martes, noviembre 17, 2009

Crítica de la Razón Paula

Tras la salida de Agosto, Patricio Féminis entrevista a Romina Paula para Crítica de la Argentina, con los siguientes resultados:

«¿Hacia qué deseos y recuerdos viaja Romina Paula (1979) desde una silla de bar, tocándose el cabello castaño y suave, corto hasta la nuca? Algunas tardes son cuerpo e imágenes para Romina Paula: en busca de ideas para definir –sin repetirse– sus motivos íntimos, literarios, contará que le llevó cuatro años completar su segunda novela, Agosto, editada por Entropía. “Siempre escribí por una necesidad: nombrar las cosas para entenderlas”, dice Paula nombrando Esquel, no el territorio sino la reminiscencia que llevó al relato. “No conozco mucho de allá, pero algo se ve que representó: una aridez, una sensación que quise reflejar”.

A ese escenario regresa Emilia, la amiga de la amiga que falleció cinco años atrás, para la ceremonia del adiós a las cenizas y para reencontrar las voces y cuerpos que dejó allá. Y que vuelve a desear, sin preverlo, al verse en esa ruta que se difumina en la tierra. No mucho más adelanta Romina Paula, también dramaturga, directora teatral. O de vez en cuando actriz, como ahora en la película Todos mienten. “Pero no soy buena actriz. Cuando veo la entrega de los actores que dirijo me doy cuenta”, dice, y retoma el curso de Agosto: una trama cargada en matices y habladurías cotidianas que no requieren diálogos directos: es una amiga que le habla a otra, “es omnipresente porque está muerta”.

“Emilia le cuenta de su reencuentro con la casa de ella, con sus padres y con el lugar que compartieron”, dice Paula, y hunde la boca en el tazón de café.

“Es como si le escribiera a alguien que hace cinco años se fue a vivir a Europa en vez de morirse. Es una especie de falso diario, también, con un interlocutor que no existe”. Con esa segunda persona engañosa que juega a ser una primera (“empecé en tercera pero me pareció espantosa”), Agosto es pura intuición, con imágenes que rebaten el lugar común con que –más de una vez– se habló de la escritura de Paula y de otros novelistas de su generación, gente de 30 años: que cuentan poco; que los argumentos son demasiado personales, minimalistas, pequeños.

Justo ahí no está Agosto: Paula, autora de ese pequeño hito suyo, espejo de los jóvenes crecidos en los 90, titulado ¿Vos me querés a mí?, puede construir un devenir, un vaivén de situaciones, sin perder el foco: Emilia en Esquel; su reencuentro con Vanina, otra amiga; una noche en un bar pueblerino, entre cervezas y pool, y la reaparición del amor viejo.

Ese oído para narrar hechos nada suntuosos, y volverlos conflicto entre tres o cuatro personajes, está también en sus obras de teatro: Si te sigo, muero; Algo de ruido hace, o la que estrena ahora, El tiempo todo entero. En ellas quizá no pueda esquivar, o no lo busque, sus anhelos temáticos: íntimos. “Siempre hablo del amor, dentro y fuera de los vínculos familiares”, dice, alrededor de una marca en sus personajes: la angustia chic de los jóvenes de clase media posmenemista, en su resto diurno de consumos, charlas y amoríos.

“A mí me encantan las obras biográficas en primera persona; también puedo disfrutar una novela de aventuras. Pero yo busco algo emocional, y si la forma de nombrar eso me convence, no me importa si se describe un viaje en globo o cómo alguien se pinta las uñas del pie. Es literatura, ¡es ficción!”, dice, y mueve los dedos, las uñas bordó. “No sé, tiene que haber una cadencia; que algo esté vivo en las palabras”. No es un capricho, un vacío. “Uno hace lo que puede y no lo que querría. Si no, estaríamos todos escribiendo de lo mismo. Por ahí lo comprometido sea en sí escribir. O no, tal vez, y no haya que pedírselo a la literatura”.

Entonces es, debe ser, el amor su fuente o su finalidad; y así, “en ese deseo puesto sobre algo”, largar las palabras: en su caso, primero a mano en un cuaderno. “Lo mío es vómito, vómito, sin parar”, dice, “esa forma de escribir después se lee; no se puede ocultar”. Y algo le queda en la boca antes de irse al ensayo, a los últimos retoques de la nueva obra. “Si veo lo que escribo, ¿me encanta?. No sé, yo no enarbolo eso de ‘hay que hablar de esto’. Es de lo que puedo hablar”, dice. “Eso se ve con críticos de teatro que dicen: ‘Ahora todos hacen obras de relaciones disfuncionales’. Bueno, a mí me encantaría escribir como Manuel Puig, pero no soy Puig”.»

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