jueves, julio 31, 2008

Paddle: ¿juego o deporte?

[por Quintín, vía LLP]

Paddle de Sebastián Martínez Daniell (cuento de 1:1, de mondadori)

Este cuento marca una ruptura con el resto de la antología. En el transcurso de estas reseñas hablamos —el 92% en broma, abro el paraguas en vista de la inminente presentación del lunes— de sociología y de sociólogos. Pero este es el primer caso en que el autor se separa de la intención más o menos explícita de sus colegas de retratar la sociedad argentina de los noventa en términos no muy lejanos a los del periodismo. Creo que Martínez Daniell logra introducir aquí una concepción y un uso distintos de la literatura.

Y eso ocurre a pesar de que el tema del relato es una de las modas más reconocibles e irrelevantes de los noventa (más bien de los ochenta): el juego del paddle. Pero Martínez practica con ese juego (llamarlo deporte sería claramente un exceso) un doble distanciamiento. Por un lado, ensaya una reflexión filosófica de tono paródico, un lamento por la adicción del protagonista a perder en esa actividad innoble.

El tenis como representación inofensiva de la matanza bélica. Y el paddle como mueca plagiaria del tenis. Que yo no sea capaz de pelear una guerra parece atendible. Que no pueda ganar en la contienda mínimamente auténtica de un digno deporte fundacional ya comienza a revelar visos de debilidad en mi carácter. Pero que ni siquiera sea capaz de ganar al paddle es vergonzoso. Que no pueda demostrar una mínima pericia en el terreno más deprimido de la topografía del quehacer humano… Ignominia.


Es cómico el párrafo y hay otros en el mismo tono. Incluso más falsamente pretenciosos, con citas y referencias de índole histórica y literaria:

Para entonces, la Real Academia Española ya había cedido a los encantos de la bestia. El paddle figuraba en las páginas sacrosantas del departamento monárquico de la lengua como “pádel” y los guardianes del léxico imperial, al menos, hacían propio el destino. Sin embargo, lejos de allí, la admonición de John William Cooke se hacían carne en los letreros sudamericanos. “En un país colonial las oligarquías son las dueñas de los diccionarios”. Nadie escribiría “pádel” en esta orilla del océano. El deporte permanecería eternizado en el redil de la anglofilia argentina. Junto a las estaciones del ferrocarril y los carteles de los frigoríficos.


Pero estos monólogos, que de a ratos parecen una caricatura de los de Persio, el esotérico personaje de Los premios, no es la única innovación que aporta Martínez Daniell, ni es su única vía de salida del costumbrismo ambiente. Si en sus divagues existenciales sobre el paddle le escapa por arriba, hay otra dimensión del cuento que intenta una fuga más intimista y subterránea. Los monólogos se intercalan con fragmentos de un relato que se inicia cuando el protagonista, Dardo, vuelve fatigado de sufrir otra derrota al paddle y se dobla un tobillo. De allí va a parar al hospital de donde lo rescata su madre para llevarlo a misa. Hay algo raro en el personaje que, por un lado, ronda la treintena pero, por el otro, tiene comportamientos propios de un chico, incluyendo esa curiosa relación con la madre.

También disfruta mucho la parte (de la misa) en que el Padre Carlos pide que la gente se dé fraternalmente la paz y todos se saludan. Primero le da un beso a mamá y después busca a todos los que están alrededor y les da besos sonoros, porque cree que es de buen cristiano hacerle notar al prójimo todo su entusiasmo.


Hay un acento muy personal en esa parte de la historia. El contraste entre pensamientos que revelan lecturas sofisticadas y el esbozo de una relación familiar tortuosa e intrincada le da al cuento un tono verdaderamente original, una marca joyceana tan ajena a las influencias del resto de la antología. La superposición entre excesos discursivos y carencias afectivas hace pensar incluso que el cuento se ocupa de dos etapas distintas en la vida de Dardo, como si al sufrir el golpe en el tobillo volviera de algún modo a la infancia.

Pero hay más. Hay algo raro con la identidad del narrador. El cuento está escrito en primera persona por un supuesto testigo de las peripecias de Dardo. Ese narrador nunca usa la palabra “yo” y solo interviene para marcar su presencia, siempre mediante la misma frase:

Dardo me mira y me dice:

El personaje, que en un principio parece un amigo de Dardo, se va perfilando como un fantasma, ya que no demuestra tener identidad material en la ambulancia, el hospital o la iglesia y no se relaciona con los otros personajes que van apareciendo. Pensaba en esta curiosidad cuando di con Semana, la novela de Martínez Daniell que hace tiempo intento leer pero nunca encuentro la oportunidad (y que ahora habré de leer sin duda alguna). El libro se compone de fragmentos disjuntos y en uno de ellos leo al azar:

Afortunadamente nunca tuve un hermano. De haberlo tenido, él hubiera sido el favorito. No sólo el favorito de mis padres, sino también mi favorito. ¡Qué entrañable, qué simpático, y qué lúcido es ese hermano que nunca tuve!


Es posible que la narración de Paddle esté a cargo del hermano invisible de Martínez Daniell.

1 comentario:

Charlotte dijo...

Fer plei. Una de cal...