Oliverio Coelho lee El animal sobre la piedra, de Daniela Tarazona, y escribe su reseña para Los Inrockuptibles:
«Al revés que en otras reseñas, para hablar sobre la primera novela de Daniela Tarazona (Ciudad de México, 1975) habría que empezar por una conclusión simple y abreviar el cortejo. El animal sobre la piedra es un libro extraordinario. No es extraordinario lo que relata, pese al irresistible comienzo –“mi casa fue el territorio de un suceso extraordinario”–, sino todo lo que se anuda, sin ser historizado ni narrado, en la voz –o si cabe, en la sensibilidad hipnótica– de la protagonista, Irma, a quien conocemos más por su condición que por su pasado.
Tras la muerte de su madre, experimenta una lenta transfiguración, un cambio de piel. Guiada por el instinto, como si su duelo y el mar fueran elementos complementarios, vuela hacia una playa. Ahí la metamorfosis estalla, y el vía crucis del cuerpo, aunque se manifiesta en una variación física que acerca a la protagonista a ese animal mimético por excelencia –el reptil–, reproduce el deseo de vivir, que no es otra cosa que el de adaptarse a una interioridad nueva. Irma adopta dos compañeros en una casa, un hombre y un oso hormiguero, dos seres que calzan en esa interioridad que ella heredó de forma inesperada. Al menos son testigos de esa especie de oasis espiritual que aumenta a medida que el duelo se vive como metamorfosis y la narradora cambia sus hábitos alimenticios, se tiende al sol cada día, consigna cada variación como si del hilo de estas observaciones/confesiones pendiera su identidad.
De esta rutina perceptiva está hecha la primera persona taxonómica de Tarazona. Si por momentos El animal sobre la piedra parece tener el carácter fragmentario de un diario, se debe a que este libro es, por sobre todo, una narración en clave íntima que, a través de una transformación gradual, da cuenta en realidad de una conversión y de una sucesión: de hija a potencial madre. Esa sucesión es el secreto que se abre a medida que la narración encuentra huecos –en el cuerpo–, callejones sin salida –en la experiencia animal. No sabemos si esa mutación, que incluye una experiencia mística con la maternidad y un pasaje surrealista por la medicina, es un sueño o no.
No dejar en claro si todo es una proyección derivada de una sensibilidad privilegiada o si es una pesadilla de la civilización es un mérito más de Tarazona. No importa ni la indeterminación ni la verosimilitud de la historia. Importa, entre otras cosas, que por fin la sensibilidad de una escritora latinoamericana contemporánea logra dialogar con las poéticas sobrenaturales de Clarice Lispector y Silvina Ocampo.»
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