Silvina Friera lee Andrade, de Alejandro García Schnetzer, y entrevista al autor para Página 12:
«–En Andrade perdura su interés por cierto tiempo de Buenos Aires, por el habla de una época que se percibe en palabras o frases como “espichó”, “me tenés patilludo”, “no manyaba” y “campeó la mishiadura” por mencionar algunas en ese inventario en el que recrea un lenguaje, una manera de hablar que son como “sombras errantes”. ¿De dónde viene este interés, que también estaba en Requena , esa especie de nostalgia por los tiempos idos de la lengua?
–Listadas así parecen el vocabulario del hampa (risas). Pero esas palabras las siento cercanas, están en los libros que leo, en la música que conozco, en la charla con algunos amigos, personas de cierta edad y buen decir. Y no sólo esas voces, oraciones enteras, diría; expresiones que son justas y que no tienen reemplazo.
–¿Tiene en su biblioteca algunos de los libros que se mencionan en Andrade, como El casamiento de Laucha, Los caranchos de la Florida y Juan Moreira? Esos libros, ¿están minuciosamente subrayados como Memorias de un vigilante, de Fray Mocho, uno de sus preferidos?
–Claro que están; son obras de referencia, de gran importancia para mí. Ahora bien, esa literatura, leída y memorizada, daña el pensamiento, como si proyectara en uno mismo los ácaros que la roen. No parece ser muy recomendable. La mayor parte de los subrayados destacan expresiones, razonamientos oscuros, que hacen aportes a la desesperación. Pienso en el final de Sin rumbo, de Cambaceres, o ese pasaje de Manuel Gálvez donde Monsalvat recibe cuatro anónimos: “En uno le recordaban que era hijo natural y aludían groseramente a su madre; en otro escupíanle que se había entregado a la mala vida, vivía de las mujeres y era anarquista. Los dos restantes le vaticinaban el manicomio”. Bajo un punto de vista menos literal, el barro de la desesperación puede ser la lentitud y la inconsistencia. Mientras leía las novelas de Richardson, dijo Johnson que sentía ganas de ahorcarse.
–Es curioso el efecto que genera el “esplín” de Andrade. Al integrar a la novela el poema de Tomás de Iriarte, un poeta de la ilustración española, ¿se podría inscribir el ADN de ciertas letras de tango, de cierta nostalgia de la época, de los ’40, como algo más remoto que ya fue registrado en el siglo XVIII y quizá antes?
–Sí, Iriarte en el tango, como también están Bécquer y Lupercio de Argensola. Y no sólo en el tango, diría. Hay un verso de Lope de Vega que dice: “No hay cuchillo como el propio amigo”, lo escribió hacia el 1600... ya anuncia la gauchesca. Hidalgo y Ascasubi seguro lo conocieron.
–Otro detalle de la novela tiene que ver con una escena en la que una madre pregunta por su hijo. A diferencia de Requena, en Andrade se despliega, siempre oblicuamente, lo político. ¿Por qué inscribir a las Madres de Plaza de Mayo en febrero de 1940?
–La muerte es uno de los temas del libro y la política ha sido su principal benefactora a lo largo de la historia. Creo que ése pudo ser el fundamento de la confesión de Byron: “He simplificado mis opiniones políticas, detesto a todos los gobiernos”. De ahí a pedir que se vayan todos hay doscientos años, o más bien un paso solo.»
La entrevista completa, acá.
viernes, marzo 16, 2012
El vocabulario del hampa
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