viernes, abril 10, 2015

Viaje a la cinefilia

En Subjetiva de nadie (Entropía, 2014), primer libro de Marcos Vieytes, el crítico ensaya un viaje personal a través del imaginario cinematográfico del siglo XX.

Por Alejandro Boverio para Espacio Murena



Una idea de Barthes me vino una y otra vez a la cabeza mientras leía el primer libro de Marcos Vieytes: aquella que dice que si leemos algo con placer es porque ha sido escrito en el placer. Y si puedo decir esto de Subjetiva de nadie sin tener otra noticia del autor más que el libro mismo es porque éste nos abre a la enorme experiencia vital y afectiva que para él constituye la crítica, con la que no puedo sino hacer empatía.

“Muy a menudo tiendo a identificarme con el punto de vista del protagonista de una película”, apunta el autor casi al comienzo de este “diario crítico” que, a través de sus fragmentos, como esquirlas, muestra cómo el cine atraviesa la vida. Pero no sólo como aquello con lo que la vida se identifica, siempre en nombre propio, de una manera mimética, sino también en tanto aquello que la experiencia convoca con necesidad, por ejemplo, tal como por allí dice, cuando en la noche no puede dormirse porque lo asalta el sentimiento trágico de la vida y para salir del trance se vuelve necesario ver una película de Buñuel, cualquiera, la que se tenga a mano, antídoto infalible contra la bilis negra.

Este extraño pero notable libro, atravesado él mismo por múltiples pasiones, asume la forma inclasificable de una ensayística autobiográfica de lo que las películas y sus directores hacen con uno mismo. De Pialat a Kaurismäki, Fellini a Moretti, Welles a Herzog, la escritura va saltando de película en película movido por afecciones que no dejan de lado un evidente conocimiento de la historia, de la crítica y de la teoría del cine, pero que están al mismo tiempo también un poco más acá, en la historia personal e íntima de un porteño nacido en la mitad de la década del 70. Y si digo que forma parte de la ensayística más que del género diario, lo hago pensando en aquel gran texto de Adorno sobre la forma, justamente, del ensayo, en el que afirma que éste es caprichoso pues comienza y termina donde quiere, y su objeto está dado por aquello que uno ama y odia.

Este libro, fiel a su condición imaginaria, es también una colección de imágenes y, su autor, un coleccionista. Entre todas las imágenes convocadas, está la de Godard en Habitación 666 (Wenders, 1982), el célebre documental en el que el alemán invita a varios directores para que hablen, solos, en esa habitación, de cine y televisión. En esos pocos minutos Godard tiene atrás, en la tele, un partido de tenis, y dice que su país es el imaginario, y que el imaginario es un viaje de un lado a otro, justamente como el de la pelotita de tenis que está viajando detrás de él. Esa imagen también es una imagen de lo que es este libro que, del mismo modo que Godard en el cine, no sutura los cortes, sino que los enfatiza a través de interrupciones (como, por ejemplo, los asteriscos que aparecen en la mitad del texto y que nos llevan a esas particulares notas al pie -¿poemas?- que cortan la lectura).

Si bien uno podría pensar, prima facie, que un libro en cierta medida autobiográfico de un desconocido no debería reportar mayor interés (y en ello se juega la ironía, entiendo, del título del libro), en este caso cualquiera que tenga una inquietud por el cine -sin necesidad de que sea cinéfilo- va a encontrar un libro excepcional para adentrarse en genealogías fílmicas de todo tipo (caprichosas y no tanto) y ser motivado a ver aquellas películas en las que se reflexiona que no ha visto (en mi caso, por ejemplo, Hubert Robert: una vida afortunada de Sokurov), en tanto se las hace jugar con lecturas que van desde la Poética del cine de Raúl Ruiz hasta La imagen-movimiento de Gilles Deleuze, sin dejar de lado pinceladas de grandes textos de la literatura.


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