lunes, marzo 28, 2011

Una unidad orgánica

Othoniel Rosa lee Agosto, de Romina Paula, y desde Princeton lo reseña para el blog El Roommate:


«A mí me gustan los acercamientos a lo melodramático desde afuera. La forma más simple para esto, es la crítica o la burla. Es decir, mostrar lo melodramático como una banalización mercantilizada de las emociones, producto del capitalismo individualista que nos dice cómo tenemos que sentir. La estrategia más sencilla es reírnos de ello, negarle la solemnidad falsa que pretende. La forma compleja es la de Manuel Puig, cuya pasión por lo melodramático de la cultura de masas (telenovelas, películas, etc.) no es ni burla ni homenaje, sino obsesión rara que no imita en sus novelas (que no pueden ser consideradas como cultura de masas), pero que usa, obsesivamente, para crear algo complejo en algo banal. La novela Agosto, la segunda de Romina Paula (1979), puede ser leída en esta tradición. O al menos así empecé a leerla. Por ejemplo.

Suena Every breath you take, hay varios puntos de contacto de mi cuerpo con el suyo, voy relajándome, dejando/apoyando mi peso sobre esos puntos, pasándoselo todo a él, el peso, inhalando su olor, hay de todo ahí, es él y a la vez hay un par de texturas nuevas, algo de niño, vómito o alguna otra cosa, y olor a comida, un poco de olor a comida también.

El trabajo con lo melodramático en esta novela es todo cuestión del tono cotidiano con que la autora lo maneja y contiene, mostrando cómo lo patético (esa canción, por ejemplo, Every breath you take) sucede y nos atrapa a la vez que se hace evidente en el vómito. El resumen de las partes de la novela parece una receta para la catástrofe literaria de una novela cursilona. Si embargo, la autora logra, de una manera muy sencilla y bella, amarrar esas partes en una unidad orgánica que funciona muy bien. La novela cuenta la historia de Emilia, la narradora, que vuelve a su pueblo natal por una semana, para esparcir las cenizas de quien fuera su amada amiga. En el proceso se tropieza con el pasado que abandonó, el ex novio que ahora tiene esposa e hijos, con su padre rejuvenecido, con el trauma de su “madre abandónica”, y todo esto narrado en la segunda persona, la más difícil de las voces narrativas. Difícil porque es proclive a lo cursi o al virtuosísmo. And yet, and yet, la autora logra evadir toda la banalidad del sentimentalismo enlatado con un tono narrativo que no pretende la identificación facilona del lector y que sabe reírse de su propio patetismo, sin con eso descartar el hecho de que, a veces, la vida nos pone en situaciones patéticas que nos causan tanto la risa como la tristeza. Es decir, como dice Nietzsche en La gaya ciencia, una voz que sabe encontrar tanto al héroe trágico como al idiota cómico en su búsqueda de sí. En la siguiente cita, la narradora avista a la nueva familia de su ex-novio y se esconde tras un arbusto.

Qué horror, qué espanto, y yo escondida detrás del yuyo, qué patético, la historia de mi vida: la gente forma familias mientras yo me oculto detrás de un arbusto.

Otro elemento que logra darle una bella unidad literaria a la novela, y que ya se puede ver en esta cita, es el lugar marginal desde el que la narradora enuncia y ve la realidad. El lugar de la ex-novia celosa detrás de un arbusto, o como en las citas que siguen, el lugar de la adolescente que no logra la adultez siendo ya adulta, o el lugar de la improductuvidad social de quien no sabe lo que hace con su vida.

Fui tan hija ahí, con todos los adultos. Se me permitía estar callada, no tener opinión acerca de nada por un rato, supongo que hasta podría haberme quedado dormida sobre la mesa o extendida sobre una par de sillas y a nadie le hubiera llamado la atención. De hecho, estuve a punto de hacerlo. Tan hija fui.

La gente trabaja, yo no. Yo miro por la ventana, miro por la ventana, por la ventana.


Y luego, por supuesto, está el gran evento literario de una narradora en segunda persona que funciona y que tiene un gran poder literario sin que podamos acusarla de virtuosismo pretencioso; Paula es una autora del detalle minimalista. La narradora cuenta la historia de cómo el pasado geográfico y filial se nos pega en el cuerpo y lo que nos enseña a los lectores compulsivos es que, para quien sepa usarla, la segunda persona es realmente la mejor voz para narrar el pasado propio, lo que es contra-intuitivo (pensaríamos que la primera persona es mejor). Como si la distancia que implica ese tú fuera necesaria para hablar del yo, como que el yo necesita ese alejamiento, ese maldito yo que tanto infesta la literatura argentina contemporánea con su poco cuestionado afán autobiográfico y narcisista. En general, la segunda persona en esta novela funciona como un diario, apenas contándonos nada de la vida de ese tú tan extrañado que es la amiga muerta. Pero en el momento climático de la novela, en su tour-de-force, la autora suelta dos páginas de pleno vuelo poético, en las que erupciona la presencia de ese tú. Es una conmovedora enumeración de todos los lugares en los que la muerta se hace presente. Así, nomás, los dejo con la cita.

Acá no, acá vengo y estás en todo. En el frío, en la mañana, en la almohada, en tu campera, en tu mamá. Y estás afuera, en la subida, el ripio, en el asfalto y ahí donde el asfalto empieza a ser tierra casi imperceptiblemente y no se puede distinguir con claridad quién engulle a quién. Ahí y en los ladridos. En los ladridos de los cuzcos, hijos de los hijos de los hijos. […] En la escasez de ropa sobre esa piel de adolescentes, bronceadas y expuestas junto al agua, en el agua, bajo la mirada intermitente de esos otros adolescentes a la sombra de esos álamos. En eso y en la progresión del deseo. En su realización o suspensión, en su llevada a cabo o fracaso absoluto

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