Por Carla Leonardi para Caligari Revista Cultural
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jueves, septiembre 03, 2015
Subjetiva de nadie, de Marcos Vieytes
Conocí a Marcos Vieytes como docente en sus cursos de cine y
siempre me asombró su aguda capacidad para extraer de un fragmento de una
película nuevos sentidos que enriquecían mi mirada.
La sorpresa fue mayor cuando entré en las páginas de
“Subjetiva de nadie”, su primer libro. Esperaba encontrar una compilación de
reseñas o textos sobre películas o ensayos de corte académico sobre crítica de
cine. En lugar de eso encontré que la belleza poética de las imágenes copula
allí con la poesía de las palabras.
El libro se compone de cinco partes: “La hora de la
religión” (atravesada por su educación religiosa donde expone la genialidad de
que “El cine lo inventó Dios”), “Subjetiva de nadie” y “Crónica de la intermitencia”
(fragmentos de escritura que hacen eje en la mirada), “El sexo de La Cosa”
(donde la imagen se vuelve carne y goce) y “La comedia cósmica” (donde se
detiene en el cine de Herzog, Buñuel, Mizoguchi y Álvarez)
En el camino de lectura uno atraviesa múltiples referencias
a películas, que probablemente el lector
no haya visto en su totalidad; pero el particular estilo de Vieytes logra
transformar, lo que podría ser un obstáculo o experimento tedioso, en placer
estético.
El autor pone a dialogar películas o directores entre sí,
intercala anécdotas personales, micro-ficciones y pie de páginas, que más que
aclaraciones, son bellas y crípticas poesías. A esta altura uno podría
preguntarse: ¿Qué es “Subjetiva de nadie”? ¿Un libro sobre crítica de cine? ¿Un
diario biográfico? ¿Un libro de poesía?
Y poco importa la respuesta. Yo diría que “Subjetiva de
nadie” es una experiencia literaria, donde se respira el placer del juego y en
la cual la ruptura, cada vez, del género donde podría ser clasificada; se
vuelve la huella distintiva de su autor.
Uno descubre allí trozos y trazos de escritura que, al modo
de un entramado o borde; logran transmitir la pasión por el cine como un modo
de vida.
En palabras del autor: “Ya no discierno lo que escribo, sólo
líneas irregulares que llenan la hoja de izquierda a derecha. Ya no sé si
escribo con el corazón, con la cabeza,
con ambos o con ninguno. Es el cuerpo solo el que escribe ahora y soy
feliz como nunca, y aunque feliz es una de las palabras más traicioneras que
existen, no me arrepiento de haberla escrito.”
lunes, agosto 03, 2015
Crítica: cinco libros de Cine
Diego Lerer sobre Subjetiva de nadie de Marcos Vieytes, para Micropsia
SUBJETIVA DE NADIE (FRAGMENTOS DE UN DIARIO CRITICO, de
Marcos Vieytes (Editorial Entropía) El libro que “demoró” el cierre de este
post fue este compilado de reflexiones críticas mezclada con autobiografía de
parte de Vieytes. Y no por tratarse de un libro malo o difícil de leer. Más
bien todo lo contrario. Se trata de un libro complejo y fascinante, que excede
la reflexión cinematográfica para transformarse en una suerte de historia de
vida atravesada por el cine, por el amor a las películas. Vieytes escribe de
una manera extremadamente personal, elocuente y sincera, en especial de las
cosas que ama en el cine. Y logra transmitir ese entusiasmo y amor por lo que
observa –especialmente en los detalles– en los textos que conforman el libro a modo de entradas
sueltas, viñetas y apuntes para una especie de diario. Es la clase de libro con
el que uno puede no estar de acuerdo con muchas de las reflexiones, sentencias
o ideas pero que admira de todos modos la capacidad para sostenerlas. Por
momentos, es cierto, Vieytes peca de un exceso de barroquismo (hay varias
“críticas” en forma de poemas) y su particular educación religiosa le tiñen la
mirada sobre el cine –bah, sobre la vida– de una manera con la que cuesta
identificarse (al menos a mí), pero en ningún momento el autor pierde la
capacidad de fina observación sobre sus materiales. Es un libro desorganizado y
caprichoso, como todo diario que se precie, y no sigue ni lineamientos
temáticos ni cronnologías cinéfilas. Es, más bien, un retrato personal de un
crítico enfrentado a un arte que lo interpela, lo modifica y lo pone en
conflicto en su relación con el mundo. Y con el cine, también, que en cierto
modo es una excusa aquí para hablar –de una manera por momentos amorosa y en
otros desgarrada– de su propia historia. Que es uno de los libros más
originales sobre “crítica de cine” de los últimos años, de eso no hay duda.
viernes, junio 12, 2015
Subjetiva de nadie en el sitio Artezeta
¿Cómo el diario de un crítico, su experiencia personal, su
subjetividad sirve para repensar el papel del arte? Aquí una posible respuesta.
Por Alan Ojeda
Para la persona promedio ver una película es un evento
totalmente anecdótico. Es decir, un amigo o familiar dice a otro: “¿Vamos a ver
esa peli nueva que salió? Parece que está buena”. Acto seguido van al cine,
pagan la dolorosa cifra, y al cabo de un máximo de dos horas están liberados.
Pasaron por la sala como dos turistas que buscaban perder tiempo y eligieron el
estreno de la semana que, bueno o malo, prometía unas horas de suspensión de la
conciencia. En este caso, la suspensión es negativa. El espectador se retira
tan desnudo como entró, porque no resignó su ego para entregarse a la
experiencia, simplemente puso pausa, stop, congeló el razonamiento y también el
corazón. Un caramelo visual/virtual que se disuelve y no deja gusto a nada. Por
suerte no todo concluye ahí. Existe también el que encuentra en la oscuridad
del cine, frente a la pantalla gigante, una experiencia religiosa. En ese
ritual se inscribe Subjetiva de nadie (Fragmentos de un diario crítico) de
Marcos Vieytes, editado por Entropía.
Marcos Vieytes no vive en la ficción, como bien podría decir
algún lector de Subjetiva de nadie, sino que la ficción vive a través de
él. Esto puede parecer una novedad, pero
no. Marcos revela algo que le sucede a cualquiera que disfrute del arte, en
este caso del cine, cuando se encuentra con la obra. Ésta no está cargada de
sentido en-sí, tampoco quien la consume. En el momento del encuentro se produce
un diálogo, una experiencia-de-verdad en la que una biografía (en este caso la
de Marcos) se significa y se resignifica a través de cada película. El
espectador se entrega al placer, desea ser transformado, demanda de la obra un
impacto, una señal, como los maestros de la Kabbalah que buscan sin descanso
alguno de los tantos nombres de Dios. Luego vuelve y la consciencia cargada de
amor asume la reflexión. Lejos de la frialdad del cirujano, Marcos Vieytes
asume la imposibilidad de la distancia clínica del crítico promedio y nos
invita a sumergirnos en su vida de la misma forma que él lo hace con cada película.
En esta mélange perdemos también nuestra identidad y ahí surge Subjetiva de
nadie.
Por supuesto que la experiencia del espectador, en el caso
del amante-crítico de cine, no se reduce a la pantalla grande. Como una
religión privada, el rito también tiene lugar en la calidez su hogar. Ahí,
nuevamente, el espectador pone en contacto el más-acá y el más-allá de la
pantalla. Las realidades se funden y sólo queda un aura inmanente donde cada
recuerdo o cada mueble puede remitir a una película o viceversa. La experiencia
total: la vida parece una película en la sala de cine de Dios.
El lector de este libro encontrará tres niveles distintos de
lectura: el crítico, el biográfico y el poético. Un recuerdo evoca una
observación sobre una película de Ford, que a su vez invoca la presencia de un
poema que suspende la narración, dirigiéndose al lector como contándole un
secreto al oído. Subjetiva de nadie, lejos de ser un libro para especialistas,
se ofrece a cualquier lector que desee sumergirse en el diario de la pasión de
un espectador que, como buen esgrimista, en el disfrute también educará al
lector, sin que se de cuenta.
jueves, junio 04, 2015
De la pantalla a la página
En Review, Revista de Libros, Diego Brodersen habla sobre libros de cine publicados en los últimos meses. Esto comenta sobre Del caminar sobre hielo, de Werner Herzog y Subjetiva de nadie, de Marcos Vieytes:
Otro volumen, publicado recientemente, de pequeño tamaño pero
contenido altamente rendidor, demuestra la llama que arde en el interior del alemán.
Del caminar sobre hielo, publicado por primera vez en Argentina y con una nueva
traducción de Ariel Magnus registra en una primera persona por momentos
alucinada el peregrinaje de más de ochocientos kilómetros recorridos por Herzog
en 1974, de su Múnich natal al centro de París. No era la primera vez que el
joven director se afanaba en una larga caminata, pero esta en particular la
enfermedad y posible muerte de la crítica y ensayista Lotte Eisner, para muchos
una suerte de mecenas espiritual del Nuevo Cine Alemán. La crónica de ese viaje
a fines de un duro otoño boreal es lo más parecido al clásico documental
herzoguiano: el registro (escrito, en este caso) de la realidad cede
intermitentemente el lugar a los sueños, el lirismo y la locura.
Subjetiva de nadie (fragmentos de un diario crítico) es el
libro que da inicio a la colección Cine de la editorial Entropía. Su autor,
Marcos Vieytes, es un joven crítico argentino que abandonó las filas de la
revista El Amante. Cine para fundar y dirigir su propio sitio web, Hacerse la
crítica. El volumen recorre los laberintos de la memoria cinéfila de manera
singular y –como lo anticipa su título– sumamente personal, por momentos
incluso íntima, combinando con osadía e imaginación el apunte ensayístico, la
subjetividad del gusto y el fraseo poético, en un paseo que va de Aki Kaurismäki
a Romy Schneider y de Aleksandr Sokurov
a Yasujiro Ozu. Y también a Herzog, por cierto.
miércoles, junio 03, 2015
El crítico como arista
Por Eduardo D. Benítez para Haciendo Cine
El libro de Marcos Vieytes explota el estilo que supo
caracterizarlo. Ese en el que desarrolla una relación vital con un lenguaje tan
mutante como el cine, y en el que la crítica no es el análisis y la
interpretación de una obra que ya está hecha, sino la intención de establecer
un diálogo que se ubica muy en los bordes de ese centro donde habita la critica
clásica.
Son diversas las maneras de cultivar la crítica. Existe la
crónica diaria de los medios masivos enmarcada o ceñida a parámetros
determinados (número de caracteres, relación directa entre aquello que se
aborda y la condición de noticiabilidad). Existen trabajos eruditos nutridos de
un flujo retórico “profesional” en tanto descriptor aséptico de evidencias
estilísticas. Existe también la crítica como arte, un contexto
conversacionalque expone sobre todo la relación del crítico con las películas,
pero que gesta a su vez un espacio colectivo imaginario. Allí el lector
encuentra un hogar donde consolidar y extenuar el placer cinematográfico por
otras vías: la lectura y la escritura. Adoptando en ciertos pasajes la impronta
del libro biográfico, y en otros casos exhibiendo una enorme capacidad
analítica, Subjetiva de nadie se estructura de manera fragmentaria y abre la
posibilidad de establecer relaciones insospechadas. Del anecdotario que nos
habla del descubrimiento de la belleza, la poesía y la sexualidad, damos el
salto hacia la trilogía del cineasta turco Semih Kaplanoglu; del recuerdo de
una viñeta familiar en la que una madre le acerca a su hijo un exprimido de
naranjas derivamos en una reflexión sobre Volver, de Almodóvar. Esa manera de
impulsar el desarrollo de la lectura, pivoteando entre la linealidad y la
sinuosidad en una combinación de registros, es lo que hace del libro de Marcos
Vieytes un recorrido necesariamente desafiante. Algo parecido a lo que sucede
en la descripción que hace el autor sobre cierto tipo de inquietud inherente a
la labor crítica: “Este crítico busca en cada película escollos que lo desafíen
antes que facilidades. Lo excita la dificultad de descifrar la demasiado
evidente superficialidad de las convenciones (…)”. La prosa de Vieytes se lee,
entonces, como una puesta en tensión de una escena de escritura, la escritura
crítica en una matriz profundamente literaria. Porque la actualidad y el pasado
del cine son convocados a partir de un lirismo que se sabe agradecer, y que va
hilando memorias personales e impresiones ensayísticas hasta transformar a
Subjetiva de nadie en un objeto estético en sí mismo, en una aventura casi en
clave novelada que elude la simple antología de textos críticos. El placer aquí
no se reduce al recuento y rejunte de datos, e incluso sobrepasa la esfera de
la opinión. Porque si estos capítulos desbordan las posibilidades meramente
prácticas de la función crítica, es para proponernos un intenso raid por las
densidades del lenguaje y para hacernos entrar en un corte transversal
(personal) a través de la historia y la contemporaneidad del séptimo arte.
viernes, mayo 29, 2015
Subjetiva de nadie, de Marcos Vieytes
Reseña en Otra Parte Semanal.
Por Federico Romani
En las plataformas y los dispositivos digitales se ha
multiplicado uno de esos oficios laterales que prácticamente nacieron junto con
el cine, pero a los que ya hace un tiempo este último parece limitado a
soportar como un mal necesario. La crítica de cine, muchas veces fagocitada por
la más imprecisa “crítica de espectáculos”, luce hoy —salvo múltiples y muy
variadas resistencias— reducida al gacetilleo informal y desinformado, al
resumen argumental inofensivo o al inventario de virtudes técnicas. La
reducción del espacio textual y la dinámica de la red han encogido, también,
las posibilidades de explayarse o apelar a densidades del lenguaje que casi
siempre riñen con la instantaneidad del mundo virtual. Este replanteamiento de
los contenidos ha puesto de lado la función primordial de la crítica, que
debería ser el muestreo de posibilidades de lectura y no el juicio sumario a
base de “estrellitas” o “deditos” con que suele identificársela. Las
calificaciones casi siempre tienden a sellar la obra, del mismo modo en que suelen
ocasionar el bloqueo de las claves subjetivas de interpretación y de cualquier
orden de referencia que proponga complejidad.
La crítica local aferrada todavía a los espacios de largo
aliento (los libros, por ejemplo) ha venido ocupándose casi con exclusividad de
ese fenómeno inmanejable que es el llamado “nuevo cine argentino”. Mientras
sobran los textos de autoría nacional que se ocupan de ese tema, escasean los
que bucean en recorridos cinéfilos más amplios. El libro de Marcos Vieytes
vuelve manifiesta esa asimetría dando cuenta de una experiencia personal que
adquiere un inusual valor precisamente por su escasa frecuencia de aparición.
En Subjetiva de nadie no hay espacio para las boutades ni los gestos ampulosos
de posicionamiento, pero hay una tentativa —muy lograda— de obtener nuevas
verdades a través de un redescubrimiento de cierta “intensidad” de espectador.
No siempre lo esencial es invisible a los ojos, y los directores con los que
trabaja el libro (John Ford, Maurice Pialat, Naomi Kawase, Brian De Palma y
George Romero, entre muchos otros) marcan y enfatizan un tránsito sumamente
desaplicado —en el mejor sentido del término— donde el acto de ver cine no sólo
es aprehendido en su calidad de espectáculo de consumo sino también como un
rito melancólico que ya ha escuchado demasiadas veces las versiones de su
propia muerte clínica como para tomarse cualquiera de ellas en serio. Vieytes
no ha escrito semblanzas biográficas ni intenta entronizar a algún oscuro
realizador desterrado a las catacumbas del celuloide caduco (cediendo a ese
extraño culto de lo bizarro y lo freak que tanto daño produjo), ni se queja de
que las películas de ahora no sean como las de antes. Lo que ha hecho es
rastrear el destino secreto de algunas películas y directores en su propia
vida/memoria (¡esa bellísima referencia al Horror Express —1972— de Eugenio
Martín!) y escribirlo con un aire casual y sumamente atento por el que
sugerimos dejarse hamacar.
martes, mayo 19, 2015
Yo creo en ti. Subjetiva de nadie (Fragmentos de un diario crítico), de Marcos Vieytes
Por José Miccio para Bazar Americano
1
Al comienzo de
Subjetiva de nadie Marcos Vieytes dice que el inventor del cine es Dios. En la
página 88 se pregunta si no será obra del diablo. La posible contradicción
(habrá argumentos teológicos para explicar que lo que inventa uno lo inventa
también el otro) es menos importante que el ámbito del que proceden los dos
demiurgos. Porque si hay algo que se puede decir de Subjetiva de nadie sin
demasiado temor a equivocarse es que se trata de un libro religioso, como
parece serlo todo lo que tiene que ver con el
amor cuando el amor se toma en serio. Casi no hay página que no recuerde
al cristianismo. Vieytes dice que las imágenes cinematográficas de Romy
Schneider son ofrendas, que Terence Fisher es un satanista católico, que Mario
Bava es un multiplicador de panes y peces, que John Ford es la Biblia, que
Godard es Adán. Lo mismo que pasa con los directores pasa con las películas.
Wake in Fright es Génesis y Apocalipsis. Huracán, Antiguo y Nuevo Testamento.
Obviamente, a la palabra satén sigue Satán.
Pero antes que del
vocabulario cristiano – que bien podría ser solo retórica – la fuerza religiosa
del libro procede de su tono. Subjetiva de nadie no viene de un sacerdote con
autoridad y doctrina sino de un místico. O de un tipo como el Robert Duvall de
El apóstol, sacudido por palabras que parecen tenerlo como médium. Vieytes
escribe de cine entusiasmado. Es decir, poseso. Los pocos conectores que usa
hablan en parte de ello. Hay, por supuesto, algún por otra parte, algún por un
lado, algún entonces. Pero lo que hay fundamentalmente son oraciones largas,
adición y subordinación, comas y más comas. Los argumentos levantan la cabeza
de entre una sintaxis abigarrada, no se acomodan uno detrás de otro,
coordinados de manera clara y distinta. Podría ser una catástrofe: mala
literatura que habla de cine. O peor: otro caso de semiología hermética
perpetrado por la anticinefilia. Pero no. Es un trip. Contra su propio
subtítulo, hay que decir que más que un libro de crítica, y más que un diario,
Subjetiva de nadie es el cuaderno de notas de alguien interesado en ciertas
sustancias. La droga en este caso se llama cine, y de lo que sucede cuando el
cine entra en el cuerpo de Vieytes se trata todo.
He aquí un fragmento
ilustrativo y notable:
“La idea es delirante, genial, desmesurada, propia de un
subproducto del cine de terror europeo tan sugestivo y poético como acabó
siendo Horror Express (1972) de Eugenio Martín (Gene Martin para la
distribución internacional), protagonizada por el dúo dinámico de la Casa Hammer
que formaron para siempre Christopher Lee y Peter Cushing, trasplantados a esta
producción con director español, Telly Savalas haciendo de cosaco, Alberto de
Mendoza fagocitándose la película al dárselas con todo desparpajo de monje ruso
medio loco y medio brujo, más desatado aún que la suma del Rasputín histórico y
del mítico, un par de mujeres filmadas de verdad, un monstruo simultáneamente
material y metafísico, un tren que atraviesa el nevado desierto siberiano, tres
o cuatro secuencias que asustan como pocas, un silbido sibilino y asesino, ni
un solo plano irrelevante debido al imán iconográfico del reparto, y ese
momento maravilloso en el que, tras cazar y dar muerte al monstruo o a una de
sus encarnaciones, Peter Cushing le hace la autopsia para encontrarse con la sorpresa de que en el
ojo tiene grabadas – talladas, registradas, impresas – imágenes solamente
visibles a través de la lente de un microscopio. Pero eso no es todo, también
se revelan milenarias y extraterrestres. Algo así como si Dios hubiera tenido
una cámara y mandara home movies desde el cielo, películas de su panorámica
cenital. Solo que estas resultan ser las de un demonio, especie de subjetivas
cenitales de Satán en caída libre hacia la Tierra tras su derrota bíblica a
manos del arcángel Miguel. ¿Quién no pagaría la entrada – digo más: quién no
vendería su alma por ver esta película?”
Leer una aventura teológica de este tipo en Godard es fácil,
porque hay una marcada predisposición a encontrar en sus películas revelaciones
de todo tipo. Leerlo en una fascinante y olvidada película de terror de los
años 70 le da al libro de Vieytes un interés bien propio, independiente de la
dignidad que dan los grandes nombres y los elogios seguros.
2
Quien haya leído El
Amante en sus últimos años de existencia en papel sabrá de donde procede
fundamentalmente Subjetiva de nadie. Buena parte de los textos – sino todos –
aparecieron antes en la revista. Incluso han quedado marcas de tiempo
curiosamente desatendidas, como la referencia a la última década del cine de
Bellocchio, que se establece no desde 2014 sino desde 2010, año del estreno en
Argentina de Vincere y del número de El Amante para el que Vieytes escribió una
nota con poema. (La idea de diario explicaría esto con sencillez, pero no hay
ninguna fecha). El pasaje de la revista al libro tiene consecuencias profundas.
Es bien sabido: el libro otorga (impone) una coherencia que la edición
periódica no exige. El libro espacializa el tiempo. Antes significa atrás. Sin
un prólogo que avise de su historia, por el solo hecho de aparecer juntos, los
textos publicados durante varios años se vuelven todos contemporáneos entre sí,
hijos del día de su aparición entre tapas, como parte de una editorial y un
catálogo. El prestigio que confiere el libro no está libre de tributos. El
libro pide unidad, líneas de fuerza, arquitectura. Una contradicción - o cualquier cosa que la ortodoxia obligue a
pensar de esa manera – entre algo dicho en 2009 y algo dicho en 2014 cambia de
estatuto si pasa a ser una contradicción entre algo dicho en la página 34 y
algo dicho en la página 243. El libro es un disciplinador fenomenal. Cuanto más
fuerte es la coherencia, mayor es la virtud. Ni la novela ha logrado remover
esta superstición (de ahí que tanta gente piense todavía que César Aira manda
fruta).
Vieytes no es
insensible a esta presión libresca. Subjetiva de nadie está cosido con hilos
más robustos que los de la compilación. Los mismos textos leídos en El Amante
son otros textos porque el entramado del que forman parte es completamente
distinto. Lo más evidentemente singular es el modo en que el discurso sobre el
cine comparte ahora espacio con fragmentos autobiográficos. No es que una
anécdota de la vida de Vieytes dispare una reflexión sobre tal película o tal
director, como ocurre tan a menudo en el ensayo. Eso pasa algunas veces. Al
comienzo, por ejemplo, un juego que le hizo un amigo de su padre cuando era
pibe lleva a Vieytes a hablar de Melville y Johnnie To, y a poner de alguna
manera todo el libro bajo la protección de películas como Un flic y Running Out
of Time, en las que al cine se juega “sin culpa ni causa”. Pero hay párrafos y
párrafos que funcionan paralelamente al análisis vertiginoso que constituye el
corazón del libro. El efecto es notablemente orgánico: cuando habla de cine
Vieytes parece metido en algún tipo de viaje transpersonal; cuando habla de sí
mismo repone el yo que las películas y la crítica le borronean. De Herzog a la
mujer que lo cuidó durante su infancia, de los caminos de Kiarostami a
Polvaredas, el pueblo de su madre, Vieytes juega a encontrase y perderse todo
el tiempo, como un chico en el laberinto de espejos deformantes o algún
personaje de Rivette.
Para completar la
descripción, a la crítica y la autobiografía hay que sumar todavía un tercer
género (la palabra es indispensable y confusa). Siempre a pie de página
aparecen poemas (alrededor de cincuenta), con sus versos y estrofas divididos
por barras. El lugar que ocupan, la letra chica y la falta de verticalidad
hacen de Subjetiva de nadie también un poemario tímido.
3
En la memoria
desjerarquizada de Vieytes Godard llama a Del Toro y Mario Bava a Bresson.
(Otro par inesperado: Ferreri y Ted Kotcheff). Lo único que puede reunir un
conjunto de directores tan poco afines entre sí, tan reacios a la doctrina, es
la cinefilia, ese modo de vincular el cine y la vida (y en un punto
confundirlos) que persiste hasta hoy a pesar de las acusaciones de ingenuidad
teórica e ideológica que siguen cayéndole encima. Subjetiva de nadie es un
libro ultracinéfilo. Lo que quiere decir también: un libro feliz, inocente,
enfermo, irresponsable, intransitivo. La cinefilia, es cierto, resulta pobre si
se le pide solvencia epistemológica. Su causa ha sido siempre el placer y el
gusto razonado. Al no ofrecer más que un simulacro de sistema, una pobre
interpretación histórica y un puñado de peticiones de principio dejó un margen
amplísimo para el goce del arte y el entretenimiento. Los cinéfilos no escriben
tesis sino libros con títulos como Las películas de mi vida. Y frases como
estas, tan poco aptas para los discursos del decoro. “No he visto de un tirón
casi ninguna película de Godard o de Marker” / “Todas las películas de
Verhoeven me calientan” / “Nunca me voy a olvidar de las tetas de esa mujer a
punto de estallar bajo el corset mientras Delon la busca por los pasillos de un
palacete abandonado”.
Algunos cineastas de
los que habla Vieytes: Pialat, Buñuel, Ford, Almodóvar, De Palma, Tourneur,
Sokurov, Mizoguchi, Errol Morris, Oshima, Bigelow, Carpenter, Tarantino,
Bellocchio, Fesser, Jackie Chan. (De Argentina, solo unas palabras veloces para
Favio y Caetano). Especialmente valorable es la atención que le dedica a Claude
Sautet, un director estupendo, considerado muy por debajo de sus virtudes y
confundido a veces con el academicismo francés. Vieytes tiene el coraje de
declararlo maestro del plano y contraplano, un procedimiento de montaje que la
crítica con aspiraciones de modernidad automática rechaza con aplomo (Negarse
al plano-contraplano es un acontecimiento político / El plano-contraplano es
fascista, por recordar dos despropósitos) para abrazar a cambio el mundo de
infracciones simples propias del cine bien educado, y aberraciones
universitarias como el denominado documental de creación, a esta altura un
género en sí mismo. (A Vieytes le gusta, hay que decir).
Alguien podría
pensar, teniendo en cuenta los cineastas mencionados: de lo alto a lo bajo, de
lo bajo a lo alto. Pero, ¿quién va en cada nivel? En el universo de Subjetiva
de nadie el trascendentalismo ruso de Sokurov no es más valioso que las
coreografías del chino Chan. Virtud nada menor de Vieytes: bancarse su capricho
sin melindres, negarse a redimir películas poniéndolas bajo la protección de
otras más prestigiosas o llenando la página de nombres respetables. Contra los
corazones académicos y rigoristas, los cinéfilos saben muy bien que el hecho de
que Deleuze haya hablado bien de Terence Fisher habla bien de Deleuze, no de
Fisher. La vocación (la fe) cinéfila podría definirse con estas palabras de
Vieytes: “Porque el espíritu sopla donde quiere, incluso en un peplum. Y cuando
esto sucede, su efecto, por inesperado, es todavía más poderoso que el de una
obra maestra”. O con estas otras: “Tarantino se vale de un cine desatendido por
los estándares del buen gusto para demostrar que el goce está más allá del
prestigio, y que puede hallarse en cualquier pedazo fortuito de celuloide”.
En fin. Uno se puede
enojar con esta afirmación o con aquella, dejar de leer pronto los poemas,
preguntarse por qué Vieytes habla solo de películas que lo entusiasman,
extrañar algunos nombres, renegar de otros. Pero es difícil que alguien no
sienta que Vieytes escribe. Se nota en cada párrafo que el deseo es lo único
que mueve el libro hacia adelante, y el convencimiento de que no se pide perdón
ni se anda uno con chiquitas cuando se habla de lo que nos sostiene en pie. De
ahí la moraleja. Nadie debe confiar en alguien que admira todas las películas
que se deben admirar, que carece de pasiones indecorosas o se mueve por la vida
tanteando opiniones ajenas, ganándose la honra. Nadie debe confiar en las
personas respetables. Hay algo pobre en ellas. Algo exangüe. La gente seria
sabe apreciar lo que fue hecho para merecer su elogio, y decir las palabras que
apuntalan su decencia, y sumar documentos a una futura sociología del arte,
condenada a dilucidar cómo pudieron gozar de favor unos procedimientos y unas
razones que se adivinaban ya en su tiempo injustificables. Vieytes no es un
tipo serio ni aspira con su libro a la respetabilidad, y eso le basta para que
Subjetiva de nadie gane lo primero que un libro debe ganar para sí: un fervor
propio que bien podemos llamar derecho a ser leído.
(Actualización mayo - junio 2015/ BazarAmericano)
miércoles, mayo 06, 2015
Subjetiva de nadie, de Marcos Vieytes
Por José María Gómez
“En cine, la cámara objetiva es aquella que representa lo
que ven los espectadores. Cuando la cámara se identifica con el punto de vista
de uno de los personajes, es decir, nos identificamos con lo que éste ve, se
denomina cámara subjetiva” (La Literatura en las Artes Combinadas 1 Ficha de
cátedra: Términos cinematográficos Realizada por: Lic. Mónica Gruber)
“De repente termina la película. Sobre la pantalla, gastada,
carraspea la cinta, se ilumina la sala tenuemente, miramos hacia atrás. Los
hombres quietos. Sobrevivientes todos de batallas perdidas.
Como muertos.
Esperan.
Otra película.
Mientras dure la cinta olvidarán” (fragmento de la novela
“El cine de los sábados”, de José María Gómez)
La subjetiva de Vieytes
Como un verdadero amante del cine, Marcos Vieytes, el autor
de este libro fascinante, nos lleva de la mano, haciéndonos luz en el camino,
hacia uno de los fenómenos más complejos y relevantes de la modernidad:
precisamente el cine, es decir, el sistema productor de imágenes más
espectacular que rodea a nuestras vidas. ¿Existe una vida sin el cine, existe
una vida sin imágenes? Las bastardillas son a propósito, términos de un posible
cuaderno de bitácora para adentrarnos en el libro. La tarea es para todos los
afortunados que lo lean, yo ya hice mi tarea, es decir, me dejé ganar por la
apuesta de la obra y cada uno deberá corresponder por sí mismo a las imágenes
que provoca su lectura y al despliegue meticuloso de estas. Como cuando uno
mira una película.
Como un verdadero intelectual, Marcos Vieytes hace foco
(encuadra, recorta alguna realidad, dirige una mirada, hace plano, etc.,etc.)
en un determinado campo artístico (la cinematografía) y lo hace a través de las
realizaciones concretas (las películas: cientos, muchas de ellas no las hemos
visto y no las veremos jamás) pero no para criticarlas (en el sentido de la
conocida actividad profesional que reseña aspectos técnicos y argumentales de
un filme) sino para adentrarnos en el fenómeno, el hecho, la cosa, y salgamos
de eso sabios, es decir, provistos de un ropaje de cuya necesidad no habíamos
reparado todavía –a pesar de que vivimos en el cine–, y apropiados de un bagaje
cuyas consecuencias nos perseguirán (como un
perro andalúz, por decir algo) y que era hora de que nos diésemos
cuenta. A mí me pasó eso, y aquí lo digo, con todas las letras, al igual que el
autor me lo hizo saber (y ver) con todas las imágenes a las que remite en
extensión y con profundidad. Extracto solamente un párrafo del libro, cuando habla
de un director de cine: “… erige su catedral… hecha de sombras tan precarias
como el celuloide, materia de la están hechos nuestros sueños…”, dice, casi al
final.
Aún así, una de las características mas sorprendentes del
libro es que Marcos Vieytes se remite a sí mismo todas las veces, a su mirada
particular, su subjetiva, y sin escatimar las consecuencias: como nadie y sin
antecedentes en su profesión, el autor pone su propio cuerpo en la estacada
(por medio de referencias autobiográficas, poesías de su autoría, reflexiones
sobre su propio acto de mirar películas o preguntarse, por ejemplo: “¿Por qué
me gusta tanto esa película…”?). Y lo hace porque justamente el libro habla de
eso, no solamente de películas –y de ahí la potencia y la inteligente concepción
de la obra– sino del acto de mirarlas. Y entonces, por esa vía, el libro
adquiere un plus particular, de alguna manera inédito. Y también perturbador.
¿Por qué? Porque no habla solamente de ese acto –con todas las condiciones
intelectuales al servicio de la idea rectora del libro– sino del acto mismo en
el momento de responder a una pregunta, sumamente indiscreta: ¿Quién está ahí,
mirando una película? Y la pregunta no podría ser otra que: “Un hombre”, y, en
este caso, ese hombre es Marcos Vieytes. Subjetiva de nadie, subjetiva de
todos, subjetiva de Marcos Vieytes.
Igual que si la Esfinge, luego del primer acertijo (donde la
respuesta que todos conocemos es: “El hombre”) preguntara, en el colmo de la
indiscreción: ¿Y qué está haciendo? Y la respuesta fuera, es: “Mirando una
película”.
El hombre, es decir, sus deseos, el desgarramiento, también
la soledad –infinita–. Por eso es que se apagan las luces de la sala, para
permitir el encantamiento, para no ver a los demás en las butacas, estar solo
mirándose al espejo. Ver películas es como estar frente a un espejo. Ese espejo
es terrible porque es vasto, abigarrado, multicolor, y sólo los que saben lo
que están haciendo (los creadores) consiguen en algún momento componer una
imagen, una sola, y que sea capaz de dar cuenta de todo el universo; pero no el
universo de todos, sino el del único, irrepetible y particular hombre que está
ahí, en la platea, solo consigo mismo.
Es un ejercicio peligroso.
Se debería ver cine con los ojos cerrados.
Todos los hombres buscan su película, incansablemente, y muy
pocos la encuentran. La felicidad es muy difícil de lograr. A veces está ahí,
muy cerca de nosotros, y es apenas una imagen pero en la que nos reconocemos
completamente. “Padre nuestro que estás en los cielos, la imagen de cada día,
dánosla hoy…”
Sin ninguna duda, “Subjetiva de nadie”, de Marcos Vieytes,
es un gran libro sobre el cine.
viernes, abril 10, 2015
Viaje a la cinefilia
En Subjetiva de nadie (Entropía, 2014), primer libro de
Marcos Vieytes, el crítico ensaya un viaje personal a través del imaginario
cinematográfico del siglo XX.
Por Alejandro Boverio para Espacio Murena
Una idea de Barthes me vino una y otra vez a la cabeza
mientras leía el primer libro de Marcos Vieytes: aquella que dice que si leemos
algo con placer es porque ha sido escrito en el placer. Y si puedo decir esto
de Subjetiva de nadie sin tener otra noticia del autor más que el libro mismo
es porque éste nos abre a la enorme experiencia vital y afectiva que para él
constituye la crítica, con la que no puedo sino hacer empatía.
“Muy a menudo tiendo a identificarme con el punto de vista
del protagonista de una película”, apunta el autor casi al comienzo de este
“diario crítico” que, a través de sus fragmentos, como esquirlas, muestra cómo
el cine atraviesa la vida. Pero no sólo como aquello con lo que la vida se
identifica, siempre en nombre propio, de una manera mimética, sino también en
tanto aquello que la experiencia convoca con necesidad, por ejemplo, tal como
por allí dice, cuando en la noche no puede dormirse porque lo asalta el
sentimiento trágico de la vida y para salir del trance se vuelve necesario ver
una película de Buñuel, cualquiera, la que se tenga a mano, antídoto infalible
contra la bilis negra.
Este extraño pero notable libro, atravesado él mismo por
múltiples pasiones, asume la forma inclasificable de una ensayística
autobiográfica de lo que las películas y sus directores hacen con uno mismo. De
Pialat a Kaurismäki, Fellini a Moretti, Welles a Herzog, la escritura va
saltando de película en película movido por afecciones que no dejan de lado un
evidente conocimiento de la historia, de la crítica y de la teoría del cine,
pero que están al mismo tiempo también un poco más acá, en la historia personal
e íntima de un porteño nacido en la mitad de la década del 70. Y si digo que
forma parte de la ensayística más que del género diario, lo hago pensando en
aquel gran texto de Adorno sobre la forma, justamente, del ensayo, en el que
afirma que éste es caprichoso pues comienza y termina donde quiere, y su objeto
está dado por aquello que uno ama y odia.
Este libro, fiel a su condición imaginaria, es también una
colección de imágenes y, su autor, un coleccionista. Entre todas las imágenes
convocadas, está la de Godard en Habitación 666 (Wenders, 1982), el célebre
documental en el que el alemán invita a varios directores para que hablen,
solos, en esa habitación, de cine y televisión. En esos pocos minutos Godard
tiene atrás, en la tele, un partido de tenis, y dice que su país es el
imaginario, y que el imaginario es un viaje de un lado a otro, justamente como
el de la pelotita de tenis que está viajando detrás de él. Esa imagen también
es una imagen de lo que es este libro que, del mismo modo que Godard en el
cine, no sutura los cortes, sino que los enfatiza a través de interrupciones
(como, por ejemplo, los asteriscos que aparecen en la mitad del texto y que nos
llevan a esas particulares notas al pie -¿poemas?- que cortan la lectura).
Si bien uno podría pensar, prima facie, que un libro en
cierta medida autobiográfico de un desconocido no debería reportar mayor
interés (y en ello se juega la ironía, entiendo, del título del libro), en este
caso cualquiera que tenga una inquietud por el cine -sin necesidad de que sea
cinéfilo- va a encontrar un libro excepcional para adentrarse en genealogías
fílmicas de todo tipo (caprichosas y no tanto) y ser motivado a ver aquellas
películas en las que se reflexiona que no ha visto (en mi caso, por ejemplo,
Hubert Robert: una vida afortunada de Sokurov), en tanto se las hace jugar con
lecturas que van desde la Poética del cine de Raúl Ruiz hasta La
imagen-movimiento de Gilles Deleuze, sin dejar de lado pinceladas de grandes
textos de la literatura.
miércoles, febrero 18, 2015
Todos los caminos conducen al cine (o a otra parte)
El primer libro del crítico de cine Marcos Vieytes,
Subjetiva de nadie, reúne en un mismo espacio géneros que resulta difícil
imaginar juntos como la crítica, la poesía y el diario personal.
Por Horacio Bernades para Tiempo Argentino.
De las tres citas que abren Subjetiva de nadie, primer libro
de Marcos Vieytes, una es de uno de los más importantes teóricos
cinematográficos (el argelino Jean-Louis Comolli) y otra del poeta Henri
Michaux. Poeta y crítico cinematográfico (edita muy buen el sitio de Internet
Hacerse la Crítica), en lugar de mantener separadas las dos cuerdas que lo
mueven, Vieytes decidió juntarlas, sumándoles encima una tercera vertiente: el
diario personal. Subtitulado Fragmentos de un diario crítico, este libro se propone
lo que a simple vista parecería un doble oxímoron. ¿Puede concebirse acaso una
subjetiva de nadie? ¿Un diario crítico? ¿Y crítico y poético? En la idea que lo
anima, Subjetiva de nadie no parece reconocer precedentes y admite una sola
clase de lector: aquel que saca boleto para un viaje que desconoce, y que
posiblemente no lo lleve a ninguna parte.
Vieytes "sopla donde quiere", cita bíblica con la
que él mismo titula el segundo apartado, dedicado a John Ford, maestro del
western y del cine en general. Sus textos siguen recorridos dictados por la
libre asociación de ideas, de temas o motivos. Y saltan, separados por párrafos
o en forma de llamadas con asterisco, a un recuerdo personal o un poema. Diario
personal, libre ejercicio de la crítica de cine, irrupción poética: esos tres
ejes se yuxtaponen y entrelazan en Subjetiva de nadie. Tanto como se fusionan
la cita culta con la lengua coloquial-popular. Las libertades que el autor se
toma incluyen el objeto del que habla o cita: Vieytes no ensaya sobre "las
películas que conocemos todos", sino sobre aquéllas sobre las que
considera debe hacerlo.
Así, puede dedicar miniestudios de seis páginas a Maurice
Pialat, cineasta francés de quien en Argentina no se estrenó ni una película
(lo cual no le resta un gramo de importancia) o al genial Jackie Chan, máxima
expresión de la kinesis cinematográfica, conocido aquí casi únicamente en su
etapa de decadencia hollywoodense. O comparar al señor Spock de Viaje a las
estrellas con el protagonista-alter ego de los films del gran Nanni Moretti.
Viajes galácticos los de Vieytes, llenos de desvíos lógicos pero imprevistos.
En medio de esos sesudos análisis, el autor recuerda el olor de Dominga
Indelangelo, la señora que lo cuidó de niño. Revisa el éxtasis que sintió en
una librería de usados por una chica que ojeaba libros a su lado. Califica al
director de cine mudo Fred Niblo de "nabo". Versea "quebraduras/
de hierro en las costillas/no más alga/viscosa no más liquen/quemaduras/de
cigarro en las entrañas (…)."
Lo dicho: un libro que es muchos y no se parece a ninguno.
Tiempo Argentino, 15/2/2015
jueves, febrero 12, 2015
Libros sobre cine en continuado
En una de las tantas publicaciones fugaces de Twitter, un
reconocido crítico y periodista de cine argentino informa que en Francia
500.000 espectadores han visto Timbuktu , una película mauritana de
Abderrahmane Sissako. Del resto de los países del mundo, tal vez sólo Argentina
podría reunir una cantidad considerable de espectadores para un filme de esa
procedencia. ¿Una conjetura descabellada? La cinefilia vernácula es numerosa y
multigeneracional; hay una cultura cinematográfica vigorosa y una tradición
ostensible.
Quizás eso explique un poco, a pesar de la insuficiencia
argumentativa pero lejos de cualquier atisbo de sofisma, la insólita cantidad
de libros de cine que se publican en el país. Para el hispanoparlante que no
vive en la nación de Leonardo Favio y Lucrecia Martel, la oferta en la materia resulta
asombrosa. Está claro que, en comparación con los títulos de autoayuda, el
número puede ser irrisorio, pero no deja de ser un mercado editorial que a su
vez denota una variedad bienvenida.
Un ejemplo reciente: el reconocido crítico de El Amante Cine
, Leonardo D’Espósito, acaba de publicar Todo lo que necesitas saber sobre
cine.
La voluntad pedagógica del libro no implica subestimar al
lector ni abandonar cierto rigor tanto histórico como analítico. Casi al mismo
tiempo, el cineasta y crítico Nicolás Prividera ha publicado El país del cine ,
obra clave para leer políticamente el denominado Nuevo Cine Argentino. Se trata
de una obra ambiciosa y arriesgada, tan polémica como las películas de su
autor, inobjetable en su solidez argumentativa como también en su distintiva
inventiva para agrupar problemas teóricos y contextos disímiles.
Uno de los libros más hermosos que se han publicado
recientemente, en la pequeña editorial cordobesa Vilnius, es Hacia lo que
vendrá , de Fernando Pujato. En ciertos círculos, el sucinto pero sustancial
libro de Pujato, quien escribe sobre películas recientes como también sobre
obras ineludibles del pasado, se atesora debido a sus pocos ejemplares. Lo
fundamental y maravilloso de Hacia lo que vendrá pasa por cómo expresa una
forma de mirar el mundo a través del cine y por su porfía en demostrar que la
crítica de cine es una suerte de física descriptiva sensible que se apoya en el
movimiento de los planos.
Recientemente se ha publicado Subjetiva de nadie , de Marcos
Vieytes, el libro vernáculo más racionalmente salvaje del género, cuyo autor
conjura su exposición narcisista al demostrar que la composición de su
subjetividad está configurada en gran medida por las películas que analiza,
desmarcando su aguda lectura de las películas de una mera idolatría del yo. Su
hipérbole estilística es una evidencia de que considera su oficio como una
tarea de deposición de falsos ídolos en busca de un dios verdadero. Y, además,
las extraordinarias traducciones de títulos fundamentales para la supervivencia
y construcción de una cultura cinematográfica que interrogue la imagen por
medio de la palabra escrita.
El cine del diablo , de Jean Epstein, Cine Capital , de Jun
Fujita Hirose, Bresson por Bresson , Herzog por Herzog , El cine después del
cine , de Jim Hoberman, los ensayos de Jean Rancière sobre el arte
cinematográfico, algunas joyas entre tantas novedades bibliográficas que
confirman la pertinencia de la palabra frente al devenir de las imágenes.
miércoles, febrero 11, 2015
Sobre la autopsia de un ojo (o la disección de la mirada)
No vi Horror Express y no tenía idea de su existencia ni de
quién es su director, Eugenio Martín; es más: creo que no la veré siquiera
después de haber leído este hermoso texto de Marcos Vieytes que forma parte de
su primer libro. El "subproducto del cine de terror europeo" queda
definitivamente fuera de mi radar; lo digo sin culpa y sin orgullo. Apartada
esta cuestión de deseos y deberes, debo decir que el texto de Vieytes
justificaría la existencia de la película que no veré. Hay ahí una metáfora del
cine señalada como al pasar, en una intuición genial, en medio de una cadena de
instantáneas sobre la mirada (la mirada de Romy Schneider, la mirada de un
conejo muerto (ver acá)), cada una de las cuales que valen por un tratado de mil
páginas sobre la ontología de la imagen cinematográfica. Una serie de
asociaciones, lícitas o ilícitas, autorizadas por la vida de la escritura.
Vieytes no hace un libro de crítica cinematográfica; tampoco
creo que sea muy precisa la etiqueta del subtítulo: Fragmentos de un diario
crítico. Al menos yo no encuentro un diario. Hay sí una apuesta por la
contingencia de la escritura, un escrutar la mirada, por el rebote
aparentemente caprichoso de una memoria cinéfila capaz de lograr una
iluminación a partir de la secuencia de un subproducto del terror europeo. La
cinefilia que Marcos escribe no es la de un culto esotérico que se erige en
contra del mundo, así como su crítica tampoco es el Tribunal de la Razón
Cinematográfica ante el cual hace comparecer a cada película. No hay Juez ni
Sistema, pero tampoco se trata de un mero montón de ocurrencias. Hay una trama
urdida desde la inquietud de la pasión por el cine como parte de la experiencia
vital: un cine que ayuda a ver el mundo escribiendo la mirada. No ideas, diría
el Godard de Adiós al lenguaje, sino metáforas. Por eso creo que el libro
Subjetiva de nadie, con su apariencia de ensayo acerca de la experiencia
cinéfila interferido por poemas y relatos autobiográficos, es más una novela
que otra cosa.
Un texto notable que atestigua que hay vida para la
escritura cinematográfica, más allá de la liturgia vaciada de las reseñas y del
gesto pendenciero de las camarillas. No está solo: lo acompañan textos tan
distintos y tan productivos como los de Nicolás Prividera (El país del cine),
los de Roger Koza en Ojos Abiertos, los de Emilio Bernini en Kilómetro 111 o
los de José Miccio acá nomás. Un momento extraño y promisorio de eso que alguna
vez se llamó "crítica cinematográfica" y hoy ya no sé cómo.
El cine entre creyentes y ateos
Marcos Vieytes habla de Subjetiva de nadie en el Blog deEterna Cadencia: “Ni la literatura ni el cine me explicaron lo inexplicable
todavía, pero mucho de lo que yo creía inexplicable terminé por encontrarle o
inventarme alguna explicación”, dice.
Por Walter Lezcano. Foto: Gabriela Garciulo.
¿De qué está hecha la vida de un crítico? Subjetivas de
nadie. (Fragmentos de un diario crítico), de Marcos Vieytes (Entropía), es un
libro particular que exhibe algo complejo e íntimo: una política de la mirada.
Pero también es el modo en el que una persona ve en las películas el vehículo
perfecto al paraíso. Y, por supuesto, en esa zona de placer y hedonismo, el
celuloide es una parte que se conecta con otros discursos: la poesía, la
narración, la mitología personal y el ensayo, por ejemplo. Ver, leer y escribir
parece ser la triada, conectada de modo ineludible, en la cual se apoya Vieytes
para construir los textos de Subjetivas de nadie. Y a partir de ahí, escapa al
cómodo lugar de crítico en un sentido parasitario, para ubicarse en el movedizo
espacio de observador y explorador de todo aquello que detona una emoción.
En la página 173 se lee:
“31 de diciembre de 2009. Parece que va ser larga. Son más
de las dos pero no tengo sueño. Podría escuchar tangos de Manzi por Lamarque o
seguir viendo una película sobre Demy. Ya no se oyen más cohetes. La noche pide
café y no tengo más que mate y vino blanco. Aunque el cielo estuvo amenazando
desde las seis o siete de la tarde, finalmente no cayó ni una gota. Hasta hace
un rato barajé la posibilidad de reunir fragmentos de El oficio de vivir bajo
el título “Pavese para un creyente difunto”, o de subir al blog ese poema de
Saer sobre un violador que cierta noche hace inventario de los cuerpos
ultrajados y le viene, como un escalofrío, la culpa, sin imaginarse siquiera,
de tan inocente, que su espasmo responde a ese nombre. Esta tarde me hablaron de
una mujer que no veo hace mucho, y no sentí más que el vago deseo de que le
hubiera ido bien.”
Por esa senda sinuosa y atractiva bordea el libro: hablar de
cine no como un lapidario cinéfilo nerd si no como alguien que descubre las
relaciones vitales que establecen la películas con alguien atento, o ver la
escritura como algo parecido a la libertad –así lo dice Fernando Martín Peña en
la contratapa– pero también está la rigurosidad con las propias ideas sobre
aquello que al autor lo convoca, lo interpela y lo saca del letargo cotidiano.
Desde ese precipicio inhóspito, que busca un lector afín a esa clase de
búsquedas, habla y escribe Marcos Vieytes en Subjetivas de nadie.
—Decís: “Mirar cine es hurgar, excavar, desesperar por
hallar lo que subyace a la realidad”. ¿Cómo llegás al cine, por intermedio de
quién? ¿Y de qué manera arribás a esta idea?
—Llego al cine por intermedio de mis padres. Nací y viví los
primeros siete años a cuadras de Lavalle, que por entonces todavía era “la
calle de los cines” y desde muy chico anduve con ellos por allí, adentro y
afuera de las salas, viendo películas o recorriendo la peatonal de una punta a
la otra. Las dos cosas están asociadas en mi memoria: ver y andar. Tanto
influyeron esos pocos años que a mis 13, ya en San Fernando, zona norte de la
provincia de Buenos Aires, comencé a llevar un fichero con la filmografía de
los directores de cine que me parecían importantes; para completarla buscaba en
diarios y revistas porque todavía no existía internet. Otro momento importante
es la compra de la primera videocasetera, cerca del final de la secundaria.
Hasta escribir esa línea a la que te referís pasaron muchas
cosas. Mencionar un par de ellas puede servir para tener una idea más clara
sobre su origen. Una es la religión, que anda dando vueltas alrededor del final
de esa frase, como una dimensión metafísica que en mi caso fue menos una forma
de búsqueda que un punto de partida: nací y mis dos padres ya eran Testigos de
Jehová. Desde el principio el cine estuvo asociado a la magia, el espiritismo,
la fe, la resurrección de los muertos y un largo etcétera. Durante el
transcurso de una película la ilusión puede ser tal que es capaz de convertirlo
a uno, volverlo creyente. Una segunda cosa sobresaliente es la escritura. Fue,
es y calculo que seguirá siendo la forma de búsqueda y expresión, por no decir
respiración (anímica, vale decir espiritual) más importante en mi vida. En la
escritura crítica se reunieron ese espectador por partida doble –de las
películas y de Dios- y el productor -para usar un término cinematográfico
significativo- de poemas que también soy.
—¿En qué momento decidís dedicarte a la crítica y por qué?
—Nunca lo decidí y sigo sin hacerlo. En tercer o cuarto año
de la secundaria un compañero a quien nunca más volví a ver, Andrés Zarza, me
dijo que yo tenía que ser crítico de cine; años más tarde volví a comprar un
número de El Amante para ver qué habían escrito sobre una película que me
gustaba y cómo no estuve de acuerdo con lo que leí me dije que alguna vez iba a
escribir allí para defenderla; terminé haciéndolo aunque no hice nada para
logarlo, salvo seguir mirando películas y escribiendo poesía y, bastante más
tarde, escribir un par de cartas que fueron publicadas en el correo de
lectores. Desde entonces empecé a escribir cada vez más seguido porque el
editor me alentaba a hacerlo, a veces sacándole tiempo al trabajo; más tarde
empecé a dar clases y desde hace algo más de dos años dirijo
www.hacerselacritica.com, una página web de crítica de cine que reúne a más de
veinte críticos, ha contado con la colaboración de escritores y directores de
cine, presentó su primer volumen en papel en marzo del año pasado con Fernando
Martín Peña como anfitrión y Adrián Caetano y José Campusano como
participantes, y presentará el segundo dentro de par de meses. Así que la
escritura de textos relacionados con la crítica se ha ido dando, pero nunca
decidí ser crítico de cine. Digamos que lo soy por defecto. En verdad, no soy
crítico, soy disléxico. Lo “crítico”, para mí, es escribir, en general.
—Subjetiva de nadie tiene muchos elementos: memorias,
crítica, poesía, ficción, etcétera. ¿Cómo nace este libro y cómo le fuiste
descubriendo la forma?
—Nace, justamente, cuando me di cuenta de que nunca iba a
ser un crítico tradicional porque la película me importaba menos que lo pasaba
entre ella y yo y no tenía la intención de ocultarlo. Eso era notorio en los
textos que no sólo había escrito sino que también fueron publicados en los
medios en los que escribía por entonces, El Amante y Cineismo, a los que mucho
agradezco la libertad que me dieron. Años después percibí que en esos textos
había creado un personaje, un alter ego que ahora, una vez terminado el libro,
parece ser un crítico de cine pero es alguien que usa la crítica de cine para
otra cosa, sin dejar por ello de tener una mirada crítica, en tanto que
analítica, del cine y las películas. Pensé que seleccionando y reuniendo los
textos adecuados, además del valor ensayístico de cada uno podía construir un
relato atractivo, y a eso le sumé los poemas, que ocupan un lugar inhabitual,
más subterráneo que subalterno. Cuando conocí a Gonzalo Castro esa idea terminó
de tomar forma y se concretó en este libro.
—En el libro se mencionan una cantidad impresionante de
películas. Seguramente, muy poca gente ha tenido posibilidad de verlas todas.
¿En qué tipo de lector pensás para tu texto?
—En uno que le guste sentirse estimulado, supongo, pero la
verdad es que no pensé en ninguno a la hora de hacerlo sino en lo que yo quería
y necesitaba decir. Claro que sí lo hice cuando escribí los textos que fueron
publicados en revistas de crítica de cine, y eso ha redundado en que sean
sugerentes e inteligibles. Haber visto las películas de las que se habla no es
indispensable para entender lo que se cuenta en él, aunque arroja más luz tanto
sobre el personaje como sobre mí y la selección que hice. Pero también puede
suceder que, si se desconocen algunas de las películas referidas, los apuntes
biográficos irrumpan con otro fulgor, que la poesía no esté solamente en los
poemas sino también en el pasaje de los fragmentos analíticos a los íntimos.
Porque es un libro en el que el montaje de las partes es tan importante como la
progresión del relato que atraviesa las cinco secciones: La hora de religión,
Subjetiva de nadie, Crónica de la intermitencia, El sexo de la cosa y La
comedia cósmica.
—¿Qué opinás sobre el cliché que dice que el crítico es un
“creador frustrado”?
—¿Aquí, ahora, ya? Nada. Que un cliché está para ser
ignorado o repetido.
—A tu entender, ¿cuáles son los elementos que contiene una
buena crítica cinematográfica?
—No sabría decírtelo, y creo que no tampoco debería hacerlo
si lo supiera, en parte porque hay otros que se han dedicado a eso más y mejor
que yo, pero sobre todo porque no sé ni me gusta teorizar programáticamente.
Además, si lo pudiera formular acabadamente tendría que obligarme a observar
esa fórmula, y sólo de pensar en algo como me eso me inunda un desasosiego
esterilizador tal que prefiero seguir cultivando esta ignorancia específica.
Prefiero que la crítica se porte mal a que se porte bien y le sirva de
lubricante a la industria cultural.
—En el libro se habla mucho de cine, pero también de
literatura. ¿Qué espacio le das a la vida, a las experiencias que están por
afuera de eso? Y por otra parte: el cine y la literatura, ¿ayudan a comprender
de una mejor manera los hechos inexplicables de la existencia cotidiana?
—Mirá, en un tiempo, cuando la Psicosis, mi perra, andaba
todo el día suelta dando vueltas alrededor mío, te hubiera dicho que le daba
más bien poco espacio a la vida. Ahora que la tengo todo el santo día atada y,
además, ya está bastante más vieja, diría que es una locura separar la
literatura y el cine de la vida. Ni uno ni otro me explicaron lo inexplicable
todavía, pero lo que sí pasó es que a mucho de lo que yo creía inexplicable
terminé por encontrarle o inventarme alguna explicación, y eso me ayudó a
domesticar a la perra, pero ahora me aburro bastante más que antes.
—En Subjetiva de nadie hay pocas referencias al cine
argentino. ¿Qué relación tenés con nuestro cine nacional?
—Creo que tengo bastante buena relación con el cine
argentino, o por lo menos una muy activa. Hay películas de Manuel Romero, Mario
Soffici, Carlos Schlieper, Armando Bó, Hugo del Carril, Leonardo Favio, Pino
Solanas, Adolfo Aristarain, Adrián Caetano, Ana Poliak, José Campusano que
están entre las que más quiero. En Hacerse la crítica el cine argentino es un
objeto central de nuestras reflexiones y discusiones, tanto es así que nuestro
primer volumen en papel se llamó “Pampa bárbara” a fin de privilegiar los
debates que contiene. En Subjetiva de nadie no hay referencias al cine
argentino porque su carácter es predominantemente lírico, en el sentido más
despiadado y menos sentimental que puede llegar a tener la lírica, y en mis
textos sobre cine nacional la política es protagonista. La distancia dada por
el hecho de que todas las películas a partir de las cuales escribo sean
extranjeras permite situar al lector en un paisaje cuyas referencias no son
inmediatas. Además, se corresponde con mi primera etapa de escritura sobre
cine, que fue una de aprendizaje global, y con la de formación del personaje en
un ambiente religioso que pretendía abstraerlo de lo específicamente político y
nacional. Tampoco descarto la posibilidad de reunir y publicar mis textos sobre
películas argentinas contemporáneas en otro libro.
—Tu libro puede ser leído como una teoría de la crítica o un
modo de ejercerla. ¿Considerás que la crítica tiene injerencia en el arte y en
la creación?
—Espero que sí, que tenga que ver con la creación, y que
este libro sea una prueba de ello. Es la razón por la que escribí esto que
puede leerse en una de las primeras páginas: “El espectador de cine es un
creyente; el crítico, un ateo, pero uno militante que derriba los falsos ídolos
que pululan a su alrededor en busca de un dios verdadero en el que depositar
algo de la fe perdida irrecuperable. El crítico al que me refiero no es
necesariamente un crítico profesional sino un espectador tan apasionado que ya
no puede ser ingenuo. Este crítico busca en cada película escollos que lo
desafíen antes que facilidades. Lo excita la dificultad de descifrar la demasiado
evidente superficialidad de las convenciones, en las que divisa la ilusión de
un sentido que excede al dado por la conciencia de los realizadores a condición
de que se sustente en evidencias concretas. Las interpretaciones pueden ser
refutadas, la visión del crítico no en tanto y en cuanto su escritura tenga
poder de convicción. Eso es lo que hace del crítico un creador y ¿qué sentido
tiene serlo si no se aspira a ello?”
miércoles, enero 07, 2015
"Se repiten las mismas pasiones: no me aburro de ellas"
Por Pablo Chacón.
En Subjetiva de nadie (fragmentos de un diario crítico), el
realizador, crítico y poeta Marcos Vieytes reúne su trabajo de escritura de
años alrededor del cine y más en general, de la práctica y el oficio de artista
bajo la forma de una suerte de diario donde convoca pasiones, interpretaciones,
invitaciones a la lectura y a la dicha de ponerse en camino y perderse, si
fuera necesario, en los senderos de ese bosque. El libro, publicado por la editorial Entropía, reenvía al
lector de una película a otra, de una época a otra, atiende referencias tanto
con poemas o referencias a la literatura como con llamados a pie de página.
Vieytes nació en Buenos Aires en 1973; dirige la publicación
Hacerse la crítica y éste es su primer libro publicado sin seudónimo.
Esta es la conversación que sostuvo con Télam.
T : ¿Qué pretendés transmitir con un título tan sugestivo
como Subjetiva de nadie?
V : No hay ninguna pretensión específica, y lo que más
quisiera es que se prestara a interpretaciones diversas. Eso sí, tiene un
origen específico: es una de las secciones del libro, a su vez tomado de un
texto que escribí sobre César et Rosalie, de Claude Sautet. Al final de esa
película los tres protagonistas de ella, porque son tres a pesar de lo que
parece indicar su nombre, quedan separados por la cámara en un espacio fílmico
que pone a los dos hombres de un lado y a la mujer del otro. A su vez, el
nombre excluido del título de esa película es el del personaje que a todas
luces cumple la función de testigo de la historia de amor de la pareja.
Interviene, y mucho, en ella, pero no deja de estar afuera del mundo construido
por ambos, como el espectador, y como la cámara en ese final, que filma todo
desde un punto de vista que no pertenece a ningún personaje pero sigue siendo
subjetiva, acaso por la potencia afectiva de la puesta en escena de Sautet y no
sólo por su posición. Me gustaría lograr algo similar en este libro, involucrar
emocionalmente a un lector que, a su vez, no dejara de estar adentro y afuera
de él. Tendrá una historia -familiar- que seguir, la del crítico, que es el protagonista
de la dimensión narrativa, pero también las críticas que ese crítico escribe y
otra voz, a pie de página, más íntima.
T : Además de tu intervención en guiones y de la revista
(que a Mar del Plata no llega), ¿éste es tu primer texto o es un texto que
reúne trabajos de años? Como sea, ¿por qué publicarlo?
V : Hasta ahora sólo colaboré parcialmente en un solo guión.
La revista está online hace ya más de un año y publicamos un primer volumen en
marzo de este año que presentamos en el auditorio de la ENERC con un ciclo en
fílmico proyectado por Fernando Martín Peña, que fue nuestro anfitrión, y
acompañados por José Campusano y Adrián Caetano. Organicémonos para que pueda
estar en las librerías de Mar del Plata o para hacer una presentación allá. Ya
estamos componiendo el segundo volumen, que saldrá un año después del primero.
Este libro es el primero que publico sin seudónimo y es el resultado de más de
veinte años de escritura en general y de crítica de cine en particular. Reúne
poesía, crítica, ensayo, diario y ficción. La razón de publicarlo es el deseo
de ser leído, por un lado, y el interés manifiesto por Gonzalo Castro y la
editorial Entropía, que lo juzgó digno de comercializarlo.
T : Están tus
pasiones (cinematográficas, literarias, otras). ¿Cuál de ellas -si se puede
decir así- detectás que se repite, aunque sea desde distintos puntos de vista?
V : Se repiten
siempre las mismas, esas que mencionás y otras que no (Dios, el amor,
Argentina, la política). Lo que me llama la atención es que no me aburra de
ellas; más bien son las que me han salvado del aburrimiento. Puedo llegar a
agotarme, pero una y otra vez vuelven, me ocupan, me angustian, me divierten.
T : Contame del peso en tu obra de Mijaíl Sukarov -si querés
del cine eslavo en general.
V : Gracias por el halago, pero con un solo libro publicado
yo no puedo hablar de obra, y la verdad que el cine de Sokurov no es
necesariamente una de mis pasiones principales, aunque hay una película corta
de él que ocupa unas cuántas páginas de una de las secciones del libro. Vi
Elegía de un viaje hace seis o siete años y quedé embrujado por la manera en
que la pantalla de video temblaba como si tuviera vida propia y no fuera tan
fría como lo es si la comparamos con la textura general del fílmico. Además, la
voz de Sokurov materializaba unos textos en los que la función poética del
lenguaje impregnaba a las imágenes y me emocionaba mucho. De allí salió un
texto sobre el video y la palabra que no tiene valor teórico sino sugestivo, en
el que terminan apareciendo películas de Romero, De Palma y Carpenter filmadas
total o parcialmente en video. Esas relaciones entre mundos cinematográficos
sólo aparentemente antitéticos me interesa mucho más que cualquiera de los dos
polos. El libro está lleno de puentes entre películas, directores y personajes;
tantos que acaso haya únicamente puentes en él, que se superponen hasta
eliminar las distancias o los accidentes que supuestamente deberían salvar.
Quizás esos accidentes estén en las notas a pie de página, en los poemas.
T : Otra impresión: ¿de dónde sale tiempo para ver tanto
cine, y para pensarlo?
V : Bueno, me dedico a eso, a ver películas, escribir,
dirigir y editar una revista de cine sin ningún tipo de apoyo económico oficial
o privado hasta el momento, y dar clases, que es lo que me da de comer. Me
imagino que debo haber resignado varias cosas debido a esa elección, pero ni
siquiera fue tal durante la mayor parte de mi vida. Veo películas desde muy
chico, primero en el cine y la televisión, luego gracias a las videocaseteras,
ahora internet. La mayor parte del tiempo compartía mi tiempo entre ellas y los
distintos trabajos que tuve, hasta que desde hace menos de diez años empecé a
dar clases, lo que me permitió enfocar aún más la dirección de mi cinefilia, y
hace ya cinco o seis que vivo de ellas. Si dura, voy a tener la mayor parte del
día para seguir viéndolas. Si no, tendré algunas horas menos. Pensar se piensa
siempre, durante. Todo el mundo lo hace todo el tiempo.
T : Si te dieran a elegir tres directores o tres películas,
¿cuáles serían las elegidas?
V : Prefiero elegir directores porque así no tengo que
contentarme con sólo tres películas sino con todas las que ellos filmaron, y
porque un director es un hombre o mujer, una persona, una vida, una historia, un
cuerpo, unas decisiones. Herzog, Buñuel y Sautet te digo ahora, sin pensarlo
más, y me quedó con las ganas de hacerle un lugar a Kiyoshi Kurosawa.
Télam, 4/1/2015
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