miércoles, mayo 04, 2011

Realidades difusas

Nancy Giampaolo lee Placebo, de José María Brindisi, y entrevista al autor para el diario Los Andes:

«Un hombre que ronda los 50 años. Un hombre con una buena posición económica, una esposa que parece quererlo y hasta una amante más joven que él. Un hombre con un auto muy caro y un berretín de escritor que oculta a los ojos de los demás.

Un hombre cuyo mejor amigo está muriendo. Becerra, el protagonista de Placebo (Editorial Entropía), la nueva novela de José María Brindisi, pasea al lector por un universo hecho de realidades que a veces se tornan difusas y pensamientos que influyen en la realidad, un universo que se tiñe por el dolor y la perplejidad de la muerte de un par.

Escrita sin ni un punto y aparte, la historia del autor de Berlín y Frenesí, tiene la virtud de detenerse en detalles y omitir datos en igual medida, atrapando al lector en una suerte de viaje por el interior de un individuo de apariencia común y corriente. En diálogo con Cultura Los Andes, Brindisi reflexionó sobre su trabajo literario y su rol de tallerista, y recordó a algunos de sus autores favoritos.

-Placebo tiene un ritmo que se palpita desde el comienzo hasta el fin... ¿Está todo calculado o hubo lugar para la improvisación?
-Hay muy poco de improvisación. Las elipsis temporales, las idas y vueltas, yo no las puedo separar de un aspecto formal que tiene el texto, algo que puede parecer medio pretencioso -entendiendo lo pretencioso como algo ambicioso que salió mal- y que se da fundamentalmente en que en todo el libro no haya punto y aparte.
Esto responde a un barullo progresivo que se va armando en la cabeza del protagonista, esa confusión, esa manera que tiene de hundirse en su tristeza. Y creo que forma y fondo, en este caso, están muy relacionados porque traté de usar un tipo de escritura que me permitiera potenciar lo que al tipo le estaba pasando, sin tener que contarlo tanto.

-La escena que inicia el libro, con dos mujeres hermosas que hacen al protagonista pensar en la muerte es muy inquietante...
-Las mujeres le hacen ver lo triste que es su vida, y lo triste que es la vida en general fuera de esas escenas explosivas. Ahí trato de jugar un poco con la realidad de estas mujeres. En alguna medida para mí son parte de una alucinación que Becerra, el protagonista, estaba predispuesto a tener. No son una alucinación, pero él las convierte en algo fantasioso.

-Becerra quiere escribir como Poe, Stevenson y Maupassant. ¿Por qué?
-Porque a mí me encantan los tres, porque es la literatura de una época de mi vida en la que los leí por primera vez, pero también es una literatura a la que vuelvo porque hay algunas cosas que no evolucionan, cambian pero no evolucionan.

-¿Qué otros autores, entre los argentinos, le resultan inspiradores?
-Me doy cuenta de que a Rodolfo Walsh lo tengo metido hasta en la métrica de la dedicatoria que le puedo hacer a un amigo. Me parece un escritor con una economía insuperable y además un tipo muy dúctil en un montón de subformas, dentro de lo poco que se dedicó a la ficción. Indudablemente lo tomo a Saer, que en alguna época me influyó.
Aunque decir "me influyó" es medio pelotudo porque la influencia se tiene que notar (risas). Un consejo que le doy a la gente que viene a los talleres es no leer nunca cinco libros seguidos de un autor porque eso te arruina un año de escritura. Vos leés Borges, que es genial, y después el mundo comienza a ser como lo plantea él, cualquier cosa que sale de la mente borgeana se te pega, uno empieza con esos latiguillos retóricos propios de él hasta con los amigos y terminás sintiéndote un nabo (risas).
Tiene poca obra, pero Miguel Briante fue genial, hay un cuento de él que se llama "Fin de Iglesias" que está para mí en el top ten de la literatura argentina. Más acá pensaría en Marcelo Cohen, que tiene una obra muy sólida y ambiciosa, que se va metiendo en distintos recovecos de su pensamiento.
Luisa Valenzuela me gustaba mucho. Fogwil; hace poco releí "Muchacha Punk" después de mucho, y cada vez me parece mejor. Pero creo que mis escritores favoritos siempre van cambiando: Faulkner siempre está, pero también es un recuerdo. Exceptúo a Borges de todo esto porque Borges es Borges (risas).»

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