lo que ha
sucedido es que acá en Uruguay leyeron mi primer libro y creo que hubo como un
apuro en ubicarme en algún sitio. Otra vez lo de las etiquetas… Y me pusieron
en Literatura Fantástica esquina Felisberto Hernández. Por supuesto que soy el
primer agradecido ante cualquier comentario que hagan sobre lo que escribo.
Pero no me siento un continuador de su estética ni pienso serlo. Felisberto es
un genio de una originalidad suprema. Realmente es único. Su trabajo con el
concepto de memoria es estupendo, y sus asociaciones simbólicas son únicas en
su género. De lo que escribió, me gusta lo que le gusta a todo el mundo: Por
los tiempos de Clemente Colling, El caballo perdido, Las Hortensias, etc. También
me producen una particular fascinación las cartas a su familia de cuando se iba
a tocar a pueblos del interior de Uruguay o de la provincia de Buenos Aires.
AZ: ¿Cuáles son tus obsesiones recurrentes?
DGB: No creo tener obsesiones. En cualquier plano de la vida
intento rehuirle a todo lo que me pueda atar, esclavizar. De hecho, le tengo
pavor a los vicios, a que le sustraigan algo a mi interioridad. A nivel
creativo, tampoco me gusta anclarme en lo mismo. Me interesa pasar de un
registro o tema a otro. La inseguridad creativa me parece fértil.
AZ: ¿Cómo definís el panorama actual de la literatura
uruguaya? ¿A qué autores recomendás?
DGB: Para los narradores de mi generación, digamos los que
nos formamos sentimentalmente en la reapertura democrática y que hoy tenemos
entre treinta y cuarenta años, se trata de un período muy estimulante. No sé si
hubo desde la dictadura otra generación que recibiera por parte de un sector
importante del público y de los medios, tanta atención. Hay un interés especial
acerca de lo que estamos escribiendo y se nos lee de inmediato. Creo que eso se
debe en parte a los distintos que somos. Hay algo de policromático en todo el
conjunto. Y si no, basta comparar las prosas y los intereses de narradores como
Manuel Soriano, Valentín Trujillo, Rodolfo Santullo, Martín Bentancor, Martín
Lasalt, Fernanda Trías, Horacio Cavallo, Fernández de Palleja, Ramiro Sanchiz,
Pedro Peña, Martín Arocena o Natalia Mardero, por nombrar algunos.
Pertenecientes a generaciones anteriores son muy interesantes los libros de
Roberto Appratto y Gustavo Espinosa, también.
AZ: ¿En qué estás trabajando?
DGB: Estoy muy próximo a terminar un libro de memorias cuya
estructura o dirección está dada por la forma en que desde niño me fui
aproximando al fenómeno del lenguaje. Se llama El origen de las palabras. Al
principio, fue un libro en el que iba a escribir sobre unas veinte palabras, la
historia íntima de esas veinte palabras, digamos. Después comenzó a
transformarse en algo más amplio, es decir la historia de cómo me di cuenta de
que quería ser escritor y cómo eso a su vez se vinculaba con mi familia, el
modo en que mis padres habían luchado contra lo peor de la vida. Por último, me
descubrí además escribiendo sobre el lugar en el que me crié, un barrio muy
humilde que se formó con gente que llegó de partes muy diversas del país, tipos
humanos que están desapareciendo. La escritura se transformó, página a página,
en un homenaje, un rescate. Se trata de personas que se sobreponen todos los
días a situaciones terribles. ¡Y uno llorando por la página en blanco!
lunes, marzo 07, 2016
Más González Bertolino y menos Prozac
Matías Moscardi sobre El increíble Springer, de Damián González Bertolino, para Bazar Americano.
Reseñar una novela es siempre estar ante el dilema del
spoiler: la torpeza de adelantarle al lector ocasional –por atolondramiento o
falta de tacto– alguna sorpresa narrativa, algún giro argumental. Tengo miedo
de incurrir en este error: decidí que mejor es no contarles nada. Por el
contrario, quiero hablarles de una novela como si no la hubiera leído, como si
la hubiera olvidado como se olvida un juguete de la infancia, como si imaginara
lo que sucede a tientas –o no supiera exactamente lo que sucede–; reseñar,
incluso, bajo el diagrama de la envidia: como si fuera yo, y no Damián González
Bertolino (Punta del Este, 1980), el autor de El increíble Springer (Entropía,
2015) y todavía no la hubiera empezado a escribir, pera ya tuviera instalada en
la cabeza la materia sensible del relato. No encuentro otra forma –mala mía– de
transmitir algo de la experiencia de lectura que nos deja esta novela.
¿Nunca les pasó que un ser querido les resultara, por una
milésima de segundo, completamente extraño? El increíble Springer habla de
estas cosas: de la infancia –de sus personajes– y de las mutaciones y devenires
que nos conducen a esa antesala del mundo adulto que es la declinación de la
adolescencia.
Desde el comienzo, El increíble Springer funcionó, para mí,
como un imán. Estaba en la casa de Ana Porrúa, cuando me alcanzó el libro con
una frase: dicen que está muy bueno. Pude escuchar ese rumor nebuloso resonando
en la cavidad del título –directo, simple, casi descriptivo– que activa
invariablemente nuestra curiosidad, incluso como desafío: ¿qué tendrá de
increíble este tal Springer? Entonces abrí el libro, leí el primer párrafo,
compuesto de una sola oración:
Estoy seguro de que fue en el verano de 1957 cuando Gastón
Springer se transformó en el increíble Springer.
El primer interrogante redobla, de este modo, la incógnita
del título. No sólo queremos ver qué tendrá de increíble este tal Springer: con
la primera línea, el narrador deja entrever que este personaje, su amigo de la
infancia, no fue siempre el increíble Springer. Algo debe haber hecho para ser
merecedor de ese apodo. Como sea, sabemos que, indefectiblemente, una
transformación, un desplazamiento clave –de Gastón Springer al increíble
Springer–, es lo que el relato nos promete. Ahora bien, hay un problema: basta
con que el increíble Springer no esté a la altura de nuestras expectativas, que
no sea tan increíble, para que la promesa se transforme en decepción. Pero
claro, Damián González Bertolino es un narrador extraordinario, sabe esperar,
no se adelanta, mantiene el lector a raya, y cuando ya no damos más, cuando
queremos que se corra el telón, que se revele el secreto, de pronto descubrimos
que el secreto es mucho más grande de lo que el relato calibró en nuestra
cabeza como horizonte de posibilidades: una voz que narra sin mayores
pretensiones su infancia, experimenta, en una vuelta de página, un salto
enorme, y más aún: gigante.
Al comienzo de la novela, me pareció escuchar en la prosa de
González Bertolino algo del sonido de su contemporáneo Alejandro Zambra. Con el
transcurrir de las páginas, la sensación se disipó. Desde el comienzo, el DJ de
fondo que orquesta su escritura es J. D. Salinger: ya en su apellido, Gastón
Springer lleva en su sangre algo del autor de los Nueve cuentos. En efecto,
como “El hombre que ríe”, una de las cosas que notamos de Springer es su
sonrisa grabada como un gesto sutil en su rostro.
Por lo demás, aquello de increíble suena –de entrada– como
un mito de adquisición de superpoderes, aunque también tiene algo circense, la
atracción de un freak como los que vemos en la película homónima de Tod
Browning o aquellos que aparecen en las fotos de Diane Arbus. El increíble
Springer: la lectura se encuentra impulsada por esta nominación, por el enigma
infantil de esa palabra.
La novela es, en definitiva, la historia de las personas que
cambian, de los amigos que se vuelven irreconocibles: la historia de lo que nos
toca perder o dejar atrás cuando el tiempo, sencillamente, pasa. Si todavía no
sabían nada de González Bertolino y leen El increíble Springer, seguramente van
a estar esperando, como yo, que Entropía publique otro libro suyo.
Por último, hay algo clásico en la escritura de González
Bertolino, y creo que es esto: su trabajo como narrador es invisible. No
parece, ni siquiera, que estuviéramos leyendo sino que escuchamos, en trance,
el relato durante un lapsus donde el lenguaje desparece o se vuelve una delgada
capa transparente, apenas un rumor, dejando a flote, como la resaca de una ola,
la historia de cómo Gastón Springer se transforma.
miércoles, diciembre 30, 2015
La identidad está formada por relatos
Entrevista a Damián González Bertolino por Ivana Romero para Tiempo Argentino.
Con El increíble Springer, el joven escritor uruguayo Damián
González Bertolino ganó el premio literario más importante de su país,
Narradores de la Banda Oriental. Acaba de editarse en la Argentina a través de
Entropía.
Los Springer, oriundos de Francia, llegaron a Punta del Este
a mediados de los cincuenta. Gastón, el hijo menor de la familia, tenía 12
años. Era retraído y pasaba gran parte del día dentro de su casa, quizás porque
los médicos insistían con la fragilidad de su salud. Así que lo primero que se
le escuchó decir en mucho tiempo fue "tortuga" cuando el bicho salió
de su cueva en el jardín. Springer padre explicó a las visitas que se trataba
de una tortuga terrestre que había sido de su propio padre. "Va a ser
gigante… y cuando yo me muera ella va a estar viva", afirmó como si
estuviese transmitiendo un legado. Quien evoca esto, escribe: "Lo decía y
continuaba riéndose. Hasta logró hacer que mi padre se sonriera un poco
también. Esas eran cosas de gente grande. Yo me quedé solamente pensando en la
palabra gigante. No sé si la había oído antes (….) Todos tenemos un momento en
la vida en el que escuchamos una palabra por primera vez, y esa palabra tiene
siempre, del otro lado, una historia. Y por lo general esa historia transcurre
en la infancia." Con esa escena iniciática empieza la amistad entre los
dos chicos, uno hijo de pescadores, el otro hijo de una familia adinerada. De
lo que se trata luego es de encontrar aquellas palabras que puedan contar, sin
clausurarlo, el misterio por el cual Gastón se va una temporada y vuelve a su
casa del mar convertido en otro. Esa es la búsqueda que hace Damián González
Bertolino a través de El increíble Springer. Se trata de la primera novela del
autor uruguayo que se edita en nuestro país a través de Entropía y que sin
dudas es uno de los libros más hermosos del año que se va. Por este trabajo, él
obtuvo en 2009 el Premio Nacional de Narrativa "Narradores de la Banda
Oriental", el más importante de su país. González Bertolino –nacido en
1980 en Punta del Este- es un muchacho ecléctico: investigó la ciencia ficción
con Los alienados (2009), el policial con Los trabajos del amor (2006) y el
registro autobiográfico con A quién le cantan las sirenas (2013). En el mismo
sentido va su último libro, aún inédito, llamado El origen de las palabras. Es
que finalmente, reconoce de paso por Buenos Aires, los escritores pueden ir de
un género a otro pero en el fondo no hacen otra cosa más que construir su
propia memoria. Y esa memoria, claro, no se interesa tanto en cómo fueron las
cosas sino en cómo pudieron haber sido.
-Me decías antes que resolviste la escritura de El increíble
Springer en pocos meses.
-Sí, lo escribí durante un verano. Pero como dice Hemingway,
la escritura había empezado diez años antes, en mi cabeza, buscando la forma
adecuada de contarla. Springer parte de un hecho real vinculado a la infancia
de mi padre, a un niño que él conoció en la escuela, que tuvo un problema
hormonal y empezó a crecer en exceso. El gran escollo era que se transformara
en una historia meramente pintoresca o graciosa o curiosa. Supongo que eso se
acomodó cuando me di cuenta de que yo tenía que hablar de ese niño pero, sobre
todo, de mi padre. Hay cosas de su infancia y su adolescencia que han
permanecido en cierta zona de misterio. Así que sentí que escribiendo y
apelando a la imaginación, podía reconstruir toda una parte de la historia que
nunca me contó ni creo que me vaya a contar. A la vez, imaginar cómo ese niño
interactuaba con un padre severo y con su amigo que se hace gigante… todo eso
me llevaba también al niño que yo fui. Porque en definitiva esa zona, dicha o
no dicha, forma parte de mi identidad.
-En la historia hay una imagen de Punta del Este no sólo
lejana en el tiempo sino también opuesta a esa imagen turística y snob que
suele tener. Algunos tramos transcurren en el barrio Kennedy, donde te criaste
y dónde aún vivís. ¿Cómo es ese lugar?
-Es un barrio popular. Creció como proyecto para alojar
familias obreras que con su trabajo contribuyeran a la expansión de Punta del
Este. Por las crisis sociales, muchas personas de otros lugares del interior de
Uruguay también se movieron ahí y actualmente viven unas 2000 personas. Ahora
es más bien un asentamiento precario, pero antes era un clásico barrio
rioplatense, un lugar donde la gente tenía poco pero aún así estaba ávida por
agarrar la vida del cuello. Algo de ese espíritu está en una biblioteca
comunitaria que abrí para mis vecinos llamada "Kennedy Cultura
Feliz". Enfrente del barrio sigue habiendo un enorme club de golf que
también aparece en Springer. Yo trabajé en ese club desde los doce años hasta
que me fui a estudiar el profesorado de Literatura. El contraste entre la
riqueza y la pobreza te sirve para tener una visión más matizada de ambos
asuntos. O sea que ahí, en el club de golf, se despliega parte de mi educación
sentimental.
-¿Qué trabajo hacías?
-Primero, a los diez años, juntaba pelotitas que se habían
perdido y luego se las vendía a los jugadores. A mi madre no le gustaba porque
tenía miedo de que me mordiera una víbora o algo semejante. Así que luego me
dediqué a cuidar coches en el verano, cuando no iba a la escuela. Sería un
trapito, como dicen acá. Los partidos de golf son muy largos, así que tenía
tiempo para leer. Y además ganaba dinero como para comprar libros y cosas para
mí el resto del año.
-¿De dónde viene tu pasión por la literatura?
-No lo tengo muy claro. Soy el mayor de tres hermanos y así
como a mí se me dio por la literatura, a mi hermano de 28, el menor, se le dio
por la música y actualmente toca la viola en una orquesta sinfónica de Roma,
donde vive. Con esto quiero decir que las cosas no siempre tienen un origen
evidente. Cuando murió mi abuelo materno, mi madre trajo una bolsa con libros
que él había dejado. Había de todo, desde autores uruguayos como Juan José
Morosoli o José Monegal hasta cosas como Platero y yo o los libros de Edmondo
de Amicis o Julio Verne. A mí me dieron mucha curiosidad. Además soy asmático y
cuando era chico tenía crisis fuertes, así que la lectura nació también de
quedarme en casa cuando me enfermaba. De manera paralela empecé a escribir. Mis
primeros personajes se iban de cacería al África, estaban imbuidos también por
la imaginería de la tele de los ochenta, desde V Invasión Extraterrestre hasta
los océanos de Jacques Costeau. A mi madre le parecía muy bien que yo fuera
escritor y a los 19 me regaló una máquina de escribir donde redacté mi primer
libro de cuentos. Eran horribles y creo que los tiré.
-En El increíble Springer conviven zonas de relato
vertiginoso y otras donde el texto pareciera detenerse al borde de un abismo.
¿Creés que ese es un efecto emparentado con lo fantástico?
-Mmmm, no lo sé. ¿Por qué lo decís?
-Porque me interesa hablar de la posible dimensión
fantástica de tu escritura. El jurado del Premio Nacional de Narrativa resaltó
como una cualidad del texto la irrupción de lo extraño en lo cotidiano. Y Elvio
Gandolfo escribió un artículo donde ve en tu trabajo una similitud con la obra
de Mario Levrero. "Los dos articulan una bisagra entre el realismo y lo
extraño que los convierte en representantes de peso de la literatura fantástica
moderna", dice.
-Elvio se ha encargado de difundir mucho mi trabajo. Me
siento muy afortunado y agradecido. Y sí, se me coloca en la zona de lo
fantástico a veces. La verdad es que yo no quise hacer de Springer un personaje
fantástico. En la literatura fantástica los personajes no tienen preeminencia.
Por el contrario, son esbozos para postular cierto estado que investiga el
texto. Y a mí los personajes me importan mucho. Justamente por eso me gusta
Morosoli. Y si en algún momento no hay más nada para decir sobre ellos, no lo
digo. Es verdad que eso puede ser extraño o inquietante. Hay quien me ha escrito
algún mail preguntándome cómo termina la historia "realmente". Todas
las vidas tienen agujeros negros, están compuestas por zonas de
indeterminación. En la medida en que tenemos conocimiento de ciertos relatos
que constituyen la vida de nuestros padres, tenemos otra observación de lo que
es nuestra propia identidad, de qué sueños, de qué dudas está compuesta. La
identidad está formada por relatos. También por eso escribí Springer. Pero en
cualquier caso son agujeros que no se pueden completar. En la vida no se puede
completar todo.
miércoles, diciembre 02, 2015
El verano de nuestras vidas
En un pueblo playero, a mediados de los años 50, dos chicos
se cruzan e inevitablemente sus destinos quedarán unidos para siempre.
Sobre El increíble Springer, de Damián González
Bertolino por Rodrigo Fernández para el diario El Popular
Primero debo confesar mi absoluta atracción por los libros
con una buena cantidad de páginas. A mí se me hace más excitante el texto
largo, la trama que se van armando poco a poco, el desarrollo lento de los
personajes. Pero luego de la lectura de "El increíble Springer" debo
confesar mi profundo desconcierto al encontrarme con una nouvelle que se
destaca por su simpleza. Por ahí sería más justo no hablar de "lo
simple", sino más bien de "lo sencillo". Porque me parece que
allí se encuentra el secreto para haber logrado un relato que roza la
perfección.
Son mediados de los años 50 y los Springer son una familia
más de un pueblo costero. Escapando de una Europa convulsionada se
establecieron en el lugar. Madre, padre y dos hijos, Jean y Gastón, comparten
la casa. Jean es un poco más grande que su hermano. Gastón es seguido a sol y
sombra por su madre que lo cuida de cualquier posibilidad de enfermarse. Pocas
veces el chico ve la calle más allá de su ventana. Sólo divisa a lo lejos el
mar. Hasta que se cruza con el hijo del pescador, un chico que recorre el
bucólico pueblo de norte a sur, de este a oeste, y allí se establecerá entre
ellos una conexión instantánea. El vínculo se va afirmando día a día, mientras
disfrutan de lo bueno y enfrentan lo malo. Pero un suceso lo cambia todo y
ambos verán cómo todo lo seguro se les escapa de las manos. Los días del aquel
verano, que se hizo largo en el año, se acaban. Como la infancia.
El relato escrito por el uruguayo Damián González Bertolino
parte de una simple anécdota -el encuentro de dos chicos en un verano-, para
contar una historia donde la pérdida de la inocencia se ve enlazada con lo
sobrenatural. Una nouvelle que no da lugar a pausas, como si el autor la
hubiese escrito de un tirón, y nos muestra que la crueldad puede aparecer en
cualquier momento.
"El increíble Springer" es un relato que contiene
la brillantez de lo simple, donde todo está en los detalles. Una nouvelle
cautivamente donde cada palabra ocupa el lugar que debe. El autor uruguayo,
nacido en Punta del Este en 1980, condensa en pocas páginas el sentido de lo
perfecto. Un texto breve, pero bello y crudo a la vez, que nos demuestra que a
veces no hacen falta demasiadas páginas para contar una historia, sino sólo
saber narrar. Algo que Damián González Bertolino entiende perfectamente.
lunes, noviembre 16, 2015
Pasado y presente en Punta del Este
El increíble Springer, de Damián González Bertolino en Perfil Cultura.
Por Osvaldo Aguirre
Hay circunstancias en que alguien escucha por primera vez una
palabra y esa palabra permanece asociada con un lugar y una época, con una
historia. Esta idea del uruguayo Damián González Bertolino es la clave de El increíble Springer, nouvelle ambientada en Punta del Este a fines de los años
50 en torno a una familia de franceses arribada durante la Segunda Guerra
Mundial. La palabra en cuestión, gigante, evoca en principio la figura de un niño
tímido y enfermizo, que de pronto se transformó en un ser físicamente anómalo y
devino en objeto de curiosidad y de inquietud.
El relato se presenta como un recuerdo de infancia del
narrador (que no coincide cronológicamente con el autor, nacido en 1980).
Ficción disfrazada de memoria, se apoya en el contraste entre pasado y presente
(“Punta del Este era un lugar muy distinto”, menos turístico y más pueblerino)
y en luminosas imágenes del mundo de entonces como quedó registrado en la
percepción infantil, cuando mirar significaba también adueñarse de las cosas.
El joven Springer es una criatura fantásticas con
reminiscencias de Gregorio Samsa y de los personajes de H.P. Lovecraftm aunque
más tierna, menos torturada e igualmente enigmática. Pero la mirada del
narrador no está concentrada en la extraña metamorfosis que el personaje padece
repentinamente sino en la amistad y en los momentos de felicidad que
compartieron en la edad de iniciación, y en cómo ese ser deforme pudo agradecer
la protección y el afecto que recibió cuando vivía aislado de los demás a
través de una pequeña y gratificante venganza.
El crepúsculo invernal, el sonido del viento proveniente del
mar, los prodigios que cumple un chico extraño, un hombre llegado de Montevideo
con un hijo y una existencia oscura detrás, la primera bicicleta, una escena de
voyeurismo con el protagonismo involuntario de Mirtha Legrand: El increíble Springer atesora
impresiones y experiencias imborrables en un relato escrito con pulsión lírica
y contenta nostalgia.
jueves, octubre 29, 2015
El increíble Springer en Revista Brando
El increíble Springer, recomendado del mes en Revista Brando
por Fernanda Nicolini
Una Punta del Este agreste, lejos de la postal veraniega, y
dos amigos que están por entrar a la adolescencia. El narrador es hijo de un
pescador, y su compañero, de inmigrantes franceses con un mejor pasar pero
atado a la sobreprotección materna por una enfermedad indefinida que luego
tendrá consecuencias asombrosas. Ese es el punto de partida de la nouvelle El
increíble Springer, de Damián González Bertolino. Nacido en Punta del Este en
1980 (la historia transcurre en la década del 50), ese dato del autor nos lleva
a sentir que las imágenes precisas del lado oculto de un pueblo, la intensidad
de las experiencias del universo adolescente (las peleas, las lealtades, la
humillación por un cuerpo que aún no se desarrolló) y la fluidez de una voz que
narra con la naturalidad de quien cuenta una historia cercana tienen un
atrapante eco de vocación biográfica. Esa cercanía –maestría de González
Bertolino mediante– es también la que nos lleva a borrar sin conflicto la tenue
frontera entre lo real y lo fantástico pero probable. Una pequeña gran historia
para leer de una sola sentada.
martes, agosto 25, 2015
Fraternidad, amistad y dolor en la Punta del Este de los 50
Entrevista a Damián González Bertolino, autor de El increíble Springer.
Por Pablo Chacón para Télam.
En “El increíble Springer”, el escritor uruguayo Damián
González Bertolino arma una novela de iniciación desarmando los tópicos de esa
suerte de subgénero, introduciendo la extrañeza en la extrañeza en una ciudad
marítima afantasmada por el invierno, el vacío y la bruma que como otros
personajes, acompañan la transición, de la pubertad al mundo adulto.
El libro, publicado por la editorial Entropía, es una
hermosa reflexión sobre ese momento clave, de inflexión o transformación que a
veces o casi siempre llega cuando nadie lo espera.
González Bertolino nació en 1980 en Punta del Este, Uruguay,
y tiene publicadas otras dos novelas, “El fondo” y “Los trabajos del amor”.
Esta es la conversación que sostuvo con Télam.
T : "El increíble...", en principio, ¿es una
novela de formación, un bildungsroman, como suele decirse?
GB : Sí, tiene varios de los elementos de ese tipo de
relatos. Me acuerdo que cuando ya llevaba una buena cantidad de páginas
escritas de pronto fui consciente que estaba entrando en ese género, lo que me
hacía pensar en que me introducía en un molde. Ese molde ayudaba a la hora de
escribir, porque brindaba ciertas pautas, y a la vez podía limitar. Creo que
algo de esa tensión estuvo presente mientras escribí "El increíble…",
principalmente porque lo que quería hacer era meterme con una parte de la vida
de mi padre. Claro que ese momento de su vida coincidió con lo que llamamos la
"formación sentimental"; es decir, fue uno de los momentos más
representativos de su hasta entonces corta vida, porque condensó un dolor que
le venía de muchas otras partes de la existencia.
T : Esa Punta del Este desolada, invernal, vacía, ¿es la
tuya, fue la tuya? Lo pregunto porque parece una protagonista más de la novela.
GB : Es verdad. Quise que el paisaje tuviera un cierto rol
protagónico. Ojalá lo haya logrado. Esa Punta del Este fue la de la infancia de
mi padre, pero también la de mi propia infancia en los 80 y aún la Punta del
Este que puede apreciarse en algunos rincones hoy por hoy. Aunque hacía varios
años que tenía la idea en mente, recién pude comenzar a escribir esta historia
cuando comprendí que si quería evocar o imaginar lo que no sabía de la infancia
de mi padre, primero tenía que vislumbrar algo, lo que fuera del espacio por el
que él se había movido. Por otra parte, tengo una fascinación con Punta del
Este en invierno desde que soy niño. Las casas de los turistas son abandonadas,
los jardines de pronto se vuelven agrestes y misteriosos, casi góticos,
decadentes, y los objetos hablan por sí mismos. Entonces, con el aire marino,
llega el óxido como la expresión de la soledad, del mundo revelándose tal cual es.
Los carteles, las rejas, los decorados, todo lo que puede ser mordido por el
óxido sufre un lento cambio que nos recuerda cómo sería en realidad todo ese
mundo. Cuando está por llegar el verano, batallones de empleados empiezan a
remover las superficies para que brillen. Por cosas así siempre asocié el óxido
con el nacimiento de la intimidad, que suele ser algo opaco, además.
T : Esa tensión entre lo familiar y lo siniestro es lo que
supone la entrada de la enfermedad. ¿Pero no podría leerse como un rito iniciático desplazado?
GB : Sí, es posible. O también como la renuncia a entrar en
ese mundo donde hay que pasar por los ritos. Pero también es cierto que eso le
ocurrió a alguien en la vida real.
T : ¿Cuál es el lugar de Ferreira en la narración? Lo veo
como a un Juan Carlos Onetti en la bruma.
GB : Es posible en el sentido de que Ferreira (o los
Ferreira, padre e hijo) es un personaje aparecido de la nada, con un pasado
extraño, cuya información es escamoteada. Eso aparece en Onetti, y es un
recurso que él, creo, tomó la de la literatura del gótico sureño, que admiraba.
En mi caso, también fue así, pensé más en Carson McCullers o Flannery O'Connor
que en Onetti. Para mí la aparición de Ferreira era un poco como la aparición
del primo Lymon en "La balada del café triste".
T : Al respecto, ¿cómo te ubicás en la tradición literaria
rioplatense?
GB : Me cuesta mucho responder algo así. Acá en Uruguay se
me nombra como uno de los integrantes de una nueva generación de narradores.
Algo efímero, porque en cinco o diez años la nueva generación ya va a ser otra,
así que los de ahora vamos a estar más tranquilos. Pero, sinceramente, no estoy
preocupado por pensar en una cuestión de ese tipo.
T : Tres libros sobre los que volvés siempre.
GB : "Tierra y Tiempo", de Juan José
Morosoli, las Novelas Ejemplares de
Cervantes y, últimamente, los apuntes de Elias Canetti, de un modo casi
oracular.
jueves, agosto 13, 2015
El increíble Springer, de Damián González Bertolino
Dos comentarios en la radio sobre El increíble Springer:
Podcast literario Garamond 12
viernes, julio 10, 2015
''Es mi íntimo homenaje a mi padre''
Entrevista a Damián González Bertolino por Mariana Kozodij para Diario Registrado
Este cuento largo comienza con una dedicatoria a su padre
Carlos. Cuando uno bucea un poco, en la vida de González Bertolino, nota que
los puntos de contacto entre ficción y realidad se mezclan agradablemente en un
cóctel literario que funciona.
El increíble Springer tiene la particularidad de preparar al
lector desde el mismo título; el personaje narrador nos introduce a su nuevo
amigo Gastón Springer, un niño enfermizo de una familia adinerada francesa que
llega a Punta del Este en 1957. Al comienzo parece más una de esas típicas
historias de verano en la costa pero resulta imposible dejar de pensar en la
cualidad de lo "increíble". Y ahí es cuando Bertolino sorprende
retomando una anécdota escolar de su padre.
Con una prosa limpia con imágenes bellas a la hora de crear
espacios- que remiten en precisiones poéticas a Morosoli-; esta nouvelle tiene
el encanto de la literatura que no se queda encerrada en un sólo posible
público lector. Los diálogos y personajes conviven de manera apacible sacudidos
por momentos que juegan con la idea de "estar creciendo" en su
sentido más amplio.
- ¿Cómo llegó la oportunidad de publicar de este lado del
Río de la Plata?
Damián González Bertolino (DGB)- Directamente desde los
editores de Entropía, movidos a su vez por la recomendación de "El
increíble Springer" que les había hecho Elvio E. Gandolfo.
- Originalmente "El increíble Springer" tenía otro
relato (Threesomes) cuando fue editado ¿sentís que el texto cierra igual sin su
compañero?
DGB- Sí. "Threesomes" es una historia bastante
diferente a la de "El increíble Springer", ambientada en otra época
de Punta del Este, con personajes distintos y hasta escrita con otra técnica.
El marco de "El increíble..." es el del Punta del Este que los
argentinos recién descubrían sobre mediados de los '50; el de
"Threesomes", un campo de golf en los '90, frecuentado por los nuevos
ricos del 1 a 1 del Menemismo.
Pero también son historias muy uruguayas. Entre una y otra,
a pesar de las diferencias que marqué, creo que hay una propuesta. Miro ese
libro y pienso que en el fondo no deja de hablar acerca de lo que el tiempo
hizo con el lugar en el que nos criamos mi padre y yo. Así y todo, "El
increíble Springer" habla por sí mismo.
- Una de las menciones que se repiten entre la crítica
uruguaya sobre tu escritura es que "sabés hacer que lo extraño irrumpa en
lo cotidiano" ¿Cómo manejás esos universos a la hora de narrar, en
especial cuando decís que te interesan "los individuos como
historias"?
DGB- Apenas publiqué mi primer libro, uno de los aspectos que se me señaló fue ese,
justamente, el de la extrañeza. Y entonces vienen aparejadas ciertas
filiaciones literarias que en cierto modo yo evito, no porque esos autores no
me interesen, sino porque siempre pienso que esa extrañeza para mí es más vital
que literaria. La vida es demasiado extraña e incomprensible, y nuestros sueños
forman parte de la realidad. No hay más vueltas. Lo viví desde niño con las
historias que me contaban, con lo que ocurría a mi alrededor, etcétera. La
propia historia de "El increíble Springer", la del niño que crece
extraordinariamente, fue algo que le ocurrió a mi padre con uno de sus amigos
de la infancia en los mismos escenarios que yo recreo en el texto. Creo que en
esas experiencias inusuales uno halla algo también inusual del personaje.
- En una entrevista que te hizo Mario Delgado Aparaín
contaste la anécdota de tu padre, de niño, dándole un vaso de agua a un
exPresidente e inmediatamente esa imagen me llevó a tu texto. En "El
increíble..." una tortuga, Mirtha Legrand, una bicicleta o un gato forman
parte de escenas poderosas que nutren la trama ¿Cómo es tu proceso de
escritura?, ¿Trabajás con memorias emotivas?
DGB- Para escribir una historia puedo partir de cualquier
cosa: una imagen de un sueño, algo que le oí a mis padres o a los vecinos,
situaciones que veo en la calle, lo que sea... De todas formas, creo que en un
libro tiene que haber, ya sea visible o no, una propuesta, una pregunta o la
respuesta a esa pregunta. Contar una historia porque sí, por vistosa que sea,
no es suficiente. Debería proponer algo con respecto a la vida. Si siento que
lo que escribo no «propone» algo, no me siento confiado o cómodo. A veces lo
encuentro en la marcha, como cuando escribí «El fondo». Otras cosas quedaron en
el camino porque eran pura vanidad o porque eran como una sucesión de chistes,
y porque no me decían nada sobre la vida.
En cuanto a la memoria, es cierto; tiene para mí su
preeminencia. Entre mi niñez y mi adolescencia conocí una cantidad sorprendente
de personas vinculadas a diversas actividades y de distintas clases sociales.
Hubo situaciones que viví o que presencié y que para mí constituyen una explicación
del dolor o de la alegría de las personas que me rodearon. Volver sobre esas
situaciones a través de la memoria y la escritura me ayuda a conocerme y a
rescatar lo que ya no existe. Nada nuevo bajo el sol. Pero qué importa que no
sea nuevo si te ayuda a respirar.
- Otro dato que se cuela en la nouvelle, y que se une a tu
historia personal, es tu infancia en un
barrio humilde frente a un campo de golf. Infancia y lugar de los que elegiste
remarcar la resistencia como cualidad aprendida ¿sentís que esa experiencia
propia puede leerse en "El
increíble..."?
DGB-Sí, por supuesto. La escritura de “El increíble
Springer” es mi íntimo homenaje a mi padre, a quien considero un sobreviviente
en el sentido más amplio del término. El lector del libro no tiene porqué
saberlo; no hace falta, quizás, porque la historia debería leerse
independientemente de lo que la haya suscitado. Lo que yo busqué y encontré en
mi intimidad al escribir el relato es, justamente, algo muy mío, y en su
publicación el texto debería valerse, en cambio, por otros atributos. Con esto
quiero decir que, de todo lo que he escrito, “El increíble Springer” es el
relato del que menos me podría afectar un comentario desfavorable, porque en
esa escritura yo siempre voy a estar con mi padre.
Sin embargo, tengo que decir que escribí esa historia más
por lo que desconocía que por lo que sabía de la infancia de mi padre.
Escribir, imaginar fue una manera de conocer o completar una parte de la vida
de mi padre de la que no se hablaba mucho.
- Hay cierta visión infantil- más allá del personaje- en tu
texto ¿Cómo manejás el lenguaje para que tu mirada adulta en retrospectiva no
se cuele?
DGB- No lo sé bien. Quizás lo que me ocurre es que esa
"mirada adulta en retrospectiva" no es tan adulta y tiene lo suyo de
infantil, también. A veces me descubro observando con cierto rechazo el mundo
adulto y sus prácticas, incluso las más triviales, esas que revelan el peso de
una convención social, etcétera. No quiero decir que me niego a crecer ni nada
por el estilo. Nada que ver. Lo que sí noto es que muchas veces me encuentro
observando a los adultos, los adultos como yo, del mismo modo en que los podría
observar un niño. Ese asombro en la mirada contribuye a la escritura.
- ¿Creés que formás parte de una "literatura del
mar"?
DGB- El término «literatura del mar» es controversial en
Uruguay, porque sacando algunos casos aislados y muy valiosos (pienso en Carlos
María Domínguez), parecería que nuestras letras están de espaldas al mar o que
lo utilizan, llegado el caso, como algo funcional. Para escribir sobre el mar
también hay que conocerlo, así como la vida que lo rodea. En mi caso, nunca
navegué, no me interné jamás mar adentro; pero crecí a su lado y tengo algunos
familiares más o menos directos que han desempeñado oficios relacionados con el
mar.
De hecho, uno de mis bisabuelos paternos solía integrar a
principios de siglo XX las expediciones que se hacían desde Punta del Este a la
Isla de Lobos para matar lobos marinos a mazazos y comercializar después su
pelaje. Así que en varias de las cosas que he escrito aparece el mar como un
escenario natural para los personajes. no creo que forme parte de una
literatura del mar, pero me gusta la idea de haber contribuido aunque sea un
poco a su visibilidad en nuestra narrativa.
- Luego de tu celebrada novela "El fondo" llegó
"Los trabajos del amor" ¿Qué podés contarnos de esta novela negra?
DGB-Curiosamente, es lo primero que escribí; antes de
"El increíble Springer", "El fondo" y otras cosas. Se
publicó recién en 2015 porque estuve dándole vueltas durante mucho tiempo. Es
la historia de dos delincuentes (o más bien "malandros", como les
llamamos acá) que tienen que cumplir con la tarea que les asigna su nuevo jefe:
transportar el cadáver de un hombre que falleció en un motel hasta su hogar y
dejarlo allí sin que su familia se entere. Sin embargo, la historia excede lo
argumental. Me interesaba más una cuestión de la mirada, de la perspectiva. La
novela se publicó aquí como un policial, más precisamente en una colección de
ese género. Pero lo cierto es que nunca se me pasó por la cabeza escribir un
policial, aunque entiendo que pueda ser leído desde las marcas del género.
Lo que quise hacer fue escribir una historia ateniéndome
sólo a los personajes y su mirada de la realidad, como una exploración de un
tipo humano, que es el del "malandro". En ese sentido, por cómo está
dada la perspectiva, siempre vi "Los trabajos del amor" más cerca de
la picaresca que del policial.
- Hace poco me preguntaste sobre el valor de los libros en
Buenos Aires y remarcaste la diferencia con Uruguay ¿qué otras diferencias
encontrás en los universos literarios y/ o editoriales entre ambos polos de
escritura?
DGB- Sacando la cuestión del precio de los libros, es obvio
que para un escritor uruguayo el mercado argentino ofrece posibilidades mucho
más amplias en cuanto a la difusión. Por otra parte, en cuanto a los universos
literarios entendidos como "el mundillo literario", sé muy poco. No
conozco mucho el ambiente ni del lado de Buenos Aires y tampoco el de
Montevideo en el sentido de "estar ahí"y formar parte de las idas y
vueltas. Vivo a cierta distancia de Montevideo y lo miro todo de lejos. Aunque,
claro, estoy más o menos al tanto de lo que se publica en un lado y otro. Creo,
en cambio, que en Buenos Aires, desde los medios, existe una promoción mucho
más fuerte o marcada de los narradores argentinos que la que se efectúa acá
sobre los uruguayos.
- ¿A quiénes leés?
DGB- No tengo una fijación en especial con ningún autor.
Siempre me encuentro leyendo cosas diversas y por lo tanto suelo tener períodos
en los que me concentro en ciertos autores. En los últimos tiempos: Francois de
Chateaubriand, Elias Canetti y V.S. Naipaul. Sin embargo, ahora mismo estoy con
cuatro lecturas que se complementan bien: "Escribir", de Marguerite
Duras; "La muerte del padre", de Karl Ove Knausgard;
"Mecánica", de Francois Bon y "Como si fuera poco", de
Roberto Appratto.
- ¿Cuáles son los libros más preciados de tu biblioteca?,
¿Cómo te llevás con los libros digitales?
DGB- Las obras completas de Juan José Morosoli. Una edición
autografiada de "Estambul", de Orhan Pamuk (me resbalan los
autógrafos, pero Pamuk es un grande). Tres tomos con correspondencia de Pierre
Teilhard de Chardin: sus cartas de viaje, las de Hastings y París y las de
Egipto. Un tomo con las obras de Cyril Connolly. Los apuntes de Elias
Canetti...
También tengo en gran estima un ejemplar de "El
proceso", de Kafka, que me llegó en un paquete junto a otros libros que un
socio del club de golf, dueño de librerías en Buenos Aires, me enviaba de
regalo todos los años. Yo era adolescente. Un verano le pedí "El
proceso", entre varios libros. Más o menos en abril, como cada año, me
llegaba el paquete a mi casa. Cuando llegó el verano y el socio volvió al club,
me preguntó si había recibido el paquete aquel año. Le respondí que sí y luego
me contó que en la librería nunca supieron si el cadete que llevaba el envío
hasta la agencia de correos había cumplido con la tarea. Nunca regresó a la
librería. En el camino, fue asaltado y baleado por unos ladrones. Murió en el
acto. Estaba casado. Tenía tres hijos pequeños. Lo último que hizo en su vida
fue enviarle un paquete con libros a alguien que no conocía. Cuando veo esos
libros en mi biblioteca, en especial "El proceso", porque era uno de
los que yo más deseaba leer en esos días, no puedo dejar de emocionarme y
pensar que un día me gustaría conocer a la familia que quedó destruida por esa
muerte.
Por otro lado, me llevo muy bien con los libros digitales.
Tengo un Kindle y leo mucho más desde que me lo compré, porque, incluso, hasta
me permite leer comiendo, así como otra gente mira televisión, lo que es casi
imposible de hacer con un libro de papel.
- ¿Ya estás trabajando en un nuevo texto?
DGB- Desde hace un tiempo estoy con dos novelas, una más
avanzada que la otra, aunque lo que me tiene más ocupado por estos meses es un
libro autobiográfico que espero finalizar pronto y que se llama "El origen
de las palabras". Como lo adelanta el título, es un libro en el que la
presencia del lenguaje y su construcción tienen una presencia central. En
cierto modo, cuenta cómo fue que empecé a interesarme por escribir y cómo ese
interés se cruza con la historia de mi familia y en particular con el
sacrificio que mis padres hicieron para que mis hermanos y yo saliéramos de la
pobreza.
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