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martes, mayo 19, 2015

A la orilla de la conciencia

“Creo que muchas veces pensamos que el lector va a necesitar más de lo que en realidad necesita y a mí incluso me gusta darle hasta menos que eso”. Entrevista a la escritora mexicana Daniela Tarazona, autora de El animal sobre la piedra y El beso de la liebre, quien visitó Buenos Aires para participar de la Feria del Libro.

Por Valeria Tentoni para el Blog de Eterna Cadencia



Daniela Tarazona nació en Ciudad de México en 1975. Es autora del ensayo Clarice Lispector publicado por Nostra Ediciones en 2009. Tres años antes, en 2006, ganó la beca Jóvenes Creadores del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes Mexicano, con el proyecto de su primera novela: El animal sobre la piedra (que editó en México Almadía y en Argentina, Entropía). Fue considerada una de las diez mejores obras de su tipo publicadas en México durante 2008. En 2012, publicó su segunda novela El beso de la liebre (Alfaguara), que resultó finalista del premio Las Américas. La escritora fue reconocida como “uno de los 25 secretos literarios de América Latina” por la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, junto a la argentina Fernanda García Lao. Ha dado talleres de escritura, “con intenciones de fomentar el gusto por lo anómalo, deforme y extravagante”, según explica, y esos gustos son concordantes con los que se evidencian en sus obras.

Los dos personajes centrales de estas novelas, Irma e Hipólita, son seres extraordinarios en un sentido biológico: sus cuerpos pueden cosas imposibles, tan imposibles que hasta a ellas les cuesta procesarlas con el pensamiento, pasarlas al lenguaje. Tarazona acude a la animalidad como a una fuente mayúscula y olvidada de sentido, y a la metamorfosis como proceso por el cual sus personajes atraviesan las historias. Las tramas les reservan modificaciones venidas de fuentes externas (dios y el amor, por caso, que es como una enfermedad que debilita: “Era una mujer empobrecida por sus sentimientos, era una mujer con un intelecto pervertido”), pero los cuerpos de estas mujeres, a su vez, reaccionan a sí mismos. La autosuficiencia de esas metamorfosis está concentrada en este pasaje de El beso de la liebre:

Una crisálida llevaba días pegada a la corteza del árbol. Guillermo le mostró a Hipólita los cambios que había sufrido.

—Es la voluntad del encierro. Tal vez no puedes comprenderlo aún, pero este animal crece por sí mismo, como otros dentro del cuerpo de sus madres, sólo que la crisálida procura su propia mutación. Tú vas a resucitar, Hipólita, y la resurrección es ventura y ruina —le dijo Guillermo, mientras movía su boca desdentada como si alguien más hablara dentro de él. Enseguida, puso la yema del índice sobre la mancha de nacimiento en la corva de Hipólita: —Aquí está la marca.

Tarazona fue invitada a la Feria del Libro en Buenos Aires para presentar sus libros y en ese marco se realizó una entrevista en vivo que aquí desgrabamos:

—En una entrevista indicás que te cuesta distinguir entre realidad y ficción, que tu propio tránsito por la vida cotidiana tiene que ver con no insistir con esa distinción.

—Tiene que ver con tomar una extensión en otros territorios que para mí son reales, existen, y esa es una de las problemáticas que he expuesto en otras ocasiones; el pensar que todo esto puede ser verdadero. Tiene su parte gozosa y su parte complicada. Trato de poner mucha atención en lo que el personaje pide. Nunca he empezado a contar una historia, a escribir una novela, en la que yo sepa qué es lo que va a suceder. Sé que el personaje atraviesa distintas escenas, tres o cuatro, y entonces comienzo a escribir de esa manera. A través de ese ejercicio, el de poner al personaje en acción y que sea él quien llame al mundo que lo rodea, voy comprendiendo qué necesita. Sin embargo, sobre todo en El beso de la liebre, la idea de realidad o de verosimilitud está constantemente puesta en duda. Lo hice con total intención: el tiempo está roto, los episodios se vuelven a contar de maneras distintas, en tiempos diferentes. Es una novela que está desbaratada. Está escrita de manera fragmentaria también para poner en duda las nociones de tiempo, credibilidad, verosimilitud. Aquí esta mujer muere y revive, resucita. Yo pensé: si eso puede pasarle al personaje, pues yo puedo desmembrar mi novela y ése va a ser el mejor modo de contar la historia.

—También en El animal sobre la piedra también hay espacios, una construcción fragmentaria: no le das todo masticado al lector.

—Sí, es una preocupación, un asunto que me interesa. Creo que muchas veces pensamos que el lector va a necesitar más de lo que en realidad necesita y a mí incluso me gusta darle hasta menos que eso, es decir, invitarlo a que reconstruya, a que aporte más de lo habitual o de lo considerado como habitual en este tipo de textos. La participación activa del lector permite que la interpretación sea muy rica y que pueda encontrar quizás en esos espacios de silencio o vacíos una parte de su propia historia. Por lo menos a mí, como lectora de novelas que ponen en duda esta cuestión de la linealidad, me parece algo importantísimo de hacer. Esta participación activa, esa manera de completar el texto.

—¿Cuáles fueron los primeros libros que te dieron ganas de escribir?

—Desde luego, La metamorfosis, que es bastante obvio, pero me parecía sensacional que hubiera una historia donde eso pudiera ser contado. Yo pensaba: si esto puede ser contado, ya está. Fue una enorme atracción. Despues, la cuestión más de aventura y de fuga vino con El Mago de Oz, otro texto que para mí fue muy importante. Me fascinaban las posibilidades que estaban expuestas allí y el asunto de salir disparado a otro universo.

—Has sido leída en el marco del género fantástico, junto a escritoras como la argentina Silvina Ocampo. ¿Te sentís representada, te interesa inscribirte en algún género?

—No me interesa particularmente eso. Creo que cada escritor tiene un universo donde se siente mas cómodo, que le es más próximo. A mí estos universos me resultan más familiares, quizas porque mi infancia tuvo muchos elementos de magia. Mi abuela era poeta, y había en ella y en mi madre también una composición del mundo en donde había cosas muy absurdas que eran posibles. Eso, creo, ha sido una de las cosas que más agradezco haber experimentado, porque me dieron la chance de ver un poco más allá, inclusive en momentos difíciles. Veo esa posibilidad de la magia, del atravesar una pared. Eso era posible cuando yo era niña, y era hecho por los adultos.

—¿Tu abuela te pasaba libros?

—Sí, mi abuela me pasaba libros y fue quien me pasó de hecho Lazos de familia, de una de las escritoras que más he querido, Clarice Lispector. Me los pasaba como hacía las cosas mi abuela, era como una especie de misterio. Me decía: Bueno, te lo voy a dar y me dirás, sutilmente, qué. Era algo subrepticio, no era una comunicación abierta. Así me daba los libros.

—¿A qué edad leíste a Lispector?

—Como a los 17…

—Sé que has trabajado sobre ella, y entiendo estás enemistada un poco con la lectura que la suscribe únicamente a la parte feminista. Tus personajes también son mujeres y podrían predicarse cosas similares, ¿cómo te sentis con respecto a esa lectura?

—Creo que me resulta natural escribir personajes femeninos. Ahora estoy escribiendo otra vez uno femenino… Me parece que me es más natural contar una historia protagonizada por una mujer. Me han marcado dos cosas muy opuestas. En el caso de la primera novela me decían: tu personaje tiene que sufrir. Si está atravesando una transformación de esa naturaleza, si le están saliendo escamas, le está cambiando la visión, la lengua, el olfato, entonces tiene que sufrir. Y yo decía que no, porque el asunto precisamente en la novela es que esto es un ascenso en la escala evolutiva, ella está mejor en el mundo de esta manera. Fui muy necia al sostener eso. En cambio, en El beso de la liebre, me dicen que le hago cosas horrorosas a mi personaje, que cómo puede ser que le haga esas cosas…

—Pero tampoco sufre, ni se angustia, Hipólita. Quizás porque tiene superpoderes.

—No sé por qué, quizás porque es parte de la vida, la parten en muchos pedazos, la decapitan, pero eso pasa también de otras maneras en la vida y es una representación de eso, esa pérdida de miembros y extremidades que sufrimos. Para cerrar la idea, diría que son tratamientos muy distintos de personajes femeninos. El primero es instrospectivo, más formal, más preoccupado por una forma muy cuidada del lenguaje. Creo que la literatura escrita por mujeres es una de las escrituras que más me interesan, porque soy mujer, y me interesa leer y escribir acerca de eso.

—Además de Lispector, ¿qué otras escritoras te interesan?

—Me interesa mucho la escritura extraña de Amparo Dávila, que es terrible y sutil. Ella está hablando de cosas realmente muy duras y sin embargo logra hacerlo de una manera que se podría llamar elegante, y eso me gusta.

—También aparece la cuestión de la medicina como arte que interviene los cuerpos en ambas novelas. ¿Cómo trabajaste eso? ¿Te documentaste, es algo que te obsesione?

—Sí, entrevisté a un médico que hizo el primer transplante de brazos de Latinoamérica, en México. Él me preguntó: ¿Por qué te interesa esto? Y bueno, yo no supe bien qué contestarle. En mi familia hay varios médicos, son ortopedistas todos. Sin embargo, no soy muy valiente para ver cirugías ni nada de esas cosas. Mi hermano ponía cirugías en la casa, en la televisión, grabadas, y yo no me atrevía a verlas, me daba mucho horror. No sé si ahora podría aventurarme, ahora que lo estoy diciendo se me antoja.

—A veces esas visiones que tenemos de chicos de lo que no queremos ver pero vemos de refilón son las que nos marcan más.

—Sí, son además muy apreciables, porque creo que son como pequeños núcleos que tienen mucha potencia de significado. Pequeñas bombas que cada uno tiene en su historia y a las que puede recurrir y puede desenmarañar y comprender un montón de cosas a través de esos recuerdos.

—Una cantera de horrores.

—Sí, claro, algo de lo que ir tomando elementos.

—Sé que tu papá te regaló un diario de chica y empezaste con eso, ¿no? Es el formato un poco de El animal sobre la piedra, el de diario.

—Sí. Estábamos de viaje y entramos a una juguetería. Había una pared con diarios rosas, azules, violetas, con dibujitos muy cursis, y mi papá me dijo: ¿Quieres un diario para escribir? Era de estos que venden con candadito, y a mí me parecía increíble tener algo que podía, por el momento, ocultar y tener resguardado. Y poder escribir ahí lo que se me diera la gana. Eso fue muy atractivo para mí y ahí lo tengo, desde luego, no sé si lo volví a abrir.

—¿Eso fue lo primero que escribiste?

—Sí, mis primeras incursiones en la escritura fueron mis diarios.

—En tu primer cuento había un monstruo, ¿no? Lo monstruoso ya estaba presente desde el principio.

—Sí, también estaba de viaje, estábamos con mi mamá en un centro comercial y de pronto había mucha gente y me pareció muy interesante la idea de imaginar que entraba un monstruo a ese lugar. Imaginar qué iba a hacer la gente al verlo, para dónde iban a correr, en dónde se iban a esconder. Creo que el cuento era muy breve, lo escribí en una servilleta, e hice un dibujo. En El animal también hay algunos dibujos. En realidad, era como si hubiera tachoneado la hoja, esta manera de rayar la hoja que uno no cesa y entonces la hoja se rompe. Así era el monstruo.

—¿Y escribías poesía?

—Sí, tengo unos poemarios que no he publicado. Era lo que escribía hasta que me dije: voy a hacer una novela. Me acuerdo que lo hablé con mi abuela, que todavía vivía, y empzamos a conversar sobre de qué podía ser. En aquel tiempo era la historia de una mujer que hacia un viaje, bastante alejada del resultado final. Empecé a escribir cosas. El primer tratamiento de ese texto me fue llamando, me tardé mucho tiempo, estaba pensando y haciendo otras cosas y volvía a ese texto inicial que sufrió muchas transformaciones hasta convertirse en el libro.

—Se llamaba Terciopelo en su primera versión, ¿por qué?

—Por la composición de la tela, que tiene dos urdimbres y una trama, y hace esta cuestión, como que brilla por un lado pero también al pasarle la mano tiene movimiento, por los hilos… Yo quería escribir una historia sobre todo que fuera ambigua, donde estuviera jugándose todo el tiempo la posibilidad de que el lector juzgara si realmente estaba pasando que ella se transformase en este animal o no. Parece a veces que sí, pero no del todo. Quería hacer ese juego de doble vista, de movimiento.

—¿Recordás cómo fue el momento, después de esos cinco o seis años, en que la diste por terminada?

—Fue bastante física la sensación. Yo me fui muchas veces a Tepoztlán, cerca de la Ciudad de México, a escribir ese libro. Y llegué al final de esa historia una tarde y pensé que era el final, no tenía la menor duda. No se por qué. Y qué tristeza que la terminé, sentí que me podría haber quedado escribiéndola. También creo que a veces se trata de eso; uno publica distintos libros, y se ha dicho mucho sobre esto, uno está muchas veces escribiendo el mismo libro. O tienes las mismas inquietudes.

—¿Cuales creés que son las que más persisten en vos?

—Creo que la pregunta sobre la identidad, sobre quién soy. Es algo que no se puede responder, entonces me lo pregunto una y otra vez porque creo que no somos susceptibles de ser definidos. El cambio es continuo. Tengo muy mala memoria, por ejemplo, entonces a veces tengo la sensación de que no soy yo la misma de antes, pero es una sensación bastante verídica, entonces esa descomposición de la memoria también me interesa. El cuerpo, las posibilidades del cuerpo. El otro día me contaban de un escalador que se fue de la plaza de un pueblo a un volcán, en México, corriendo, porque quería romper un récord y hacer algo así, extraordinario. Cuando escucho esas cosas u otras que tienen que ver más con historias de curación, de gente que iba a morirse y de repente resulta que se curan, eso… Hay posibilidades del cuerpo que me parecen asombrosas. Y también es extraño estar dentro del cuerpo, estar a la vez un poco contenido y en expansión.

—Esa preocupación se ve también en la maternidad como tema. El beso de la liebre comienza en el útero, Hipólita en el vientre de su madre, e Irma está embarazada –y además se embaraza casi sin necesidad del hombre, con autosuficiencia. El embarazo como situación en la que hay un cuerpo dentro de otro cuerpo, que se parece a la preocupación también tuya de escritor habitando al personaje.

—Me interesa mucho también la idea de estar habitado por otros, creo que todos estamos habitados por otros. No distinguimos de manera natural a veces de qué modo lo que otros nos han transmitido y compartido es parte de nuestra composición más profunda. Esa cuestión del ser, es como el ser de Madame Noël en El beso de la liebre, esta composición de muchos pedazos de piel para hacer un ser nuevo es realmente algo que me parece fascinante. Qué ves cuando estás con una persona y la miras a los ojos, qué otras personas hay allí —que son personas reales, es decir históricamente reales, amigos suyos, hermanos, padres, lo que sea, pero también qué otras identidades hay formuladas dentro de cada uno de nosotros. Lo que decíamos hace un momento: de qué modo el recuerdo que es un núcleo que en un momento explota y nos puede hacer girar la cabeza asustadas, de qué modo nos podemos detener ante algo que no sabemos de dónde viene. Todas esas preguntas sobre la vida interior me parecen muy inquietantes, muy sabrosas.

—Es interesante el lugar que les das a los animales. Irma convive con un oso hormiguero, producís sistemas en los que los animales y los seres humanos están puestos en el mismo nivel.

—De hecho, hay un gato que entra, al principio de El animal sobre la piedra, al cuarto y orina. Hay un punto, una perspectiva que no tenía tan clara pero sí, considero que los animales… ¡Es que creo que hay muchas cosas que realmente no sabemos! ¡En general! Pero sí creo que con los animales se puede establecer un vínculo profundo, hay personas que hablan con sus animales, yo lo hago con mi gato, sé que hay mucha gente que cree esto. Y ese orden en que los humanos están con los animales en igualdad me parece el orden natural de las cosas.

—Y con respecto al futuro que imaginás en El beso de la liebre, ¿de dónde vienen estas visiones en debacle?

—Creo que estamos no muy lejos de que ocurra algo así. Estas estructuras existen y hay una procuración de uniformar, desde cómo vestir hasta uniformar las conciencias, el pensamiento, anular las diferencias. Creo que es algo que está ahí, que es muy visible. Mi interés va hacia la recuperación de esas particularidades. Por eso también me gusta mucho meter señas particulares; cicatrices, lunares. Todas esas cuestiones que hagan visible la individualidad, esa manera especial de cada uno de nosotros. Creo que de pronto hay muchas cuestiones dadas en nuestra sociedad que nos quieren alejar cada vez más de eso que nos hace ser a cada uno, único.

—¿Lo leerías como un libro de ciencia ficción?

—Sé que tiene elementos que corresponden a la ciencia ficción. Pero a mí lo que me ha interesado en estos dos libros, y en el libro que estoy ahora trabajando, es hacer algo distinto, uno de otro, aunque existan estas preocupaciones constantes. Me gusta que sea cada uno separado en su tratamiento, a pesar de que aparezcan mismas inquietudes. No me gustan tampoco mucho las etiquetas, son cosas que nos sirven para clasificar, claro, pero a veces creo que dejan mucho de lado. Es como una especie de visera.

—Ray Bradbury decía que al escribir hay que usar el teclado como una ouija y escribir cosas que una no sabía que sabía. ¿Te sentís identificada?

—Sí, ¡eso es lo espeluznante! Hay mucho de predicción en estos libros que yo escribí. Justo eso: saber que una escribió algo que después se manifiesta, y que quizás una no lo tiene claro porque es una especie de trance, está en la lectura que tiene de su propio texto cuando lo está escribiendo, y no te das cuenta, pero de pronto ahí está y es un llamado a situaciones que son realmente singulares. No diré muchos detalles al respecto pero, por ejemplo, en El animal sobre la piedra yo encontré muchas cosas que después viví.

—Dijiste en una entrevista con Andrés Hax que escribir es un peligro. ¿Por qué?

—Sí, porque cuando lo dije lo sentía, después lo comprobé. Ahí dije: siento peligro cuando escribo. Y después me di cuenta que escribir es algo peligroso, una no regresa de la misma manera, ni completa, ni feliz en oportunidades. Muchas veces es un acto bastante peligroso, sí, bastante de orilla. Un acto que sucede a la orilla de la conciencia, entonces a veces se pueden tomar caminos que uno no alcanzó a vislumbrar bien o de los que es difícil volver.


Daniela Tarazona: “La inquietud es mi principal alimento"

Entrevista a Daniela Tarazona en Revista Ñ




Otros caminos. A contracorriente del realismo en boga, Daniela Tarazona explora el borde entre lo extraño y lo fantástico.

Su primera novela El animal sobre la piedra (Entropía) es de una perfección asombrosa: una mujer va mutando en reptil, en animal prehistórico, y ese tránsito es descripto con minuciosidad, gozosamente. La segunda, El beso de la liebre (Alfaguara), combina rasgos genéricos del cómic, la mitología y la ciencia ficción; sucede en un presente global y decadente, en un territorio cuya identificación no importa. Su protagonista es también femenina y tiene superpoderes. La tercera, todavía en proceso de escritura, es sobre una mujer que atraviesa el tiempo. Daniela Tarazona, una de las voces más impactantes de su generación, es parte de la comitiva mexicana. Estará presente en tres mesas de la Feria junto a escritores mexicanos y argentinos y en un evento en el Malba el 11 de mayo.

–Tu novela El animal sobre la piedra narra un viaje y una metamorfosis, en ambos casos se parte hacia lo nuevo y desconocido. Más allá de lo doloroso de dejar la propia piel, enfatizás que se trata de una transformación gozosa. ¿Por qué?

–Supongo que se debe a la necesidad de escribir sobre la experiencia vital, y la vida es cambio continuo. Cuando escribía El animal sobre la piedra pensaba que el cambio de Irma era gozoso porque no quería que el personaje pudiera verse como una víctima. Los lectores de un taller, en aquel entonces, insistían: “ella debe dolerse, debe sufrir”, y cuando les decía que para ella la transformación era un ascenso en la escala evolutiva, dejaban de insistir. ¿Dejar la propia piel es doloroso? Sí, me hice esta pregunta. Es doloroso perder las cualidades anteriores, eso que llamamos talentos, habilidades. Sin embargo, tras el cambio, aparecen nuevos atributos –como le sucede a Irma– y es cosa de vivir con esos nuevos talentos y dejar de lamentarse por los que se perdieron.

–En este libro se rozan los temas del trauma ante la muerte, del dolor y la maternidad. Parte de su extraordinario impacto en el lector tiene que ver con la sutileza con que se abordan esos temas, con lo enigmático de las situaciones. ¿Cuál es tu búsqueda estilística? ¿Qué es lo que más te interesa lograr?

–Que el lector no quiera irse. Atraparlo como si cayera en una telaraña. Eso, casi siempre. No sé si tenga una búsqueda estilística definida. Así como me gusta leer historias que se arriesgan en su forma, busco narrar de la manera más adecuada lo que estoy contando aunque implique un riesgo. Esto es: cada historia busca su forma. Por otra parte, la reunión de las palabras que componen un texto son invocadas desde la inquietud. La inquietud es mi principal alimento y espero contagiarla a los lectores. Considero que se puede contar algo simple de manera extraordinaria. Lo más complicado es encontrar el tono que seduzca al lector.

–Tanto en esta novela como en El beso de la liebre la narración parece borrar sus propias pisadas, los hechos no siempre parecen formar parte de un encadenamiento. ¿Dirías que esta es una marca de tu escritura?

–Sí, puede ser una marca de mi escritura. No me interesa contar nada de manera lineal porque no creo que la vida se experimente así. Enfrentamos un suceso y recordamos otro semejante o lo relacionamos con otro hecho perdido en nuestro tiempo vital. No me interesan las ideas absolutas y tengo pocas certezas. El encadenamiento de los hechos sucede en “desorden”, aunque eso no quiere decir que su devenir sea ilógico; me refiero a la inmensa cantidad de asuntos que desconocemos de nosotros mismos y del mundo que nos rodea. Me detengo en lo que no se entiende a golpe de vista. Los enigmas están por todas partes. La civilización contemporánea pretende hacernos creer, bajo el dinamismo de su información e imágenes, que la mayor parte de las preguntas sobre el mundo y la vida del hombre han sido respondidas. Yo creo que sabemos muy poco. Y muchas veces ignoramos nuestra propia composición interior.

–En ambas novelas se trata de mujeres con “cualidades únicas”. ¿Por qué esta recurrencia?

– He preferido escribir historias de personajes femeninos porque soy mujer. Me interesan los personajes anómalos. Es una vocación antigua, me entiendo mejor con los espíritus deformes. Las cualidades únicas son, obviamente, las que nos distinguen de los otros. No sólo seremos reconocidos por nuestras señas particulares si tenemos un accidente fatal. Nuestra particularidad existe. Tal vez esa recurrencia de escribir sobre mujeres con cualidades únicas se repita pues la protagonista de la novela que estoy escribiendo atraviesa el tiempo. Lo hace sin darse cuenta hasta que está del otro lado del tiempo.

–¿Frecuentas otros géneros?

–Antes de escribir narrativa me dedicaba a la poesía. Y tengo varios cuentos publicados. Pero la novela es mi género favorito: permite estar sumergida en un mismo tema durante periodos larguísimos de tiempo, obsesionarse con la historia y los personajes, con sus misterios. Me gusta la mirada horizontal que abarca la novela, su más allá: la línea frente a los ojos, ese extraño destino de los personajes: un secreto que va revelándose poco a poco.

–¿Con qué escritoras y escritores argentinos sentís afinidad?

–He leído con fascinación libros de Carlos Ríos, Roque Larraquy y Fernanda García Lao y siento afinidad con sus temáticas, los puntos de vista y el humor que presentan sus textos.

–¿Qué autores mexicanos recomendarías?


–Cristina Rivera Garza, Julián Herbert, Carla Faesler, Valeria Luiselli, Luis Felipe Fabre... La escritura mexicana atraviesa un momento excelente.

lunes, octubre 15, 2012

Comunidad imposible

Alejandro Boverio lee El animal sobre la piedra, de Daniela Tarazona, y escribe su reseña para Espacio Murena:

«Daniela Tarazona ha escrito una novela mitológica, la de una transformación extraordinaria que se asume, al mismo tiempo, como una forma de testimonio. La narradora de El animal sobre la piedra (Entropía, 2011) emprende un viaje luego de la muerte de su madre. Un viaje no se sabe hacia dónde, y ese no saber es esencial al relato. Nadie sabe lo que puede un cuerpo, se dijo alguna vez, y he aquí una prosa que trabaja con la incertidumbre que puede asumir la propia corporalidad, que es también travesía. Se trata, entonces, del viaje de un cuerpo hacia su propia mutación. Una metamorfosis que no pretende explicarse, sino que se escribe visceralmente.

La escritura detenida y detallada, precisa hasta su acabamiento, de ese cambio que no es repentino, sino que se anuncia y que se desarrolla de a poco, es el testimonio de una experiencia que la narradora relata en primera persona, al tiempo que la excede. En verdad es su cuerpo el que narra. Son sus estertores, ansias y miedos los que nos interpelan desde las notas de una especie de diario que es, entonces, el diario de una metamorfosis. Irma presiente su transformación y viaja hacia el que será su nuevo hábitat. El mar, sí, pero también la tierra: el carácter híbrido de la naturaleza que marca y preanuncia la forma anfibia que asumirá su ser.

Hay cierta fatalidad en ese destino que no se domina y que se asume sin más. Pero ese destino es, paradójicamente, desconocido. La potencia del relato crece en el anudamiento de esa doble condición, la de una fatalidad incierta. Sin embargo, una seguridad: la fascinación de entrar en la naturaleza y ser uno con ella, la del animal que, confundiéndose con la piedra sobre la que yace, se encuentra por fin con su existencia desnuda.

En el trance de esta metamorfosis, que se produce en la profunda soledad de quien la vive en carne propia, aparece sin embargo un compañero y el amor, pero no para devenir juntos en reptiles como Cadmo y Harmonía en el relato de Ovidio, sino para distanciarse después del acercamiento, como sucede con los erizos de Schopenhauer, que se acercan para darse calor y luego se alejan para no herirse, en la búsqueda de una comunidad perfecta. En esta auspiciosa primera novela se cifra entonces también, desde la intimidad más inmediata, la búsqueda de aquella comunidad imposible.»

viernes, septiembre 14, 2012

Nuevos horizontes




«Los escritores Fernanda García Lao (Argentina), Emiliano Monge (México), Javier Mosquera (Guatemala) y Daniela Tarazona (México) presentan sus propuestas literarias y conversan sobre los nuevos horizontes de las letras latinoamericanas.

Estos cuatro escritores forman parte del proyecto denominado Los 25 secretos mejor guardados de América Latina. Se trata de una iniciativa de la Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara, México –el mayor acontecimiento editorial en los países iberoamericanos– que engloba a los 25 autores latinoamericanos de mayor proyección internacional por la calidad y solidez de su obra.

Modera el acto Juan Antonio Montiel (México), editor, traductor y profesor de literatura y filosofía.»


viernes, junio 01, 2012

Por contagio

Fernanda García Lao lee El animal sobre la piedra, de Daniela Tarazona, y escribe este texto para la presentación oficial de la novela:

La mutación es la alteración de un ser vivo que modifica sus características. Se presenta súbita y espontáneamente y puede transmitirse o heredarse. Frente al cambio inesperado, uno tiene dos posibilidades: el disfrute o la nostalgia de la antigua forma.

El animal sobre la piedra comienza con una muerte y un gato. La madre de Irma ha muerto y poco después, un felino la perturba. Uno extraño que orina bajo su cama, en señal de haberle ganado el territorio. 'El ruido del mundo a veces produce un aullido interior que contenemos'- anota ella.

Narrar un luto es una instancia dificil para cualquier escritor. La solemnidad y la pretensión dolorosa pueden conspirar contra el asunto. Sin embargo, no hay momento más desesperado y vital que el de sobrevivir a la muerte de la madre. 'Me salvaré -escribe- La fuerza que impulsa mi viaje es opuesta a la muerte'. Y entonces, Irma comienza la primera de sus mutaciones: la mudanza. Partir altera. Se nace otro, en otro lado.

Ella viaja a un mar lejano mientras asiste a una sucesión de cambios biológicos inesperados. Su cuerpo también muda, pero de forma. Lejos del imaginario masculino, donde las transformaciones tienen que ver con el costado oscuro de algún animal perverso: hombres lobo, murciélago, asnos o asesinos (Dr. Jekyll y Mr. Hide), lejos de Kafka, que hace nacer a su monstruo de la noche a la mañana, Tarazona necesita un libro para recorrer ese cuerpo, y hacer sentir al lector de un modo orgánico que toda mutación es, en realidad, una evolución. Que la piel fina de una mujer no basta. Que la reptilización de Irma la salvará de la muerte. 'Me sé inmortal cuando estoy sobre una piedra'. Así, Tarazona naturaliza un imposible. Y uno le cree.

Que una mujer se haga reptil no es materia fácil, describir al detalle cada cambio como un naturalista maravillado por su propio metabolismo, tampoco. Irma elige el disfrute. Pero Daniela no se conforma. Instala el riesgo como premisa de trabajo. Así aparecen un hombre y su mascota insólita, rescatando a Irma del hambre y llevandola a su casa. Seres que asumen con naturalidad el asombro de existir sin detenerse en la forma.

Uno se entrega a la lectura de este libro porque contagia libertad. Irma es conmovedora en cualquier estado, con cualquier cuerpo. Mutar es una forma de emoción. 'Llega el momento más estremecedor de mi transformacion: perdí el sexo". Irma se preocupa por un instante, pero su compañero la tranquiliza 'No ha desaparecido, sólo cambió, tienes un orificio, ¿o no?'.

La mayoría de los reptiles son seres adaptados a la vida terrestre que conservan intacto el deseo de agua y que controlan su temperatura corporal cambiando de lugar. La mayoría de los humanos se resiste al cambio. Asume su manera como una piedra inalterable. Irma descubre que no es la primera en la familia en mutar, pero sí la primera en entender y trascenderlo. Aceptar su animalidad le produce satisfacción. Leer este libro también. 'Hablaré del alivio. Diré que esta metamorfosis me salvó la vida'.

La inteligencia y sensibilidad de Daniela Tarazona parecen operar por contagio. Uno sale renovado. Con, o sin escamas.

lunes, abril 23, 2012

Cambio de piel

Sebastián Basualdo lee El animal sobre la piedra, de Daniela Tarazona, y escribe su reseña para Radar Libros:

«La intolerable sensación de desarraigo y el modo en que el desconsuelo nos ubica frente a la vida luego de la desaparición física de nuestros padres es un tema recurrente en la literatura. Simone de Beauvoir lo narró de manera magistral en Una muerte muy dulce al abordar esa experiencia que sólo le sucede a los otros desde la perspectiva de una hija en relación a su madre. Algo de esto parece reverberar muy al comienzo de El animal sobre la piedra, novela de la escritora mexicana Daniela Tarazona.

“Desde que mi madre murió cada noche es de pensamientos. Llego cansada a la cama, duermo poco y despierto con temblores. Yo no estoy enferma. Quiero escapar. Ansío la fuerza que me llevará a hacerlo. Pienso en probar suerte en la tierra de mi madre, luego dudo, porque no me sentiría bien allí, así que escojo viajar al extranjero”, dice la joven Irma; y quizá por eso resulta plausible y no sorprende en lo más mínimo que decida viajar, huir, a sabiendas de que cada paso que dará en el extranjero inevitablemente la acercará más a lo que inevitablemente debe ocurrir: encontrarse consigo misma.

Pero es justamente en este punto donde El animal sobre la piedra da un giro interesante, desconcierta al lector por un momento y rápidamente lo lleva a un universo narrativo que no esperaba y cuyas leyes sólo pueden comprenderse si se piensa que se trata de una novela signada por lo más variado de la literatura universal, donde confluyen el tono lacónico y pausado de una Marguerite Yourcenar y el alegórico mundo inaugurado por Franz Kafka en su célebre relato La metamorfosis. Ocurre que poco después de la muerte de su madre, Irma decide tomar un avión hacia un país con clima apacible y playas, sobre todo eso: el único lugar posible para alguien que no sólo pretende dejar atrás su pasado, sino que también intuye que se prepara para algo mucho más grandioso y determinante: abandonar su cuerpo y mutar en un animal que hace pensar en una iguana o un lagarto. Allí conocerá a un enigmático hombre que tiene por mascota un oso hormiguero y con quien podrá compartir algo de esta experiencia fascinante, íntima como el amor o la locura. Aunque sólo una parte; porque hay una zona de lo que llamamos real, cierto nivel de conocimiento en relación con la naturaleza al cual solamente accede la mujer porque le está vedado por completo al hombre. “Estoy confundida. Si procuro entender esta transformación con las herramientas de mi conocimiento, me desespero. Nada de lo que sé tiene utilidad para enfrentar este fenómeno. Mi compañero, sin embargo, es más comprensivo que yo conmigo misma: él aceptó ser testigo de mi metamorfosis.”

Ahora sólo resta leer esta excelente novela en clave, dejarse llevar por su simbolismo o acaso atender lo verosímil del relato fantástico para acompañar a Irma en su transmutación mientas la realidad se ordena a su alrededor hasta alcanzar la dimensión de un viaje introspectivo que sólo agotará su sentido al final; y de ese modo despojar al lector de toda incertidumbre respecto de lo que verdaderamente sucedió con ese cambio de estado. Reflexiva y poética, El animal sobre la piedra tiene mucho de esas características que se le endilgan a la novela posmoderna: fragmentarismo, dislocación del orden temporal y dibujos acompañando el texto para resignificar los planos de la historia.»

miércoles, abril 04, 2012

Dos urdimbres y una trama

Norma Rossi lee El animal sobre la piedra, de Daniela Tarazona, y entrevista a la autora para Tiempo Argentino:

«Tuvo su primera experiencia literaria a los nueve años: un cuento protagonizado por un monstruo que irrumpe en un centro comercial; con ilustraciones de mano propia. Después posó su pluma en muchos diarios íntimos. Y en la adolescencia -imbuida del género elegido por su abuela venezolana Olga Kochen- sucumbió a la poesía, hasta construir dos poemarios inéditos. Luego cursó un doctorado en vanguardia de Literatura Hispanoamericana, en la Unversidad de Salamanca, donde la brasileña Clarice Lispector se convirtió en su madre literaria. Dictó clases, editó catálogos de arte y de museos, un suplemento de libros; y colaboró en diversas publicaciones.

Paralelamente, en 2006 ganó la beca gubernamenal Jóvenes Creadores del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes Mexicano, con el proyecto de su primera novela: Terciopelo; que a poco convirtió en El animal sobre la piedra (México 2008), considerada por la crítica mexicana como uno de los diez mejores libros del año. El mismo que acaba presentar en Buenos Aires. "En el primer manuscrito sucedían más cosas relacionadas con el pasado de la protagonista", dice Tarazona. "Como en el terciopelo, que tiene dos urdimbres y una trama, me interesaba cómo se entretejían esos tres personajes", completa.

-¿Cómo fue ese proceso?
-Cambié la narración a primera persona, y empecé a reescribirla con el duelo como punto de partida. Hasta que una noche me di cuenta de que necesitaba que al personaje le sucediera algo representativo de ese cambio que sufrimos los que quedamos en el mundo tras perder a un ser querido. Y se me ocurrió que la mejor manera de simbolizar las emociones y este tránsito hacia otro estado vital era que se transformara en una especie de reptil.

-¿Por qué un reptil?
-Primero porque lo consideré el animal que había conseguido ser más exitoso en términos de supervivencia, reproducción y adaptación al mundo. En ese sentido era el símbolo ideal para el personaje, porque se desprende de una vida y comienza otra. Pero no es una transformación que la protagonista padezca, sino una propuesta evolutiva que asume con naturalidad. Incluso está segura de que todas esas nuevas condiciones sensoriales y vitales la van a transportar a un mejor estado en el mundo. Es una lectura sobre la resistencia. E incluyo una relación temática con la maternidad, para perpetuar la nueva especie; y un planteamiento sobre la sexualidad contemporánea que, creo -merced al SIDA entre otras razones- ha atravesado asuntos que la vuelven amenazante y a la vez plástica. Como si el contacto sexual ahora tuviera que ser aséptico, pulcro. En ese extremo hay algo que tiene que ver con lo monacal.»

La entrevista completa, acá.

lunes, marzo 19, 2012

Trance

Andrés Hax lee El animal sobre la piedra, de Daniela Tarazona, y entrevista a la autora para la versión digital de la revista Ñ:

«Tarazona nació en la Ciudad de México en 1975 y reside en el DF, pero dice que no se siente con raíces firmes a ningún lugar. Actualmente trabaja en dos novelas nuevas. Una beca le ha permitido hacerse más tiempo para la escritura. Esta primera obra, por más breve que sea en páginas, fue el fruto de casi seis años de trabajo. De reescribir, reconfigurar, rearmar. Parte la escribió con la dirección del escritor Mario González Suárez, con quien se juntó como resultado de ganarse una beca para artistas jóvenes.

Tarazona nos cuenta: “Cambié el relato de tercera primera persona y empecé a meterme en la metamorfosis – cuando de pronto volví a leer lo que había escrito, me asustaba… Era un gran extrañamiento. No podía entender, no tenía el registro mental de cómo habían salido esas palabras. Había sido un trance. Me dio una sensación abismal. Y llegué a la beca y le conté a Mario que sentía miedo y me decía, ‘Pues si sentiste miedo está bien. Eso es lo que tienes que sentir.’”

¿Cómo pensaste la prosa de este texto?
En esta novela, para mí fue muy importante la contención –no usar más palabras que las justas. Y los silencios. Por eso también tiene esos espacios en blanco.

¿Esta pensada poéticamente también? ¿En el sentido que esta lleno de símbolos que dirigen la trama?
Para mí es importante el lenguaje y la condensación. La transmisión de una emoción a través del lenguaje. Entonces lo que yo procuré todo el tiempo, y que es algo que hago siempre que escribo, es tener muy clara la emoción de la que partí, con la que comencé a escribir - y tratar de que todo lo que escribo sea pensando en eso.

¿Como sostienes eso a través del tiempo de la escritura? En este caso, seis años…
Quizás fueron seis años porque era mi primer libro y entonces me tardé en encontrar la voz y la forma. Me llevo cuatro tratamientos hasta llegar a esto. Fueron cuatro manuscritos a cabo y a rabo completo. Al principio era una novela en la cual quise conocer el proceso interior de un personaje.

¿Y cuándo escribías? ¿Todos los días?
Para mí es difícil la escritura. Mucho, mucho. Entonces tengo que contar con un estado que no se cómo propiciarme, un estado anímico determinado. Necesito sentirme segura, estar atravesando por un momento, pues no sé, en donde fluya.»

La entrevista completa, acá.

jueves, febrero 23, 2012

La evolución del duelo

Patricio Zunini lee El animal sobre la piedra, de Daniela Tarazona, y entrevista a la autora para el blog de Eterna Cadencia:

«La mexicana Daniela Tarazona viajó a Buenos Aires esta semana para presentar su novela El animal sobre la piedra. Incluida en la lista de los “25 secretos mejores guardados de América latina” en la reciente Feria del libro de Guadalajara, la escritora ha cosechado elogios desde el momento en que publicó la novela, que fue elegida como una de las diez mejores de 2008. El animal sobre la piedra acaba de ser publicada en la Argentina por el sello Entropía.

Fábula biologicista, novela fragmentaria e introspectiva, consigue registrar los cambios como un devenir natural, libre de culpas o principios morales. La trama comienza con una mujer que acaba de perder a su madre y, en busca de sobrevivir, decide emprender un viaje hacia la costa. Es en ese paisaje diferente donde vivirá un proceso que le permitirá sobrellevar el duelo a través de una metamorfosis que poco a poco la irá alejando de su forma humana hacia una etapa evolutiva superior en forma de reptil.

En esta entrevista, Tarazona habla de El animal sobre la piedra y de cómo la afecta la expectativa de quienes esperan que la próxima novela sea aún mejor que la primera.

—Quería proponerte comenzar con una cita del libro: la protagonista dice “yo deseo dar mi testimonio porque sé que otros padecen de la misma manera sin que puedan atestiguarlo”. ¿Cómo hace eco esta frases en la novela?
—Considero que el trabajo de la escritura es ser testigo. Por otro lado, la aparición del compañero y Lisandro tiene que ver la necesidad de que Irma estuviera acompañada por quienes pudieran completar la visión del proceso que ella atravesaba, pero sin juicio. Así también escribo: mi pretensión cuando me adentro en el cuerpo de un personaje es procurar que se desarrolle por sí mismo, sin que yo intervenga.

—Pero ¿tu posición es la de testigo o testigo hacedor?
—Es testigo hacedor en la medida en que la escritura es la vía por la que atraviesan esas palabras, esas ideas, ese imaginario. Trato de que mi participación se de hacia el final de la escritura cuando ya ha han pasado muchas versiones, pero procuro encontrarme en lugares que nunca me imaginé. Que el personaje llegue a lugares que yo nunca pude prever.

—Otra frase del libro. En un momento Irma, la protagonista, dice: “estoy compuesta por fragmentos, no soy un animal completo y desde esa carencia resulto extraña para quienes sí lo son”. ¿Esa característica fragmentaria de Irma hace que la novela también así lo sea?
—Creí que la mejor manera de contar esta historia y el proceso de mutación como forma de representar el estado de pérdida, de muerte y de supervivencia, era con frases muy cortas. Tratando de contener las emociones que me pudieran surgir con respecto al personaje y lo que pudiera bordar alrededor. Pensé que para que una historia así fuera más creíble tenía que ser fragmentada, tenía que incluir silencios donde el lector tuviera descansos para completar la lectura. Siempre quise caminar en un territorio de ambigüedad.»

La entrevista completa, acá.

viernes, enero 13, 2012

La metamorfosis de un cuerpo

Ignacio Iriarte lee El animal sobre la piedra, de Daniela Tarazona, y escribe su reseña para Bazar Americano:

«Como se sabe, la metamorfosis tiene una amplia tradición. En la Antigüedad Clásica el argumento juega un rol central. La metamorfosis suele ser un relato que cuenta la transformación de una divinidad en alguna cosa de la naturaleza, por ejemplo la metamorfosis de Narciso en la flor que crece junto al río. Así, establece una comunicación entre el mundo profano y el mundo de lo sagrado. A fines del siglo XIX, pero retomando viejas tradiciones, los hombres lobo y los vampiros, con sus poderes para transformarse en murciélagos, lobos, ratas, insectos y niebla, conectan el tema con la animalidad que late debajo del hombre, forma mediante la cual la literatura recupera, tras el racionalista siglo XVIII, los temas góticos, los temas de la cultura goda que habían quedado sepultados como irracionales. Poco después, el gran libro de Kafka retoma la metamorfosis para elaborar una extraordinaria metáfora del individuo ante el peso de una sociedad burocrática que masifica a los hombres y los transforma en seres anónimos e indiferentes. La filosofía no fue ajena a este argumento inquietante. Algunas décadas atrás, Gilles Deleuze y Félix Guattari volvieron a la metamorfosis a través del “devenir animal”, concepto mediante el cual comprendieron la necesidad de salir del familiarismo y de las instituciones sociales que constriñen al ser humano.

Con la novela El animal sobre la piedra, la escritora mexicana Daniela Tarazona se inscribe en esta amplia tradición. Con un estilo fragmentario, en el texto recupera la metamorfosis para establecer un relato incierto sobre el cuerpo y sus transformaciones. El tema, asimismo, le permite salir de la literatura de lo originario, tan presente durante el siglo XX, que en México tiene su gran realización en Pedro Páramo. Como toda oposición, esta diferencia se basa en algunas similitudes. La más importante es que Tarazona y Rulfo escriben relatos de viaje tras la muerte de la madre. En Pedro Páramo Juan Preciado busca la tierra en la cual Dolores Preciado ha sido feliz, sembrada de trigo como miel derramada y de sus recuerdos que se pegan en las paredes de las casas a medio caer. Casi no hace falta citar el comienzo: “Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera. Le apreté sus manos en señal de que lo haría, pues ella estaba por morirse y yo en plan de prometerlo todo”. Juan Preciado busca el origen en esa tierra de su madre y por eso mismo busca a su padre, para cobrarle el olvido en el que los tuvo. En cambio, Tarazona le arranca a la muerte de la madre un camino opuesto, un viaje que no es hacia el pasado, hacia el origen mítico y a la noche de los tiempos, sino hacia el futuro abierto de la metamorfosis. Narrada en primera persona, como si fuera el cuaderno escrito por una mujer joven pero de edad incierta, en las primeras páginas de El animal sobre la piedra se propone este camino inverso al de la narrativa de los orígenes:

"Desde que mi madre murió cada noche es de pensamientos. Llego cansada a la cama, duermo poco y despierto con temblores.

Yo no estoy enferma. Quiero escapar. Ansío la fuerza que me llevará a hacerlo.

Pienso en probar suerte en la tierra de mi madre, luego dudo, porque no me sentiría bien allí, así que escojo viajar al extranjero.

La salida no está hecha de pensamientos articulados, es el deseo en estado puro: correr como un animal perseguido."

Irma, así dice llamarse en un momento la mujer, escapa efectivamente como un animal perseguido. Viaja en avión y al llegar a destino comienza a experimentar una serie de transformaciones en su cuerpo: una noche se le desprende la piel y un día se echa a asolearse en una piedra junto al mar. Encuentra a un hombre raro con un oso hormiguero que hace de perro y continúa sus mutaciones hasta convertirse, casi completamente, en una iguana. Tarazona abandona el relato de los orígenes, que Rulfo llevó a su máxima expresión y tal vez a su acabamiento, y retoma la larga tradición de la metamorfosis. Con esto, compone una narrativa en la que se cruzan algunos de los temas que atraviesan la contemporaneidad: la subjetividad, la locura, el cuerpo propio y la reivindicación de lo femenino.»

lunes, enero 02, 2012

MMXI, Anno Domini

Nos avisan que terminó 2011. Y que, aquí y allá, algunos libros de esta casa editora han sido mencionados en diversos balances de la prensa especializada.


El animal sobre la piedra, de Daniela Tarazona, por caso, figura en la selección elaborada por la revista Ñ, en el apartado Narrativa extranjera.

Placebo, de José María Brindisi, a su vez, es destacado como una de las novelas salientes del último ejercicio fiscal en Página 12 y en La Gaceta de Tucumán.

Llevando las cosas al extremo, y de manera espuria porque se trata de una edición de 2010, incluso Precipitaciones aisladas, de Sebastián Martínez Daniell, se cuela en la plantilla elaborada para el diario de la calle Solís.

Esperemos que en 2012 no se repitan estos episodios, tan ajenos al ánimo recoleto de esta editorial.

viernes, diciembre 16, 2011

Lunes: Tarazona en Buenos Aires













Editorial Entropía invita a la presentación de El animal sobre la piedra, de Daniela Tarazona. Participarán Fernanda García Lao, Pedro Mairal y la autora. Brindis final.

19. dic | 19 hs | Eterna Cadencia (Honduras 5582).

lunes, diciembre 12, 2011

Tarazona al cubo

Volvemos a visitar el blog de la escritora, dramaturga y actriz Fernanda García Lao, pero en este caso para encontrarnos con el intercambio que mantuvo con Daniela Tarazona, autora de El animal sobre la piedra.

Allí, Daniela dice que su escritura es fragmentaria y que suele dejar espacios indeterminados.

Acá, la entrevista completa.

viernes, diciembre 02, 2011

Conversión y sucesión

Oliverio Coelho lee El animal sobre la piedra, de Daniela Tarazona, y escribe su reseña para Los Inrockuptibles:


«Al revés que en otras reseñas, para hablar sobre la primera novela de Daniela Tarazona (Ciudad de México, 1975) habría que empezar por una conclusión simple y abreviar el cortejo. El animal sobre la piedra es un libro extraordinario. No es extraordinario lo que relata, pese al irresistible comienzo –“mi casa fue el territorio de un suceso extraordinario”–, sino todo lo que se anuda, sin ser historizado ni narrado, en la voz –o si cabe, en la sensibilidad hipnótica– de la protagonista, Irma, a quien conocemos más por su condición que por su pasado.

Tras la muerte de su madre, experimenta una lenta transfiguración, un cambio de piel. Guiada por el instinto, como si su duelo y el mar fueran elementos complementarios, vuela hacia una playa. Ahí la metamorfosis estalla, y el vía crucis del cuerpo, aunque se manifiesta en una variación física que acerca a la protagonista a ese animal mimético por excelencia –el reptil–, reproduce el deseo de vivir, que no es otra cosa que el de adaptarse a una interioridad nueva. Irma adopta dos compañeros en una casa, un hombre y un oso hormiguero, dos seres que calzan en esa interioridad que ella heredó de forma inesperada. Al menos son testigos de esa especie de oasis espiritual que aumenta a medida que el duelo se vive como metamorfosis y la narradora cambia sus hábitos alimenticios, se tiende al sol cada día, consigna cada variación como si del hilo de estas observaciones/confesiones pendiera su identidad.

De esta rutina perceptiva está hecha la primera persona taxonómica de Tarazona. Si por momentos El animal sobre la piedra parece tener el carácter fragmentario de un diario, se debe a que este libro es, por sobre todo, una narración en clave íntima que, a través de una transformación gradual, da cuenta en realidad de una conversión y de una sucesión: de hija a potencial madre. Esa sucesión es el secreto que se abre a medida que la narración encuentra huecos –en el cuerpo–, callejones sin salida –en la experiencia animal. No sabemos si esa mutación, que incluye una experiencia mística con la maternidad y un pasaje surrealista por la medicina, es un sueño o no.

No dejar en claro si todo es una proyección derivada de una sensibilidad privilegiada o si es una pesadilla de la civilización es un mérito más de Tarazona. No importa ni la indeterminación ni la verosimilitud de la historia. Importa, entre otras cosas, que por fin la sensibilidad de una escritora latinoamericana contemporánea logra dialogar con las poéticas sobrenaturales de Clarice Lispector y Silvina Ocampo.»

miércoles, noviembre 30, 2011

La piel que habito

Alejandra Zina lee El animal sobre la piedra, de Daniela Tarazona, y escribe su reseña para la revista Ñ:


«La primera novela de Daniela Tarazona –publicada en 2009 por la editorial mexicana Almadía y ahora reeditada en Buenos Aires por Entropía– habla del cambio. No del cambio social, sino del cambio de una mujer a partir de la muerte de su madre. “Yo perdí a una persona cercana y me di cuenta de que cuando perdemos a alguien, hay un cambio interno, surge una nueva especie dentro de nosotros, surgimos como un nuevo bicho, alguien distinto”, confiesa en una entrevista.

El duelo de Irma, protagonista y narradora de El animal sobre la piedra, comienza con una picazón en la piel que será la señal de una metamorfosis irreversible. La joven deja su casa, su ciudad y viaja a una playa lejana. Y en ese viaje también deja su cuerpo. Literalmente cambia de piel y, poco a poco, adopta la naturaleza de una iguana. Aparentemente, los únicos testigos de su transformación son un hombre y su singular mascota, un oso hormiguero llamado Lisandro, que la encuentran hambrienta y la invitan a instalarse con ellos. En esta historia los únicos que tienen nombre son los animales, un privilegio literario que retoma la histórica fascinación de los escritores por el lado bestial del ser humano.

Opuesta a la dramática y letal metamorfosis del viajante de comercio Gregorio Samsa, Irma acepta y se adapta a su nueva vida. Es más, su mutación se presenta como un fenómeno apacible y positivo, como si de algún modo obedeciera a su voluntad. Irse y transformarse es dejar atrás el dolor y las mujeres sufrientes con quienes se crió: su mamá y su hermana Mercedes. En este sentido, El animal sobre la piedra encarna la búsqueda de una nueva forma de ser mujer, liberada del mandato de casarse, tener hijos y formar una familia.

Existe además un empeño poético, no solo en los dieciocho capítulos breves que componen la novela, fragmentados a su vez en párrafos cortos y espaciados, sino en la escritura que registra de forma minuciosa la mutación física. Una prosa estilizada que persigue obsesivamente frases trascendentes: “Los testigos suelen ser personas débiles que se dejan llevar por sus pasiones y oscurecen lo que ven. De su mirada está hecha buena parte de la historia”. Clarice Lispector y su vocación salvaje funciona como faro desde el epígrafe, pero su influencia va más allá de esta ficción. En 2010 Tarazona publicó un elogiado ensayo sobre la gran escritora brasileña.

No hay sociedad alrededor de Irma. Nadie la ataca, nadie la margina, nadie le impide ser lo que quiere ser. Sólo un difuso médico y una difusa enfermera la atienden con una preocupación casi burocrática. Sobrevuela la ambigüedad. ¿La mujer convertida en iguana es real? ¿Es un sueño? ¿Es una expresión de deseo? No lo sabemos. Se dice que la autora ha logrado desprenderse “del lastre de la literatura fantástica”. Habría que meditar en qué circunstancias lo fantástico es un estorbo y no un trampolín para saltar, tomar vuelo y hacer el mejor clavado de todos.»

miércoles, noviembre 23, 2011

On the Air

En su programa Leer es un placer, Natu Poblet le dedica una emisión a Las teorías savajes, de Pola Oloixarac, y otra a El animal sobre la piedra, de Daniela Tarazona, y entrevista a las autoras.


Aquí, el audio de la conversación con Pola.

Y aquí, la charla con Daniela.

martes, octubre 11, 2011

Secreto a voces

Dicen que:

«La Feria del Libro de Guadalajara (México) acaba de anunciar cuáles son los 25 narradores latinoamericanos poco conocidos más allá de sus países pero con un gran potencial. Esa es la apuesta con la que piensa celebrar sus 25 años, del 26 de noviembre al 4 de diciembre...

...Los autores de América Latina que, según la FIL, garantizan el relevo de los grandes escritores latinoamericanos del siglo XX y de los que ya siguen sus pasos en el XXI, reflejan la diversidad y el multiculturalismo en sus apellidos: desde Casas y Muñoz, hasta Umpi y Wynter, pasando por Juárez, Tarazona, Monge, Varas... Seis mujeres y 19 hombres, de entre los 27 y 55 años de edad, comprometidos básicamente con la literatura y la exploración de nuevas formas de contar.»

La información completa, acá.

lunes, septiembre 19, 2011