jueves, enero 29, 2009

Los domingos no son cartesianos

A propósito de Los domingos son para dormir, de Sonia Budassi
Por Patricio Erb, vía Malón Literiario 2.0

“¿Qué cuento te gustó más?” Sin lugar a dudas esta era una del 99% de las preguntas periodísticas que conocen de antemano su respuesta. “No sé”, me dijo la autora de “Los domingos son para dormir” (Editorial Entropía), que de inmediato amplió su contestación contándome los cuentos preferidos de otros. “Los domingos son para dormir”, de Sonia Budassi, invita, del primero al último de sus relatos, a mirar una pantalla de 1000 pulgadas de ideas que buscan desesperadamente un pedazo de carne. “Acto de Fe”, “Seis menos dos”, “Fuera de temporada”, estuvieron entre los mencionados por Budassi (que otros le dijeron), como las narraciones que más gustaron. Tal vez estos tres cuentos pueden pensarse como el paso de la racionalización cartesiana más brutal a la materialidad del dolor (sea de felicidad o de tristeza).

“Acto de Fe”, con mirada femenina, hace recordar a "Memorias del Subsuelo", de Dostoievski. La protagonista, sola en el extranjero edifica sus relaciones (lo maravilloso, lo más o menos, lo terrible) de forma imaginaria. Incapacitada de gritar... de decir, la actriz principal del cuento mantiene vínculos ficcionales con los que la rodean. Pese a todo, allí deviene lo concreto: la muerte, como una irrupción en la vida intelectual, inmóvil, de ella, que sabe pero no puede. Imaginando una línea progresiva hacia la tangibilidad, el cuento “Seis menos dos” podría funcionar como un puente entre lo intelectivo y lo material: la vida de una niña de campo que, dentro de su mundo enfant, vive junto a sus tres hermanos, en casi una misma escena, el nacimiento (fallido) de un ternero y la muerte de sus padres.

Con respecto al primer cuento aquí mencionado, en “Seis menos dos” se observa un giro: la niña protagonista del cuento, dentro de su inocencia, es parte del barro del mundo; mira como sus hermanos (sin éxito) ayudan a parir a un ternero, siente dolor al clavarse una astilla y asume con naturalidad que no verá nunca más a papá y mamá. Finalmente “Fuera de temporada” es el punto de llegada de esta falsa progresión que elimina por completo al mundo de las ideas platónicas. Llegar a Pehuancó en diciembre significa abandonar el racionalismo cartesiano y entrar definitivamente al “conocimiento de sí” foucaultiano. No se trata de empezar a leer libros de autoayuda, sino de enfrentar físicamente los problemas que nos atormentan. Tres amigas en un balneario (nada chic) del sur de la provincia de Buenos Aires fuera de temporada, es la entrada concreta de “Los domingos son para dormir” a lo bello y a lo desagradable de la vida.

lunes, enero 26, 2009

Retrato del Yo

A propósito de Las teorías salvajes, de Pola Oloixarac
por Mariano Dorr, para Radar

Algunos de los primeros capítulos de esta novela filosófica comienzan con el relato de un rito de iniciación; niños que son perseguidos y atormentados por hombres enmascarados “que amenazan a los pequeños iniciados, persiguiéndolos a punta de lanza hasta empujarlos al centro de los rituales del miedo”. Una vez de regreso, los niños traen puestas las mismas máscaras con que habían sido perseguidos: dejan de ser presas para convertirse en cazadores. La experiencia del miedo los prepara para enfrentar las dificultades de la vida en comunidad y, sobre todo, la guerra. El primer epígrafe de la novela pertenece a un texto de Adorno: “Toda la práctica, toda la humanidad del trato y la conversación es mera máscara de la tácita aceptación de lo inhumano” (Mínima Moralia). Es decir, la práctica misma de los ritos de iniciación, donde hacen falta torturadores enmascarados –verdaderos precursores de toda pedagogía futura– es ya una “mera máscara”. ¿Y qué hay detrás de ese disfraz? Sólo bestias; la más cruda brutalidad que llamamos, eufemísticamente, humanidad. Las teorías salvajes cuenta (entre otras historias paralelas) la iniciación de la “pequeña Kamtchowsky” y su grupo de amigos en la vida sexual e intelectual de Buenos Aires en la era del blog y la ketamina; pero esta vez, se trata de una iniciación con tormentos teóricos y son las teorías mismas las que ahora se exhiben como máscaras. En definitiva, las teorías son máscaras detentadas por tribus modernas. En este sentido, el texto se revela menos como una novela filosófica que como una ficción teórica. En su estructura, la novela amenaza con presentarse como un Tractatus, aunque asediado por el mismo caos que caracterizó desde siempre a la filosofía.

Una voz femenina en primera persona especula con fascinar a un viejo y afamado profesor de Puan (Filosofía y Letras) proponiéndole “un proyecto imposible”: llevar sus propios desarrollos teóricos –la “Teoría de las Transmisiones Yoicas”– a su máxima radicalidad. El loco afán de seducir al profesor Augusto García Roxler lleva a la narradora a escribir sus más bellas páginas en algún lugar entre la carta de amor, la meditación cartesiana y la filosofía política hobbesiana. Para explicar el vínculo entre Soberanía, Reverencia y Muerte, la narradora observa (como Spinoza con sus arañas) un encuentro entre su gata –Montaigne– y una “Blatella Germanica”, la típica cucaracha. Ante el poder de la gata, que la manipula con facilidad, la cucaracha “avanzó voluntariamente hacia su Predador y se postró frente a él”. La narradora se pierde en el “derrotero mental del insecto” Y si es posible imaginar la voz interior de la cucaracha es, ante todo, porque nosotros mismos somos conciencia, y la conciencia –según la teoría– no es sino el resultado de la experiencia del terror. Sólo puede haber un Yo allí donde hay miedo.

La primera novela de Pola Oloixarac no es tanto un texto ambicioso como una novela sobre la ambición. ¿Acaso “pensar”, decir “yo pienso” no es ya una empresa ambiciosa? Las teorías salvajes propone su propio proyecto imposible: hacer un retrato del Yo. Es decir, el retrato de esa ficción que asumimos todos los días, sin hacernos cargo de sus efectos. Y no se trata ni de una psicología ni de una fenomenología del espíritu, sino más bien de una comedia filosófica deslumbrante.

lunes, enero 19, 2009

Desde los márgenes

A propósito de Los domingos son para dormir, de Sonia Budassi.
Por Mauro Libertella, para Los Inrockuptibles.

Los domingos son para dormir podría ser una cifra de todo aquello a lo que el mercado editorial contemporáneo le tiene miedo: un primer libro, y encima de cuentos. Como si en esa fórmula se resumiera no sólo un lugar en las librerías, sino también una idea del espacio literario: la escritura que viene de los márgenes y hace temblar a un centro masculino, novelístico, de prosa dura. Ése es el efecto más inmediato de estos diez cuentos: relámpagos de sentido que desestabilizan, que apuestan al exceso como una forma de poner en evidencia algunos clichés de la literatura y de las formas expresivas más fosilizadas.

Podríamos jugar un juego infinito que consistiría en armar series secretas entre los cuentos, como si acercando "Todo lo de anoche" a "Tu vida sin mí", por ejemplo, pudiéramos rearmar el arco completo de un ciclo biológico en sólo diez páginas. El juego es inútil, por supuesto. Cada relato estalla en metástasis y contamina todo el libro, pero también cada cuento es autónomo y sólo se puede leer como un universo cerrado y de límites precisos. "Acto de fe", que abre el libro, no tiene nada que ver con el largo relato final, "Fuera de temporada", pero también se puede leer como su reverso alucinado, su lado B –lo universal frente a lo local, lo solitario frente a lo grupal. En "Acto de fe", tal vez, se resume todo: el viaje, la prosodia beatnik para tiempos modernos, la confianza en los efectos de un estribillo, la escritura que puede ser todo estilo y que sin embargo toca bien de cerca lo real.

Probablemente sea muy pronto para proyectar una filiación y sentenciar que Sonia Budassi pertenece a tal o cual tradición de la literatura argentina. Llegarán además nuevos libros, que se encargarán prolijamente de desdecir estas líneas y que quizás profundicen en esa idea de la literatura como un juego y un ejercicio de auto transformación, como un lugar para decirlo todo sin solemnidad y muy lejos de la afectación.

jueves, enero 15, 2009

Primeras páginas (IV)

Todo esto será tuyo (novela)
de Augusto Bianco

1

–El tren venía por el espacio abriendo el universo. Verdetierra, verdetierra, laguna y cielo, desparramo de pájaros, alambrado y silencio. Sin saberlo, entraba en un mundo que sería mío... De la estación, hicimos campo hasta una paré altísima. Todo parecía quieto, muerto, sin lugar. Nos hicieron pasar. Movieron papeles, suelas, palabras. Isa me dijo: hijo, aquí van a enseñarte a ser un hombre de bien. Me dio un beso y se fue. Nunca más la vi.

–Tuvo que viajar... Ya te contaré.

–En el dormitorio me mostraron: tu cama, tu pilcha, tu ropero, tu número, el ciento once. Resinación y obediencia. Ciega, me dicieron. Quitaron la luz que me estaba desvistiendo. Para apurarme, el celador me tiró un bollo. Como me reí, ligué otro. Como me reí más, otro. Resultado: terminé en el piso y el tipo me zapateó completo. Los pibes, a zafarrancho.

–¿De qué te reías?

–No sé. Ha de ser la drenamina.

–La adrenalina...

–Eso... Entra un dogor, con voz de pito pone todos a callar y me revolea escalera abajo. De los pelos. En el patio empieza a meterme trompadas de sangre. Reíte ahora uno uno uno feto de mil putas. Al final, me metió un gargajo y yo le batí: gracias, vieja.

–¿Por?

–No sé. Venía perdedor. No sabía que me podía reasionar... En enfermería supe que al inflado le decían Clara Boya; que cuando lo veían venir los pibes se hacían encima, entonces iba por otro; que había un par de monguis que habían quedado así por los piñazos del bufa; que con el único que no se metía era con uno que se llamaba Chatarra; que al dire le decían Cangrejo por la cara de curda. Eso supe por el Moncho, un correntino gorgojo, trucha de mulita. Buenazo. Contaba que la vieja lo había parido prematurro. De gramos. Que lo cagó y se fue. Que para salvarlo la partera se lo enchaconó y lo crió ahí calientito calientito. Que le daba teta ahí abajo direto y que cuando al final lo desconchó se vio que se le había formado otro umbligo. Único humano con dos umbligos mostraba levantando la pilcha.

Ella lo miró torcido.

Sigue acá.

martes, enero 13, 2009

La serie perro-gato-peluche

Texto leído por Hernán Vanoli en la presentación de Los domingos son para dormir, de Sonia Budassi

Todavía estoy tocado por el libro de Sonia. El desafío es que uno no puede alejarse de esos textos, y por eso cuesta tanto ponerlos en perspectiva, ordenarlos en la serie literaria, establecer sus filiaciones. Decir, por ejemplo, que Sonia es la cruza perversa entre algunas zonas de la obra de Manuel Puig y las herederas contemporáneas del realismo norteamericano, entre las que cuento a Lorrie Moore y en especial a A.M. Homes, herederas a su vez de la McCullers, de Dorothy Parker y de Flannery O’Connor. Los cuentos que conforman Los domingos son para dormir pueden ser ubicados en ese mapa. Pero se sabe que leerlos desde esos códigos, inscribirlos en las series imaginadas por los lectores cultos, series posibles entre tantas otras, es, también, domesticarlos. Como así también es domesticarlos exponer, al estilo Marianito Grondona, el diagrama de ejes y oposiciones que iba anotando en los márgenes del libro. Igual lo voy a hacer.

La serie perro–gato–peluche, por ejemplo. Todos los cuentos tienen perros, gatos y peluches, peluches o juguetes, y este triple juego, esa línea, emerge en paralelo con otra línea que brilla y se oculta en los cuentos, un relampagueo envolvente, y se corresponde con el sistema de pérdidas y parentescos que se establecen entre lo que sería la naturaleza, la infancia y lo social. Son dos ejes que se potencian por acumulación: lo que se suma es ideología, la ideología que habita al lenguaje. El tercer eslabón de ambas líneas, el que se corresponde por un lado con los peluches y por otro con lo social, está arrebatado de ideología, y el libro es el despliegue de ese crescendo, y de los cruces rizomáticos que pueden llegar a producirse entre ambas líneas. Podría pensarse en un cuadro de doble entrada: el perro en correspondencia con la naturaleza en su fase mítica (lo natural en fraternidad, interrumpida por lo brutal); el gato como refracción de la infancia constituida por la cisma de los roles de género; y, finalmente, el peluche, o el pequeño pony, el pin y pon, como lo social atravesado por la imposible sutura de lo político (particularmente, la hipocresía, el código, o, como dice la contratapa del libro, el prejuicio como mecanismo semioculto del movimiento de las cosas). Ya está, lo tenemos ahí, el cuadrito de doble entrada para una clase de filosofía política, si se quiere. Oposiciones y relaciones que el libro desmonta y rearticula, complejizando, a través de una experiencia de lenguaje que muestra un virtuosismo poco usual. En algún momento, Walsh dijo que los buenos libros sirven para hacernos menos estúpidos, y en ese sentido, Los domingos son para dormir es un precioso instrumento de saber.

Completo, acá.

viernes, enero 09, 2009

Textos que no son obras

Acerca de Dramaturgias

Por Luciana Espinosa, para No Retornable

El teatro, en tanto fenómeno teatral o “verdad-teatro”, es irreductible a su propio texto a la vez que lo supone. La forma-teatro en su versión escrita se presenta ella misma siempre incompleta, faltante respecto del momento crucial que lo acaba en su propia definición: el momento -fugaz y eterno- en que se encuentran series diversas, público y actores, mediando un escenario y el telón como firma del pacto de ficción. Desde esta afirmación es fácil percibir una cierta “dificultad” que emerge, tan sólo, en el momento de leer los textos teatrales -textos que no son las obras- y que corroboran su falta estructural, la falta del momento de la representación en escena, aunque desde su reverso, sea ello mismo lo que constituye su peculiar encanto: la lectura que busca recomponer el acontecimiento negado.

En este sentido, la antología teatral Dramaturgias nos presenta siete ocasiones de invención, siete versiones distintas de lo imaginario, siete artistas, siete mujeres, en última instancia, siete posibles obras teatrales cuyo “hilo común” sólo surge de un forzamiento, del obcecado deseo de profundizar las coincidencias allí donde comienzan a esbozarse afinidades. Si bien es cierto que por lo menos se deja plantear la pregunta (que se explicita en el breve pero contundente prólogo que realiza Mariana Obersztern) acerca de si lo que se va a leer es propio de un subgénero (el teatro de mujeres) o una mera compilación de creaciones teatrales contemporáneas sin más, nada hay en el texto que nos lleve a perseverar en la primera alternativa. El libro parece sustraerse cómodamente a los intentos de buscar “lo común” para reunificar sus textos y por el contrario, despliega su verdadera riqueza en tanto permite el despunte de la peculiaridad propia de cada obra.

Ahora bien, no podemos dejar de mencionar tampoco que las dramaturgas de la compilación son jóvenes argentinas cuyas edades oscilan en un pequeño rango que va desde los veintitrés hasta los treinta y cinco años, y que han sido muy afines en sus formaciones profesionales, las cuales parecen trazar una extraña línea de puntos que acaba dibujando un círculo que deja a los mismos individuos en su interior.

Completo acá.

miércoles, enero 07, 2009

Literatura de arborícolas

El siguiente texto fue leído por Félix Bruzzone en la presentación de Los domingos son para dormir, de Sonia Budassi

Este año a Sonia le regalé dos plantas. Una chiquita, en preciosa maceta, y otra más grande, un árbol en realidad, un Paraíso, en un horrible balde agujereado a golpes de destornillador, para que el agua drene.

Ahora leo su libro, y resulta que en la lectura también encuentro una especie de árbol. O una figura arborescente, si se quiere. Y no es paranoia ni conspirativismo ni ánimo de ver en todas partes árboles: es la realidad de cada uno de los párrafos: frases ramificadas, personajes y situaciones y detalles, miles de detalles, que viven ahí como arborícolas. No sé si alguien de los acá presentes alguna vez leyó ese libro de Graciela Montes que se llama “Y el árbol siguió creciendo…” Es una novela para niños, muy imaginativa, en la que un árbol empieza a crecer en medio de la Nueve de Julio, y que con el correr del tiempo no sólo se convierte en una atracción para periodistas y comunidad toda sino que empieza a ser vivienda de muchos. El conflicto surge cuando alguien pide la remoción del árbol y todos sus habitantes. La resolución no viene al caso, pero la imagen a mí me quedó, una de las primeras grandes imágenes que me dejó el haber leído algo. Después, árbol y lector crecieron, y los árboles, en general, todos los árboles, se volvieron para mí las formas más raras y expresivas. Este libro de Sonia, claramente, participa de esa arborescencia compleja, inclasificable, llena de flores hermosas, frutos verdes, maduros, podridos, pestes, animales de todo el orden zoológico, zonas húmedas y secas, luz directa, reflejada en el verde del follaje, refractada por las gotas de la lluvia o la humedad matinal, cantidad de olores, rugosidades, músicas.

Con la música hago un aparte.

A los cuentos de Sonia, antes que nada, los escuché. Los escuché leídos por alguien, quiero decir, en voz alta. El ritmo era raro, como ondulante o deshilachado. Música aleatoria en hilachas que en conjunto armaban como un plano ondulado. Así que para mí estos cuentos fueron, antes que nada, una sonoridad. Por eso me interesa el sonido de los cuentos de Sonia. No el ritmo, o la melodía, o la entonación, que serían las partes de ese sonido y que quedan para los expertos, sino todo el sonido, completo, dando una idea de algo, como por ejemplo la composición de una histeria. Lean la quíntuple negación de la segunda oración de “Fuera de temporada” y van a saber de qué hablo. Quíntuple negación, qué abuso, que falta de “menos es más”. Pero no, es sonido, y el sonido significa mucho, y es interesante, porque en todo el libro las referencias a la música, lo que podría entenderse por “banda sonora del libro”, son pocas, y yo creo que eso es porque los relatos suenan por sí mismos.

Volviendo al árbol, el libro también es el árbol de las genealogías, que no son siempre las de una o dos chicas que vienen del interior a estudiar en la capital, como en “Roomates”, o que están de viaje por el gran país, como en “Fuera de temporada”, dos de los cuentos del libro. Hay genealogías rotas por el destino, como en “Seis menos dos”, y por la voluntad, como en “La verdad del Lena”. Y cruces que dan cuenta de las capas o niveles posibles del gran árbol. En “Seis menos dos”, por ejemplo, a la vez que espera la noticia de la muerte de sus padres, la niña que quedará huérfana ve cómo sus hermanos ayudan, sin mucho éxito, a parir a una vaca. En “La verdad del Lena” la oportunidad de comenzar una vida nueva en la Patagonia es dada por el hundimiento de un submarino. Y una imagen, hacia el final de “Roomates”, nos sugiere que no hace falta vivir en ningún árbol para sentir la inestabilidad de cualquier superficie: “En el suelo, las cucarachas y sus patitas peludas, inquieto círculo agitado que arrastra telarañas, hilos débiles que se enredan debajo de mí.”

Con los árboles se podría seguir. A mí, por ejemplo, me sirvieron para entender esos puntos que Sonia pone en la mitad de la oración, después de un “de” o después de un “que”. Ramas rotas, pienso yo, desvíos. En todos los árboles hay de eso, y eso habla también de capas de tiempo, recuerdos marcados. Igual que en los cuentos, donde una misma frase puede contener lo actual, el recuerdo y algún recuerdo dentro de ese recuerdo, como en capas. Y cuando las frases son así es porque en algún lugar hay o hubo viento, inclemencia climática, vida real, en definitiva.

Cuando a Sonia le regalé la planta fue para su cumpleaños. Un regalo delicado, precioso, para una chica. Cuando le regalé el árbol no, era para una estratagema de ella con su vecina, que le impedía el uso de la terraza y entonces a Sonia se le ocurrió lo de meter la excusa de necesito la terraza para mi árbol, que no tenía y que entonces le dí.

Así que las cosas, ahora, con relación al libro de cuentos para mí serían así: primero viene la planta, pequeña, débil, tallo y pocas hojas que hay que cuidar muy bien porque enseguida pueden morir. Eso es la niñez evocada, la nostalgia de la niñez; y luego, el árbol, el impulso barroco de la vida en la ciudad. Ese es el tránsito. Y la vida en los árboles, que son también la intemperie, la sofocación de lo múltiple, de las dispersiones acumulativas, o más que acumulativas, superpuestas, entrelazadas, y en el centro la melancolía, o el deseo del abandono de todo, mito de eterno retorno en cada círculo de cada tronco, cada año, cada mes, cada semana, y en la idea de semana, el domingo, que es el inicio y el final, según el lente, pero en todo caso el descanso, el sueño. ¿Con qué sueñan los personajes de este libro? Aparentan, se cargan de cosas. “no sólo hay que ser buena, también hay que parecerlo” dice la narradora de “Las cosas que brillan a mi alrededor” repitiendo a su padre. Pero qué sueñan, eh, qué. No se sabe. O no sueñan. Porque los domingos, lo dice el título, son para dormir.

martes, enero 06, 2009

Flores bicentenarias

Acerca de Condición de las flores

por Joaquín Linne, para Hacia el Bicentenario

Lo interesante de Condición de las flores, el libro de Bellatín que Entropía acaba de editar en los últimos días del 2008, es en especial su primer texto, donde el escritor analiza su proceso de escritura y sus ideas respecto al arte y la literatura. Es decir, de alguna manera, la explicación de su programa. Quizás el libro valga sólo por ese primer texto homónimo. Este texto de veinticinco páginas está dividido en pequeños capítulos de un párrafo con títulos de nombres de flores.

Completo, acá.