lunes, septiembre 17, 2012

Alegorías circulares

Florencia Parodi lee Otra vez me alejo, de Luis Othoniel Rosa, y entrevista al autor para el blog de Eterna Cadencia:

«El libro empieza con la descripción de cómo se aproxima un pájaro y se desvía varias veces en el hilo del relato hasta que pocas páginas después el narrador se detiene y dice “es como hacer círculos en círculos sin podernos concentrar”. Adentro de esos círculos en círculos hay recurrencias que los van atando. Otra cita: “en teoría todas las historias pueden conectarse”. ¿Cómo trabajaste para conectarlas?
—Mira, yo soy más lector de poesía que de ficción. Entonces creo que lo que une la novela, más que los elementos que se repiten, es una serie de metáforas de la distancia. Eso es lo que le da unidad, ese es el alejamiento: todas las cosas parecen ser alegóricas de otras. El experimento de esta novela fue escribirla toda arrebatado, me obligué a hacerlo, fue parte del ejercicio para la distracción, para constantemente brincar de una cosa a otra. El experimento consiste en pedirle al lector que trate de unir todas estas historias, y que luego las desuna y les encuentre su singularidad: la historia imperial, que las une a todas, y las historias anárquicas, pirata, que rompen la linealidad.

Describiendo personajes académicos el narrador dice que detrás de las pantallas de sabiduría hay humo. Y sobre Alfred Dust dice: “sus invenciones, más que un juego literario, eran una necesidad”. ¿Te parece que eso es una regla general de los narradores (o como les decís en la novela, cuenteros)?
—Yo diría otra cosa que también dice este libro: que la realidad se mira a través de cuento. Y es lo que me pasa a mí también, no es que veo la realidad y digo “esto podría ser una buena historia”, es que la entiendo como una historia. Este encuentro que yo tengo contigo va a sobrevivir de un modo narrativo. Eso es lo que hice en la novela. Lo que pasa es que la realidad está llena de historias pero inconexas, uno es el que está constantemente buscándole... De ahí la parte de la necesidad de contar historias: es algo humano y la realidad se construye de eso. Lo de que todos somos humo lo decía también por las pretensiones de los académicos, que en el fondo no es el conocimiento lo que buscan, es el reconocimiento. Quieren un reconocimiento social, es una pantalla sofista, no son los filósofos.

El narrador de esta novela muchas veces cuenta historias en las que el narrador es otro. Es antes un lector. Alfred Dust es el escritor, y cuando el narrador lee su libro Tortugas (con sus fragmentos titulados tortuga 1, tortuga 2, tortuga 3), habla sobre él de una manera que se podría referir a tu libro, Otra vez me alejo.
—Tortugas es una versión narcisista de esta novela.

Claro, pero siendo antes que nada lector tu narrador zafa de ese pecado por el que se pregunta Acteón en la versión de Giordano Bruno. Es el que le cede el escenario a otros cuenteros para que cuenten sus historias.
—Exacto, ese el pecado. Acteón no entiende que su pecado es el narcisismo, pero es devorado por sus propios perros. El libro es mi narcisismo, que yo traté de devorar por los perros. La figura del narcisista sobrevive en Dust, la figura del héroe y del idiota. Eso es de Nietzche, es muy bueno: él dice que hay que abrazar al héroe y al idiota en uno, a los dos a la misma vez. Es reconocer que adentro de uno hay un héroe y hay un imbécil, y hay que asumirlos. Esa era mi manera de trabajar con esa voz del yo que está insoportable en la literatura contemporánea, ese yo narcisista que está en todas partes. Mi manera de lidiar con él era presentar también un yo imbécil, antipático, egoísta. Dust es eso. Es fácil mitificarlo pero también es un imbécil. Al narrador lo que lo distingue es la torpeza, la falta de gracia que le envidia a Alfred. Sobre ceder el lugar para que otros cuenten las historias, es lo que yo hago en roommate, y la novela está llena de eso, muchas de las historias son totalmente plagiadas. Es la novela de un lector, está llena de referencias y recomendaciones de lectura. Porque así se empieza a construir la literatura como comunidad, eso es lo más que me gusta. Esa es la dimensión política de la literatura: no lo que la literatura dice sobre la realidad, sino la comunidad que se crea alrededor de la literatura.

Sobre las referencias. Casi todas son de la literatura argentina. ¿Por qué la literatura de acá tiene ese lugar tan central en tu novela? Te deben haber hecho esta pregunta ya.
—Yo siempre digo que no: que en el epígrafe está Vallejo y está Ramos Otero, que es puertorriqueño. Pero sí, es verdad: Borges, Macedonio Fernández, Pizarnik, Piglia (que es el que se menciona como “el escritor ítalo-argentino”), También hablo de Gombrowitz y de Puig. Es un homenaje a una tradición narrativa argentina, por eso la novela se publica primero acá (ya hay una reedición que va a salir en Puerto Rico). Es un homenaje a la literatura argentina y también un homenaje a Ricardo Piglia, que fue mi maestro y con quien todavía siento la misma torpeza que el narrador cuando conoce al escritor ítalo-argentino. Ya lo conozco como hace siete años, leyó mi tesis, me leyó la novela, y llego a verlo y sigo igual de nervioso.»

La entrevista completa, acá.

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