jueves, abril 15, 2010

Autonomía, histeria y continuidad

Sonia Budassi se sumerge en los abismos de la obra de Mario Bellatin a raíz de la publicación de Biografía ilustrada de Mishima y se despacha con un artículo para Bazar Americano, que dice, entre muchas otras cosas, lo siguiente:

«A esta altura, en que han circulado algunas reseñas contundentes es probable que el lector conozca la historia de Biografía ilustrada de Mishima. (Digresión: hay novelas en las que Bellatin juega deliberadamente a la estructura errática; otras, como ésta, en que avanza en una dirección). Resumamos: Mishima, un personaje con puntos de contacto con el escritor japonés, y con Mario Bellatin (desde las alusiones al síndrome talidomínico, a los títulos de sus novelas, la poesía sufí, etc) muere decapitado. Que “muere” es una forma de decir: “En esos momentos no existía la tensión nerviosa que solía experimentar, la que se instauró en su vida especialmente después de su muerte”, se lee. En Biografía... el autor vuelve a recrear un clima onírico; el poder premonitorio del sueño –y la escritura, para Bellatin, comparte la misma cualidad– y un universo ubicuo, herencia de misticismo católico –la figura del limbo–, de la filosofía espiritista, y del surrealismo, que hace posible la convivencia de espectros con seres “vivos”. Mishima decapitado concurre a una conferencia que un profesor da sobre él y, como los asistentes, somos testigos del racconto de su vida.»

«Ya se ha señalado, a veces con claridad, otras de modo implícito, que éste también es un libro sobre “el vacío” como condición de posibilidad de la literatura. La cuestión se reafirma en el texto con imágenes pesadas que van desde la carencia de cabeza del personaje a la contemplación de unos zapatos al borde de un precipicio o la mención a un bungalow en lo alto de una montaña que permite tener una mirada inaudita de la ciudad. Si el exquisito Los fantasmas del masajista empezaba –una y otra vez– recapitulando información, Biografía ilustrada de Mishima vuelve de una nueva manera –una y otra vez– sobre los mismos problemas, al punto de alcanzar la densidad esquiva y potente de la que es capaz la pregunta más honda; el relato más extremo, la retórica filosófica más áspera.»

«La lectura podría volverse un tedio si el texto se entregara a la especulación lógica y a las disquisiciones filosóficas. Por suerte, Mishima tiene dimensiones atrayentes que el narrador cuenta con pericia, diversificando anécdotas y escenas, como la que refiere a la felicidad que le pudo provocar una circunstancia doméstica, con un pájaro enjaulado. O cuando intenta y fracasa ante condiciones materiales –quiere cobrar un subsidio mintiendo– u otras formas de enfrentarse al otro. En este sentido, Bellatin da un paso más, no sólo conjurando el estigma y la discriminación social ante quien no tiene lo que el resto, sino trasladando ese problema a los demás. Ya resignado a no insistir en ocultar su falta de cabeza (como exigen las cirugías reparadoras y las prácticas ortopédicas), el personaje convocará a un artista plástico para que cree sobre ese espacio vacío un ornamento mediante el cual no sólo él, sino todos, pudieran hacerse cargo de la monstruosidad. Así llega un momento en que el espectro se suspende, por un rato, por la alteridad. Y cierta desviación trasciende el culto a la conciencia individual y queda inscripta, también, cuando se expone el problema de las convenciones sociales.»

La reseña completa, acá.

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