Laura Cardona lee Andrade, de Alejandro García Schnetzer, y escribe su reseña para ADN Cultura:
«Una de las tareas más importantes y difíciles del escritor es definir el lenguaje y la voz del narrador así como las voces de los personajes. A menudo, a la hora de buscar esas voces se recurre al modo en que se habla cotidianamente, y para el escritor que vive fuera de la Argentina es una elección fundamental, entre otras cosas porque evidencia la relación que desea mantener respecto de su país de origen. Julio Cortázar, por ejemplo, escribía en París remedando el castellano coloquial rioplatense de los años cincuenta con notable fidelidad. Juan José Saer necesitaba regresar una vez al año a la Argentina (sobre todo a Santa Fe) para impregnarse del habla que perdía al vivir en Francia.
Con otras preocupaciones, a pesar de que el autor está radicado en Barcelona desde 2001, Alejandro García Schnetzer pone toda su atención en la lengua materna para recrear lo mejor posible el decir porteño de los años treinta. Por pura nostalgia de un pasado que no vivió, aunque leyó. Y su segunda novela, Andrade, resulta un texto precioso, hecho de entonaciones y términos que ya casi no se escuchan. Algo semejante a lo que había hecho en Requena (2008), su primera novela.
En sólo 76 páginas, Andrade narra un día de 25 horas -el 29 de febrero de 1940, cuando Uriburu adelantó una hora- en la vida de su protagonista, Lucio Andrade. Ex pianista y letrista de tango, tras la muerte de Esther, su esposa y gran amor, vendió el piano y se mudó a una pensión donde vive sin superar su pena. Empleado en una librería de viejo ubicada en San Telmo, la Librería del Sur, propiedad de Villegas, "hombre de edad, flaco, algo torcido, enfermo de gota", comparte su "peregrinar bibliófilo" con Galíndez, su aparcero, un joven padre de tres hijos. Ambos se encargan de ir a la casa de quienes se desprenden de bibliotecas, para seleccionar los libros y comprarlos. El texto está formado por pequeñas escenas y fragmentos que establecen correspondencias (evidentes o no) o se potencian por asociaciones que amplían el sentido y le agregan un excedente que enriquece la historia. Villegas lleva una libreta de anotaciones en la que se leen citas apócrifas, tomadas de libros a veces asignados erróneamente a autores, como el Frankenstein de René Descartes. También hay versiones personales de clásicos españoles, apreciaciones de actitudes de los clientes agrupadas bajo la divisa "oteando desde mi caverna". La escritura incorpora letras de tangos, títulos borgeanos, poemas, frases de otros textos, ocasionalmente con ligeras modificaciones.
Más que un argumento, son las circunstancias las que guían el relato, de estructura abierta, y esta suerte de deriva tiene mucho humor, nostalgia y cierta ironía. García Schnetzer construye un lugar a partir de la lengua -una lengua que conserva el recuerdo de otra época- y logra en Andrade una atmósfera de tenue sensibilidad, tan linda que dan ganas de habitarla o, al menos, de recrearla en sucesivas relecturas.»
miércoles, mayo 30, 2012
Una lengua a la distancia
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