Nicolás Vilela lee Hélice, de Gonzalo Castro, y Precipitaciones aisladas, de Sebastián Martínez Daniell, y les dedica algunos párrafos en un panorama de la narrativa actual que escribe para la revista Transatlántico. Dice, entre otras cosas, lo siguiente:
«En este panorama —seguramente general y arbitrario como todo recorte— parece difícil no adjudicarle a algunas novelas recientes cierto antagonismo implícito con la narrativa realista-minimalista, no tanto en lo que respecta a la distancia siempre engorrosa entre cuento y novela sino más bien en torno a decisiones específicas. La realidad, objeto de deseo de todo realismo, se pone entre paréntesis en favor de un ecosistema narrativo autotélico. El resultado puede aproximarse a la ciencia ficción menos por el factor tecnológico que por la construcción de mundos paralelos e imaginarios. El lenguaje, en consecuencia, desprendido del referente tangible, se encuentra adánicamente en posición de inventar topografías, patronímicos y todo tipo de palabras extravagantes para el uso.
Éste es el sustrato básico de Precipitaciones aisladas (Sebastián Martínez Daniell, Entropía, 2010), novela situada en el archipiélago de Carasia, a cuyas costas arriba el protagonista y narrador, Napoleón Toole, para evadirse de una crisis amorosa. En una novela realista-objetivista, para que una cantidad ingente de palabras fuera de lo común entraran a escena se hubiera requerido probablemente de situaciones u oficios que abarcaran, desde el punto de vista del verosímil, campos semánticos muy diversos. Martínez Daniell lo resuelve partiendo de una zona artificial en que las especies pueden coexistir, o bien trasladando la materia concreta del mundo al laberinto de la psiquis humana.
Esos toques de destreza creativa se pueden analizar en el contexto de lo que Gottfried Benn, en su conferencia “Problemas de la lírica”, entendía por virtuosismo artístico: una tentativa del arte, en medio de la general decadencia de los contenidos, de vivirse a sí mismo como contenido y, sobre esta experiencia, de formar un nuevo estilo. Este concepto, dice Benn, abraza toda la problemática del expresionismo, de lo antihistórico y de lo abstracto, e instaura la trascendencia del placer creador.
Refiriéndose a los encuentros entre él y su pareja, el narrador de Hélice (Gonzalo Castro, Entropía, 2010), novela que comparte rasgos centrales con Precipitaciones aisladas, observa: “de hecho, de alguna manera, creo que estos encuentros son mi referente más palpable de realidad, es el tipo de sensación que entiendo como estar asomado en la superficie”. Sobre este aislamiento, sin los pies en la tierra, una literatura puede multiplicar los rasgos expresivos en lugar de apisonar prolijamente los estratos de la narración.»
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