Patricio Zunini lee Los modos de ganarse la vida, de Ignacio Molina, y lo entrevista para el blog de Eterna Cadencia:
La convivencia, el amor, la paternidad: qué marca el ingreso definitivo en la adultez. Ignacio Molina se interesa por estos temas en su primera novela, Los modos de ganarse la vida (Ed. Entropía) con una escritura que se compone de imágenes aparentemente simples, pero que se vuelven complejas en el todo final. Luciano, un joven de 27 o 28 años que vive con su novia, es tironeado entre la vida y las obligaciones. Y mientras su pareja perdió el idilio, su mejor amigo le cuenta que con su mujer -de la que Luciano siente una atracción- comenzaron un tratamiento de fecundación asistida.
Los personajes tienen unos 27, 28 años. ¿Qué te interesó de esa edad?
Es una edad interesante, como etapa de transición. La gente a esas edades está empezando a vivir una vida más adulta, proyectándola o ingresando a ella pero todavía sin poder verla plenamente. Sobre todo cuando todavía no son padres y pertenecen al sector de la clase media que retrata la novela.
¿Cuánto le debe Luciano, el protagonista, a Holden Caufield?
Nunca me lo había preguntado, pero creo que es cierto que es una novela de iniciación. Me parece que algo bueno de los personajes de mis novelas y mis relatos es que, tengan la edad que tengan, siempre están en la búsqueda de algo.
¿Le prestaste muchas neurosis a Luciano?
Sí. Pero creo que mi neurosis o la de Luciano no se alejan demasiado de la neurosis que todo el mundo tiene. Lo que pasa es que, tal vez, narradas en una novela esas neurosis resultan más extrañas, pero me parece que todas las personas tienen un alto grado de neurosis, aunque no sean tan conscientes de eso. Luciano, por ejemplo, está sentado en un banco de una estación, su novia ya subió al tren y él piensa “no me voy a levantar hasta que alguien no se siente al lado mío”. No tiene mucho sentido eso que se plantea, pero no creo que sea el único que piensa en ese tipo de boludeces. Yo pierdo mucho tiempo en esas cosas, pero por suerte las puedo usar para algo. Supongo que, de alguna manera, escribo para descargar la neurosis.
¿Es una novela melancólica?
Me lo han señalado muchos lectores, a veces casi como una crítica: “¿por qué tiene que ser tan melancólica?” Y yo tengo un conflicto con eso, porque no la pensé de esa manera y cuando la leo tampoco la veo tan así. Tal vez yo tenga un espíritu bastante melancólico y eso se cuele de alguna forma en lo que escribo, pero no es algo consciente. No creo que en la novela haya más tristeza o melancolía que la que hay en la vida cotidiana. A mí me obsesionan mucho el pasado y la historia de las cosas. Eso, sin dudas, está indefectiblemente vinculado con la melancolía. Y por lo visto se ve reflejado en lo que escribo. Pero creo que si me propusiera escribir algo melancólico, no me saldría nada.
La novela atraviesa diferentes relaciones de parejas. ¿Qué pensás de la pareja?
¡Uh! La pareja es la relación más deshonesta que existe. En una amistad hay honestidad, en una relación familiar hay honestidad: son relaciones fundadas en eso. Pero en una pareja lo último que hay es honestidad. Y se me hace un problema insalvable, sin solución. ¿Cómo se explica que alguien te parezca el mejor del mundo mientras te siga queriendo, pero cuando deja de hacerlo se transforma en el peor? ¿Qué clase de amor es ese? No me entra en la cabeza que dos personas se vean uno, dos o diez años, y que de un día para otro pasen a ser extraños. Si uno lo piensa fríamente, no sólo es doloroso sino que es hasta absurdo. La persona que fue la más importante en tu vida pasa a ser indiferente o despreciada. Es muy doloroso. No te voy a decir que prefiero la amistad a la pareja, uno tiene que seguir sus impulsos, pero sí sé que la amistad es un tipo de relación en donde hay más sinceridad que la pareja. Y todo esto no lo digo en base a experiencias propias; es lo que veo que sucede en general.
Otro tema que suele aparecer en tus textos, y de hecho aquí aparece, es la paternidad. ¿Cómo lo vivís?
Yo trato de no ser muy explícito y no trasladar las cosas que me conmueven a mí directamente a lo que escribo, salvo en los poemas que sí pueden ser más autorreferenciales. No escribo sobre la paternidad por el hecho de ser padre: en esta novela, por la tipología y por la edad que tienen, los personajes se enfrentan a esas situaciones. No es algo que yo les imponga. En los poemas sí me expongo más, también en ciertas cosas que publico en el blog o en un próximo libro que va a salir por 17 grises, cuyo título tentativo es Literatura del yo. Ahí sí hablo de mí, son textos autobiográficos y lo hago con impunidad. Pero no en las novelas. Por ejemplo, yo soy de Bahía Blanca, pero ni en Los estantes vacíos ni en Los modos de ganarse la vida nombro a la ciudad. En Los estantes sólo aparece mencionada como el nombre de una calle en Floresta. Siempre intento poner un poco de distancia. Creo que, si para algunos lectores esta novela tiene un dejo melancólico, si yo escribiera cosas más estrechamente vinculadas a lo que me pasa los textos ya saldrían inverosímilmente melancólicos.
Pero, ¿te da dolor escribir?
Al contrario: lo mitiga. El dolor en cierta forma es un motor para la escritura. Escribir no me provoca dolor; a lo sumo me puedo irritar o malhumorar cuando algo no me sale… Si no fuera por la escritura, el dolor en mi vida estaría mucho más en primer plano.
martes, octubre 19, 2010
Neurosis y deshonestidad
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