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lunes, marzo 07, 2016

América roja

Irina Garbatzky reseña Mi descubrimiento de América para Bazar Americano.


En Mi descubrimiento de América, el diario de viajes que Vladimir Maiakovsky escribió entre 1925 y 1926 a propósito de su periplo por Cuba, México y Estados Unidos, hay una invitación al exotismo que el autor va a rechazar cada vez que pueda. El exotismo, decía César Aira, es literatura readymade, encuentra lo que no precisa inventar, la fantasía y la aventura están dados allí, naturalmente. Como Oriente, América es portadora de sus signos de manera innata. También con esa premisa comienza a escribir Maiakovsky: “Necesito viajar. Para mí, el contacto con todo aquello que respira vida casi sustituye la lectura de libros”. Sin embargo la fórmula, que apuntaría a enfatizar el encuentro con la alteridad que imprime el trópico sobre el cuerpo del poeta revolucionario, aparece en las crónicas, aplacada, reprimida. No porque el ruso sostenga de antemano una imagen estereotipada, el mecanismo colonial. Justamente todo lo contrario. Importa poco el deslumbramiento por la abundancia americana. Descubrir América, sin la lente de lo exuberante o lo rarísimo, pone en juego otro tono, menos encantado o más objetivista: “Para cenar nos dieron alimentos que no conocía: un coco verde con el corazón untuoso como manteca y una fruta llamada mango, una parodia de la banana, con un carozo grande y peludo”.

El impulso del poeta soviético, por supuesto, iba menos hacia lo específico que a lo universal. Si el exotista busca deliberadamente un mundo otro, el revolucionario, que porta el mensaje del futuro, es en algún sentido, el otro radical (“–Moscú. ¿Eso está en Polonia? –me preguntaron en el consulado estadounidense en México. –No –contesté-. Está en URSS”). Para leer el mundo, se llevan en el bolsillo los mapas de la revolución. En el barco, por ejemplo, “la primera clase vomita donde se le da la gana; la segunda sobre la tercera, y la tercera sobre sí misma”.

¿De qué tiempo viene Maiakovsky y con qué tiempo se encuentra en América? Sólo en su diálogo con los vanguardistas latinoamericanos encontrará una temporalidad común. Desde Moscú, esa ciudad que, al decir de Raúl Antelo, funcionará durante esas décadas, para visitantes como César Vallejo o Walter Benjamin como el “marco de lo moderno”, el emplazamiento discursivo muestra las velocísimas transformaciones del presente. El futuro es la urbanidad, de ahí que su visión sobre Latinoamérica, y especialmente sobre La Habana, redunde en desencanto. En La Habana, “Todo lo que tiene que ver con el exotismo antiguo es pintoresco, poético y poco rentable. (…) Todo lo relacionado con los estadounidenses está montado con eficacia y bien organizado”. Lo exótico y lo antiguo es leído como signo de retraso y de colonia. Lo es en Cuba y lo es en México: pura naturaleza devorada por la ansiedad estadounidense (“Y lo exótico, ¿para qué demonios lo necesitan? Las lianas, los loros, los tigres y las fiebres palúdicas, todo esto se queda en el sur, es para los mexicanos. (…) Lo exótico que no da ni para comprar pan queda para ellos. El país más rico del mundo ya ha sido reducido por el imperialismo estadounidense a raciones de hambre”).

Sin embargo, en México, donde el autor es recibido por Diego Rivera y Frida Kahlo, el ensamblaje entre la tradición y la ruptura de la vanguardia latinoamericana arma una lengua que a Maiakovsky le resulta más congruente, aunque todavía muy poco familiar. Rivera aparece como un glotón extravagante que reúne lo local y lo mundial: fundador del Partido Comunista de México, barrigón, poseedor de una Colt con la que puede dispararle a una moneda en el aire y que entiende el ruso perfectamente. Cómo no pasar horas viendo los antiguos calendarios aztecas o los ídolos de viento con dos máscaras, si la idea moderna del arte mexicano, según le explica Alfonso Reyes, se configura a partir del arte popular indio antiguo, “abigarrado y tosco”. Es posible que haya un sentido oculto, en ese cruce, sostiene, una idea poco asimilada que es la lucha de la esclavitud contra los colonizadores, hacia allí debe dirigirse. En México hay porvenir para la revolución, aunque tal vez la violencia inmemorial complique el panorama, marcado por el caos de los sucesivos levantamientos, como sucede en torno al vocablo revolucionario: “para los mexicanos no sólo es quien entiende o presiente los siglos venideros, lucha por ellos y lleva a la humanidad hacia el futuro; el revolucionario mexicano es cualquiera que derroque el poder con armas en la mano, no importa de qué poder se trate”.

La definitiva fascinación son los Estados Unidos. Las dos terceras partes del libro las dedica a los itinerarios por Nueva York, Chicago, Detroit, es decir, a la descripción pormenorizada del estado más avanzado del capitalismo. “Me gusta Nueva York los ajetreados días laborales del otoño”, “Odio Nueva York los domingos”. Si en el testimonio de los viajeros a la URSS ocupaba un lugar central el encuentro con ese mundo otro, la utopía concretada que suponía la vida comunista, también Maiakovsky testimonia, por oposición, la enorme impresión que le genera la meca capitalista y la modernidad como la enorme y brutal efectuación de un proyecto. Maiakovsky en Estados Unidos escribe como el testigo de vista de un mundo ajeno, y tal vez sólo allí, en esa fascinación, sea donde se cumpla la regla del exotismo como “literatura a medida”. El poeta cuenta con conocimientos muy precisos, sabe lo que quiere mostrar. Uno de los ejemplos es la visita a la fábrica Ford. En 1926, Ford es mítica; en 1923, el libro autobiográfico de Ford había sido publicado en Leningrado, había vendido miles de copias. En el relato, Maiakovsky nos otorga uno de los tantos pasajes de la textualidad vanguardista que retornan sobre el trauma que implicó la yuxtaposición del humano en máquina, en la más alienada deshumanización. La vida humana y la vida en general en Estados Unidos se encuentra absorbida por los movimientos de la fábrica, y lo que emerge, como forma poética, como imagen, es el puro ensamblaje: “Aterrizan chasis desnudos, como si el vehículo aún no tuviera puesto los pantalones. Los obreros colocan los guardabarros; el vehículo avanza a paso de hombre hacia los montadores del motor; las grúas bajan la carrocería; los neumáticos caen desde el techo formando una fila continua, como roscas de panadería; debajo de la cadena hay trabajadores que retocan algo a martillazos. Operarios subidos a unas vagonetas pequeñas se pegan a los costados del coche. Después de pasar por mil manos, el automóvil cobra su forma definitiva en una de las últimas etapas; sube un conductor, el coche desciende de la cadena y sale al patio por su cuenta”. Como si hiciera falta, nos aclara: “Es un proceso que uno ya conoce por diversos documentales, pero igual impresiona”.

(Actualización marzo – abril 2016/ BazarAmericano)

miércoles, febrero 10, 2016

La extraña mirada de un poeta soviético

Sobre Mi descubrimiento de América, de Maiakovski.
Por Verónica Chiaravalli para Ideas La Nación.


Abrazó la revolución bolchevique y cuando le llegó el turno cayó en desgracia. Vladimir Maiakovski nació en Baghdati en 1893, fue poeta y dramaturgo, figura central del futurismo ruso, y se suicidó en Moscú en 1930. Sobre los pormenores de su tempestuosa vida, abundan en la Red estudios literarios y biográficos; aquí, apenas algunas consideraciones acerca de Mi descubrimiento de América, obra ahora reeditada (Entropía) que recoge sus impresiones de viaje por Cuba, México y Estados Unidos, entre 1925 y 1926. El poderoso Tío Sam es el gran objetivo del periplo. "El propósito de mi ensayo es impulsar el estudio de las debilidades y las fortalezas de los Estados Unidos en vistas de una lucha lejana", reconoce, preclaro, en las últimas páginas. Y no sorprende el trazo oscilante entre la admiración y el desprecio con que pinta al enemigo. Más inquietantes, en cambio, resultan ciertos apuntes de su paso por México, un verdadero choque de culturas que prenuncia algunas formas de la política caras a la América Latina de las décadas posteriores.
No bien Maiakovski toma contacto con México sobreviene la primera decepción. El poeta esperaba encontrarse en el puerto con los indios bravíos de las novelas de James Fenimore Cooper y lo que vio fue el triste hormigueo de unos sufridos changarines disputándose el yugo y la moneda. Fue, escribe, "como si delante de mis narices transformaran pavos reales en gallinas". A partir de allí, todo será extrañamiento ante la idiosincrasia nativa. El mexicano es "impasible" y la mexicana "se pone harapos toda la semana para vestirse de seda los domingos". Al caer la noche, en las calles centrales, se admira del derroche de luz eléctrica, "que aquí gastan más que en cualquier otra parte, en cualquier caso más de lo que los recursos del pueblo mexicano lo permiten. Es una forma de propaganda de la solidez y del bienestar de la vida bajo el actual presidente".
Lo desaniman las cifras modestas de afiliados al PC mexicano. Y, para sus lectores soviéticos, explica qué se entiende por "revolucionario" en estas tierras, con la crudeza de un mazazo perturbadoramente actual. "Para los mexicanos [revolucionario] no sólo es quien entiende o presiente los siglos venideros, lucha por ellos y lleva a la humanidad hacia el futuro; el revolucionario mexicano es cualquiera que derroque el poder con armas en la mano, no importa de qué poder se trate. Y como en México cualquiera ha derrocado, está derrocando o quiere derrocar a algún poder, todos son revolucionarios. Por eso esta palabra en México carece de sentido, y si aparece en el periódico en relación con la vida sudamericana hay que investigar e indagar más." Una mirada vigente, entre la incomprensión y la lucidez.

lunes, enero 25, 2016

Mi descubrimiento de América

Por Martín Libster para Otra Parte Semanal

 
 
En 1914 Rusia era, junto con el Imperio Otomano, la más débil de las potencias europeas; ocho años después, luego de la Primera Guerra Mundial, una revolución y la subsiguiente guerra civil, el país estaba en ruinas. Los líderes revolucionarios, especialmente Lenin y Trotsky, instaban en sus escritos a aumentar la productividad, a trabajar por la reconstrucción del país, a instruir a las masas e incluso a preservar la higiene personal.
Es de este país de donde parte, en 1925, Vladimir Maiakovski, el poeta “oficial” de la Revolución, en una travesía para descubrir América. Su diario de viaje tiene, en efecto, algunas notables similitudes con los que sus predecesores españoles habían escrito unos cuatrocientos años antes, como la comparación del paisaje americano con el de su Rusia natal y la asimilación permanente de ciertos aspectos de las ciudades norteamericanas a sus “equivalentes” moscovitas y petersburgueses. Pero si los viajes de Colón y Cortés, entre otros, tenían por objetivo la conquista y la sujeción de nuevos territorios y almas, la cruzada (al menos teórica) de Maiakovski es de liberación. El autor habla con compasión y rechazo del primitivismo de los mexicanos y del materialismo exacerbado de los estadounidenses, traba relación con algunos camaradas tanto ignotos como célebres y observa, con fascinación y repulsión a veces simultáneas, algunas de las atracciones populares de ambas naciones (las corridas de toros, el parque de diversiones de Coney Island, etc.). Pero la verdadera obsesión del poeta, reflejo fiel de la dirigencia soviética de la época, es el progreso. Al llegar a la primera potencia capitalista de la Tierra, la mirada de Maiakovski se detiene fascinada en la tecnología, la construcción, el transporte, la energía productiva y lo que, a sus ojos, representa la quintaesencia del desarrollo material: la electricidad. Aunque los hombres que la habitan le parezcan chatos y mediocres, son las luces de Nueva York lo que literalmente deslumbra sus ojos. Pero su viaje reafirma la convicción de que la tecnología, librada a sus propios mecanismos por el mercado y sin el control del Estado, no alcanza para desarrollar una civilización que merezca ese nombre, sino que es un conjunto de fuerzas desatadas que, según la ortodoxia marxista, contiene el germen de su propia destrucción.
La prosa de Maiakovski, bien volcada al castellano por Olga Korobenko (en una traducción originalmente publicada en España y adaptada al mercado local), es dinámica, ágil y punzante; noventa años después, podemos leer intacta esa energía que los futuristas caracterizaron como “una bofetada al gusto del público”. La ironía, el humor más bien amargo y la vitalidad impresionista del estilo confieren a este diario de viaje un valor que excede lo meramente testimonial y lo transforman en un texto notable, que nos permite atisbar una faceta para muchos desconocida de uno de los más grandes poetas rusos del siglo XX.

martes, diciembre 22, 2015

Viajeros en América

Sobre Mi descubrimiento de América, de Vladimir Maiakovski.
Por Germán Lerzo para Revista Invisibles



A fines del siglo XIX y principios del XX, viajar a Estados Unidos era una suerte de ritual iniciático para los escritores de la época. Vladimir Maiakovski, el poeta de la revolución bolchevique, visitó aquel país en 1925 y lo plasmó en sus crónicas, donde combina la observación atenta, una gran capacidad de síntesis y una dosis constante de humor ante las costumbres sociales y los excesos del capitalismo americano. Entre la mirada del turista y la del espía encubierto, Mi descubrimiento de América es un gran ejemplo de la crónica como género.
 (…)
Muchos años después de estas impresiones sarmientinas, el poeta Vladimir Maiakovski,  el mayor referente literario del futurismo y acaso también de la Revolución Rusa, como lo fue Sarmiento de la campaña antirosista, descubre Estados Unidos hacia 1925 y el efecto que le produce no es muy distinto al que provocó en el sanjuanino pero admite algunas variantes. Ante la primera impresión de Nueva York, el espectáculo lo sobrecoge: “abrí los ojos como platos” dice. Y al recorrer las diferentes ciudades de aquel país, el cronista ruso no disimula el asombro ante los avances técnicos aplicados a los medios de transporte con trenes que ya circulan por el aire; la celeridad con que se construyen enormes torres de edificios en la ciudad; el ritmo meticuloso con que los trabajadores motorizan la actividad cosmopolita todas las mañanas; la organización del tránsito vehicular en un país “donde hay más autos que personas” y el avistamiento del primer semáforo. El derroche de luz eléctrica en una ciudad que está siempre excesivamente iluminada como síntoma de progreso y abundancia de recursos hacen que Maiakovski experimente una sensación de admiración y rechazo en torno a este país que muestra todas sus condiciones para ser, ya en 1925, una gran potencia mundial digna de análisis y estudio así como un enemigo futuro a temer o respetar. Justamente la velocidad con que la fisonomía de Nueva York va mutando con el paso del tiempo, debido al auge de la construcción y los avances técnicos, bien podría sintetizarse en un fragmento, no exento de ironía, de Mi descubrimiento de América (Entropía, 2015) sobre lo que dijeron y acaso dirán los sucesivos cronistas ante el crecimiento constante de la metrópolis.
 
La nota completa, acá.

jueves, diciembre 10, 2015

Mi descubrimiento de América

Por Juan Alberto Crasci para Artezeta 



Escribe Víktor Shklovski en Maiakovski (1941), la biografía que se tradujo al español recién en 1972 y que fue editada por Anagrama: “Un gran poeta nace con las contradicciones de su tiempo. Conoce antes que los demás la desigualdad de las cosas, sus variaciones, el curso de sus movimientos. Los demás ignoran aún el pasado mañana. El poeta lo define, escribe sobre ello, y no es reconocido.” Estas palabras alumbran de forma total la lectura de Mi descubrimiento de América, el registro que llevó Maiakovski de su paso por Cuba, México y Estados Unidos entre los años 1925 y 1926. El libro fue recientemente editado en Argentina por Entropía, con traducción de Olga Korobenko, misma versión que circuló tiempo atrás en España, editada por Gallo Nero.
El poeta escribe al inicio de las crónicas: “Necesito viajar. Para mí el contacto con todo aquello que respira vida casi sustituye la lectura de libros. El viaje emociona al lector de hoy.” También en 1925, en su poema titulado Vladímir Illich Lenin, escribió: “Aunque vivan sobre la tierra,/los hombres son barcas.” Nos situamos en 1925, momento en el que los escritos de viajes eran fundamentales para documentar la experiencia, para ver por primera vez una tierra lejana, y luego para dar a conocer en sus lugares de origen las visiones acerca de los extremos más recónditos del planeta.
El fugaz paso por La Habana y México (donde entabló relaciones con Diego Rivera) se volvió acuciado por cuestiones de visado y pasaporte. El destino deseado será Estados Unidos, país que lo fascinará y lo incomodará al mismo tiempo. Los avances tecnológicos, los rascacielos, la electricidad, los vehículos ―que también para Shklovski representaban la modernidad, la velocidad con que nos encaminábamos a lo nuevo― y los entretenimientos tendrán también su contratara ruinosa.
Maiakovski presenta de manera implacable la sociedad capitalista en pleno desarrollo: las problemáticas laborales, los desajustes sociales ―con la división de los barrios de acuerdo a los orígenes de sus habitantes y la enorme cantidad de población negra, en la que ve un mayor futuro revolucionario que en los obreros―, y las costumbres alimenticias y culturales: “en la tierra de la electricidad los ricos comen a la luz de las velas.”

miércoles, diciembre 02, 2015

Mi descubrimiento de América



En el programa Charco de arena, de FM La Tribu comentaron Mi descubrimiento de América de Vladimir Maiakovski . Se puede escuchar acá.

lunes, noviembre 09, 2015

Corazón tan rojo

Una lectura de Mi descubrimiento de América, de Vladimir Maiakovski, por Valeria Tentoni para el blog de Eterna Cadencia


“Como se dice/ el incidente está zanjado,/ la barca del amor/ se estrelló contra la vida cotidiana./ Estoy en paz con la vida. Inútil, recordar/ dolores/ desgracias/ y ofensas mutuas. (Maiakovski, 1930, fragmento final antes de despedirse de este mundo)”: esa leyenda acompañaba la cita en el muro de Mario Ortíz, hace unos días. En nada se parece el ánimo del futurista ruso entonces al que ostenta apenas un lustro antes en Mi descubrimiento de América, las crónicas que acaba de editar Entropía con traducción de Olga Korobenko. Allí, Maiakovski narra sus viajes a Cuba, México y Estados Unidos, entre 1925 y 1926, que continuaban un periplo que lo había llevado por reuniones y cónclaves desde principios de la década por lugares como Berlín y París.
Durante esos años de viajes, el poeta de la revolución soviética se dedicó también a generar piezas de propaganda. Al igual que Fogwill y Shua (quien sugiere que la escritura de poesía y la de textos publicitarios está muy emparentada), trabajó redactando slóganes y consignas junto al diseñador gráfico, pintor y fotógrafo Ródchenko. La agencia que tuvieron se llamó Mayakovski-Ródchenko Advertising-Constructor.
La gracia con que observa, recorta y traslada a la hoja lo que ve en su recorrido intercontinental, la velocidad que levantan sus párrafos y una alegre y curiosa vehemencia se explican desde la necesidad: “Para mí, el contacto con todo aquello que respira vida casi sustituye la lectura de libros”, dice en el arranque, subido al vapor Espagne, donde viaja con gente de todo el mundo que va en busca de trabajo. Arriba a La Habana, luego a la ciudad de México, donde lo pasea Diego Rivera y se enamora de la amabilidad de los locales al punto de prometerse un regreso que nunca cumplirá.
Su afilado radar encuentra el punctum en todas las fotos que le pasan por delante a velocidad supersónica. Como Gabriel García Márquez en De viaje por los países socialistas, los suyos son traslados exploratorios en los que la información aparece condimentada por detalles significativos, pinceladas caprichosas que vuelven al libro seductor. Así, mientras nos enteramos de por qué les decían “gringos” a los gringos, cómo se alimenta cada clase en las ciudades o cómo duermen los inmigrants en los barcos, aparecen secciones como:
Un conductor en México no es responsable por las lesiones ocasionadas (¡haber ido con más cautela!); por eso el término de vida sin lesiones es de diez años. Una vez en diez años todo el mundo tiene accidentes. Claro, hay gente que aguanta veinte años sin ser atropellada, pero lo hace a costa de los que sufren accidentes cada cinco años.
El automóvil será uno de los portentos que más atención suya se llevará. También en su azorado arribo a Nueva York, luego a Detroit y Chicago, en fin, a América –término apropiado por Estados Unidos, una apropiación sobre la que reflexionará, así como sobre el lugar del dinero en ese país–. La visión de esa epilepsia de consumo y los destellos del ámbar en combustión constante impresionarían al poeta y dramaturgo. Así describirá, por caso, su visita a la fábrica de autos Ford, donde encuentra a los empleados bajo las luces que todavía no eran fluorescentes, volviéndose poco a poco impotentes, zumbando bajo los disparos de la electricidad –una magia que había conocido por primera vez, en un paseo con su padre en Bardad, pueblo que llevó luego su nombre. Fue mientras lo acompañaba en una de sus rondas a caballo como guardia forestal que se encontró con lo que describió como un “brillo más claro que el cielo”, según detalla Federico Gorbea en el prólogo a la antología de Ediciones 29. “¡Escuchen!/ Las estrellas están iluminadas,/ ¿quiere decir esto/ que le son necesarias a alguien/ que alguien desea su existencia,/ que alguien está echando/ margaritas a los puercos?”, aparece en el primer poema de ese tomo. 

Maiakovski afirma en este breve y poderoso encuentro de sus crónicas, “el derecho y la necesidad que tiene el poeta de reorganizar y reciclar el material visible, en vez de pulir lo que es evidente a simple vista”.

lunes, octubre 26, 2015

Una mirada al imperio desde el túnel del tiempo

Nicolás García Recoaro leyó Mi descubrimiento de América para Tiempo Argentino



Necesito viajar. Para mí, el contacto con todo aquello que respira vida casi sustituye la lectura de libros." Así se confiesa Vladimir Maiakovski en las primeras líneas de Mi descubrimiento de América. El libro editado recientemente por Entropía rescata las alucinantes crónicas de viaje que el padre del futurismo ruso escribió durante su deriva por el norte del continente americano, en la tercera década del siglo XX. 
Hombre de la Revolución de Octubre, agitador de barricada y, fundamentalmente, filoso poeta. En 1925, ya consagrado en la Unión Soviética, Maiakovski decide cruzar el Atlántico y embarcarse en un viaje iniciático por América del Norte, para estrechar lazos con el movimiento obrero local. El viaje duró casi cuatro meses, de julio a octubre de 1925, e incluyó una breve parada en Cuba, algunos semanas en México y una larga estadía en varias metrópolis de los Estados Unidos.
En sus crónicas, el poeta condimenta con jugosos detalles sus impresiones: los 18 días en alta mar y la encarnizada lucha de clases que libran los pasajeros, su fugaz y tórrido paso por La Habana, la violencia de las corridas de toros y la primavera muralista que florece en México, y su entrada no tan triunfal al país del Tío Sam, el verdadero objetivo del viaje.
El autor de La flauta vertebral (1915) y 150.000.000 (1920) fue el primer poeta de la Rusia soviética que realizó una visita "oficial" al nuevo imperio del capitalismo. "Los Estados Unidos de Norteamérica ni siquiera ocupan toda América del Norte y, sin embargo –fíjense– se han quedado, apropiado y absorbido los nombres de todas las Américas. Los Estados Unidos se apoderan del derecho de llamarse América por la fuerza, con sus acorazados dreadnought y sus dólares." En sus crónicas, Maiakovski denuncia el expansionismo gringo –"una de las palabrotas más fuertes usadas en México"– y sus negocios en la capital cubana, donde "hay flamencos del color del alba que montan guardia sobre un pie" mientras los policías locales custodian a sol y sombra a los estadounidenses y sus inversiones comerciales. 
Luego de un corto tour por la Ciudad de México, donde conoce breve pero definitivamente a Diego Rivera, y también los ardientes tacos, Maiakovski cruza el río Bravo en Laredo y entra a los Estados Unidos por Texas. El flechazo del poeta futurista con Nueva York se da en el mismo instante en que pone un pie en Pennsylvania Station. Lo deslumbra esa ciudad que emerge desde el océano con sus sofisticados rascacielos de ¡40 pisos! y sus avances técnicos sobrecogedores: "Te vistes con luz eléctrica, las calles están iluminadas con luz eléctrica, los edificios brillan con luz eléctrica, mostrando las ventanas recortadas con regularidad, como si fueran las ranuras de un esténcil para carteles publicitarios." La geografía humana neoyorquina no pasa desapercibida al ojo de Maiakovski. Inmigrantes de todas las nacionalidades que se abren paso en este laberinto de asfalto, sindicatos, huelgas, conflictos raciales y empresarios cansados de dilapidar sus dólares completan un fresco de época demoledor.
Finalmente, al recorrer las industriales Chicago y Detroit, el poeta dedica suculentos párrafos para retratar el modelo fordista desde las fauces del monstruo y apunta: "A las cuatro de la tarde estuve en la puerta de la fábrica de Ford observando al turno que salía de trabajar: la gente subía a tranvías y se dormía al instante, completamente agotada. Detroit tiene el récord de divorcios. El sistema de Ford vuelve impotentes a los trabajadores."

viernes, octubre 23, 2015

Un poeta suelto en Nueva York

Sobre Mi descubrimiento de América, de Vladimir Maiakovski
En Revista Veintitrés por Lucas Cremades



Lo digo para afirmar el derecho y la necesidad que tiene el poeta de reorganizar y reciclar el material visible, en vez de pulir lo que es evidente a simple vista”. Con esa necesidad imperiosa de que sus pensamientos y observaciones calzaran en los oídos del pueblo, materializando así su dual y compleja relación entre lo artístico y lo político, las crónicas de viaje de Vladimir Maiakovski (Baghdati 1893-Moscú, 1930) de su paso por algunos países de América entre 1925 y 1926, forman parte de los tesoros que una de las figuras de las vanguardias estéticas de comienzos del siglo XX legó a las generaciones futuras, en vistas “de una lucha lejana”. El autor de Poesía y revolución narra sus recorridos durante una visita fugaz a Cuba, un paso por México y una estadía imperdible –por la intensidad de sus observaciones– de 6 meses por Nueva York, Chicago y Detroit. En cada estadía y región, el dramaturgo nos alcanza con su agudo razonamiento: “La excentricidad de la política mexicana y sus rasgos insólitos a primera vista se explica por el hecho de que sus raíces se encuentran no sólo en la economía de México, sino también, y principalmente, en las expectativas y los anhelos de los Estados Unidos”. Maiakovski transmite su mirada de lo ajeno, del visitante que se admira y se advierte en territorios lejanos a la URSS, para discurrir y reflexionar sobre política, la desigualdad, los sistemas ferroviarios de transporte, la explotación y la enajenación del trabajo, los objetos, las costumbres, los modos de producción y la comunicación. Cuatro años después de este viaje, el inolvidable escritor se suicidaría de un disparo al corazón el 14 de abril de 1930.

sábado, septiembre 19, 2015

El día que Maiakovski descubrió América

Por Juan Rapacioli para Télam

 
 
Mi descubrimiento de América, las crónicas que Vladimir Maiakovski escribió luego de recorrer Cuba, México y Estados Unidos entre 1925 y 1926, se publican ahora en una nueva edición que revela la sorprendente mirada anticipatoria sobre la realidad económica, social y cultural de un continente nuevo para el gran escritor ruso.
Publicado por Entropía y traducido por Olga Korobenko, el libro presenta la profunda visión de Maiakovski (1893-1930), iniciador del futurismo ruso, sobre su experiencia en distintos puntos de América: una visita fugaz a Cuba, un paso por México y una intensa estadía de seis meses en Nueva York, Detroit y Chicago.
"Necesito viajar. Para mí, el contacto con todo aquello que respira vida casi constituye la lectura de libros. El viaje emociona al lector de hoy. En lugar de historias ficticias, supuestamente curiosas, sobre imágenes, metáforas y temas aburridos, surgen experiencias interesantes en sí mismas", sostiene el poeta.
Y luego arroja una reflexión sobre los dieciocho días de océano que lo alejaron de la Unión Soviética, donde ya era un escritor consagrado: "El océano es fruto de la imaginación. Estando en el mar, no puedes ver las costas, las olas son más grandes de lo que sería necesario para disfrutar de ellas, y tampoco sabes qué es lo que tienes bajo tus pies".
"Pero lo que cuenta es la imaginación: saber que ni a derecha ni a izquierda hay tierra firme hasta el polo, que adelante hay un mundo completamente nuevo, un segundo mundo, y que debajo tal vez de encuentre la Atlántida", reflexiona uno de los autores del manifiesto "La bofetada al gusto del público", de 1912.
En la primera parte del libro, dedicada a Cuba y México, el autor de Poesía y revolución anota su experiencia en el vapor Espagne: "Las clases son auténticas. En la primera viajan comerciantes, fabricantes de sombreros y cuellos, primeras figuras del arte y monjas".
"Gente extraña: tienen nacionalidad turca, sólo hablan inglés, viven en México y representan a empresas francesas con pasaportes paraguayos y argentinos", observa en medio del mar.
"Son los colonizadores de hoy, lo peor de la sociedad mexicana. Siguiendo la tradición de los acompañantes y los herederos de Colón, que expoliaban a los indios, obligan a las personas de piel roja a deslomarse en las plantaciones habaneras a cambio de unas corbatas rojas que hacen a los negros comulgar con la civilización europea", apunta el autor de obras teatrales como La chinche (1929) y Hablando a plena voz (1930).
Maiakovski, quien junto al artista Aleksandr Ródchenko fundó la agencia de publicidad Mayakovski-Ródchenko Advertising-Constructor, llegando a crear más de 150 piezas publicitarias, va más allá de la mera descripción: reflexiona sobre política, habla de la desigualdad, piensa las relaciones de poder, se detiene en los objetos, las calles, las construcciones, los modos de producción, los medios de transporte y de comunicación.
Recorriendo Ciudad de México, el escritor sostiene que "la excentricidad de la política mexicana y sus rasgos insólitos a primera vista se explican por el hecho de que sus raíces se encuentran no sólo en la economía de México, sino también, y principalmente, en las expectativas y los anhelos de los Estados Unidos". 
Con Estados Unidos, país que lo fascina y lo incomoda, es claro cuando dice que "ni siquiera ocupan toda América del Norte y, sin embargo -fíjense- se han quedado, apropiado y absorbido los nombres de todas las Américas". 
"Los Estados Unidos se apoderaron del derecho a llamarse América por la fuerza, con sus acorazados dreadnought y sus dólares, infundiendo terror en las repúblicas y las colonias vecinas", afirma Maiakovski, considerado "el poeta de octubre". 
Y, con un asombroso sentido anticipatorio, anota que "cuando la gente ingenua quiere ver la capital de los Estados Unidos se dirige a Washington. La gente avispada va a una minúscula calle de Nueva York, Wall Street, la calle de los bancos, la calle que de hecho dirige el país". 
Maiakovski, que se suicidó de un disparo en el corazón el 14 de abril de 1930, configura un libro que refleja una mirada lúcida, sarcástica, con tanto vuelo poético como rigurosidad histórica, y que parece registrar todos los aspectos del complejo mundo que vendría, con una potente voz que llega hasta nuestros días.

martes, septiembre 15, 2015

Érase una vez en América

Alan Pauls lee Mi descubrimiento de América de Vladimir Maiakovski para Radar Libros

 
Padre del futurismo ruso, hombre de la revolución bolchevique hasta su caída en desgracia con Stalin, en 1925 Vladimir Maiakovski viajó a América, si se entiende por tal un breve paso por Cuba y México para recalar en Estados Unidos. Su objetivo era conocer a fondo el territorio con el que alguna vez se entablaría una lucha de fondo y sin cuartel, que mucho después se llamaría Guerra Fría. Entre el espionaje, la bohemia y la observación admirada, Mi descubrimiento de América es una extraordinaria crónica de los tiempos que aún estaban por venir.
Promediado Mi descubrimiento de América, después de darse el lujo de cuerear a Nueva York, cuya burguesía “posee toda la electricidad y come con velas, como un mago que ha conjurado espíritus que no sabe controlar”, Vladimir Maiakovski pone el grito en el cielo y denuncia el golpe de apropiación supremo por el que la palabra “América” pasó a ser sinónimo “natural” de los Estados Unidos de Norteamérica, ninguneando a sus colegas hemisféricos y a las otras dos Américas que la razón geográfica recomendaba incluir. “Los Estados Unidos se apoderaron del derecho a llamarse América por la fuerza, con sus acorazados dreadnought y sus dólares, infundiendo terror en las repúblicas y las colonias vecinas”, escribe el poeta futuro-bolchevique, para quien las palabras son tan un campo de batalla como las calles, la tierra, los medios de producción o las fronteras. No es casual, pues, que decida prologar su entrada al territorio norteamericano honrando con su visita a dos de los vecinos perjudicados por el abuso semántico. En La Habana come coco verde y una parodia de banana y presta su oreja a las efusiones nostálgicas de una mecanógrafa de Odessa; en la ciudad de México se pone en manos de Diego Rivera, asiste a tabernas donde las botellas se descorchan a balazos y calibra la extravagancia de una historia política que en treinta años acumula treinta y siete presidentes, treinta de ellos generales.
Sin embargo, no es sólo la solidaridad frente al anexionismo imperialista lo que explica ese rodeo latinoamericano. En rigor, Maiakovski pasa por Cuba y México por necesidad, porque su visa para entrar a Estados Unidos (originalmente de “artista comercial”, gestionada por un amigo ruso, el pintor y poeta futurista David Burliuk, que vivía en EE.UU. desde principios de los 20) tarda en llegarle, un contratiempo que ratificaba su ominoso prestigio de emisario de la revolución pero desaconsejaba todo intento directo de acceder al país. (Entrará por tierra, por Laredo, y con visa de turista por seis meses, previo depósito de 500 dólares.) Tal como las describe en la primera mitad de su crónica, esas paradas, por lo demás, parecen menos un tributo a la América excluida de América que los aperitivos sabrosos con los que hace boca el poeta-etnógrafo a medida que se acerca el plato verdaderamente fuerte de la comida: Estados Unidos, blanco último de toda su curiosidad y, naturalmente, de sus más aviesas intenciones.
La nota completa, acá

martes, agosto 18, 2015

El exotismo, la tecnología y la rapacidad del nuevo continente

Mi descubrimiento de América de Vladimir Maiakovksi en Diario Registrado
Por Mariana Kozodij

 
 
Como si se tratara del propio Bronislaw Malinowski aplicando la observación participante, Maiakovski inicia su viaje hacia América (Cuba, México y Estados Unidos) con una doble mirada: la del asombro ante lo desconocido  (noches de luciérnagas, los indígenas en suelo azteca, semáforos en Nueva York) y la mirada política atravesada por la lucha revolucionaria bolchevique (la división de clases, “Dios es el dólar”, las segregaciones racistas y la posibilidad de analizar al enemigo para “impulsar el estudio de las debilidades y las fortalezas de los Estados Unidos en vistas de una lucha lejana”).
“Necesito viajar. Para mí el contacto con todo aquello que respira vida casi sustituye la lectura de libros”, así comienza Maiakovski las crónicas de su travesía por América; bitácoras divididas en dos grandes apartados.
El primero, compuesto por una fugaz visita a La Habana y una estadía más prolongada en México junto al muralista Diego Rivera. El segundo, la complicada entrada a suelo “americano” , palabra decretada por Coolidge como de uso exclusivo para los estadounidenses como si el resto de América no existiera; en una visita a Nueva York, Chicago y Detroit.
Entre La Habana y México, Maiakovski saca a relucir su poesía  con bellas frases descriptivas pero sin perder de vista la división de clases a la hora de viajar y disfrutar del traje que ofrece el turismo.  Con precisión, escarba  las relaciones entre los viajantes del vapor Espagne donde “la primera clase vomita donde se le da la gana;  la segunda, sobre la tercera y la tercera sobre sí misma”. La Habana tropical inspira al poeta ruso que la recorre a pie reflexionando que “Todo lo que tiene que ver con el exotismo antiguo es pintoresco, poético y poco rentable”.  Nos ofrece un cuadro de transacciones comerciales, lluvia, flora y fauna.  La entrada a México adquiere el carácter de una lectura sociológica. Con interés, asiste al espectáculo popular de las corridas de toros sin perder el humor al desear que los éstos tengan “ametralladoras entre los cuernos y enseñarles a disparar”.  Otro de los focos de atención está puesto en la población indígena; si bien  espera encontrarse con  plumas y flechas descubre una idiosincrasia que lo sorprende.
Maiakovski, involucrado en la revolución bolchevique y activo difusor de la propaganda del partido (fundó en 1923 junto con Ródchenko una agencia de publicidad en Moscú)  presta especial atención a la idea de "revolucionario" que manejan en suelo mexicano. Con ironía y cierto dejo de tristeza revela que la revolución sólo implica el decorramiento de quién esté en el poder. Mientras que el imperialismo estadounidense es el amo y señor en una política "exótica" de gringos y revólveres.
Recibido por Diego Rivera, se acerca a la pintura y a la poesía. Sus comentarios sobre esta última y el lenguaje siguen remitiendo a su participación en el manifesto La bofetada al gusto del público (1912) invitando a tirar por la borda a ciertos clásicos (en México tampoco se olvida de Pushkin).
El segundo, y más extenso, apartado es el que corresponde a Estados Unidos. Comienza con las dificultades para entrar al país como ruso, que no habla el idioma,  y descolla en sus menciones políticas y tecnológicas. Maiakovski intenta entender al estadounidense promedio, lo urbano que lo rodea, sus costumbres, el placer estético por el verde del dólar, y la división del trabajo ante la potencia y caldera "de la fuerza negra". La Nueva York "sodomita y gonorreana" le fascina y le atrae sobremanera. Maiakovski cuestiona su  tejido urbano y denuncia un avance tecnológico que contradictoriamente atrasa; al no mejorar la calidad de vida de las personas colisionando con las ideas que fluyen en el ambiente del amplio (cubo) futurismo ruso. Las comparaciones se le vuelven inevitables y le aportan riqueza al diálogo interno del texto entre sus observaciones y la vida en Moscú. Sus comentarios sobre las fábricas (o polos industriales) y las rutinas exigidas y poco felices a sus empleados unen Nueva York, Chicago y Detroit. Detalles de época y anécdotas evitan que la lectura adquiera un carácter de mero manifesto de los derechos de los trabajadores; aunque las ideas revolucionarias afloran en su pluma generando un tono ensayístico y levemente provocador. Maiakovski admite que sus observaciones "Son unos rasgos sueltos: las pestañas, una peca, una fosa nasal" de las ciudades que visita en las que la burguesía le teme a la propia tecnología que dice apoyar mientras la fugacidad se apodera de todo y todos. Observaciones de la década del veinte que gozan de actualidad.
Con una impecable traducción (y útiles notas al final), "Mi descubrimiento de América" permite conocer la mirada personal de uno de los grandes vanguardistas del siglo XX  en parte de nuestro continente. Un texto desde el que alega, para referirse a Chicago, aunque también es aplicable al resto de su viaje: "Mi descripción es incorrecta pero fiel" permitiendo la compañía del lector en su recorrido.

Un poeta y 18 días de océano

Relato de viaje. En los años veinte, Maiakovski se embarcó hacia el continente americano. La experiencia, en su bitácora de impresiones.

Por Mauro Libertella para Revista Ñ

Dieciocho días de océano. Eso fue lo que tardó Vladimir Maiakovski (poeta ruso, dramaturgo revolucionario, futurista) en cruzar el largo Atlántico para llegar a América. Estamos a mediados de los años veinte, y Maiakovski está emprendiendo uno de los viajes centrales de su vida, a él, que le gusta tanto viajar, que escribió que “necesito viajar. Para mí, el contacto con todo aquello que respira vida casi sustituye la lectura de los libros”. La hoja de ruta es la siguiente: La Habana, Veracruz, Ciudad de México, Nueva York y Chicago. El tiempo estipulado para el periplo es de alrededor de tres meses; el clima, otoñal. Lo podemos imaginar al joven V. M. anotando sus impresiones en un cuaderno portátil, con los ojos bien abiertos y el oído encendido, porque no sabe ningún idioma que no sea el ruso, pero a tientas, se mueve por el inglés y el francés. Todo lo que va a recibir, como cualquier viajero, son fragmentos: una historia de vida por acá, una postal arquitectónica por allá, idiomas cruzados, caras a veces tan distintas a las que ve en Moscú y a veces tan extrañamente parecidas. Lo que hace el cronista de viajes es, justamente, enhebrar esos pedazos, darle un sentido global a eso que se nos presenta únicamente como rompecabezas. El sentido de esa totalidad está en la cabeza del que viaja, y muchas veces es incluso un prejuicio, un concepto previo que vamos a cotejar o a contrastar al lugar de destino. La cabeza de V. M., por lo pronto, es a un mismo tiempo política y artística, y por eso su descubrimiento de América es por momentos un tratado sociológico (analiza el comportamiento de las distintas clases sociales en Nueva York, o los efectos palpables de las distintas olas inmigratorias, o el modo en que la clase obrera se divierte en su tiempo libre, o la política exterior estadounidense, tan parecida hace 100 años a la de nuestros días), pero nunca deja de ser una bitácora de efectos impresionistas. Vuelca en el papel lo que ve y apenas atraviesa esa materia con sus opiniones –opiniones que en ocasiones son apenas un tono, una ironía–, porque lo que ve no necesita ser siempre analizado. Para V. M., América habla sola.
Mi descubrimiento de América cumple además un cometido que hoy se perdió, el de los relatos de viajes que servían para que la gente se enterara de los usos y costumbres del otro lado del mundo. 18 días de océano: el mundo era un lugar verdaderamente inmenso, y este tipo de libros achicaban las grietas. Hoy es mucho más dificil escribir relatos de viajes: parece que todo el planeta ha sido allanado y fagocitado una y mil veces. Y sin embargo, ese es el efecto contemporáneo del libro: todo lo que dice sigue siendo terriblemente vigente, como si, en lo esencial, nada hubiese cambiado. Es un poco inquietante, pero es así.

miércoles, agosto 05, 2015

América según Maiakovski

Mi descubrimiento de América de Vladimir Maiakovski en Cultura, Página/12

 
 
Una nueva edición de Mi descubrimiento de América, libro del poeta y dramaturgo Vladimir Maiakovski (1893-1930), considerado el fundador del futurismo ruso, será distribuida por la Editorial Entropía. Mi descubrimiento... ofrece un lúcido testimonio de las experiencias de Maiakovski en América a partir de un viaje que realizó para estrechar lazos con el movimiento obrero local. En 1925, ya consagrado en la Unión Soviética, Maiakovski decidió salir de su país y comenzó a viajar por tierras lejanas –Cuba, México, Estados Unidos–, tomando apuntes que lo convirtieron inmediatamente en sociólogo, analista político y cronista de costumbres de ese continente, siempre desde un profunda visión poética. Hacia el final del libro, mientras el poeta analiza la economía y los modos de producción de los Estados Unidos, lanza una aguda crítica convertida en presagio, en la que afirmaba que “pronto se convertirán en un país exclusivamente financiero, usurero”.

martes, julio 07, 2015

Poesía para las masas

Por Gonzalo León para Perfil



Vladimir Maiakovski fue una figura protagónica de las vanguardias que electrizaron al siglo XX. La reciente reedición de un libro de crónicas y la próxima aparición de su obra poética en editoriales argentinas son la ocasión ideal para volver a su legado.

Maiakovski tenía 18 años, dieciséis dientes podridos, dos hermanas y un solo lector. Escribía poesía lírica pero roncaba como un poeta épico”, así empieza Prohibido entrar sin pantalones, del español Juan Bonilla, una estupenda novela biográfica del poeta georgiano nacido un 7 de julio de 1893. Y líneas más adelante agrega: “Tenía todos los libros de Gorki, algunas novelas de Dostoievski, un libro de cuentos de Gógol y un solo lector”. Ese lector era David Burliuk, a quien Maiakovski conoció en la Escuela de Bellas Artes en Moscú; una noche, Burliuk, mientras caminaban, le pidió que recitara un poema y Maiakovski le soltó un par de versos; comenzaba esa noche la carrera del poeta futurista, del provocador, del dramaturgo, del bolchevique que creía que la Revolución Rusa debía tener una revolución en las artes. En un mes casi la mitad de su obra estará nuevamente disponible en las librerías argentinas, de la mano de Poesía lírica, que editará en septiembre Blatt & Ríos, y de Mi descubrimiento de América, que Entropía publica por estos días. Por eso resulta pertinente determinar quién fue este escritor y su importancia.

En el prólogo de la antología Poemas, de Maiakovski, publicado por la editorial española Ediciones 29 en 1977, el poeta argentino Federico Gorbea explica que en un primer momento Maiakovski se hizo importante “no tanto por lo que escribe, todavía poco seguro en su expresión, como por sus modales y declaraciones”. El componente teatral de sus declamaciones lo van haciendo conocido en bares futuristas, esta teatralidad es fomentada por su amigo Burliuk, con quien, como aparece en Prohibido entrar sin pantalones, “leían juntos los letreros de las tiendas, bocadillos a cinco kopeks, los mejores bocadillos de Moscú, pruebe la nueva navaja de afeitar de la casa Phillips”. En 1923, al fundar la revista del Frente Izquierdista del Arte, LEF –que pese al escaso tiraje consigue gran impacto–, se convence de la importancia de la consigna, de la publicidad. “La publicidad”, decía, “es la poesía de la más alta coherencia”. De ahí que dos años después creara una agencia de publicidad, en la que dibujaba carteles, hacía las etiquetas y escribía los textos.
Maiakovski fue un escritor vanguardista, que incursionó en la actuación tanto en cine como en teatro. Según la esposa de Máximo Gorki, “habría sido un magnífico actor si se hubiera dedicado al teatro”. Sin embargo, la teatralidad le servía para encarnar el futurismo, que no era una tendencia literaria para él, sino una forma de vida. Pero este escritor además acompañará a la Revolución Bolchevique desde los inicios con distinta suerte: en 1908, con 14 años, se afilia al partido bolchevique, y poco después pasa once meses en la Cárcel de Reading; en 1915 se enrola en el ejército pero no va al frente de batalla; desde 1913 y aun después de la revolución bolchevique da conferencias por toda la Unión Soviética.
Es precisamente después de su estadía en la Cárcel de Reading cuando abandona su militancia política y se da cuenta de que no había necesidad de adherirse al partido, porque entre otras cosas el futurismo y la revolución tenían un enemigo en común: el pasado inmediato. En esa época empieza a leer a esos delicados simbolistas rusos, a quienes años más tarde combatirá hasta los golpes, por considerarlos representantes de la burguesía; lee también a Shakespeare, a Byron, a Tolstoi y a Pushkin. “La novedad formal me excitaba –recuerda en su autobiografía–. Pero lo sentía ajeno. Los temas, las imágenes de esos autores no pertenecían a mi vida”. Laura Estrin, en el prólogo de Poesía lírica, dice que continuó el “romanticismo que traía del simbolismo ruso, un romanticismo con un afán pedagógico, con un intento de educación de las masas y del arte mismo, evidente en las vanguardias”. Pero además “se supo blasfemador, sarcástico, combativo, armador de una obra que había procurado desagradar, injuriar”.

Debido a esa convicción uno de sus  primeros libros fue víctima de la censura, apareciendo con seis páginas de puntos suspensivos, pero no le importó porque era un rupturista que empezó reemplazando el nosotros que los simbolistas rusos usaban por el Yo, como se llamó su primera recopilación de poemas. Su tercera publicación fue una obra de teatro que un error de imprenta quiso que se llamara Vladimir Maiakovski. Como relata Juan Bonilla, ésta era “una tragedia carcajeante en la que el poeta cargaba con las lágrimas de todos los ciudadanos que vivían en la ciudad agotada y angustiada que terminaba con estos versos: He escrito todo esto de vosotros, pobres ratas. Siento no tener pechos para amamantaros como una nodriza”. Y concluía con: “Me llamo Vladímir Maiakovski, como todo el mundo”. Maiakovski y el grupo de futuristas rusos al que también pertenecían Viktor Shklovski (precursor del formalismo ruso), Boris Pasternak (autor de Dr. Zhivago, donde Maiakovski aparece como personaje, y que ganaría el Premio Nobel de Literatura), Kamenski, Jliébnikov y Burliuk, estaban en contra de quien era considerado el fundador del futurismo, Filippo Tommaso Marinetti. Para Maiakovski, era un aristócrata y un mendaz. De ahí que cuando anuncia una visita Rusia su grupo decide hacer algo.
Fue en un teatro de Petersburgo donde Maiakovski desafía a pelear a Marinetti; los organizadores protegen al fundador del futurismo, quien, como consigna la novela Prohibido entrar sin pantalones, “no sabía por dónde huir, trataba de imponer la calma, de sosegar a sus atacantes, en una actitud muy poco futurista para quien había declarado que la guerra era la sola higiene del mundo y quien había dicho que nada hay más poético que la violencia de los puños devorando un rostro hermoso”. Al final llegó la policía, que se llevó al grupo de Maiakovski a una celda y a Marinetti a un lugar seguro. Mientras estuvieron en esa celda decidieron una cosa más: hacer cine, no para representar a la realidad, sino para cambiarla.

Las tensiones con el poder –Lenin sabía quién era, de hecho Maiakovski escribió un largo poema a su muerte– fueron conocidas, o más bien el poder puso el ojo en el autor de Poesía lírica. Federico Gorbea escribe que le pesa su “falta de ‘experiencia de arte’” y le preocupa su ignorancia a tal grado de que si se queda en el partido, “deberé pasarme a la ilegalidad”. Y la ilegalidad implicaba “no aprender nada”. Para Maiakovski, el arte no se podía ordenar, o en palabras de Estrin: “Ese Estado que fue por el arte fue también por la ciencia y por la vida”. Laura Estrin señala que Trostski lo retrataba de este modo: “Llega por el camino más corto, la bohemia rebelde perseguida. Y eso lo ve en las metáforas y en las imágenes del poeta en evidente comunión con las ciudades, los paisajes”. La poeta Juan Bignozzi dice que pese a ser un poeta que hace más de cincuenta años que no lee, aún recuerda versos de memoria, “sobre todo porque correspondían a nuestras discusiones de ese tiempo. Recuerdo: Venerables camaradas de los tiempos venideros/revolviendo la mierda endurecida del presente”. Agrega que en la poesía joven argentina nunca escucha nombrar a Maiakovski “tal vez porque los venerables camaradas cambiaron para siempre en la segunda mitad del siglo XX”.

La obra de Maiakovski está compuesta además de la poesía lírica, por las poesías épicas, teatro/cine/circo y Mi descubrimiento de América y un poema escrito en prosa. Para Damián Ríos, uno de los editores de Blatt & Ríos, el interés por editar a Maiakovski se debió a un contexto en que la editorial está saliendo con varias colecciones nuevas, y dentro de eso hay una colección de rescates, “en ese marco nos encontramos con la prologadora del libro, Laura Estrin, que además es profesora de lenguas eslavas en la UBA, y con los traductores Julio Franchi y una traductora rusa que tenían este trabajo y, como las traducciones disponibles eran pocas y en particular de este libro muy gallegas y dispersas, decidimos publicarlo”. La idea entonces fue arrancar esta colección de rescate con un clásico que no circula hace mucho tiempo y darle un lugar. Entre las razones que esgrime Ríos es que “gran parte de la poesía argentina está muy influida por el modernismo anglosajón, es decir, todo lo que es poundiano, T.S. Eliot, Wallace Stevens, y rescatar este clásico es poner en discusión esa influencia y hacer circular otro tipo de relación con la lengua poética”.

Hacia mitad de los años 20 empiezan los viajes al exterior del autor de Poesía lírica. La revolución de 1917 provocaba interés entre intelectuales y artistas del resto de Europa, por lo que su figura, su ira, captan la atención de ellos. En París conoce a Louis Aragón, al pintor Robert Delauney, pero como no maneja ningún idioma con excepción del ruso, siempre se ve obligado a recurrir a un intérprete. París es parte de su plan de dar la vuelta al mundo. De ahí continúa en vapor a La Habana, donde hace una pequeña escala, y luego a México, desembarcando en Veracruz y prosiguiendo camino por tren hasta Ciudad de México, donde lo espera Diego Rivera. Después de una breve estancia continúa hasta Laredo, ciudad fronteriza, donde la policía de inmigración estadounidense lo detiene.

El libro que retrata este periplo es Mi descubrimiento de América, donde entre muchas peripecias y agudas observaciones relata la historia de un argentino que ingresó como hijos a Estados Unidos a seiscientas personas a cambio de doscientos cincuenta dólares cada uno. La impresión que se lleva de Estados Unidos es la de un imperio con ciento diez millones de habitantes, donde unos pocos tienen el beneficio de las ganancias y donde los afroamericanos (doce millones) son el más bajo peldaño de la escalera social, a ellos los invita a leer a dos escritores de orígenes africanos: a Pushkin y a Dumas. Se pregunta: “¿Por qué no pueden los negros considerar a Pushkin un escritor propio?”. Como contraparte, se sorprende de la cantidad de blancos miembros del Ku Klux Klan (entre cuatro y cinco millones). En los tres meses que Maïakovski permaneció ahí, Estados Unidos ayudó a derrocar un gobierno en Venezuela, amenazó a Gran Bretaña y a Francia para que pagaran sus deudas contraídas durante la Primera Guerra. Fue en esta época en la que el presidente Coolidge formalizó “la palabra americano en algo exclusivo para los estadounidenses”.

A diferencia de la traducción de Blatt & Ríos, la de Entropía apareció hace unos años en la editorial española Gallo Nero. Pese a ello, Sebastián Martínez Daniell, editor y responsable de este libro, dice que no es lo mismo leer a Maïakovski en 2015 que hacerlo en 1930 ni tampoco en Estocolmo que en Managua: “Leer es presenciar la colisión de dos subjetividades al interior de un lenguaje personal”. De ahí que despegue la vigencia de este autor y en particular de este libro de crónicas de cualquier coyuntura: “Mi descubrimiento de América es un texto que puede leerse, disfrutarse y discutirse conociendo o desconociendo la relación entre Maïakovski y el movimiento futurista; conociendo o desconociendo la relación entre Maiakovski y el régimen soviético (del cual fue, en distintas etapas, férreo defensor, víctima y prenda de utilización propagandística)”. Ahora por qué publicar este texto hoy y en la Argentina, la respuesta está en la colisión de esas dos sensibilidades: la de Maiakovski y la forma “en que esa sensibilidad se transforma en escritura” y la de los editores “que han tenido la suerte de que el texto llegara a sus manos”.


Es durante estos meses en Estados Unidos en los que se entera de que Ediciones del Estado no se haría cargo de la edición de sus obras completas, ni de ningún poeta vivo; el editor le dice que se queje con otro georgiano que había sido nombrado secretario general del Partido un año antes de la muerte de Lenin en 1924: Stalin. Se acerca el fin del viaje alrededor del mundo. En 1926, pese a los inconvenientes editoriales, publica en Rusia Mi descubrimiento de América. Sin embargo, esto no impide que cuatro años más tarde se suicide de un balazo en el corazón. Su nota suicida en verso, según Juan Bonilla, decía: “Estoy en paz con la vida”.