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viernes, mayo 23, 2014

Un diálogo sobre las formas de concebir la escritura

Juan Rapacioli escribe para Telam una crónica del segundo encuentro del ciclo Preguntas por el cómo, que se desarrolló el pasado miércoles 21 de mayo en la librería Gandhi de Palermo.


Las diversas formas de encarar un relato, de pensar un narrador, de concebir la escritura, así como la intimidad del proceso creativo fueron los temas abordados anoche en la Librería Gandhi por los escritores Fernanda García Lao, Ignacio Molina y Mariana Dimópulos.

En el marco del ciclo "Preguntas por el cómo", organizado por los diez años de la Editorial Entropía, los escritores hablaron sobre sus respectivas maneras de asumir la escritura, sus puntos de vista sobre los tipos de narrador, y las diferentes formas de pensar una estructura narrativa.

Molina (Bahía Blanca, 1976) es autor de las novelas "Los modos de ganarse la vida" y "Los puentes magnéticos"; los libros de relatos "Los estantes vacíos" y "En los márgenes", y los libros de poemas "Viajemos en subte a China" y "El idioma que usan todos".

El escritor admitió que "la verdad es que no soy muy prolífico, no escribo todos los días; me gustaría, a veces lo intento, pero siempre termino escribiendo cuando me sale. Hasta hace poco tenía un trabajo de nueve horas por día y pensaba que cuando no trabajara más iba a tener mucho tiempo para escribir. No es así, no tiene que ver con el tiempo libre".

"En realidad -sostuvo-, es en esos momentos, cuando no tengo tiempo, que me dan ganas de escribir. Los escritores grosos tienen sus decálogos y consejos sobre la escritura, yo no soy uno de ellos, pero igual lo tengo: creo que la premisa más importante es que cuando uno se pone a escribir tiene que olvidarse un poco de la palabra literatura, que es muy grande".

"Al menos -continuó- eso me pasa a mí, si me pongo a escribir de manera muy solemne, no me sale nada; en cambio, si de pronto estoy frente a la computadora, no pensando en hacer gran literatura, ahí sale algo que luego se asocia a otras cosas; de alguna manera mis libros salen así: no tengo una idea previa, sino escenas sueltas".

Molina apuntó que esas escenas, "en algún momento se entrelazan y así empiezan a conformar una historia. No es que empiezo una historia conformada por esa escenas, sino que son diferentes escenas que a la larga van a conformar una historia".

El autor mencionó, además, que "es muy importante el tema del narrador, encontrar la persona, la voz del relato. Una vez que llego a esa voz, ese tono, empieza a surgir todo lo demás. Voy relacionando las partes sueltas y ahí sí escribo todos los días".

García Lao (Mendoza, 1966) es autora de las novelas "Muerta de hambre", "La perfecta otra cosa", "La piel dura" y "Vagabundas", y del libro de cuentos "Cómo usar un cuchillo". Vivió en España desde 1976 hasta 1993. Escribió, además, varias piezas teatrales con las que viajó por Latinoamérica.

"Estuve pensando en cómo surgen los relatos, cómo aparecen, y cómo eso se modifica con el paso del tiempo -mencionó la escritora-; cuando empecé a escribir me sentaba y me dejaba llevar por el automático surrealista: no saber para dónde voy, no planificar nada, y dejar que los dedos sean los que dirigen a la cabeza".

"Pero después de mucho tiempo de escribir así -explicó- empezaron a aparecer otras fuentes, un deseo de encontrar algo en mi cabeza que no sabía que existía, para poder generar otras cosas a partir de experiencias vividas o noticias insólitas o del territorio más oscuro que viene de la poesía, que siempre está".

En "Cómo usar un cuchillo", apunta la autora, "hay un par de cuentos que tienen que ver con noticias y de cómo a partir de la noticia uno se adueña de ese universo realista y lo lleva a un lugar al borde de lo inverosímil: la noticia se refería a una mujer que fue al dentista porque el día anterior había comido pulpo crudo y algo le molestaba en la boca".

"Entonces -continuó-, el doctor la examina, y le dice que encontró espermatóforos de pulpo. O sea que el pulpo había eyaculado en la boca de la mujer o no había quedado limpio. Me pareció genial pensar que la mujer quedara embarazada de un pulpo después de cenar".

"Claro -explicó- tenía que seguir la lógica humana y aquellos espermatóforos debían ir al lugar indicado, así fue como inventé un personaje y pude situar el tema de la voz y el punto de vista. Además, me puse a estudiar el sistema reproductivo de los pulpos, como para tener la base científica para después irse al carajo".

Dimópulos (Buenos Aires, 1973), es licenciada en Letras por la Universidad de Buenos Aires y traductora del alemán y el inglés. Vivió en Alemania entre 1999 y 2005. Publicó las novelas "Anís", "Cada despedida" y "Pendiente".

"A diferencia de mis dos colegas, yo sí soy metódica -afirmó la escritora-, sí sé a dónde voy cuando escribo, lo logre o no, y, de hecho, una de las cosas que me pasan y que a veces es una trampa mortal, es que sé perfectamente cómo tiene que terminar lo que pienso escribir".

La autora sostuvo que le interesa "la idea de hacer verosímil lo imposible, es un desafío en la hora de escribir, esa es la maravilla de la ficción, algo que no es real y sólo puede ser verosímil".

"Trato de ser metódica -reafirmó-, pero no vivo de lo que escribo, por lo cual tengo poco tiempo; me dedico a la traducción, eso me lleva muchas horas por día y significa que escribo cuando puedo, pero siempre tengo un libro dando vueltas en la cabeza que me tortura, me sigue, me pone bien y mal".

La escritora aseveró: "de ninguna manera me siento a escribir con la idea de ver a dónde me lleva el libro. Eso no quiere decir que sepa cómo llego a ese final, por eso tengo que reescribir mucho, abandonar y empezar de nuevo un libro terminado que no funciona".

"Lo que me pasa -explicó- es que tengo un problema y, para solucionarlo, debo convertirlo en relato. Es un problema de orden teórico que sólo se puede resolver a partir de una narración".

martes, mayo 20, 2014

Preguntas por el cómo: segundo encuentro. Mariana Dimópulos, Fernanda García Lao e Ignacio Molina

Mañana, en la librería Gandhi de Palermo, se desarrollará el segundo encuentro de "Preguntas por el cómo", el ciclo con el que Entropía festeja sus diez años.

En este encuentro, Mariana Dimópulos, Fernanda García Lao e Ignacio Molina compartirán con el público la intimidad de sus procesos de escritura y sus aproximaciones a la producción literaria.

Miércoles 21 de mayo, 19 hs. Librería Gandhi. Malabia 1784. Palermo. CABA.
Los esperamos!


lunes, mayo 18, 2009

Expensas extraordinarias

A propósito de Anís, de Mariana Dimópulos.
[por Jimena Repetto para Revista Siamesa]

A veces las distancias engañan y nos hacen pensar que son un buen patrón para medir cuánto conocemos o desconocemos de los otros. Anís de Mariana Dimópulos es una novela sobre las paradojas de las proximidades y, a la vez, sobre el deseo de vencer la soledad como una línea que fuga, nunca satisfecha, al infinito.

En un mismo edificio conviven personajes en apariencia extraños y, sin embargo, tan comunes y cercanos como podría ser cualquier hijo del vecino. Las fantasías que ellos construyen, sus miradas deformadas sobre la realidad, en su contraste y conjunto, generan en el lector la desazón y la risa, la melancolía y la burla, pero, a la vez, la compasión. Y un poco porque no hay quien pueda escapar a la lente subjetiva con la que cada uno mira al mundo, y otro porque con cierta soberbia sentimos que en nuestra vida nunca, ¿nunca? hemos llegado a tales niveles de distorsión de la realidad como los que ellos alcanzan.

Bonow, Patricia, Inés, entre otros, cada uno en su mundo y todos viviendo literalmente encimados, cargan deudas siempre pendientes que terminan recayendo en faltas y temores, abandonos a destiempo, amores nunca confesados y diversas frustraciones en degradé. Y, como lo indica el nombre del bar en el que el señor Bonow, tal vez el más desquiciado de ellos, toma su anís y desahoga sus penas,“La Amistad” es el lazo más profundo y cercano que pueden entablar.

Con un narrador que por momentos coquetea con el registro de los personajes, descripciones precisas, textura rítmica y diálogos en su forma y tiempo justos, Anís es una rareza que vale la pena explorar. Incluso si el riesgo que el proyecto propone es construir subjetividades saturadas en sus propias divagaciones, Dimópulos lo sortea con grandeza y logra darle a cada una el grado justo dentro del no tan extraño mundo en el que se mueven. En definitiva, se nos presenta un texto que por momentos pareciera extrañarse a sí mismo, deformarse en la elección léxica y las imbricadas estructuras de las frases y desafiar al lector a dejarse llevar hacia adentro de esta peculiar "reunión de consorcio".

Y, a medida que avanza la narración, todas las historias se van hilando, un poco como sucede en la vida misma. Entonces el edificio que comparten, se convierte en metáfora del texto, un espacio en el que los personajes habitan en distintos planos y pisos de realidad, un lugar de convivencia en el que cargan en secreto sus dolores a expensas -extraordinarias- de la soledad.

Si uno de los desafíos que propone una primera novela es hacer ingresar a quien escribe en la compleja categoría de autor, Anís hace que leamos a Dimópulos como una escritora capaz de construir con precisión y gracia un pequeño universo que nos interpela, porque en la distancia crítica de la lectura podemos analizar cuán similar es al que nos aloja.

lunes, mayo 11, 2009

Las 10 preguntas / Dimópulos

Por Sonia Budassi, para Perfil:

Mariana Dimópulos trabaja como traductora de inglés y de alemán. El año pasado publicó la novela Anís (Entropía). En esta entrevista, la autora habla de sus rituales a la hora describir, confiesa que todos sus favoritismos “están del lado de los muertos” y completa: “Leo muy poca literatura ‘viva’, si es que el término existe”.

Mariana Dimópulos nació en Buenos Aires en 1973. Estudió Letras en la UBA y Filosofía en la Universidad de Heidelberg. Vivió en Alemania de 1999 a 2005. Fue profesora de español y se dedicó también a varios oficios, desde la panadería hasta la traducción de folletería hotelera. Desde hace un tiempo trabaja como traductora de inglés y de alemán. Actualmente vive en El Hoyo, provincia de Chubut. Publicó su primera novela, Anís, en 2008 en la editorial Entropía. En ese texto conviven dos registros simultáneos; una narración clásica, una voz omnisciente y, al mismo tiempo, las voces que irradian las particulares percepciones de sus personajes, disímiles vecinos de un edificio; desde el Señor Bonow a la entrañable niña enamorada de todo lo verde. En este momento, la autora trabaja en su segunda novela, La propia sangre.

- ¿Cuál es el primer libro que recuerda haber leído?
- En honor a la verdad, Artemito y la princesa. Se trataba de un dragón con largas pestañas y una princesita, que, supongo, se enamoraban. Hasta ahora, nunca me había puesto a considerar el nombre del dragón: arte-mito. Algún psicoanalista de buenas pinzas sabría qué hacer con ese recuerdo.

- ¿Cuál es su autor favorito vivo?
- Todos mis favoritismos están del lado de los muertos. Leo muy poca literatura viva, si es que el término existe. Pero no es una actitud de la cual uno pueda estar orgulloso. Es como no ver las películas de estreno ni las series de la televisión: dificulta la conversación de canapé, tan necesaria para la supervivencia en nuestros días. Pero pensándolo bien, hay una autora al menos a la que sigo, de quien me interesa saber lo que hace: la española Pilar Pedraza, una semidesconocida que cultiva el gótico.

- ¿Qué libro se llevaría a una isla desierta?
- Como carezco de sentido práctico, me llevaría Guerra y paz de Tolstoi. Pero alguien con mayor esperanza de enfrentar los avatares de una isla desierta y que no quisiera sacrificar su gusto literario a las propias ensoñaciones, ¿no debería llevar el Crusoe? Digo si no le disgustara ese abrupto realismo, claro está.

- ¿Cuál es el último libro que leyó o qué está leyendo en este momento?
- Estoy leyendo El factor humano, de Graham Greene. Tengo una terrible debilidad por las novelas de espionaje y los policiales. ¿Se encuentra algo bello, algo verdaderamente conmovedor? Muy poco, pero hay que sucumbir a ellas. Y sucumbir es bello de vez en cuando.

- ¿Qué libro reciente no pudo terminar de leer?
- Una gramática del griego antiguo en tres tomos. Pero todavía no pierdo las esperanzas.

- ¿Qué libro quisiera releer pronto?
- Una novela de algún autor del siglo XIX, los únicos que supieron hacerla realmente. Puede ser rusa o inglesa. Si fuera inglesa, El molino del Floss, de George Eliot, o alguna de Thomas Hardy, la increíble y amarguísima Jude el oscuro. Si fuera rusa, Los hermanos Karamazov, por poner una de las tantas. Todos los rusos, si se quiere, una y otra vez.

- ¿Cuándo escribe?
- Cuando tengo la más mínima sospecha de estar en lo correcto.

- ¿Quién debería ser el próximo Nobel?
- Alguien que necesite el dinero realmente. O el austriaco Thomas Bernhard, póstumo.

- ¿Cuáles son sus rituales o supersticiones a la hora de escribir?
—Qué pregunta. Todo es una superstición a la hora de escribir. La existencia de lo que uno escribe, los fantasmas que uno convoca, todo eso es parte de un credo sin religión. Si alguien nos mirara desde afuera cuando escribimos, ¿no pensaría que estamos haciendo un rito extraño que de nada sirve?

- ¿Cuál es su comienzo favorito de la literatura universal?
- “Pueden ustedes llamarme Ismael. Hace algunos años –no importa cuántos, exactamente–, con poco o ningún dinero en mi billetera y nada de particular que me interesara en tierra, pensé darme al mar y ver la parte líquida del mundo. Es mi manera de disipar la melancolía y mejorar la circulación. Cada vez que la boca se me tuerce en una mueca amarga; cada vez que en mi alma se posa un noviembre húmedo y lluvioso; cada vez que me sorprendo deteniéndome, a pesar de mí mismo, frente a las empresas de pompas fúnebres o sumándome al cortejo de un entierro cualquiera (…), entonces comprendo que ha llegado la hora de darme al mar lo antes posible.” Esto es Moby Dick, de Melville.

miércoles, diciembre 24, 2008

Picnic en el cuarto "B"

A propósito de Anís, de Mariana Dimópulos
[por Damián Tullio, para No-Retornable]

Si hay un refrán popular, que con cierta permeabilidad en el discurso social, expresa que cada casa es un mundo, no nos resulta arriesgado afirmar que una comunidad cerrada de viviendas, como la de un edificio, podría interpretarse como una cantidad innumerable de mundos posibles. En un edificio hay una multiplicación exponencial de subjetividades, construidas todas, en torno a aquel monolito que las configura. Podríamos aquí hacer una escueta referencia a aquel luminoso libro de Georges Perèc La vida instrucciones de uso (La vie mode d’emploi), aquella novela donde más que expresar las subjetividades de los vecinos que habitan un edificio, más bien, se hace una minuciosa exploración de cada una de las habitaciones de una propiedad horizontal, logrando, en un detallismo casi frenético, un mosaico general que no solo configura un edificio, sino la realidad en su conjunto.

No es el ánimo de esta reseña de la novela de debut de Mariana Dimópolus, Anís, un ánimo comparatista, pero si recurrimos a la novela de Perèc es porque, de alguna forma, Dimópolus ha escrito un libro en ese sentido. O en el contrario.

En Anís, aparecen variablemente, un maduro hombre alemán (Bonow), una mujer de mundo, ilusionada, que toma a una niña prestada para pasearla para jugar a ser su madre (Patricia); un revolucionario contra la “inconsistencia” (Horacio), una jovencita enamorada (Inés), un docente atribulado (Darío C.) o un par de vecinas aisladas. Todos habitan el mismo edificio. O, al menos, todos están relacionados con él.

La novela transcurre episódicamente, alternando en un ida y vuelta, los devaneos intelectuales de Bonow frente a un mozo, al que le pide respectivas copitas de Anís.
Anisados de por medio entonces, asistimos a los devenires de estos personajes. Y las subsiguientes interpretaciones (malinterpretadas diremos más adelante) de sus vecinos.

Los personajes de Anís, en su interacción, en su discurso, están construyéndose continuamente los unos a los otros. O más bien, están desconociéndose. En Anís hay miradas deformadas de los otros. Como si la convivencia no les permitiera tomar perspectiva, los personajes recurren a un prisma que deforma la realidad. Nada es como lo ven los personajes. Como si no pudieran hacer otra cosa (y Bonow es aquí centro y paradigma de esta cuestión) inventan inversomiles historias alrededor de sus vecinos.
Al acentuar esta distancia, esta incomprensión que tienen los vecinos entre sí, Anís, entonces, nos impone la pregunta: ¿podemos, acaso, conocernos?

Si La vida instrucciones de uso se sirve de una descripción detallada, pedazo por pedazo de un edificio, para construir así un todo cognoscible que sea mayor que la suma de las partes, puede decirse que Anís (que como decíamos, esta construida episódicamente, pero que tiene una narración que fluye) destruye en mil pedazos aquel “todo” que podría constituir el edificio donde transcurren los acontecimientos, haciéndolo, desde ya, inasible.

Anís es una novela que parece ir deliberadamente a destiempo. Como si Dimópulos se hubiera propuesto escenificar en esa falta de sincronía, en el destiempo y arrojo de sus personajes, todo un síntoma actual. En Anís, todo esta malinterpretado, todos son intentos fallidos. Anís, posee como virtud, entonces, aquella sagaz y deliberada falta de sincro. Aquel estallido hacia lo incognoscible.

Una propuesta interesante entonces, seria pensar el libro como una obra de teatro fallida, donde los actores entran a destiempo, equivocan los roles, donde no hay ritmo. Donde el parlamento ha sido olvidado, o más aun, donde no ha estado nunca. Una puesta en escena sin dirección. Tal como sucede en el ultimo capítulo del libro, que desde ya, no revelaremos por una simple cuestión de buen gusto.

Mariana Dimópulos ha logrado un libro con una interesante cualidad, un libro que se puede adjetivar redundantemente. Más bien, decimos, logró que su libro sea anisado, ese adjetivo que suele atribuirse a ciertos licores, pero que más bien indica un sabor y un olor indescriptible, casi inasible, de esas cosas que su descripción no pueden encontrarse ni en Google ni en Wikipedia.

miércoles, noviembre 19, 2008

Genética del Anís

Por Daniel Gigena [para ADN]

Con una arquitectura similar a la de Kavanagh, de Esther Cross, Anís concentra alrededor de un edificio porteño a una "fauna variopinta y extrañamente regular": un ex agente alemán, una soltera desilusionada, una niña zen, un grupo revolucionario, un ex izquierdista convertido en burócrata y una joven pánfila. Mediante chismes, pompa verbal y rezagos de la novela de espionaje, vecinos e ideólogos interpretan una inofensiva farsa ebria.

Según Chesterton, "la literatura de la alegría es infinitamente más difícil, más rara y más triunfal que la literatura en blanco y negro del dolor". Estupefacta, la voz narrativa filtra los episodios que los personajes imaginan protagonizar; este recurso deja entrever una intencionalidad estética: la escritura cómica como "ejemplo de lo posible" en contra de (también en términos del texto) "la policía de la consistencia".