Marcos Zurita lee Malicia, de Leandro Ávalos Blacha, y escribe sus impresiones en Garamond12:
Si esta novela tuviera una faja, diría: “Un giallo en Carlos Paz”. La combustión de poner esos dos mundos en juego hace que se arranque la lectura con muchas ganas.
La reseña anterior se metía en el mundo pulp y la verdad es que Malicia bien podría pensarse como pulp o al menos dentro del postpulp del que hablábamos con motivo de ¡Fuera de mi planeta!. Claro que justo Entropía es una de las editoriales que más bola le dan a las ediciones. Todo es ordenado y cuidado, desde el color pleno que ocupa la parte superior de la tapa hasta las ilustraciones con sutiles alusiones a la trama ¡Editan libros cocidos! Definitivamente no es el cuerpo de una edición pulp.
La trama de la novela es una película de Argento. Asesino que nadie ve, guantes, cuchillo. El contexto es la temporada en Carlos Paz, el Nacional B de los espectáculos con vedettes, mediáticos y bailarines. No quiero develar nada importante de los acontecimientos pero podría decirse que sobre un fino giallo, se esparce una mortadela multigénero que plantea un tono de homenaje y a veces lo traiciona con la parodia.
Malicia es una novela hipervisual. La resaca de imágenes una vez terminada es muy buena. Tiene momentos muy divertidos y algunas resoluciones un poco apresuradas (un pecado menor).
Es una novela fácil de recomendar para alguien que quiera leer algo entretenido. Y seguramente debe tener buena acogida entre los que se obnubilan fácil con “el falso delirio” (ese nicho que festeja las peores partes de las películas malas de Takashi Miike y se aburre cuando el japonés se pone a filmar en serio, por poner un ejemplo).
Hasta acá una lectura de primera mirada. Está bien escrita, mete velocidad, y usa todo el arsenal pop que puede. Si fuera sólo eso, la novela pasaría sin pena ni gloria. El salto de calidad es la construcción de los personajes. El triángulo Juan Carlos – Mauricio – Perla es brillante. Hacía rato que un personaje de boludo no me generaba tanto rechazo al servicio de la trama (digo esto para diferenciarlo del protagonista de La Uruguaya, un boludo que genera rechazo en contra de la lectura). A Juan Carlos dan ganas de que absolutamente todos los personajes lo caguen de una u otra manera. La forma en que maltrata a su mujer, cómo envidia los hándicaps miserables del amigo, las ideas pedorras que enuncia como genialidades.
Uno está tentado de pensar que el autor ha pasado mucho tiempo soportando a un Juan Carlos de verdad y en la novela encontró la chance de vengarse.
Los protagonistas, aunque también los personajes secundarios, son los que le dan vida a la novela. Es el trabajo hecho al servicio de la obra, no para la tribuna. Malicia crece en calidad gracias a las marcas sutiles de los personajes.
El final es discutible. Y eso es lo último que voy a decir.
Puntaje película de Argento de la mejor época no de cuando hizo el Drácula 3D: 9
Puntaje metí un montón de personajes pero hago equilibrio y no se me cae ninguno: 8
Puntaje Poltergeist con Pritty: 9
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martes, mayo 30, 2017
Un giallo en Carlos Paz
jueves, marzo 16, 2017
Giallo criollo
Entrevista a Leandro Ávalos Blacha en Evaristo Cultural. Por Nicolás Ferraro
Temporada. Villa Carlos Paz. Juan Carlos y Perla se van de
luna de miel con Mauricio, el mejor amigo-enemigo de Juan Carlos, y los tres
comparten habitación. Pero eso no es lo más incómodo. Una vedette es asesinada.
Y solo es la primera. Un asesino serial de vedettes pone en jaque la temporada
y las vidas de las personas involucradas en la farándula.
Videntes que quieren su minuto de fama. Celos. Ganas de
fama. Peleas de cartel. Hipnotismos. Crímenes desproporcionados. Impredecible.
Chicos haciendo quilombo. Casi, casi como cualquier otra temporada de verano en
Villa Carlos Paz.
Sólo que Ávalos Blacha se encarga de agregarle bastante más
de sangre.
¿De dónde surge Malicia?
Por un lado, surge de la idea de hacer algo sobre Carlos
Paz, cuando pasé por ahí en unas vacaciones, hace varios años. Me llamaba la
atención algo muy intenso que se producía en la calles, mucha ebullición en
torno al mundo del espectáculo en una ciudad más bien chica, que estaba
creciendo como plaza teatral. Los actores, los móviles de televisión, los
fanáticos. Mucha interacción. Y todo concentrado en unas pocas cuadras llenas
de gente. También cierta intriga por lo que era el teatro de revista o por qué
la gente iba a ver un género que, si alguna vez funcionó con cierto misterio
alrededor de las grandes vedettes, ahora estaba cada vez más próximo a la
televisión, hasta casi no diferir de ella. Como un reality. Esto se cruzó con
algo que siempre había querido hacer, pensar una novela en sintonía con los
giallos, las películas de Darío Argento o Mario Bava, por ejemplo. Por los
espacios que usaban como ambientación (muchas veces teatrales) y la importancia
que suelen tener los personajes femeninos pensaba que podía hacerlo funcionar
con el teatro de revista como marco.
Con el correr de las páginas nos metemos en una novela
coral, con situaciones que se van saliendo de control página a página. Una
historia -que se agradece- impredecible. Con un entramado tan complejo, me
gustaría conocer cómo fue el proceso de escritura de tu novela. ¿Tenías
planteado un esqueleto o fuiste descubriendo la historia a medida que la escribías?
Nunca tengo una estructura tan armada en la cabeza, mientras
escribo. En este caso había un mínimo esqueleto, se podría decir, dado por
algunos momentos que plantea lo policial de la novela (los crímenes, pensar una
figura de detective, los sospechosos, la resolución). Algo bastante escueto.
Tenía claro que era un arco en el que se iban a trenzar otras historias, que
llevaran la novela a lo sobrenatural. Creo que el texto avanzó a partir de los
personajes, que estos me fueron marcando hacia dónde ir. Y, a la par,
determinadas situaciones por las que quería que la novela transitara (como, por
ejemplo, el juego, los casinos, la presencia del satanismo o los
extraterrestres), u otras que eran frecuentes en los giallos y quería incluir.
Malicia está plagada de personajes pintorescos, ¿cuál fue el
que más te sedujo a la hora de escribirlo?
Disfruté, especialmente, de lo que ocurre con el personaje
de una nena, Celina, que en la novela entra en contacto con el espíritu de una
de las vedettes asesinadas. En especial porque fue la puerta para trabajar con
la voz en primera persona de una vedette medio Andrea Rincón, y con los
programas de espectáculos. También porque es un personaje que da pie a otros
fenómenos sobrenaturales, algo vinculado a Poltergeist, pero desde lo
mediático.
Ya desde los epígrafes que elegiste para abrir la novela
hasta el teatro de revistas inspirado en Batman y el Joker, el imaginario de la
cultura pop parece dejar cada vez una huella más fuerte en las obras
contemporáneas. ¿A qué creés que responde esto? ¿Qué es lo que más te atrae de
esas construcciones?
Me parece que, en primer lugar, muchos de esos discursos son
los que me formaron. Las historietas, las revistas, las películas, la
televisión. Me interesa, en general, el modo que tienen de narrar, de
entretener, funcionan como influencias naturales. Siempre me atrajo la figura
del Joker, más que las de los superhéroes, y mientras pensaba en la figura del
asesino de la novela se me fue haciendo muy presente. En los giallos es
recurrente el tema de la locura, lo traumático, algo que ronda al Joker, cómo
la locura es una puerta de escape a las zonas oscuras de la memoria. Incluso
desde lo estético se acercaba al asesino de guantes del giallo. Pensar una obra
de revista sobre el Joker me servía para que ese rasgo demencial fuera un
condimento presente en el texto de forma continua, tanto en la obra como fuera
de ella, a través de la publicidad, por ejemplo. O con otros discursos en los
que vivimos inmersos (lo mediático, el espectáculo, las redes sociales). Me
gusta la literatura que se nutre de todo. Que arrasara con dicotomías como
culto/popular, géneros mayores/menores, lenguajes altos/bajos o cualquier cosa
por el estilo. Que no tenga miedo ni prejuicios sobre el material con el que
trabaja, sino que se enfoque en qué hacer con ellos. Lo que hizo Puig, Copi,
Uhart, Sasturain, Aira, Shua, Gorodischer, De Santis, Puenzo, por nombrar solo
algunos.
Haciendo un paralelismo, el otro lado de la mano, por
decirlo de una manera, es la cultura mediática, quizás más condenada a un
estallido desenfrenado de presencia en nuestras vidas, para después desaparecer
efímeramente. ¿Qué pensás que es lo que atrapa de estas realidades? ¿Cómo
decidiste trabajar con ese medio?
Al elegir el teatro de revista como fondo de la novela era
imposible no atender de algún modo a la cuestión mediática. También porque
tenía una presencia física en la ciudad (los móviles, los noteros, los
televisores como ruido de fondo constante), tenía que tener la entidad de un
personaje. Me interesaba esa capacidad de la industria del espectáculo de
convertir todo en objeto de consumo y de forma inmediata, en simultáneo con el
interés de la gente por consumirlo. Desde el lado de la producción de esos
programas, a veces me resulta admirable la capacidad de fabricar una noticia,
suspenso o intriga con los hechos más insípidos. O el “estrellato” al alcance
de todos y por motivos absurdos, que nada tiene que ver con lo artístico. Me
intriga qué morbo colectivo se activa para que eso despierte interés.
Malicia es un libro difícil de encasillar. Podría decirse
que aborda el género policial y el fantástico, los dos géneros con más
crecimiento en los últimos años. ¿Por qué creés que esté sucediendo esto?
¿Combinar estos géneros es una manera de combatir los clichés?
Siempre tengo la duda de si antes realmente no había tanta
literatura de estos géneros o si existen, pero no encontraron la publicación. Y,
en realidad, pienso más puntualmente en el caso de la ciencia ficción (que sin
dudas tiene una producción argentina, no tan acompañada desde lo editorial en
algunos momentos). En el fantástico y en el policial nuestra literatura tiene
una tradición muy rica, basta con pensar en cuán presente están en la obra y en
las lecturas de un escritor central como Borges. No sé por qué se da el auge,
en especial en las series. También en ambos géneros se puede caer en clichés y,
de hecho, una de las mayores dificultades en ellos es no hacerlo. Vivimos
realidades cada vez más complejas, quizás el único realismo posible es explorar
lo extraño. Pienso en las obras de colegas con obras no necesariamente de
género, que precisamente trabajan ese umbral: Falco, García Lao, Zina,
Schweblin.
Es interesante ver las dos caras de la tragedia, por un
lado, fortaleciendo la unión de las personas para salir adelante juntos, y por
el otro, los buitres decididos a alimentarse de los muertos. Me gustaría
profundizar en esta idea.
A la mayoría de los personajes de la novela los imaginaba un
poco apáticos en las formas, pero intensos e impulsivos. Siento que se unen
solo por no tener una alternativa mejor o para no perderse el ser parte de
algo. Hay giallos que, tras la muerte de una primera víctima, el whodunit
dispara todas las intenciones secretas que su círculo íntimo pudo tener para
matarla (como en Seis mujeres para el asesino). En Malicia la amistad de Juan
Carlos y Mauricio es de odio, más que amor. El matrimonio de Juan Carlos y
Perla es por lo menos extraño. Pero de algún modo son lo que tienen a mano.
Otra cosa que me gustaba de los giallos es la presencia de ciertas prácticas
radicales (el satanismo, la brujería, el sadomasoquismo, las drogas), en las que
personajes de ese tipo encuentran la cuota de autenticidad que no tienen en la
vida cotidiana. En Malicia la tragedia a veces actúa del mismo modo, es lo que
puede darles cierta entidad, algo que contar, de ahí que también tenga algo
festivo: como aceptar felizmente ser víctima del asesino para alcanzar la fama.
¿Cuáles fueron las principales influencias a la hora de dar
cuerpo a Malicia? A los que les guste la novela, ¿qué obras le recomendarías?
Las influencias que tuve más presentes fueron los giallos:
las películas de Darío Argento, Mario Bava, Sergio Martino. E Intrusos. Creo
que en lo que escribo siempre asoma algo de los autores que más me gustan:
Alberto Laiseca, César Aira, Copi, Wilcock, podría agregar a Fredric Brown,
Kobo Abe, Yasutaka Tsutsui, Philip José Farmer. Moju la bestia ciega de Edogawa
Rampo.
¿Cómo trabajaste el trinomio “lenguaje, trama, argumento”?
Me parece que se da un diálogo entre esos aspectos. Uno no
avanza sin el otro. Pero creo que es algo que se va ajustando en la marcha
misma, mientras se encuentra un tono para el texto. Hay algo de la trama que
tal vez da una pista para el lenguaje, una orientación, de qué manera debería
contarse esa historia. Pero, al mismo tiempo, es el lenguaje el que va a
definir el rumbo de la trama.
Publicaste tu primera obra hace más de diez años, ¿cómo ves,
en la actualidad, el estado de situación de la literatura en general y cuáles
creés que fueron los principales cambios desde que empezaste?
Me parece que la literatura argentina vive un estado de
mucha efervescencia. Hay voces muy distintas, muchas editoriales, creo que
también ganó un espacio más generalizado en lo que al periodismo se refiere (se
les da más espacio a las editoriales independientes y a los narradores
jóvenes), se traducen muchas obras. Lo que creo que no cambia es que ese “clima
de efervescencia” tiene una vida muy circunscripta a Palermo, a Buenos Aires
capital. Sigue siendo difícil que los libros circulen fuera de esta y que, a la
vez, lleguen más editoriales y escritores del resto del país acá. No sé si es
algo que puedan lograr las editoriales por sí solas, sin una política de Estado
al respecto. Tampoco cambió esto respecto a Latinoamérica, con una lengua en
común en casi todo el continente las obras no circulan si no fueron publicadas
en un grupo editorial grande (aunque esto tampoco lo garantiza en sí) o en
España.
Alberto Laiseca impactó como pocos el mundo de la literatura
argentina, principalmente con su obra, pero también con una camada de
discípulos que hace rato están siendo parte de los más interesante -y
refrescante- del panorama actual. Me gustaría que me cuentes del impacto de su
obra en vos y de él como maestro.
Creo que es el autor que más me influyó. Fue una sorpresa
encontrarme con su obra primero, por el imaginario con el que trabajaba, esa
mezcla de clase B, terror, delirio, sexo, humor. Fue una sorpresa idéntica
conocerlo. Cómo impactaba con esa figura digna de encarnar a alguno de sus
monstruos favoritos de la Hammer, pero tan cercano y querible después. Nunca
buscaba influenciar directamente en la voz o en la estética que uno estaba
creando. No emitía juicios de este tipo. Más bien era un trabajo de guía, de
ayudar en el modo que uno iba conectando con su mundo. Eran clases sin una
estructura fija tampoco. Leíamos o simplemente se charlaba, se discutía, se
tomaba cerveza y salías con mucho olor a cigarrillo. Algo que siempre nos
impactó fue el compromiso de trabajo de Lai. Sobre todo su idea en torno al
contar sus cuentos y participar en lecturas. Laiseca lo practicaba mucho.
Pensaba en qué iba a darle a esa persona que se sentaba a escucharlo.
miércoles, marzo 01, 2017
Leandro Ávalos Blacha: “Confío en el camino que se van haciendo los libros por sí solos”
Entrevista a Leandro Ávalos Blacha en Revista Almagro
Texto: Gustavo Grazioli / Fotos: Francisco Odriozola
Una escritura que no repara en ciertas cuestiones del canon
más clásico, historias que juegan con desparpajo con guiños cinematográficos y
lenguajes televisivos. En todas estas operaciones se puede mencionar a un solo
responsable: Leandro Ávalos Blacha, un escritor que camina terrenos en donde lo
que pesa son esas construcciones de mundos que parecen homenajear a su maestro,
Alberto Laiseca. Las historias se cargan otro verosímil y en ellas pueden
convivir, por ejemplo, cuatro docentes y una punk zombie sin perder ese estado
de querer llegar hasta el final. Puede, también, rendir tributo al autor de Los
Sorias a través de nombres que utiliza para sus personajes, y ponerle a una
vedette de su último trabajo, Malicia, Sisi Iseka.
Ávalos Blacha (1980) lleva la imaginación hasta los lugares
más recónditos de la literatura y es quien por intermedio de este dispositivo
vuelve a revivir, junto con Sebastián Pandolfelli, el legado de ese realismo
delirante que inauguró Laiseca. “Sin imaginación la sociedad humana se
destruye, porque la sociedad funciona por imaginación”, sabía decir “El conde”.
Y es de esta forma como todo parece convivir en Berazachussetts (Entropía,
2007), Malicia (Entropía, 2016), Serialismo (Eloísa Cartonera, 2005) y su libro
de cuentos Medianera (Eduvim, 2011).
-¿Elegís el mundo de la literatura para desajustar la
realidad?
-Es muy difícil, no sé. Siempre me gustó mucho leer y en
algún momento se fue dando lo de empezar a escribir. Pero empezando por las
lecturas, mis gustos siempre tuvieron que ver con la literatura de género.
Todos los autores que más me conmovieron siempre tuvieron que ver con autores
que presentaron mundos un poco torcidos.
Porque a veces no son autores estrictamente de género… Aira,
Laiseca… Son gente que no hace propiamente ciencia ficción, pero sí es una
literatura que coquetea con una realidad atada a otro verosímil. Por eso
siempre me pareció interesante hablar de mundos realizados con zombies, por
ejemplo, pero desde una perspectiva de género que no estuviera atada a lo
cotidiano. A veces, como lector también me resulta muy chato. Me interesan las
obras que se proponen construir algo distinto, que no se quedan con lo que
tienen al alcance de la mano.
-¿Pensás que lo cotidiano es una manera de obstaculizar la
imaginación?
-No es que no me guste una historia realista solo por eso.
Sí es cierto que lo autorreferencial no es algo que me atraiga. Pero sé que hay
modos de hacerlo que básicamente tienen que ver con la escritura y con el
lenguaje. Una novela que lo hace es Acá Todavía, de Romina Paula, que trabaja
mucho con lo íntimo. Hay un juego con el yo, con la memoria y la experiencia,
pero más allá de eso construye un artificio que funciona muy bien en la
narración. Es una voz que, por lo menos a mí, me resultó muy hechizante y que
podría estar hablando de un mundo de marte o un recuerdo de la infancia y las
dos cosas me resultan atractivas. Todo depende de cómo estén trabajados esos
materiales. Lo cierto es que ese tipo de literatura del yo no es la que más me
atrae. Ese ego del escritor ahí funcionando, la tortura de la escritura. Eso,
la verdad no me interesa demasiado.
-Pasaste por el taller de Laiseca, ¿qué elementos pudiste
encontrar ahí para incorporar a tu ficción?
-Fue importantísimo el taller, básicamente para empezar a
escribir. Era la primera vez que hacía taller y tenía ganas de que fuera con
algún escritor. Lo que un poco pasó con Laiseca es que no lo conocía demasiado
y se había empezado a hacer muy visible por los cuentos de terror en I-Sat, y a
la vez empezaron a publicarse muchos textos. Lo primero que leí fueron Las
aventuras de un novelista atonal y fue medio la misma impresión de cuando había
leído Crónicas Marcianas. Son como esos libros mazazo. Fue ver un tono que no
tenía tan presente en la literatura argentina: mezcla como de humor negro y
delirio. Así empecé con Lai. Antes escribía pero como una inquietud personal,
el taller lo que me dio fue como esa constancia de todas las semanas generar
algo. Después, el grupo que se formó fue muy importante: estaba con Sebastián
Pandolfelli y dos compañeras más, y de a poco eso se convirtió en un grupo de
autoayuda, entonces cuando por ahí no escribía era un espacio de literatura.
También Laiseca a veces leía los textos que por ahí estaba escribiendo o
explicaba los cuentos que iba a contar después, era muy estimulante. A veces
leía autores que en ese tiempo tal vez no estaban tanto en circulación. Me acuerdo
que hablaba mucho de El camino del tabaco (novela de Erskine Caldwell) que en
ese momento no se conseguía en cualquier lado, tenías que ir a algún parque; o
agarraba antologías medio perdidas y te encontraba un cuento que era buenísimo.
Las lecturas de Lai de por sí eran muy disímiles: podía leer de física,
economía, magia, tenías saberes muy heterogéneos y podía incorporar esas
cuestiones en el taller. Trabajaba de una forma muy libre, nunca eran
devoluciones que tenían correcciones muy incisivas. Nunca te iba a cuestionar
un estilo. Pretendía seguir estimulando la escritura y que cada uno encontrara
su tono de una manera libre. Laiseca fue fundamental en todo, no solo como
maestro en taller sino como escritor en general. Siempre pienso en él, Aira o Copi,
y en ese canon alternativo.
-En Berazachussetts hay un grupo de amigas que se disputan
la diplomacia con la mujer zombie. ¿Creés que estás poniendo en la mesa un
universo de miserias sociales?
-No creo nunca en eso como una motivación. Creo que eso pasa
inevitablemente porque uno trabaja con el lenguaje, personajes y un discurso
que hace que de forma irremediable lo social se construya en eso que se está
representando. En ese sentido no hay ninguna obra que pueda escapar a eso. En
algún punto en Berazachussetts quizás era algo que tenía más presente porque
básicamente creo que era una novela que cuando la escribía funcionaba como un
imaginario más apocalíptico. En Malicia, en cambio, cuando empecé incluso como
disparador y todo, siempre tuve esta idea del cine italiano y de cierto
referente que tenía que andar por ahí. Quizás hay como una mínima trama
policial más definida que en Berazachussetts, que es todo más caótico…
“Lo que más me interesa tiene que ver con el cruce de géneros”
Entrevista a Leandro Ávalos Blacha por Silvina Friera para Página 12
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| Foto: Rafael Yohai |
El aparente desorden del universo es simplemente un orden más elevado, un orden implícito situado más allá de nuestra comprensión”. La frase –que pertenece a Asilo Arkham de Grant Morrison– podría preludiar una historia policial “delirante” que sucede durante la temporada de verano en Villa Carlos Paz (Córdoba). Penetración, sutileza y sagacidad. Leandro Avalos Blacha otra vez lo hizo con Malicia (Entropía), novela cuya principal extrañeza consiste en combinar una heterogeneidad de elementos del cine, el cómic, el terror, el thriller y el humor que, a priori, parecerían no ser aptos para convivir en ese “orden elevado” construido por el escritor. A esa ciudad de las Sierras Cordobesas llega un “trío” circunstancial que se las trae: Perla -que pronto se transformará en una estrella a partir de su debut en El Joker- y su marido Juan Carlos, un jugador compulsivo. A la pareja de recién casados se les ocurrió la “feliz” idea de invitar a compartir la habitación a un amigo del marido, Mauricio, para ahorrarse unos pesos. Los amigos en cuestión, presas de un individualismo exasperado y un egoísmo ilimitado, compiten deslealmente y están impulsados por viejos rencores. La trama se inicia con el crimen de la vedette Sisí Iseka, que integra el elenco de El castillo de las secuestradistas, título de un cuento de Alberto Laiseca (1941-2016), maestro con el que se formó Ávalos Blacha, a quien llama “Lai” desde el afecto abreviado. Pronto se sumará otro asesinato más: el de la mediática Bárbara Rainbow. La galería sobrenatural se completa con una médium que busca capitalizar sus servicios, una niña poseída que sabe demasiado y un grupo de monjas siniestras.
Avalos Blacha
–autor de la celebrada Berazachussetts (2007), novela con la que ganó el Premio
Indio Rico– maneja los resortes de la narración con una pericia excepcional
para componer una diversidad de atmósferas que rompe con las convenciones. “Las
mandíbulas de las religiosas se alargaron hasta adquirir la anatomía de
bestias. Lo tomaron de los brazos y lo arrojaron contra la pared. Soldi observó
espantado cómo les crecían los dientes y las espaldas. Soltaban un vaho
irrespirable y lo estudiaban, esperando un mínimo movimiento suyo para
despedazarlo”, se lee en una parte de la novela. “Las monjas se reían como
hienas y murmuraban una especie de oración en latín. Soldi se percató al rato
de que la tonada era una canción infantil que le cantaban de niño y que las
voces de las mujeres eran ahora la de sus padres muertos”. Otro ejemplo más,
cuando en la sala de un teatro –y entre relámpagos– comenzó a cobrar forma el
rostro de Celina con los cabellos crispados. “Su alarido se expandió como un
golpe de corriente por la conexión eléctrica del teatro. Estallaron todos los
circuitos: cables, enchufes, luces, parlantes, artefactos. Brotaron pequeños
incendios. Los espectadores luchaban desesperados por alcanzar la salida.
Minutos más tarde, los gritos de Celina cesaron, y con ellos toda la
electricidad”.
“Malicia fue lo
último que empecé a escribir en 2009, cuando todavía iba a lo de ‘Lai’, después
de unas vacaciones que había pasado en Carlos Paz –cuenta el escritor en la
entrevista con PáginaI12–. Era un momento en el que cobraba cada vez más
importancia como plaza teatral y lugar de vacaciones. Siempre me llamó la
atención este hábito de que en el verano hay que ir al teatro de revistas. Al
ser un lugar chico, había algo muy intenso en Carlos Paz en cuanto a la
proximidad que se generaba; era una peatonal colmada de gente y los actores
tenían que entrar a los teatros y se mezclaba todo: los móviles de televisión
con los fanáticos”, agrega el autor de Serialismo y Medianera.
–¿Qué importancia tiene el cine en la combinación de
elementos que se aglutinan en “Malicia”?
–Yo siempre quise escribir una novela que jugara con el
género giallo de Darío Argento, Mario Bava o Lucio Fulci; películas que toman
el género policial, pero que tienen una salida en la resolución que se vincula
con lo fantástico o el terror. Hay un cruce de géneros bastante fuerte y muchas
de esas películas tomaron escenarios artísticos como la ópera o la academia de
baile. Me parecía que podía poner el foco en el teatro de revistas, pero ni
siquiera conocía el género, nunca había visto obras y me causaba curiosidad ver
cómo el teatro de revistas continúa existiendo con los cambios que hubo en el
rol de la mujer, cómo era un revista más actual, por qué seguía teniendo
vigencia. Vi algunas obras en las que trabajaba Florencia de la V –que entonces
era como la reina de Carlos Paz–, otra con Nazarena Vélez y con Moria Casán y
Carmen Barbieri. Pero no las fui a ver desde un lugar de prejuicio para reírme
de lo que hacen. En lo que tenía que ver con el humor, me acuerdo que en la de
Carmen Barbieri, el comediante era Beto César, que atrasaba como veinte años y
hacía los mismos chistes en relación a las mujeres.
–La novela dosifica lo siniestro, que aparece con más fuerza
sobre todo hacia el final. Al principio, el policial va llevando la narración.
¿Cómo trabajó la construcción de la novela en estos registros que van del
policial a lo siniestro?
–Hay climas que no son tanto de terror, sino que puede
remitir a cierto imaginario presente en películas como los Poltergeist. No sé
si busca producir miedo, sino acercarse a ese imaginario. Sí pensaba que fuera
más como un viaje hacia ese momento del final. Yo tengo la idea de hacer una
trilogía. En la novela se juega con la llegada del que puede ser un Anticristo
y en el terror hay unas novelas y unas películas emblemáticas como La profecía,
que son tres momentos en la vida del personaje Damien, el supuesto Anticristo:
su infancia, su adolescencia y su adultez. Pensé que podría escribir tres
novelas diferentes y que cada una podría estar más atada a algún género que otras.
La segunda novela cruzaría el terror y el western y en la tercera tendría que
ver qué pasa.
–¿Continuarían transcurriendo en el escenario de Carlos Paz?
–No, como en el final de esta novela hay una especie de
fuga, pensaba más la continuación como una suerte de caza de brujas de esta
nueva secta que se generó. Todavía no tengo muy claro dónde transcurrirá, pero
creo que se irá más hacia una guerra de sectas en la que habrá algo de
ocultismo.
–¿Por qué aparecen en la novela prácticas vinculadas con el
satanismo?
–Quizá lo que me causaba intriga no es la cuestión de la fe
en sí, sino la búsqueda de una experiencia, que es algo que veía en varias
películas. Hay giallos que toman la brujería y el satanismo y muchas veces son
mujeres las protagonistas. Hay personajes que no pueden conectar con la vida
cotidiana, que viven todo con cierta apatía y que en algún punto lo único
auténtico que pueden experimentar son estas experiencias extremas como el
satanismo. Son películas de los 60 y 70 y en algunas es muy fuerte cómo tratan
los conflictos de cierto orden establecido más conservador con personajes
contraculturales. Hay una película emblemática de Lucio Fulci, Lizard in a
woman’s skin, en que la protagonista es una mujer de una familia muy
tradicional que habla siempre con su analista de los sueños que tiene en
relación a una vecina, que siempre hace fiestas y se escucha que tocan rock y
los ven drogarse y tener sexo. Esta mujer sueña que asesina a su vecina. El
analista le dice que tiene un conflicto entre deseo y represión, por todo lo
que la vecina representa. Finalmente, a la vecina la matan tal como ella lo
había soñado.
–¿Cómo combina los géneros para que la novela no se desmadre
del verosímil?
–El verosímil es lo principal para que funcione la literatura
fantástica o de ciencia ficción. Cuando se pierde el verosímil, en algún punto
se pierde todo, se desconecta con todo. Como lector, cuando siento que hay algo
que no tiene nada que ver con el realismo, algo que es exagerado o absurdo
–pensando en la obra de Laiseca, que puede construir Camilo Aldao como si fuera
la Unión Soviética–, la construcción de la voz y los personajes tiene que ser
cercana para que no termine en el mero disparate. Me interesa mucho eso y en
parte es algo que me gustaría que nunca se perdiera. En cuanto a la irrupción
de lo fantástico, es algo que me atrae. Si quiero escribir una novela más
realista, termina apareciendo algo que me desvía. Lo que más me interesa tiene
que ver con el cruce de géneros. Algo que siempre está presente, que hasta
atenta un poco contra el terror, es el humor, que me comentan que encuentran en
la novela. Si el humor surge, no sé mucho cómo controlarlo. El trabajo con los
editores de Entropía me ayudó a bajar un poco los decibeles y como escritor uno
necesita que te lo marquen. Es un gusto encontrar editores que te den a veces
ese mazazo necesario para que el texto funcione y crezca.
La sencillez y humildad de Avalos Blacha es digna de
comentar. Pocos autores reconocen, al menos públicamente, la importancia que
tiene el trabajo de edición en el pulido final de un libro. El escritor –que
nació en Bernal en 1980– comenzó el taller con Laiseca en 2003 y dice que
estuvo unos seis años. “Yo disfruté mucho el taller con ‘Lai’. Siempre se habla
de la soledad de la escritura y del escritor… Y sí, uno escribe solo, pero
después hay una instancia de compartir un montón de cosas. La lectura de los
otros ayuda a enfocar la mirada. Y ni hablar si diste con una buena dinámica de
taller, que es un poco lo que yo extraño. Está bueno encontrar a alguien que te
acompañe –reconoce–. Al principio en la novela se menciona ‘El castillo de las
secuestraditas’, que es un cuento de ‘Lai’, y en el primer borrador aparecían
Alejandra Zina y Selva Almada como personajes de vedettes que terminaban
pasándola mal. Y las saqué por algo que decía ‘Lai’ de que no había que atraer
fatalidades en lo que uno escribe. En Berazachussets había un personaje que era
un bebé muerto que se reanimaba y yo sin darme cuenta le había puesto
Albertito. Y lo primero que me dijo ‘Lai’ fue: ‘¡Por favor, cámbiele el
nombre!’. En lo que escribo hay algo del estilo que es cercano a lo de ‘Lai’,
incluso por el humor”.
–¿De dónde viene su interés por el cruce de géneros?
–Lo primero que me atrajo fue El Eternauta, en esto de
encontrar algo de ciencia ficción que hable, con una historia de género, desde
la Argentina. Ray Bradbury decía que él había querido escribir Winesburg, Ohio
y le salió Crónicas marcianas. Lo interesante es poder contar lo propio desde
el género. Y tiene que ver también con la cuestión del verosímil: podés
ambientar la historia en la luna o donde se te ocurra, pero tenés que sentir
que está hablando del presente. Después hubo lecturas que me marcaron, como
Fredric Brown en la ciencia ficción, un autor que siempre tuvo muy presente el
humor en sus cuentos y que no tiene nada que ver con esa ciencia ficción más
dura. O Philip Farmer, un escritor que tiene novelas en las que mezcla el
policial con la ciencia ficción o cosas más de erotismo. Me gustaría poder
escribir una historia más clásica. Ahora, para abril o mayo, sale una novela
breve, Una casa de pie, que es como una historia de fantasmas de un chico que
se va a vivir a una casa antigua refaccionada en la que hubo un taller de
costura clandestino. En un incendio, murieron todas las mujeres que trabajaban
ahí. Este chico charla con el fantasma de una de estas costureras. La idea de
una ghost story clásica termina siendo rara como novela de fantasmas.
–¿Está escribiendo algo ahora?
–Terminé un libro de cuentos y lo estoy corrigiendo
bastante; son dos cuentos que pasan a unas pocas cuadras de Bernal y que tienen
que ver con las fiestas patronales. En una de estas fiestas hay fenómenos de
abducciones. Quiero continuar la historia de Malicia, de la que tengo muchas
notas, pero no pude empezar a escribir nada todavía. En abril me voy a hacer
una residencia de escritura en Saint-Nazaire (Francia) por dos meses. Mi idea
es aprovechar ese tiempo para escribir la continuación.
martes, febrero 21, 2017
Humor, cruce de géneros más teatro de revistas
Entrevista a Leandro Ávalos Blacha en Tiempo Argentino.
Por Juan Cinelli
Dos amigos, uno de ellos recién casado con una chica rara
que conoció en la iglesia a la que asiste su madre, viajan a Carlos Paz en
temporada. Su vínculo está signado por el recelo y la envidia, que los empujan
a una competencia permanente. Pero sus vacaciones, en las que reparten el ocio
entre el casino y los espectáculos del teatro de revistas, se ven alteradas por
una serie de brutales asesinatos de vedettes que sacuden la tranquilidad de la
ciudad. Así comienza Malicia, la nueva novela del argentino Leandro Ávalos
Blacha, en cuyo primer capítulo la narración se desdobla a partir del uso de
dos narradores, uno en primera y el otro en tercera persona, para dar cuenta
del vínculo ambiguo de estos dos amigos. Tratándose de una novela policial,
dicha alternancia genera un interesante juego de confianzas y desconfianzas que
permite preguntarse por el vínculo que los lectores establecen con un texto, a
partir de quién y cómo lo relata. Pero Malicia no sólo es una novela policial:
una serie de elementos entre fantásticos y sobrenaturales pronto la convierten
en un lúdico cruce de géneros, en el que no faltan el terror, la ciencia
ficción, el pulp y el noir. Un híbrido extraño y delicioso en el que Ávalos
Blacha se mueve con gracia y astucia.
“Esta novela me llevó mucho tiempo de trabajo y me siento
muy a gusto con el resultado final”, comenta el autor. “Y siempre está bueno
ver qué repercusión tiene entre los lectores o qué lecturas hacen los
periodistas. No desde el lugar de cuánto puede influenciar una crítica negativa
en mi modo de escribir, porque creo que los libros no tienen por qué gustarle a
todo el mundo. Pero me interesa conocer las distintas lecturas que puedan
tener, incluso en lectores que por ahí no sienten ninguna filiación con los
distintos géneros con los que juega la novela, aunque tampoco se inscriba
decididamente en ninguno de ellos”.
-Ese cóctel de géneros y la representación del universo del
teatro de revistas está atravesado por el humor como elemento vital, a partir
de una mirada que nunca se permite ser burlona.
-Es que una mirada burlona no fue algo que me interesara
cuando se me cruzó por la cabeza hacer algo con el teatro de revista, que no
era un mundo que conociera en lo más mínimo. Me interesaba tratar de entrar en
ese mundo pero no de manera prejuiciosa ni para hacer una sátira, sino para ver
de qué se trataba, cómo era una revista e incluso ver qué había pasado con ese
género que seguía teniendo cierta vitalidad. O cómo había absorbido los cambios
de la figura de la mujer en la sociedad, siendo un género en el que lo femenino
tiene un lugar de objeto.
-Tomás ese universo para rodearlo de crimen y de un horror
que en primer lugar se manifiesta a través del femicidio, tema que puede
vincularse con las formas violentas de percibir lo femenino.
-Por un lado tiene que ver con esa secuencia de asesinatos
seriales, un elemento que tomé del giallo italiano en el cine. Fue un
disparador: imaginar una serie de asesinatos que tuvieran a la temporada del
teatro de revista como escenario. Lo que pasa en muchos giallos es que al
intentar descubrir a la persona que cometió los crímenes se termina mostrando
un fresco de la sociedad. O al menos del grupo de personas que rodeaban a una
víctima y cómo afloran las miserias que permiten creer que cada uno podría
haber tenido un motivo para querer matar. Creo que eso es algo del terror que
en esta novela funciona bien, más allá de los asesinatos en sí y de que lo más
gore no son los crímenes, sino esa pulsión individualista que tienen algunos
personajes. Creo que el horror está en ese círculo más que los crímenes mismos.
-La novela empieza en un tono de realismo policial cruzado
por cierto costumbrismo, pero luego se dispara hacia lo inesperado.
-Mi intención era que la novela no entrara directamente con
el código fantástico, sino que eso fuera apareciendo de a poco. Quizá por este
interés que tenía en hacer algo sobre la forma del giallo, sobre todo las
películas de Darío Argento o Mario Bava, donde de repente hay alguna trama
policial en la que se presenta una hipótesis más ligada a lo sobrenatural como
puerta posible para la resolución de un crimen. Quería que esa cuestión más
fantástica fuera apareciendo de a poco, cuidando cierto verosímil. Que aún
cuando la novela tuviera que ver con extraterrestres o satanistas, encontrar la
manera de que no fuera un disparate, sino que fuera un mundo más realista en el
que estas cosas van apareciendo.
-¿Y esa fachada costumbrista en torno al teatro de revista
te sirvió para eso?
-Era la intención, aunque nunca lo tomé sólo como un
decorado, sino como algo que es fundamental en el desarrollo de la novela.
Además hay muchos giallos que tienen escenarios artísticos, como la ópera, la
academia de baile o la escuela de modelos. En todos esos ámbitos está la figura
femenina como cuestión central y entonces el mundo del teatro de revista me parecía
ideal para esta historia. Otra cosa que me atrae del giallo es que muchas veces
la mujer no es solamente la víctima, sino que son también los asesinos, y
tienen un rol muy activo en las historias. Y siento que en todo lo que escribo
los personajes femeninos son siempre los que cargan con el peso dramático y van
haciendo que las tramas se muevan.
-¿Sentís que en tu escritura hay una influencia de la
narrativa del cine?
-Creo que el cine me sirve de disparador, para pensar
momentos o climas. Acá el cine me dio la estructura de la historia, porque casi
todo estaba dado a partir de los elementos que veía que aparecían de manera
recurrente en estas películas. Sentía además una filiación con el hecho de que
se trata de películas que a veces incluso son malas o no aspiran a una
perfección y eso también me interesa: una literatura que se atreva a buscar a
través de una forma fallida, pero que busque algo que no sea lo convencional.
-Es muy fácil pensar en una adaptación al cine de Malicia.
Ahora, ¿fantaseás con la idea de una adaptación al formato del teatro de
revista? Porque dentro de la novela te das el lujo de casi de escribir el guión
de una revista.
-Y… si alguien quisiera hacerla (risas). Por mí encantado.
Creo que uno tiene que escribir la novela y después lo que pase con el libro ya
no tiene tanto que ver con uno. Esos cuadros y números musicales que describo
dentro de la revista tenían que ver con los de algunas obras que había visto, o
el personaje de la vedette que encabeza el cartel del espectáculo es
básicamente una doble de Moria Casán. Cuando fui a ver algunas obras del teatro
de revista lo que estaba muy avejentado era todo lo que tenía que ver con el
humor. En una creo que estaba Beto César y era un humor en el que parecía que
no hubiera cambiado nada en 30 años…
-Lo más probable es que lo que no haya cambiado en 30 años
sea Beto César.
-Sin dudas (risas). Era muy impresionante. Me parece que
estaba en una revista de Carmen Barbieri. Era un año en el que ella y Moria
estaban peleadas y era el tema del verano. En las dos obras pasaba que los
cuadros de baile eran lo más atractivo, porque hay un auge del baile, mucha
gente joven que se dedica a eso y me gustó la posibilidad de incluir algo de
esos pequeños cuadros. Pero también está ese otro lado de la revista
retrógrada. No sé cómo se podría llevar todo esto a la revista, pero si alguien
se animara, bienvenido.
-¿Escribir esta novela no habrá sido una excusa para
legitimar el placer culpable de ir a ver teatro de revista?
-No (risas). Es algo que hubiera hecho de todas formas sin
ninguna culpa. En todo caso fue encontrarle una utilidad a haberlo hecho y al
haber perdido tanto tiempo viendo Intrusos y cosas así. Creo que hay algo del
morbo que se juega en estas obras y me quería dar el gusto de hacer una novela
con eso. «
lunes, febrero 20, 2017
Desmesura bajo control
José María Brindisi reseña Malicia para Ideas La Nación
La desmesura tiene buena prensa. Se trata de un canto a la
libertad, olvidando que la libertad en literatura es sólo aparente y que a
menudo actúa apenas como salvaguarda de la pereza. No la desmesura como
desarrollo, ni como valor digresivo, ni como apuesta última; más bien un vale
todo, una deriva que justifica lo que sea, que se recuesta en el efectismo de
lo inmediato y que a partir de una lógica inaprensible termina por reducir la
expectativa prácticamente a cero. Lo cierto es que Pynchon hay uno solo, y el mayor
misterio en él no es el de su identidad, sino cómo es posible que sepa tanto y
que maneje todos esos hilos sin descarrilar.
Justamente, aun en su búsqueda bastante menos extrema que
las del norteamericano, si hay un mérito esencial en la última novela de
Leandro Ávalos Blacha (Quilmes, 1980) es el control notable que su autor parece
guardar sobre la multiplicidad de elementos que la componen. Malicia no deja de
ser nunca un policial; aunque entren otras cartas en el juego, el modo primero
progresivo en que plantea una serie de enigmas para luego robustecerlos y
finalmente hacerlos estallar le hace honor -mientras se lo apropia- a las
rigurosas bases del género.
A la vez, Malicia es también una comedia que, poco inclinada
a las arenas movedizas de la caricatura, apenas se deja tentar por el gag o el
chiste; Ávalos Blacha se detiene siempre un par de pasos antes del
costumbrismo, es decir, de la reducción que diluye o vacía de sentido, y está
lejos, pese a que muchos de los componentes de la novela hubiesen propiciado
esa debilidad, del grotesco, ese modo de la desmesura que arrasa con todo. Pero
el humor es un protagonista central de su novela, y en el diálogo que mantiene
con lo terrorífico y la sugestión se filtra lo extraordinario, un complemento
de la intriga que jamás le discute su cetro.
El disparador de toda la historia es un asesino serial de
vedettes, y sin duda ocupa un espacio nuclear -aunque silencioso-, pero Malicia
gira en verdad alrededor de una serie deliciosa de personajes y combinaciones
improbables: el jugador que se va de viaje de bodas con su amigo quinielero
para ahorrar, y su esposa que se convierte súbitamente en estrella; Marta, la
calculadora médium que pelea con uñas y dientes por retener su prestigio, y
Celina, la niña introvertida captada por el mal que saltea todas las etapas y
despliega su furia demoníaca. Otros instrumentistas nada menores se entrelazan
en esta adictiva novela que puede leerse en la estela pynchoniana, pero
asimismo en la del inefable Quentin Tarantino, ese maestro en hacer que todo lo
disperso conviva sin salirse del plato y que sólo pueda ser reproducido en sus
propios términos.
lunes, febrero 13, 2017
Farsesco y loco universo del espectáculo
Por Martín Lojo para Revista Ñ.
Asesinos seriales, vedettes, monjas satánicas,
extraterrestres, videntes, sectas sadomasoquistas; hubo un tiempo en que la
colección de personajes y temas que coinciden en Malicia, de Leandro Avalos
Blacha, hubiera resultado un absurdo incomprensible. Pasados veinte años de Del
crepúsculo al amanecer, el film de Robert Rodríguez que saltaba del policial a
la cacería de vampiros, el cruce de géneros de todo tipo es ya un recurso
convencional de la ficción contemporánea.
La premisa que estructura la novela es la del giallo, esa
subespecie del thriller alimentada por cineastas italianos como Mario Bava y
Dario Argento, que sacrificaba el rigor del policial en favor del gore y la
creatividad visual.
Malicia comienza con la luna de miel en Carlos Paz de Juan
Carlos, un apostador compulsivo, y su mujer, Perla, a quien eligió según la
suerte de los números. Los acompaña Mauricio, un amigo de Juan Carlos con quien
mantiene una incontenible competencia.
La villa turística está asediada por una serie de asesinatos
de vedettes que aparecen desnudas y mutiladas. La pareja se involucra en los
crímenes cuando conocen a Vilma Menta, una célebre vedette que encabeza un
espectáculo de revistas inspirado en los personajes de Batman. Mientras Perla
participa del show, el asesino ataca entre bambalinas a la vedette Piru Viedma.
Hasta allí, el policial.
Los aspectos sobrenaturales de la trama se desencadenan
cuando tres espectadoras, una vidente, una niña y otra veraneante, encuentran
el cadáver y caen en una suerte de trance. El episodio despierta una de las voces
del juego coral que arma el relato, la de la propia Piru, que les indicará
desde el más allá cómo sacar provecho televisivo de su muerte.
Más allá del festival de géneros y referencias al cine, el
cómic y la televisión, un aspecto crucial de la novela es la sátira del mundo
del espectáculo, una horda de empresarios inescrupulosos que no dudan en sumar
los crímenes frescos a sus shows, apelando al placer mórbido del público.
También se destaca el soliloquio de Piru Viedma, quien desde su estancia fantasmal
arremete con la consabida defensa de su talento y esfuerzo, frente a sus
colegas dadas a las drogas y la prostitución. Sus consejos para seducir a la
prensa amarilla conmueven a Celina, médium preadolescente que lleva al
paroxismo el anhelo de fama y se desintegra en una “forma de energía puramente
televisiva”.
El humor absurdo, los personajes caricaturescos y la
velocidad de la prosa permiten reconocer en Malicia el influjo de autores como
César Aira o Alberto Laiseca –a quien la novela homenajea en el nombre de dos
hermanas vedettes–, pero sus recursos estilísticos abrevan en otras aguas. Ni
la huida por el sinsentido del primero ni el delirio obsesivo del segundo, la
escritura escueta pero precisa de Ávalos Blacha parece seguir los juegos de
cámara de cineastas como John Carpenter y Brian De Palma.
No obstante la deriva disparatada del relato, el autor de
Berazachussetts se esfuerza por sostener la lógica de la trama, aunque el
aquelarre de personajes y géneros resulte en un final más bien apresurado y
confuso. Un traspié que no le quita diversión a esta entretenida celebración
del cine de clase Z.
viernes, enero 27, 2017
Atravesar el fantasma de la fama
Reseña de Malicia, de Leandro Ávalos Blacha, en Revista Kundra
Por Sandra Gasparini
No es solo la combinación de distintos géneros en un marco
de absurdo lo que hace original y divertida a Malicia, la última novela de
Leandro Ávalos Blacha, sino fundamentalmente la maestría con la que va
combinando las tramas que se identifican con cada uno de ellos. Un lugar -las
calles principales de Villa Carlos Paz, Córdoba-, en un momento clave -la
temporada alta de turistas dispuestos a entretenerse con el teatro de revista-,
es el punto de partida ideal para que el autor vaya agregando sus pinceladas
bizarras, su lente deformante, su humor negro que no deja de descolocarlo todo.
Si la palabra “malicia” reúne entre sus acepciones tanto la
tendencia a interpretar de modo “siniestro” o “picante” una frase o una
situación, como la intención solapada que inevitablemente se inclina al mal o,
llanamente, remite a su ejercicio, es posible pensar que el eje que vertebra
todas las tramas de la novela procede de ese poder polisémico que tiene el
lenguaje. Malicia es la de los amigos que se odian y sin embargo se buscan;
malicia, la de la suegra que tiene ocultas intenciones; también la de las
vedettes que quieren serrucharle el piso a sus compañeras; la del asesino
serial que busca algo que algunas mujeres tienen; la de una nena que pretende
ser famosa a toda costa, la de una secta, la contenida en un nombre que exhibe
lo evidente y la de una teoría conspirativa que tiene un fondo trasnacional.
Con Malicia, Ávalos Blacha vuelve al humor delirante de Berazachussetts (2007),
que se había teñido de una gozosa melancolía en los relatos entrelazados de
Medianera (2011) y exige un lector competente en consumos mediáticos bastante
especializados.
A Ávalos Blacha le interesan aquí varios subgéneros. Por lo
pronto sigue apostando a la recombinación y a la ruptura de los esquemas
clásicos del policial y del fantástico: desde los cinematográficos toques
slasher –sobre todo en la presencia del brutal psicópata, casi tributo al
subgénero giallo, todavía más propenso a lo hiperbólico-, que crispan a la vez
que desacartonan el terror, hasta las notas argumentales de viejas series de TV
Malicia lo intenta todo para impedir que el lector despegue los ojos de sus
páginas. El reality show, por otra parte, se constituye de inmediato,
alimentado por los sucesos del último minuto, convirtiendo en espectáculo el
asesinato y la violencia, de manera que las disparatadas obras de teatro de
revista están en el borde del snuff.
El fantasma y su estela tenebrosa y sugestiva siguen siendo
un elemento provocador si se los trata como aglutinantes de un conjunto de
deseos, temores y reclamos no ya de un pasado oscuro que vuelve a golpear la
puerta sino como el procedimiento más espectacular para requerir fama o
justicia, en este mundo u otros, como ocurre con Celina, una niña que busca
hacerse ver y oír. En este sentido, el registro despojado y naturalizador del relato
contrasta con los sucesos narrados, sangrientos y extraños. Virtud de una voz
narrativa resultado de una política de la escritura que exalta lo mínimo (o lo
aparentemente banal) y una economía verbal basada en una acertada selección
léxica que sorprende tanto como divierte.
martes, enero 17, 2017
Carlos Paz sobrenatural: "Malicia", la novela sobre asesinatos, extraterrestres y posesiones veraniegas
Por Javier Mattio para La Voz del Interior
Leandro Ávalos Blacha vuelve a cruzar géneros con realismo
social en "Malicia", novela que narra extraños sucesos que se suceden
en Carlos Paz entre médiums, aliens y vedettes.
Además de las revistas, Carlos Paz tiene su libro dedicado a
las vedettes y los febriles días de temporada: en Malicia, Leandro Ávalos
Blacha (Quilmes, 1980) imagina un verano sobrenatural en el que los turistas y
habitantes carlospacenses asisten a extraños fenómenos: muertes sangrientas en
plena función de teatro, posesiones, médiums y advenimientos extraterrestres.
La historia arranca con un crimen: el de la vedette Sisí Iseka, del que se
enteran Juan Carlos, su mujer Perla y amigo Mauricio, de paso vacacional por la
Villa, y al que le sigue la muerte también mediática y brutal de Bárbara
Rainbow.
Los protagonistas asistirán a una función en el teatro
Marshall de El Joker, puesta desconcertante a lo Fantasma de la Ópera freak
dedicada al universo de Batman en el que todo termina por descalabrarse: la
narración avanzará desde allí presa de un “realismo delirante” afín al del
recientemente fallecido Alberto Laiseca, de quien Ávalos Blacha fue discípulo
en su taller.
¿Por qué situar Malicia en Carlos Paz? “La última vez que
había ido a Carlos Paz fue hace varios años –dice el autor-. Me impresionó la
inmediatez y proximidad que se producía entre la gente, los medios y los
teatros. Algo que, quizás por la estructura de otras ciudades como Mar del
Plata, no veía que se diera con igual intensidad. Y esa intensidad me
interesaba para esta historia. Todo se daba en pocas cuadras, en la calle, en
la peatonal, se cruzaban los móviles de televisión, los actores, los fanáticos.
Por otra parte, empecé a escribir la novela pensando en las películas del
giallo (cine italiano de terror), en especial las de Darío Argento, ambientadas
en escenarios como academias de baile y la ópera. Pensaba que me servía el
teatro de revista. Sumado a todo, los lugares de Córdoba tienen esa mística
increíble que da la presencia del imaginario extraterrestre”.
Ávalos Blacha ya había combinado pulp con realismo social en
Berazachussetts (2007), novela en que la sátira de un conurbano post-2001 se
alternaba con zombies y otros fenómenos bizarros. En Malicia la influencia del
terror –cine mediante- está también presente. “En esta novela el cine fue lo
principal”, reconoce el autor. Y completa: “Los climas y clichés del giallo
(como el asesino de guantes y cuchillo), los ambientes. También dos situaciones
recurrentes: el ‘testigo involuntario’ (personajes que, por accidente,
presencian un crimen y terminan envueltos en la trama); y la presencia de una
mujer perseguida por el asesino que tiene algún secreto turbio en su vida.
También tuve muy presente algunas novelas gráficas, principalmente las que
tenían que ver con el Joker (el Guasón), para armar esa obra de revista que
toma momentos del personaje. En especial La broma asesina de Alan Moore y
Arkham Asylum de Grant Morrison”.
-En la novela se hace hincapié en la competencia desleal
entre vedettes, el oportunismo de los medios o las cargadas resentidas entre
los amigos protagonistas. ¿Existe un comentario del presente en esos rasgos,
hay un componente moral en “Malicia”? El título parece sugerirlo.
-Pensaba que toda esa competencia del teatro, por ejemplo,
se puede dar en cualquier otro mundo, pero en la revista representaba casi una
máxima del género (al menos como materia publicitaria de una obra). Después hay
marcas evidentes de la época. La fama inmediata. Cómo cualquier hecho de la
vida cotidiana es asimilado rápidamente y se convierte en espectáculo. Pero no
lo pensé desde la moral al escribirlo, sino más bien desde ese lado, de aquello
que ocurre, que consumimos en los medios, y a lo que nos habituamos. Es cierto
que hay un individualismo exacerbado en la novela. Casi todo está llevado al
extremo. Básicamente porque son personajes que, si son humanos, se mueven con
mucha intensidad, de forma impulsiva, y de la peor manera.
-La narrativa argentina ha tomado el mestizaje con
subgéneros underground y bastardos como dirección destacada de un tiempo a esta
parte. ¿A qué creés que se debe, al menos en tu caso?
-Es saludable y necesario liberarse de prejuicios a la hora
de escribir. En algún punto pienso que ese mestizaje tiene que ver también con
haber comenzado a incorporar las cosas que lo marcaron a uno (desde películas a
videojuegos, historietas, canciones) y animarse a construir una obra con eso.
En mi caso siento que es natural. Estos géneros ‘bastardos’ son los que me
gustan y disfruto de los autores que se movieron en ellos a través de la
mezcla, como Philip José Farmer o Fredric Brown. En la literatura argentina es
un rasgo ya presente en Alberto Laiseca, César Aira, Juan Sasturain y Elvio
Gandolfo, por nombrar algunos. Y en el uruguayo Mario Levrero.
-Hace semanas murió Alberto Laiseca, de quien fuiste
discípulo. ¿Qué recordás de él y de su taller?
-Tengo muy presente sus consejos, siempre. Lo de sacarse los
prejuicios y escribir con total libertad eran máximas suyas. Le interesaba que
cada uno desarrollara su propio mundo literario, que encontrara su voz. Siento
que fue una influencia enorme. Conocer su obra fue una de las lecturas más
impactantes. Era descubrir algo que no imaginaba posible, cómo servirse del
imaginario del terror para hacer una obra que no fuera estrictamente de género,
jugar con el humor. Fue como ese choque con El Eternauta y la sorpresa de que
se podía contar ciencia ficción desde la Argentina. En Malicia se menciona una
supuesta obra de revista, El castillo de las secuestraditas, que es un cuento
de Lai. De algún modo su influencia siempre está presente.
Leandro Ávalos Blacha: "Siempre quise escribir una novela inspirada en Dario Argento"
Entrevista para Infobae por Matías Méndez
Leandro Ávalos Blacha se formó en el taller de Alberto
Laiseca, al que acudió durante seis años. Allí recibió los libros que su
maestro recomendó, participó de lecturas de textos que el autor de Los Sorias
trabajaba en ese momento y comenzó a escribir la producción que hoy se completa
con la publicación de Malicia (Entropía) y que conforman Serialismo (2005),
Berazachussetts (2007) y Medianera (2011).
Ávalos Blacha nació en 1980 en Quilmes y en lo que se conoce
de su obra hasta ahora ya logró demostrar que es una de las voces más sólidas,
personales y originales del panorama de la literatura argentina. Heredero de
César Aira (que participó de un jurado que lo premió y con quien puede cruzarse
en algún bar de Caballito o Flores), Copi y, por supuesto, Laiseca, el autor
ofrece una novela que elige ambientar en Villa Carlos Paz durante un verano.
El punto de partida es el viaje hacia la ciudad cordobesa de
una particular pareja de recién casados cuarentones que, con el objetivo de
ahorrarse unos pesos, invitan a un amigo a compartir la habitación. Juan Carlos
es un jugador que sólo piensa en los números que tiene que apostar y que llega
a Perla por recomendación de su madre ("Sólo mamá podía descubrirla. Perla
era comunacha. Entraba y salía de los recuerdos de las personas con facilidad");
Mauricio, el amigo, es un compañero del secundario que lo atiende en la casa de
Quiniela. A partir de ahí pasará de todo: vedettes que se pelean, muertes
extrañas, estrellas repentinas, todo cruzado por la presencia de la televisión
con sus programas de chismes.
Ávalos Blacha escribió una gran novela que tiene un oído
atento a la oralidad, con una multiplicidad de voces y personajes que recuerdan
la estética aireana, al mismo tiempo que, como dice Leonardo Oyola:
"Homenajea, con un humor negro inigualable, a nuestro maestro: el conde
Alberto Laiseca".
—¿Cómo sitúa esta última novela dentro de su producción? Uno
la imagina en línea con Berazachussetts, por la multiplicidad de personajes y
el ritmo, por ejemplo.
—Sí, creo que en cuanto a la estructura tiene muchas
similitudes y es muy distinta del libro anterior, Medianera, que son cuentos un
poco conectados, entre cuento y novela y que, creo, tiene un ritmo muy
distinto, una narración mucho más contenida. Aquí, en Malicia, hay un poco de
ese desborde de personajes, de historias y un poco de la trama. Cuando siento
que estoy escribiendo más una novela que relatos, me doy cuenta de que me lleva
más hacia ese desborde.
—Me gustaría que profundice en esa idea de desborde.
—No es que sea un desborde en el sentido de que no hay
ningún tipo de control, sino más bien que, cuando pienso un cuento, hay cierto
límite o ciertas situaciones que tengo más presente, como una especie de viaje
corto en el que alguna situación va a atravesar a determinados personajes, pero
creo que hay una situación más contenida por la que va a atravesar la historia.
Cuando empiezo a escribir algo que sí siento que va para una novela, siento que
sí tengo una idea de lo que quiero hacer y hacia dónde me interesa ir, pero es
mucho más difuso. Si en el proceso de la escritura van surgiendo desvíos hacia
otros lados, también es bueno ver hacia dónde te pueden llevar. En ese sentido
es que hay menos control, es que hay algo de la historia que se va descubriendo
y haciendo al escribirla. Después hay cuestiones que uno va trabajando más en
las correcciones y las revisiones, pero en el momento mismo de la escritura,
cuando siento que estoy en una novela, sí que no tengo un plan tan claro.
—¿No es un escritor rígido que se ata a un plan?
—En el medio quizás surge un personaje que creo que me puede
llevar hacia otro lado y por ahí me interesó más que lo que venía contando. En
ese sentido me gusta seguir por ahí y no atarme a lo que quizás tenía pensado.
Con Berazachussetts me pasó que en el proceso de la escritura me di cuenta de
que un poco el personaje principal era la ciudad como un espacio y a partir de
ahí todas las historias que iban surgiendo, y que tenía que ver el modo de
entrecruzarlas o ver cómo podía ir contándolas al mismo tiempo.
—En esta novela pasa algo similar porque, si uno tiene que
decir que hay un personaje principal, no lo podría decir, son muchos y el
elemento que los constituye es su oralidad que está muy trabajada. ¿Está de
acuerdo?
—Sin duda, quizás en esta novela, así como te decía que
aquella tenía la ciudad como cierta estructura, en esta lo que sí me ayudó fue
trabajar con algunos momentos del giallo, el género del cine italiano, como
películas de Dario Argento, de Mario Bava. Un género que es una especie de
cruce, una mínima historia policial pero que siempre se va cruzando con
fenómenos sobrenaturales, de terror, que después tienen distintos abordajes,
que fue vinculado con cierta cuestión erótica más o menos explícita, a veces
más violenta y que después fue de donde surgió el slasher. Hay situaciones de
esas películas que sí me sirvieron para pensar algunos momentos puntuales, sí
creo lo que me decís de la oralidad, porque creo que es a partir de ese habla
que yo siento que puedo construir un personaje. Es también lo que me hace
encontrar la voz desde la cual puedo contar esa historia. Es fundamental a la
hora de escribir encontrar ese tono.
—Para construir esa oralidad se precisa un oído atento a lo
que pasa y a cómo habla la sociedad. ¿En este caso tiene el oído puesto en
varios lugares, en los sectores populares y en lo que podemos llamar la cultura
del espectáculo y el mundo chimentero?
—Totalmente, cuando la escribía, veía mucho los móviles,
particularmente en el verano, que es cuando están todo el tiempo hablando…
Intrusos, Viviana Canosa. Es verdad que hay cierto modo de hablar y expresiones
muy característicos de actrices que trabajan en el teatro de revista. En la
novela uno de los personajes que habla en primera persona es una de las
vedettes y hay muchos momentos de lo que tiene que ver con el habla del
periodismo de espectáculos.
—Eso que llaman "el medio" o "el
ambiente".
—Sí, fue importante, en un viaje hace varios años, el haber
pasado por Carlos Paz. Fue un disparador eso que pasaba en Carlos Paz que no lo
veía tan fuerte en Mar del Plata o no lo recordaba y es que había una cosa muy
inmediata y muy próxima entre los teatros, la peatonal, los móviles y la gente
en contacto con eso todo el tiempo, y con los actores que iban y salía de las
obras. Era una proximidad que a mí me resultó muy impactante y eso fue uno de
los disparadores para pensar esta novela, también porque siempre tuve las ganas
de hacer una novela que jugara con estas películas de Dario Argento, donde es
muy frecuente que haya escenarios como una academia de baile, la ópera o los
teatros. Me parecía que podía trasladarlo en una novela así en esta temporada.
—Al leerla recordaba aquello de que el carnaval era el
momento en que se detenía el tiempo y quizás para estos personajes este período
de vacaciones en Carlos Paz es cuando ocurre eso. ¿En esa suspensión están
trabajadas las individualidades, las miserias y las mezquindades que si no se
toman descanso?
—Muchas veces es también un elemento de ciertas películas
policiales donde la primera muerte desencadena la pregunta del quién lo hizo y,
en este intento de despistar al espectador y abrir diversas puertas, muchas
veces lo que se muestra es que más que un asesino que encarne el mal, hay un
montón de gente que era cercana a la víctima y que tenía un montón de motivos
para odiarla o tener el móvil para querer asesinarla; se juega mucho con eso,
que más allá del asesino, los sentimientos que afloran incluso en la gente más
cercana son bastante negativos. Acá también creo que hay mucho de eso.
—Hizo muchas referencias al cine y pocas a la literatura.
Eso me da curiosidad porque su literatura, y esta novela en particular, recoge
las tradiciones argentinas de lo que se denominó el contra-canon. ¿Se siente
heredero de esos autores?
—Son los escritores que más me gustan, Aira, Laiseca, Copi.
Siento que lo que hago tiene una cercanía mucho mayor que a otros. Tiene que
ver más con ellos, son autores que me gustan mucho y desde ya están presentes.
De hecho, hay una de las obras que se menciona en esa temporada, El castillo de
las secuestraditas, que es un cuento de Laiseca. Muchos de los nombres de las
vedettes son referencias a los personajes de Laiseca. Creo que son influencias
que están adentro, que no las tengo que pensar tanto, simplemente salen porque
es la literatura que me gusta y lo que me interesa hacer. Las otras sí son
influencias que yo puedo racionalizar un poco más, o tomar cosas de cierta
estructura, cierto clima o situaciones de las que sí me puedo apropiar más
conscientemente.
—¿Le interesaba reflexionar en ese deseo tan contemporáneo
de la búsqueda de fama mediática?
—En la novela todas las situaciones están atravesadas por la
presencia de la televisión, adonde sea que vayan está la televisión prendida…
—Incluso es la pantalla de la televisión el soporte del
desenlace.
—La proximidad de la gente con los medios en Carlos Paz se
llevó un poco a la cartelera y que la gente que ande caminando por ahí pase a
ser parte del elenco sin importar qué capacidades tenga. Todo puede ser
convertido en un espectáculo, desde aquel que sólo por pasar por un reality
empieza a encabezar una obra o el simple hecho de que cualquier persona a la
que le pasó algo pueda ser explotado como espectáculo. Eso me parecía muy
atractivo.
—Un elemento sobre el que trabaja son los juegos de azar y
las apuestas, que en un punto es constitutivo del individualismo y el deseo de
salvarse.
—Todos los personajes son como muy sanguíneos; creo que
también pasaba en Berazachussetts, un instinto muy fuerte y que los mueve hacia
donde quiera que vayan y el juego exacerba eso más. El perderse absolutamente
del mundo sólo por esa máquina. A partir de historias que conocía de amigos
empecé a ir a lugares, particularmente en situaciones de vacaciones. Lo que me
sorprendía era que el jugador vive en un estado de vacaciones, eso que decías
del momento que se detiene el mundo, si uno va a un casino, al Barco, un día de
semana a cualquier hora está la gente ahí jugando desde la mañana hasta la
noche, es como un lugar de vacaciones permanente.
jueves, enero 12, 2017
Malicia en La Agenda
Mariano Vespa reseña Malicia, de Leandro Ávalos Blacha para
La Agenda BA
Aquella placidez serrana que Perla y Juan Carlos, junto a su
“compañero de gastos” Mauricio, pronosticaban para sus vacaciones en Villa
Carlos Paz, se ve convulsionada por una serie de asesinatos de actrices de
teatro de revista. Ese contexto estructura Malicia, cuarto libro de
MaliciaLeandro Avalos Blacha (1980).
Hace unos años, el periodista Pablo Petrovel se convirtió en
el sommelier cordobés de segundas marcas: el catálogo exhibe gaseosas cola,
salchichas, vinos, y cómo no, fernets. De alguna manera, el escenario teatral
que compone Avalos Blacha es un sustitutivo en rebaja de una idílica Mar del
Plata. Pese a la atmósfera de terror y desconfianza, la temporada sigue y
Perla, de improviso, se sube a un escenario. Su exuberancia ha llamado la
atención de propios y extraños. En simultáneo ha ocurrido el crimen de otra
celebridad, que tiene como testigos a Celina, una niña inquieta, y a Marta, una
médium. Ambas entran en trance y, a la vez, intentan construir su carrera:
Marta autopublicitándose en todos los medios como una mujer capaz de leer el
más allá y Celina, endemoniada, desde una pantalla construye adversarios y se
apropia del discurso de las vedettes: “De mi vida privada prefiero no hablar”;
“gracias chicos, cerramos la nota acá”; “reventé la temporada y a todas esas
muertas de hambre”, son alguno de sus yeites. Con ese trasfondo, no son pocos
los obstáculos que tiene el comisario Di Lisio, casi retirado, para trabajar en
los casos.
Avalos Blacha combina hilaridad en un clima donde lo trash
adquiere protagonismo en la marquesina. No pierde de vista el tono noir, sino
que moviliza la intriga hacia Perla, la inminente próxima víctima. Pero como
sucedió con otra de sus novelas, Berazachussetts, y con algunos relatos de su
maestro, Alberto Laiseca, las viejas están ahí, al acecho.
Orgía en Carlos Paz
Gonzalo León escribe sobre Malicia, de Leandro Ávalos Blacha para Perfil Cultura
Leandro Ávalos Blacha (Quilmes, 1980) es uno de los autores
argentinos jóvenes más interesantes de su generación. Sus anteriores novelas,
Berazachussetts y Medianera, fueron traducidas al francés y publicadas en
Gallimard y Asphalte Éditions; hace unos años formó parte de la delegación
argentina que asistió al Salón de París. Pero esto no significaría mucho, si no
contara con una escritura sólida, donde lo tradicionalmente novelístico va
mezclándose con el policial y el fantástico hasta dotar a sus novelas de un
delirio, que ya se ha hecho parte de una tradición, especialmente de la
generación surgida en los 60 (Copi, Laiseca, Aira, etc.) y que Damián
Tabarovsky en su ensayo Literatura de izquierda denominó como el Contracanon.
Pero además de trabajar con esta parte de la tradición, este
autor agrega elementos de la cultura pop, especialmente del cine clase B
(películas de zombis y de fantasmas) y de las series de TV. En Malicia, su
última novela, avanza un paso más y coquetea con el lenguaje televisivo, sobre
todo con la idea de fama y de cobertura televisiva que está presente en toda la
novela, y lo hace usando como pretexto una serie de crímenes en la Villa Carlos
Paz en plena temporada, con las vacaciones de familia y el calor a cuestas, con
las compañías y vedettes, con el espectáculo a full, un espectáculo que, como
versa el dicho, no se puede interrumpir, pese al asesinato de Piru Viedma, una
vedette de segunda línea ocurrida en el teatro. Aquí la escena de la muerta en
un baño impacta, porque los tres testigos –la niña Celina, la señora mayor
Estela y la médium Marta– no pueden salir de su asombro, están paralizadas, en
otro mundo, como si la muerte fuera un espectáculo más o un pasaporte para la
ficción delirante.
Si en el
inicio de Berazachussetts un grupo de amigas encontraba el cuerpo de una obesa
casi moribunda, suponen que ha sido violada y la llevan a su departamento para
descubrir luego que se trataba de una zombi que se alimentaba de carne humana,
en Malicia el inicio es más bien calmo: dos amigos –Juan Carlos y Mauricio– en
una piscina de un hotel de Carlos Paz observan a la gente, ambos amigos se
conocen de hace tiempo, Juan Carlos es apostador y se acaba de casar con Perla
y para ahorrar le propone a su amigo que alquilen una habitación los tres. Pese
a que la pareja está en luna de miel, éste acepta. Si en Berazachussetts el
cuerpo era la obesa zombi, aquí es una mujer cuasi objeto que luego se
descubrirá con otro estatus. La mujer entendida como algo raro, extraño, como
sobrenatural pero a la vez admirable.
Hay otro nivel de lectura muy interesante en esta novela: el
performático. Los shows que van a ver Juan Carlos y Mauricio, la repentina
participación de Perla en uno, vestida de vedette, la muerte de la Piru Viedma,
todo parece una puesta en escena. De hecho cuando muere esta vedette, la
producción decide reorientar el espectáculo hacia su muerte: “Era una
producción modesta, con un elenco que reunía personajes mediáticos recién
surgidos de la televisión, vedettes de segunda línea y gente con trayectoria
que llevaba cierto tiempo sin trabajar. Sabían que la idea podía resultar de
mal gusto para algunos, pero que atraería la atención de muchos otros”. Como en
las performance no importa tanto que sea de mal gusto, lo que importa es que
atraiga, que llame la atención. Pero esta idea performática también está
presente en la desaparición posterior de Celina, sobre todo cuando reaparece en
las pantallas de televisión de toda la ciudad. Aquí se une performance y
televisión, porque Celina, como desaparecida, no sólo está en esas pantallas,
sino que además controla qué se transmite, qué se interrumpe, y para ello ocupa
todo, desde el recuadro de la persona que traduce a lenguaje de señas. Y lo
hace obviamente porque es una presencia, ya no es una persona.
Quizá la única cosa floja de la novela sea el final, en el
que Ávalos Blacha vuelve a subir la apuesta y ya parece un videojuego de monjas
satánicas versus policías.
miércoles, diciembre 28, 2016
Nueve preguntas a Leandro Ávalos Blacha
En el blog de Eterna Cadencia. Por Valeria Tentoni
Responde el cuestionario fijo a escritores el autor de
Serialismo, Berazachussetts, Medianera y Malicia, que acaba de salir por
Entropía.
"Crónicas marcianas es siempre el libro que me gustaría
escribir"
1. ¿Qué te llevarías de tu casa en caso de incendio?
A mi perra y una bolsa de Golocan para que sobreviva.
2. ¿Qué libro de otro autor produjo en vos el efecto que te
gustaría producir en quienes te leen?
El primer flechazo lo dieron Crónicas marcianas y Almuerzo
desnudo. Encantamiento que sigue hasta hoy. Crónicas marcianas es siempre el
libro que me gustaría escribir. De Almuerzo desnudo no entendía nada. Y era una
traducción horrible. Así todo, el virus Burroughs había traspasado. Después, me
gustaría tener algo de ese espíritu de libertad que destilan las obras de Aira,
Copi y Laiseca.
3. ¿Qué es lo mejor y lo peor que le puede pasar a un
escritor?
Lo mejor, escribir. Lo peor, no hacerlo. Hacerlo sin imaginación.
Preocuparse más por las camarillas y por sentenciar en Facebook cuál es la
posta de la literatura, que trabajar sus textos. Creer que no hay vida fuera de
esta pecerita de la literatura.
4. La superstición es...
El opio del pueblo.
5. ¿Qué disco escucharías manejando solo por la ruta del
desierto?
"El verdadero camino hacia el aeropuerto" de Bob
Chow
6. ¿A qué persona real, nacida en cualquier momento de la
historia, le desearías una vida eterna? ¿Se lo darías como castigo o como
premio?
Sin dudas sería un castigo. Pero a Ottomar Rodolphe Vlad
Drácula Príncipe de Kretzulesco (Jr., alias "Otti"), descendiente de
Vlad Drácula.
7. ¿De qué personaje de ficción te gustaría ser amigo en
Facebook?
Del Monitor, personaje emblemático de las obras de Laiseca.
8. ¿Qué creés que hay después de la muerte?
Nada.
9. ¿Nos mandás una foto de tu biblioteca?
lunes, diciembre 19, 2016
Malicia, de Leandro Ávalos Blacha
Una lectura de Malicia en Planeta Ceres, por Gala Semich
Es común en el mundo de la literatura que, por ejemplo, para
reseñar un libro, uno trate de encasillarlo según géneros, ya sea por tener de
qué hablar, o también para establecer relaciones entre lo que vemos en el texto
en cuestión y lo que dicen las características más básicas de cada uno de los
géneros. Algunos de los más comunes son el policial, romántico, histórico,
realista, fantástico, thriller, terror, etc. Sin embargo, esto de tratar de
definir a qué género pertenece determinado libro funciona mejor en los textos
que uno puede leer e inmediatamente reconocer sus características más
representativas. Entonces, ¿qué hacemos con los libros que responden a rasgos
de varios géneros? Analizando el desarrollo de la trama principalmente, este es
el caso de Malicia.
Una lectura posible de este texto es interpretarlo como un
cruce entre lo policial y lo fantástico o lo sobrenatural. Por un lado, están
los rasgos más representativos del género de investigación, ya que hay un
crimen, que luego se transforma en crímenes, participación de la policía en el
caso y, naturalmente, un asesino. Por otra parte, que es sin duda lo más
interesante del texto, en Malicia también se pueden reconocer aspectos que en
el manual del policial, ya sea clásico o negro, no aparecen como base para escribir un texto de este
tipo. Habitualmente, los textos policiales son, de alguna manera, realistas,
porque retratan hechos que podrían pasar en nuestra vida cotidiana sin ningún
problema. Pero en este caso, la inclusión de figuras más ligadas a lo esotérico
como los espíritus, los entes malignos, las sectas, criaturas no humanas, etc.,
hace de Malicia un texto policial que se aleja de las “normas”, generando que
la historia sea muy original y consiga sorprender al lector.
De hecho, otro de los factores que más destaco de esta
novela es la imprevisibilidad que caracteriza a todo el desarrollo de la trama.
En los textos que contienen misterio o intriga, como en los policiales, por
ejemplo, es indispensable que el lector se sienta interesado en el caso que se
está narrando, que haya hechos que le llamen la atención y lo/la inviten a
seguir leyendo. En Malicia, esto no deja de suceder en ningún momento. Cuando
comencé la novela, de ninguna forma me imaginé todo lo que iba a venir después,
en materia de personajes, escenarios y hechos propiamente dichos. Esto, desde
mi punto de vista, es uno de los grandes puntos a favor que tiene esta novela.
Más allá de que engancha de una forma casi adictiva, todo el tiempo sorprende,
y va agregando elementos que, por un lado, confunden al lector, porque son
nuevos y originales, pero por el otro, genera que uno quiera seguir con la
lectura para ver qué tiene el autor preparado para explicar la tormenta de
nueva información a la que estamos sometidos constantemente.
Siguiendo por la línea argumental, la trama está muy bien
lograda. Vedettes, sectas, asesinatos, monjas, televisiones que se prenden
solas, exitoína, criaturas sobrehumanas, trances, etc., son todos factores que
van entrelazándose, encastrando como piezas de rompecabezas. Y esto no se logra
de forma forzada, sino cada concepto se relaciona con el otro de forma natural,
o por lo menos con una buena explicación de por medio. Todo esto está
atravesado por tintes humorísticos, que le dan a la historia otro rasgo que la
distingue por sobre otras historias inicialmente policiales. Sin embargo, a
medida que pasan las páginas, la historia va también centrándose en sus
personajes. Los principales, Juan Carlos y Mauricio, son dos amigos, si se
puede decir, que viajan juntos a Carlos Paz, acompañados de la mujer de Juan
Carlos, Perla. Pero a medida que la trama va avanzando, uno puede ver que, de
amigos, estos dos no tienen nada. Compiten constantemente, por cosas sin
sentido. Va viéndose su egoísmo, sus ganas de sobrepasar al otro. Y cuando
llega el momento, cada uno quiere salvarse, sin importar lo que suceda. No
solamente ocurre esto con estos dos personajes, sino que cada uno de los que va
apareciendo pareciera contagiarse de esta actitud. Por supuesto, también están
presentes las peleas mediáticas o para ascender en el rango artístico, y demás
conflictos que caracterizan al mundo del espectáculo.
Malicia es una muy buena historia, de la que no podría
encontrar un género que la defina completamente. Es una novela que mezcla
muchos aspectos diferentes que podríamos encontrar en varios libros distintos.
Pero además, logra combinar todos estos rasgos de manera que el resultado sea
una historia bien construida, con personajes interesantes y con un ritmo muy
llevadero y que engancha al lector absolutamente.
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