lunes, marzo 21, 2011

Fantasías médicas

Daniel Gigena lee La comemadre, de Roque Larraquy, y escribe para ADN Cultura cosas como éstas:

«A la manera de un texto anfibio, La comemadre cuenta dos historias de comienzos de siglo. La primera transcurre en 1907 en el Sanatorio Temperley, donde un grupo de médicos comandado por un directivo ambicioso y un inglés que pone la plata realiza pruebas para indagar qué hay más allá del umbral de la muerte. El doctor Quintana comenta aquello que escribe en su diario personal, que es también diario del experimento con pacientes de cáncer y de una esforzada conquista amorosa. La segunda parte, ambientada en la ciudad de Buenos Aires en 2009, está protagonizada por un ex niño prodigio convertido en "la salvación del arte" (y también en su negación), debido a las osadas instalaciones que monta, en las que el cuerpo humano cumple un papel central.»

«Como la planta que devora los cadáveres acumulados en el sótano del Sanatorio Temperley mientras se come a sí misma (la "comemadre"), con esa misma autofagia voraz procede la escritura de Roque Larraquy (Buenos Aires, 1975). Su texto bicéfalo asimila "la idea de continuidad, la ilusión de un programa y la mítica de las pampas". Mítica alimentada -cuándo no- con sangre humana: en la primera parte, se guillotina a enfermos terminales (pobres e iletrados) para escuchar qué dicen en los instantes posteriores a la decapitación; en la segunda, hay cirugías financiadas por instituciones extranjeras, desmembramientos y visitas clandestinas a la morgue.»

«Además de parodiar las ficciones científicas del siglo XIX (de Julio Verne a E. L. Holmberg), que reciclaban argumentos "imposibles" y hacían accesible la ciencia al vulgo, La comemadre utiliza motivos fraguados en el campo del arte. Fantasmones que se someten a cirugías espantosas para exhibirlas en video, identidades alteradas clínicamente y luego desechadas, instalaciones con niños deformes, el dolor considerado una prueba de la honestidad artística son algunas de las variantes del nuevo milenarismo (sostenido con propaganda y becas), muchas de ellas ya puestas en práctica en bienales, galerías y museos: esta ficción saca crédito del contrapunto con las demagógicas novedades del mundo del arte, flamante laboratorio, como apunta uno de los narradores de la novela, de "la aceptación social".»

La reseña completa, acá.

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