viernes, agosto 01, 2014

La trabajosa y cristalina prosa de Ignacio Molina


Cámara Gesell

Los puentes magnéticos
Ignacio Molina
Entropía, 2013

Por Miguel Zeballos.

La cadena de pensamientos de la narradora y protagonista de Los puentes magnéticos salta de detalle en detalle. En ese tránsito, los recuerdos se suceden ya no por nostalgia o añoranza, sino como complemento de un cuerpo que deambula –¿perdido?– y de una mente que insiste en hacer asociaciones disímiles con las personas y los lugares que va cruzándose, como si esa voz femenina al surcar los puentes magnéticos insistiera en vomitarnos en la cara su puesta en escena de la memoria.

El 118, Emiliano, Parque Patricios, Rodrigo, podrían considerarse el presente. Su padre, Cristian, los ex compañeros del secundario, el pasado. Sin embargo, para Ignacio Molina (Bahía Blanca, 1976), el tiempo parece elástico, se estira a más no poder, no se rompe nunca, y para dar cuenta de que pasado y presente tienen el mismo peso, conviven en el centro de la conciencia de la protagonista, que a su vez será el centro de la conciencia de los lectores.

Dan igual sus clases de inglés, los encuentros casuales, las mudanzas, Chacarita o Paternal, Javier o Emiliano, la desaparición misteriosa de su padre, dan igual en tanto y en cuanto esa suerte de cámara Gesell en la que ella parece vivir no se rompa del todo. Cámara Gesell o frontón de situaciones con el que parece chocar una y otra vez de manera hipnótica, o como reza el título, magnética.

Aunque parezca lo contrario, no hay repetición sino insistencia, y es ese modo afiebrado como el autor de Los modos de ganarse la vida (2010) vuelve al ruedo para contragolpear con su trabajosa y cristalina prosa.

Revista Veintitrés, 30/07/2014

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