jueves, septiembre 27, 2012

Literatura como amistad

Daniel Gigena lee Otra vez me alejo, de Luis Othoniel Rosa, y escribe su reseña para ADN Cultura:

«Compuesta por un prólogo y "nueve alejamientos", la primera novela del puertorriqueño Luis Othoniel Rosa (Bayamón, 1985) construye una ficción de ambiente académico y, a la vez, rinde tributo a la tradición literaria argentina integrada por Macedonio, Borges, Arlt y, más cerca en el tiempo, Piglia y Aira. Como en Pnin, de Vladimir Nabokov, o en Yo también tuve una novia bisexual, de Guillermo Martínez, el escenario es la sede de una universidad del hemisferio norte -el "Pueblo de la Princesa"- que alberga a estudiantes de doctorado del tercer mundo para que desarrollen sus tesis. Othoniel, el narrador, oriundo de Puerto Rico, comparte cuarto (y fiestas, novias, conversaciones y onzas de marihuana) con Alfred Dust, fuente de las historias que atraviesan, de manera concéntrica y concentrada, esta original novela poscolonial. Al crecer por contigüidad y contaminación de lenguajes ("Alfred contamina mis historias desde la proximidad"), Otra vez me alejo celebra una concepción de la literatura como juego literario, un juego equiparable al de la piratería, del que no se puede desprender un sentimiento de melancolía y pérdida: los piratas no existen ya en su forma clásica.

El "primer alejamiento" encuentra a ambos amigos, casi maestro y discípulo, en un puente, drogados por el humo de marihuana. Ven acercarse un pájaro desde la distancia. Allí comienza un racconto en el que se entrecruzan el amor y el terrorismo (a lo lejos, un pájaro puede ser un avión en misión suicida, sobre todo en Estados Unidos), la literatura y las conspiraciones, el imperialismo y el guano peruano. Luego de que Dust establezca las asociaciones entre la fortaleza del imperio yanqui y el contrabando de excremento de pájaro, el mito de Diana y Acteón (Acteon es también la sigla del grupo terrorista que, al menos en la novela, sólo aterroriza mediante llamadas telefónicas y falsas amenazas) introduce la transformación del mito en alegoría, y la mutación de la alegoría en ficción: "El libro [de Dust] era un ejercicio narcisista de pura arbitrariedad. [?] Tenía una conexión precaria que se iba perdiendo de a poco, como si cada nueva sección aportara no sólo un eslabón con secciones anteriores, sino una red que se prolongaba sobre otras". Esta reflexión, tal vez, podría aplicarse al propio método de la novela.

De una metamorfosis a otra, de un alejamiento a otro, la historia encuentra al narrador en el momento en que ha traicionado a su amigo con la Trilcinea Rumana, la estudiante que le permite a Dust olvidar a la Trilcinea original, de Puerto Rico. Sólo a partir de ese momento, ya sometidos al imperio del deseo (la verdadera fuerza de subyugación imperial), los amantes podrán inventar, es decir, plagiar, versionar historias (entre ellas la del cuento "La intrusa", de Borges). Algunas, muy divertidas, entrecruzan fantasmas con burócratas y alienígenas en el tendido de redes telefónicas entre mundos.

Gracias a la intervención del Escritor Ítalo-argentino (Ricardo Piglia), caracterizado como un crooner de la oratoria universitaria que postula que el fracaso de los escritores puede convertirse en "una poderosa estética y política literaria", Othoniel -el amigo opacado por Dust- opone a la matriz ansiosa y monolítica del imperio una contingencia paradójica: "Una historia que no sea simultánea, que esté tan lejos que no destelle en el presente". Así, la literatura, como un puente, como una droga de fuerza suave y lúcida, como una amistad espectral, incluso como un discurso excrementicio, resiste el peso del pasado, la historia como cancelación de todas las historias, y hace que lo lejano se acerque o que, acaso, las singularidades del presente se potencien y hagan su efecto.»

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