lunes, febrero 10, 2014

Entre el ladrido y la palabra

Carlos  Schilling reseña Como sólo la muerte es pasajera, la poesía reunida de Alberto Szpunberg, en la revista Ciudad X, del diario La voz del interior.

Unos mil poemas contiene Como sólo la muerte es pasajera, que reúne toda la poesía que Alberto Szpunberg (1940) escribió desde principios de la década de 1960. Es un libro de libros que la editorial Entropía publicó como tributo al cincuentenario de Poemas de la mano mayor (1962). Esa enorme cantidad de palabras ofrece el paisaje completo de las mutaciones de una poesía que ha cambiado (para mejor) aun cuando la mentalidad de su autor permaneció más o menos estable.

Szpunberg fue y sigue siendo reconocido como un poeta militante, un claro exponente de la poética sesentista, con su carga de coloquialismo porteño, modulaciones tangueras, sentimentalismo y conciencia revolucionaria. En ese sentido, su tercer libro, El che amor (1965), con una sección dedicada al Ejército Guerrillero del Pueblo (el EGP fue el primer intento de guerrilla foquista en el norte del país) no deja ninguna duda respecto de la ideología de Szpunberg.

Sin embargo –y más allá de que los tres primeros libros parecen valer hoy más como documentos de época que como obras literarias– los poemas nunca se reducen a simples vehículos para transmitir ideas políticas, y es que, como el mismo poeta explica en el prólogo, su militancia no es compromiso sino entrega, potencia de amor hacia los otros.

De todos maneras, no es casual que Como sólo la muerte es pasajera se abra con un libro inédito fechado en 2008, el bellísimo Sol de noche, una serie de 41 poemas en los que se cifran los movimientos de la última poesía de Szpunberg, una lengua clarísima, traslúcida, capaz de abarcarlo todo para quedarse con nada: “¿Desde cuándo la poesía sino hasta asir el agua/ con las manos tendidas/ como ramas agitadas en el vaivén del aire”.

Ese orden cualitativo del libro, en el que los inéditos preceden a los editados, se prolonga en Como sólo la muerte es pasajera (2009), El síndrome Yassenin (2010), Ese azar, este milagro (2011) y Como el clavel del aire (2012). Luego siguen los libros publicados (dos en la década de 1980; uno en la de 1990 y nada menos que cinco desde 2002 hasta el presente).

Esa abundancia final tiene la gracia de un don infinito y algo que podría definirse tal vez como una intensidad despreocupada, incluso en los textos claramente programáticos, como El libro de Judith y La academia Piatock, en los que el poeta explora sus raíces judías. Por las múltiples vías de esa abundancia, su poesía se vuelve evidente por sí misma: “Los compañeros perros ladran a nuestro encuentro/ y nos explican que ningún milagro es novedoso/ sino que todo lo nuevo/ es un antiguo milagro,/ como antigua es la amistad que se renueva/ entre el ladrido y la palabra.

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