viernes, mayo 06, 2016

“Ser un buen caminante te hace mejor escritor, mejor observador”


Entrevista a Sergio Chejfec. Por Daniela Sánchez Russo para Revista Arcadia (Colombia)
Osado y atípico en su literatura, Sergio Chejfec es un autor que curiosamente no pronunció palabra hasta que cumplió cinco años. Sus primeros recuerdos –afirma– son imágenes mudas: sus hermanos mayores burlándose de él (el niño raro) mientras comían en la mesa; su abuela judía intentando comunicarse a través de gestos con las manos… Escenas silenciosas que terminaron por ser decisivas, pues al parecer fue su silencio el que lo convirtió en un observador de detalles que se reflejan en su escritura y en su narrativa inusual.
Además de su encrucijada para hablar, Chejfec también fue un escritor tardío. La primera vez que intentó escribir un relato tenía 30 años, pero plena consciencia de las temáticas que le interesaba explorar: la identidad como un lugar voluble; el relato que no está obsesionado con la trama, con la idea de un inicio, un desarrollo y un final; y la ciudad como un espacio que se ha venido homogenizando con el pasar de los siglos. Estas temáticas convergen con sus narradores, cohabitan con ellos, y así es común que sus protagonistas sean caminantes sin rumbo de las ciudades, errantes lúcidos, reflexivos, hiperconscientes.
Por ejemplo, el narrador de la novela Mis dos mundos (Alfaguara, 2008) camina por una ciudad del sur de Brasil hasta cansarse de sus propios pensamientos:
“El vagabundeo se me ha convertido en una de esas adicciones pasibles de ser tanto la ruina como la salvación. Contraje la costumbre en la infancia, cuando por las secuelas de una enfermedad dejé de caminar. Me sentaban en el umbral para ver pasar la gente y los autos. (…) Al cabo de un año, un nuevo dictamen autorizó a que me pusiera de pie, y para mí fue recuperar una disposición física gracias a la palabra, como si un dios me delegara parte de su libertad”. 
También camina el narrador de Los Planetas (Alfaguara, 1999) por la periferia de Buenos Aires, cavilando, perdiéndose en su propio relato. Un relato que tiene como origen el recuerdo de un amigo secuestrado durante la dictadura militar argentina, y que en ningún momento se propone la linealidad. Este quiebre con la cronología también tiene incidencia sobre la sintaxis del texto, que, en algunos momentos, tiende a complejizarse. Como llega a suceder en recursos literarios como el flujo de consciencia, Chejfec rompe las reglas de la misma, dificultándole la tarea a un lector que queda a merced de la consciencia única del narrador.
En este primer punto hay que detenerse, para poder tener un entendimiento de este autor que es prolífico –tiene más de diez libros entre novelas, relatos, ensayos y poesía–, pero desconocido en Colombia por la industria editorial. 
¿Por qué jugar con algo tan establecido como las reglas de la sintaxis?
La sintaxis es el nivel más superficial de la escritura. Disfruto hacer frases donde el narrador se pierde, donde hay que retomar el sujeto, porque siento que allí es donde la escritura encuentra su límite material y se abre pie para la experimentación. Mi momento de máximo placer en la escritura se da cuando siento que un texto adquiere un tono único, y que sobre ese tono puedo escribir cualquier cosa, porque el ritmo igualmente se mantendría.
En sus libros los narradores parecen vivir por sus reflexiones, haciendo que se dificulte el avance de la trama. ¿Por qué esta resistencia a la construcción tradicional de una historia?
Desde siempre me sentí más comprometido con la literatura que no plantea una linealidad, que no es espejo de la realidad. La literatura entendida como un esquema que tiene que tener ciertos pasos y obedecer ciertos crescendos para revelar una verdad y ser conclusiva me parece formularia y técnica. Me gusta leer y tratar de escribir una literatura que trate de hurgar en los bordes, en las intermitencias, que proponga no un tiempo cronológico sino uno psicológico, perceptivo, dictado por la memoria. Aquí podemos ubicar a autores como Kafka o Tristam Shandi.
Siendo un escritor argentino, ¿qué connacionales ha tenido de referentes?
Sin duda, Juan José Saer. Es un caso particular porque en sus libros efectivamente se tienen ejemplos de cómo una narración puede avanzar no en términos de intrigas y argumentos sino en torno a tópicos reiterativos, a recurrencias que no son sino obsesiones del narrador, y que ayudan a establecer una memoria de la lectura.
¿Alguna vez tuvo miedo de que sus relatos, por ser poco convencionales, no fueran a ser publicados?
No tuve miedo, pero sí problemas para publicar. Mi primera novela, Lenta biografía, duró siete años en ser publicada, tiempo en el que estuve sometido a esperas y humillaciones. Pero yo decidí seguir escribiendo, sin cambiar mi escritura. Siempre concebí que la literatura propia tiene que tener un punto de resistencia que implique dificultades para ser leída y para que circule.
Sus personajes no parecen estar definidos, o al menos no a través de los retratos psicológicos, comunes en las novelas naturalistas o realistas. De hecho, la identidad fija es un estado del que ellos huyen. Por ejemplo, en Modo linterna hay un personaje que es invisible aunque imprescindible para el relato, mientras el narrador de Los Planetas admite: “Imaginemos el agotamiento de alguien queriendo ser el mismo todo el tiempo”…
Solo el hecho de preguntarse por la identidad crea posibilidades literarias: es un tema lo suficientemente amplio, común pero abstracto y polifacético, y que va acorde a mi forma de escribir. Una forma de escribir vinculada a la peripecia, a la idea de la anécdota, a la trama alejada del avance causa y efecto. En mis historias ocurren muchas cosas que no están organizadas convencionalmente, en términos de crescendo o argumental o de intriga. Como tampoco hay vínculos claros de relaciones causa y efecto, mis libros avanzan por un sistema de circunvoluciones reflexivas donde la descripción es tan importante como los hechos. Esto a la vez determina que los encadenamientos se organicen alrededor de tópicos y no de anécdotas.
Otro enclave de su literatura es el narrador en primera persona que, al caminar, se somete a una experiencia, a una serie de reflexiones del ambiente y de sí mismo: el ambiente de la ciudad. ¿Por qué esta fijación con la figura del caminante?
Siempre me gustaron los escritores caminantes: Benjamin, Kafka, Borges. Creo que ser un buen caminante te hace mejor escritor, mejor observador. Me parece que cuando uno camina desarrolla una sintaxis de pensamiento particular, diferente a la que se desarrolla cuando se está acostado o sentado. Tiene que ver con la velocidad, con las pausas de la respiración, con el paisaje que se va desplegando y que te somete a una interacción precisa con el entorno. Trato de que esta observación se ataña a mis personajes. Además, aunque esta idea pueda sonar infantil, creo que caminar es la única actividad que no ha sido colonizada por un mercado particular. Están quienes caminan por esparcimiento, quienes caminan para mantener su ritmo cardíaco, quienes peregrinan, quienes son turistas o forasteros, están los vagabundos, que podrían ser los caminantes revulsivos porque se les mira con desconfianza. Pero los pobres no tienen otro remedio sino caminar: ellos son los caminantes compulsivos.
¿Sus personajes tratan de revivir o copian la figura del flaneur?
No, pero no porque yo lo busque intencionalmente sino porque nuestro entorno ha cambiado. El flaneur era la persona o el personaje que, caminando, descubría y celebraba la ciudad. Sin embargo, esta figura, aunque se intente, ya no es posible, porque las ciudades se han ido homogenizando debido a las comunicaciones (ahora los turistas o habitantes de una ciudad saben qué hacer por Yelp o Google Maps), a las equivalencias en recursos humanos, económicos y arquitectónicos.
Entonces, ¿cómo describiría a sus caminantes?
Mis caminantes son sujetos que sienten desilusión frente a la caminata, son como tributarios de la tradición moderna, que constatan que caminar es una experiencia deceptiva. Por eso me parece que llega a crearse una atmósfera que refleja al autómata. Yo también soy un caminante asiduo, un caminante permanentemente decepcionado, así que estos personajes reflejan también mi experiencia personal.

No hay comentarios.: