Patricio Zunini lee Placebo, de José María Brindisi, y entrevista al autor para el blog de Eterna Cadencia.
La historia se teje como una sábana infininta que provoca una sensación de ahogo, la angustia de saber que, como decía Cortázar, allá al fondo está la muerte. Qué pasa cuando esa idea persiste en la conciencia, cuando no se encuentra con qué mitigar el futuro.
La crisis de Becerra se inicia en una sala de hospital mientras acompaña a un amigo que está esperando morir. Lo cotidiano se resquebraja, parece estrecharse. Pasa el verano en Tigre, pero sólo registra el calor agobiante, la ausencia de amor a su mujer, la incomodidad de un vecino oscuro. La amante le impone una distancia que él quisiera romper. Las obligaciones monocordes del trabajo: todo se vuelve un sinsentido que lo empuja hacia un embudo. ¿Cómo seguir? El placebo funciona mientras que el que lo toma cree en los efectos. Becerra, empujado hasta el límite, es capaz de cualquier cosa.
Placebo, de José María Brindisi (Entropía), es una nouvelle escrita en un único párrafo que contagia la sensación claustrofóbica creciente del protagonista.
-Trato de que no se vuelva una obsesión -explica el autor- esta confluencia entre el qué y el cómo, pero en la medida en que puedan dialogar de cerca, ayuda a contar lo que quieras contar. No significa que descanse en la escritura, pero sin eso la historia era más difícil de contar. Uno siente que esa angustia es parte del entramado de la novela, no es un mero ejercicio de soltar al personaje a que le pasen cosas. Es totalmente inherente a la trama que no haya un solo punto aparte. Si para el protagonista no hay respiro, que tampoco lo haya para el lector.
-Aunque el vínculo más fuerte de la novela es con Faulkner, en varios pasajes pensé en los versos de Rubén Darío “y la carne que tienta con sus frescos racimos / y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos”.
-Todo el tiempo está el deseo, por eso la novela empieza con dos mujeres hermosas, semidesnudas, apoyadas en un auto que parecen una ilusión (hasta la grasada de que el auto sea un Lamborghini amarillo). Es algo contradictorio que recorre el estado general de Becerra. El problema es que la pulsión de muerte va ganando terreno y por eso, sin adelantar demasiado la trama, hace lo que hace, que por un lado es un delirio y por el otro es totalmente lógico. Por lo que le está pasando, este tipo es capaz de salir a matar un perro o quemar una casa.
-¿Por qué a Becerra lo conmueve tanto la enfermedad de su amigo?
-Primero porque es su mejor amigo, pero lo más perturbador es que el amigo esté como si nada. Es mucho más tranquilizador para uno que alguien se muera y no que se esté por morir dentro de un rato. Encima, si no hablaran con el médico parecería que le quedaran cien años de vida. En este sentido, mi referencia fue La noche de Antonioni, una de mis películas favoritas, donde los amigos dejan al enfermo en el hospital y se van toda la noche a una fiesta que va perdiendo sentido porque está pasando otra cosa. Y sabemos que la mejor manera de contar esa otra cosa es no contarla.
-Si hablamos de películas, encuentro cierta relación con La ciénaga de Lucrecia Martel.
-No lo había pensado pero es un paralelo bastante lógico. Además me encanta Martel, sobre todo por esa inquietud constante.
-Becerra repite una frase faulkneriana que le molesta mucho: “entre la pena y la nada, prefiero la pena”. Él dice que prefiere la nada, pero ¿realmente es así?
-Es una frase conocida y la he visto tanto estos últimos meses que en un momento pensé que no la tendría que haber puesto. Pero Faulkner me fascina y la frase no está tomada con mayúsculas. Yo no puedo ver a Becerra con objetividad –me despierta ternura y hasta cierta empatía–, pero que prefiera la nada es bastante triste. Sin embargo, es en algún sentido conmovedor que trate de salir de esa nada. Quiere salir, quiere pensar un poco más allá, y bueno, le sale más o menos.
*
Becerra es un escritor de ratos libres, tiene algunos cuentos escritos en la computadora, se siente hermanado con Maupassant. Pero cuando se va a pasar el verano al Tigre con su mujer decide sólo llevarse para leer: “Había decidido que el descanso en el Tigre sería absoluto; nada de preocupaciones, ni de planes, ni de las batallas que diariamente le presentaba la escritura, de las que incluso en el triunfo jamás salía airoso”.
-¿Te pasa esto que le pasa Becerra?
-Sí: por suerte y por desgracia. Siempre le recomiendo a mis alumnos que lean con cuidado el prólogo de Capote a Música para camaleones: cuando Dios te da un don, al mismo tiempo te da un látigo. En ese prólogo Capote dice que el primer momento clave fue cuando advirtió la diferencia entre escribir y escribir bien, el siguiente momento iluminador pero angustiante fue distinguir la diferencia entre escribir bien y escribir muy bien, y el momento más terrible y más intenso fue descubrir la diferencia entre escribir muy bien y el verdadero arte. Le podemos disculpar a Capote la soberbia, pero me parece que es así, que te van corriendo la vara. Como decía Coleman Hawkins: “escucho una música y no la puedo tocar”. Pero también digo que es una suerte porque imaginate que a los 40 ya sabés que más allá de no vas a llegar. ¡Te pegás un tiro!
-En esta inquietud literaria de Becerra se habla de Maupassant, Faulkner, Poe, Stevenson. Pero no hay referencias a la literatura argentina actual. No están, por ejemplo, ni Aira ni Piglia. ¿Tus intereses son hacia la literatura más clásica? ¿Cómo te relacionás con la literatura argentina?
-Escribo en medios hace mucho y lo que uno sabe y ve con frecuencia es que a los demás no les gusta escribir sobre los colegas. Cuesta hacerse cargo de esa frase de Dalmiro Sáenz que uno no quiere el éxito de sus colegas, pero hay que admitir que es algo con lo que se tiene que luchar. Estoy al tanto, leo mucho, me interesa, escribo sobre la literatura argentina, trato de tomar riesgos, me precio de escribir críticas negativas. En cuanto a los padres de la literatura argentina moderna, no me gusta Aira. Es un escritor tremendamente sobrevaluado. Cuando dice que se sienta a escribir y tiene una leve idea del comienzo y después viene el resto, entendés por qué pasa lo que pasa en sus libros: efectivamente el comienzo siempre es lo más sólido. Después es un tipo con buena pluma, puede hacer pequeños milagros. En cuanto a Piglia estoy sorprendido con su último libro: sorprendido para mal, no entiendo sinceramente. Es una catarata de lugares comunes. Pero hay muchos escritores de la literatura actual que me interesan: Matías Capelli, Oliverio Coelho, gente más joven como Federico Levin, hay otros que no me gustan pero que están muy en boga y por eso me esfuerzo y los leo. Lo que pasa con Becerra es que no está familiarizado con la literatura argentina de los últimos tiempos. Hace lo que puede, sigue un manual, pero él no va a leer a Bruzzone, no se va a enterar que existe salvo que lo vea en la tapa de Clarín.
lunes, enero 17, 2011
La vida sin placebos
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