Patricio Zunini lee Partida de nacimiento, de Virginia Cosin, y entrevista a la autora para el blog de Eterna Cadencia:
«La protagonista de Partida de nacimiento registra el dolor que la atraviesa para, justamente al ponerlo en palabras, intentar anularlo. Recién separada, escribe pequeños textos en los que da cuenta de la búsqueda de balance entre la condición de madre y mujer. Son fragmentos cargados de una poética dura pero con cierta luminosidad, donde lo cotidiano amenaza con el peso de la monotonía pero no siempre lo deja caer.
Virginia Cosin es la autora y, en cierto modo, como explicará en esta entrevista, es también la protagonista. Aquí habla del proceso de escritura de Partida de nacimiento, las obsesiones literarias que la atraviesan, la ambigüedad conflictiva en la relación madre-hija y el aprendizaje al que se llega luego de un largo periplo de soledad.
—¿Por qué el título de Partida de nacimiento?
—Me gustan las frases polisémicas. En la narradora hay un renacer, un nacer otra vez, a partir del desprendimiento, de la separación. Tiene esas dos acepciones: la partida como inicio y de la partida como quebrada. De hecho, en una interpretación a posteriori, es un libro fragmentario, está escrito en distintas personas. Tiene que ver con la manera en que entiendo cómo se transita por la vida. A veces más reconcentrado en uno, a veces viéndose de afuera.
—El libro está compuesto por casi un centenar de fragmentos, como si fueran entradas. ¿Cómo fue el proceso de escribir y reunir las entradas?
—No sabía que estaba escribiendo una novela. Fui escribiendo entradas: de hecho en algún momento fue un blog. Pero quiero ser cuidadosa con este tema, porque yo no tenía un blog donde escribía todo el tiempo, sino que primero escribía, luego corregía, y después lo subía. El blog era una especie de soporte: como yo soy desordenada y toda mi vida escribí en cuadernitos que tengo repartidos por todos lados, el blog permitió que me organizara y que no se perdiera nada.
—¿Era una especie de repositorio?
—Exacto. El orden vino después, cuando empecé a releer los esos textos. Descarté un montón, agregué otros y les di un orden. Entonces me di cuenta que se podía armar un hilo conductor.
—¿Cuándo pensaste que se podía convertir en novela?
—No me hubiera dado cuenta de no haber sido por algunos amigos, a los que les estoy profundamente agradecida. Tenía mucha inseguridad, tuve que pasar por muchas instancias. Después, imprimí todo y Romina Paula me dijo que no me quedara preguntándome si era o no una novela, que lo llevara a Entropía.
—En un momento, la protagonista se pregunta si está escribiendo una novela o un diario íntimo. ¿Partida de nacimiento es un diario íntimo?
—No: podríamos decir que es algo así como una bitácora de la intimidad. Un diario íntimo tiene la característica bastante fundamental de estar fechado. Tal vez lo que tenga de diario íntimo es que reúne una cosa medio caótica. Pero me interesan especialmente los diarios íntimos. Hace un tiempo que estoy abocada a leer diarios íntimos de escritores.
—¿Cuánto hay de biográfico en el libro?
—Me interesa trabajar con la propia experiencia, con las vivencias, con el recuerdo. Pero después todo eso se reelabora en medida en que entra en el envase del lenguaje y el lenguaje selecciona, recorta y da forma. Ahí se da algo donde la autobiografía y la ficción no se distinguen tanto. La materia es biográfica pero el resultado no. Podría haberlo disfrazado: haber inventado que la protagonista era peruana en lugar de venezolana. Pero no siento que gane nada. Incluso aparecen los nombres de pila de mis abuelos. Claro que nada sucedió tal como se cuenta; es imposible. Uno recrea. Construye algo a partir de la huella y la huella es el vacío de la forma de lo que estuvo presente, pero ahí se arma otra cosa.
—Hablemos del uso de las personas. Cada texto alterna entre primera, segunda, tercera, incluso una impersonal. ¿Qué se persigue detrás de esos cambios?
—La narradora es la misma; eso es evidente. Tiene que ver con la necesidad que a veces uno tiene de narrarse. A veces uno se habla, se ve como si fuera otro. Ese también es uno de los motivos para escribir: quizás en los momentos límites o dolorosos hay algo que se puede rescatar si uno se transforma en un personaje. Transformar una experiencia en una narración. Hay una entrada donde ella se imagina como protagonista de una película. Hay una especie de redención. Si estoy en la cocina de mi casa llorando a mares soy patética. Si escribo sobre alguien que está en la cocina de su casa llorando a mares se vuelve interesante.
—Hacia el final del libro, la protagonista dice “mi mayor anhelo es escribir mal”. ¿Por qué?
—La intención es despojarse de las ataduras, de la represión, de la inseguridad, del miedo a la hora de escribir. O de estar sometido a las expectativas ajenas. Una de las cosas más difíciles al escribir es encontrar el grado de libertad donde uno tira un montón de cosas desprolijas, sucias, y recién después busca la posibilidad de corregir. Yo siempre soy medio estreñida para escribir [se ríe]: escribo un poquito, leo, reescribo y releo. Soy obsesiva. Es agotador. En realidad es más una sensación mía de autora que de lectora.
—¿Lo bueno no es libre?
—A lo bueno se llega después de haber cometido errores y desprolijidades. En escribir mal también está el sentido de no estar atado a ciertas convenciones de lo que se supone que es literario con mayúsculas.
—En la trama es muy importante la relación madre-hija. Una hija que tiene, además, la edad de la tuya. ¿Cómo puede tomarlo ella en un futuro?
—Me hicieron esta pregunta: mi madre me la hizo. Me preocupa, no sé muy bien qué decir: hay un montón de explicaciones que puedo dar a otros lectores que no sean ella. No me preocupa que nadie pueda leer y encontrarse como un doble en el libro. Pero mi hija sí. A la vez, no hubiera querido renunciar a los pasajes donde aparece la hija. Hablar de la relación que se arma entre la madre y la hija y entre la madre y su maternidad. No es sólo una madre, sino también una mujer que está viviendo y experimentando y naciendo como madre. Con todas las ambivalencias y ambigüedades. La maternidad es un tema muy idealizado. Una de las primeras cosas que le dije a amigas que estaban por tener hijos es que a veces uno tiene ganas de tirar al pibe por la ventana y sin embargo eso no compromete en lo más mínimo el amor inmenso que una le tiene. Cuesta darse esos permisos: cuando una es madre se convierte sólo en madre. Pero cómo se vive ser mujer y madre, ser mujer y amante, ser mujer y ser ex, ser mujer y escritora. Espero que ella lo entienda .
—La última oración del libro es “Lo cotidiano es el hueso de la felicidad”: ¿cómo se debería leer?
—Cuesta muchísimo que lo cotidiano sea el hueso de la felicidad. En toda novela, en todo relato, por más fragmentario o informe que sea, hay algo de un viaje y un aprendizaje final. Me parece que esta novela transita bastante por el dolor y que ese es el aprendizaje que recibe la protagonista.
—¿Partida de nacimiento es un libro triste?
—Puede provocar tristeza, puede haber sido escrito en momentos de tristeza, pero un libro nunca es triste. Una vez que se convirtió en obra, en el pasaje de la persona al personaje, en lo puesto en palabras, es puro gozo.»
—¿Por qué el título de Partida de nacimiento?
—Me gustan las frases polisémicas. En la narradora hay un renacer, un nacer otra vez, a partir del desprendimiento, de la separación. Tiene esas dos acepciones: la partida como inicio y de la partida como quebrada. De hecho, en una interpretación a posteriori, es un libro fragmentario, está escrito en distintas personas. Tiene que ver con la manera en que entiendo cómo se transita por la vida. A veces más reconcentrado en uno, a veces viéndose de afuera.
—El libro está compuesto por casi un centenar de fragmentos, como si fueran entradas. ¿Cómo fue el proceso de escribir y reunir las entradas?
—No sabía que estaba escribiendo una novela. Fui escribiendo entradas: de hecho en algún momento fue un blog. Pero quiero ser cuidadosa con este tema, porque yo no tenía un blog donde escribía todo el tiempo, sino que primero escribía, luego corregía, y después lo subía. El blog era una especie de soporte: como yo soy desordenada y toda mi vida escribí en cuadernitos que tengo repartidos por todos lados, el blog permitió que me organizara y que no se perdiera nada.
—¿Era una especie de repositorio?
—Exacto. El orden vino después, cuando empecé a releer los esos textos. Descarté un montón, agregué otros y les di un orden. Entonces me di cuenta que se podía armar un hilo conductor.
—¿Cuándo pensaste que se podía convertir en novela?
—No me hubiera dado cuenta de no haber sido por algunos amigos, a los que les estoy profundamente agradecida. Tenía mucha inseguridad, tuve que pasar por muchas instancias. Después, imprimí todo y Romina Paula me dijo que no me quedara preguntándome si era o no una novela, que lo llevara a Entropía.
—En un momento, la protagonista se pregunta si está escribiendo una novela o un diario íntimo. ¿Partida de nacimiento es un diario íntimo?
—No: podríamos decir que es algo así como una bitácora de la intimidad. Un diario íntimo tiene la característica bastante fundamental de estar fechado. Tal vez lo que tenga de diario íntimo es que reúne una cosa medio caótica. Pero me interesan especialmente los diarios íntimos. Hace un tiempo que estoy abocada a leer diarios íntimos de escritores.
—¿Cuánto hay de biográfico en el libro?
—Me interesa trabajar con la propia experiencia, con las vivencias, con el recuerdo. Pero después todo eso se reelabora en medida en que entra en el envase del lenguaje y el lenguaje selecciona, recorta y da forma. Ahí se da algo donde la autobiografía y la ficción no se distinguen tanto. La materia es biográfica pero el resultado no. Podría haberlo disfrazado: haber inventado que la protagonista era peruana en lugar de venezolana. Pero no siento que gane nada. Incluso aparecen los nombres de pila de mis abuelos. Claro que nada sucedió tal como se cuenta; es imposible. Uno recrea. Construye algo a partir de la huella y la huella es el vacío de la forma de lo que estuvo presente, pero ahí se arma otra cosa.
—Hablemos del uso de las personas. Cada texto alterna entre primera, segunda, tercera, incluso una impersonal. ¿Qué se persigue detrás de esos cambios?
—La narradora es la misma; eso es evidente. Tiene que ver con la necesidad que a veces uno tiene de narrarse. A veces uno se habla, se ve como si fuera otro. Ese también es uno de los motivos para escribir: quizás en los momentos límites o dolorosos hay algo que se puede rescatar si uno se transforma en un personaje. Transformar una experiencia en una narración. Hay una entrada donde ella se imagina como protagonista de una película. Hay una especie de redención. Si estoy en la cocina de mi casa llorando a mares soy patética. Si escribo sobre alguien que está en la cocina de su casa llorando a mares se vuelve interesante.
—Hacia el final del libro, la protagonista dice “mi mayor anhelo es escribir mal”. ¿Por qué?
—La intención es despojarse de las ataduras, de la represión, de la inseguridad, del miedo a la hora de escribir. O de estar sometido a las expectativas ajenas. Una de las cosas más difíciles al escribir es encontrar el grado de libertad donde uno tira un montón de cosas desprolijas, sucias, y recién después busca la posibilidad de corregir. Yo siempre soy medio estreñida para escribir [se ríe]: escribo un poquito, leo, reescribo y releo. Soy obsesiva. Es agotador. En realidad es más una sensación mía de autora que de lectora.
—¿Lo bueno no es libre?
—A lo bueno se llega después de haber cometido errores y desprolijidades. En escribir mal también está el sentido de no estar atado a ciertas convenciones de lo que se supone que es literario con mayúsculas.
—En la trama es muy importante la relación madre-hija. Una hija que tiene, además, la edad de la tuya. ¿Cómo puede tomarlo ella en un futuro?
—Me hicieron esta pregunta: mi madre me la hizo. Me preocupa, no sé muy bien qué decir: hay un montón de explicaciones que puedo dar a otros lectores que no sean ella. No me preocupa que nadie pueda leer y encontrarse como un doble en el libro. Pero mi hija sí. A la vez, no hubiera querido renunciar a los pasajes donde aparece la hija. Hablar de la relación que se arma entre la madre y la hija y entre la madre y su maternidad. No es sólo una madre, sino también una mujer que está viviendo y experimentando y naciendo como madre. Con todas las ambivalencias y ambigüedades. La maternidad es un tema muy idealizado. Una de las primeras cosas que le dije a amigas que estaban por tener hijos es que a veces uno tiene ganas de tirar al pibe por la ventana y sin embargo eso no compromete en lo más mínimo el amor inmenso que una le tiene. Cuesta darse esos permisos: cuando una es madre se convierte sólo en madre. Pero cómo se vive ser mujer y madre, ser mujer y amante, ser mujer y ser ex, ser mujer y escritora. Espero que ella lo entienda .
—La última oración del libro es “Lo cotidiano es el hueso de la felicidad”: ¿cómo se debería leer?
—Cuesta muchísimo que lo cotidiano sea el hueso de la felicidad. En toda novela, en todo relato, por más fragmentario o informe que sea, hay algo de un viaje y un aprendizaje final. Me parece que esta novela transita bastante por el dolor y que ese es el aprendizaje que recibe la protagonista.
—¿Partida de nacimiento es un libro triste?
—Puede provocar tristeza, puede haber sido escrito en momentos de tristeza, pero un libro nunca es triste. Una vez que se convirtió en obra, en el pasaje de la persona al personaje, en lo puesto en palabras, es puro gozo.»
No hay comentarios.:
Publicar un comentario