miércoles, febrero 11, 2015

El cine entre creyentes y ateos

Marcos Vieytes habla de Subjetiva de nadie en el Blog deEterna Cadencia: “Ni la literatura ni el cine me explicaron lo inexplicable todavía, pero mucho de lo que yo creía inexplicable terminé por encontrarle o inventarme alguna explicación”, dice.

Por Walter Lezcano. Foto: Gabriela Garciulo.


¿De qué está hecha la vida de un crítico? Subjetivas de nadie. (Fragmentos de un diario crítico), de Marcos Vieytes (Entropía), es un libro particular que exhibe algo complejo e íntimo: una política de la mirada. Pero también es el modo en el que una persona ve en las películas el vehículo perfecto al paraíso. Y, por supuesto, en esa zona de placer y hedonismo, el celuloide es una parte que se conecta con otros discursos: la poesía, la narración, la mitología personal y el ensayo, por ejemplo. Ver, leer y escribir parece ser la triada, conectada de modo ineludible, en la cual se apoya Vieytes para construir los textos de Subjetivas de nadie. Y a partir de ahí, escapa al cómodo lugar de crítico en un sentido parasitario, para ubicarse en el movedizo espacio de observador y explorador de todo aquello que detona una emoción.

En la página 173 se lee:
“31 de diciembre de 2009. Parece que va ser larga. Son más de las dos pero no tengo sueño. Podría escuchar tangos de Manzi por Lamarque o seguir viendo una película sobre Demy. Ya no se oyen más cohetes. La noche pide café y no tengo más que mate y vino blanco. Aunque el cielo estuvo amenazando desde las seis o siete de la tarde, finalmente no cayó ni una gota. Hasta hace un rato barajé la posibilidad de reunir fragmentos de El oficio de vivir bajo el título “Pavese para un creyente difunto”, o de subir al blog ese poema de Saer sobre un violador que cierta noche hace inventario de los cuerpos ultrajados y le viene, como un escalofrío, la culpa, sin imaginarse siquiera, de tan inocente, que su espasmo responde a ese nombre. Esta tarde me hablaron de una mujer que no veo hace mucho, y no sentí más que el vago deseo de que le hubiera ido bien.”

Por esa senda sinuosa y atractiva bordea el libro: hablar de cine no como un lapidario cinéfilo nerd si no como alguien que descubre las relaciones vitales que establecen la películas con alguien atento, o ver la escritura como algo parecido a la libertad –así lo dice Fernando Martín Peña en la contratapa– pero también está la rigurosidad con las propias ideas sobre aquello que al autor lo convoca, lo interpela y lo saca del letargo cotidiano. Desde ese precipicio inhóspito, que busca un lector afín a esa clase de búsquedas, habla y escribe Marcos Vieytes en Subjetivas de nadie.

—Decís: “Mirar cine es hurgar, excavar, desesperar por hallar lo que subyace a la realidad”. ¿Cómo llegás al cine, por intermedio de quién? ¿Y de qué manera arribás a esta idea?
—Llego al cine por intermedio de mis padres. Nací y viví los primeros siete años a cuadras de Lavalle, que por entonces todavía era “la calle de los cines” y desde muy chico anduve con ellos por allí, adentro y afuera de las salas, viendo películas o recorriendo la peatonal de una punta a la otra. Las dos cosas están asociadas en mi memoria: ver y andar. Tanto influyeron esos pocos años que a mis 13, ya en San Fernando, zona norte de la provincia de Buenos Aires, comencé a llevar un fichero con la filmografía de los directores de cine que me parecían importantes; para completarla buscaba en diarios y revistas porque todavía no existía internet. Otro momento importante es la compra de la primera videocasetera, cerca del final de la secundaria.
Hasta escribir esa línea a la que te referís pasaron muchas cosas. Mencionar un par de ellas puede servir para tener una idea más clara sobre su origen. Una es la religión, que anda dando vueltas alrededor del final de esa frase, como una dimensión metafísica que en mi caso fue menos una forma de búsqueda que un punto de partida: nací y mis dos padres ya eran Testigos de Jehová. Desde el principio el cine estuvo asociado a la magia, el espiritismo, la fe, la resurrección de los muertos y un largo etcétera. Durante el transcurso de una película la ilusión puede ser tal que es capaz de convertirlo a uno, volverlo creyente. Una segunda cosa sobresaliente es la escritura. Fue, es y calculo que seguirá siendo la forma de búsqueda y expresión, por no decir respiración (anímica, vale decir espiritual) más importante en mi vida. En la escritura crítica se reunieron ese espectador por partida doble –de las películas y de Dios- y el productor -para usar un término cinematográfico significativo- de poemas que también soy.

—¿En qué momento decidís dedicarte a la crítica y por qué?
—Nunca lo decidí y sigo sin hacerlo. En tercer o cuarto año de la secundaria un compañero a quien nunca más volví a ver, Andrés Zarza, me dijo que yo tenía que ser crítico de cine; años más tarde volví a comprar un número de El Amante para ver qué habían escrito sobre una película que me gustaba y cómo no estuve de acuerdo con lo que leí me dije que alguna vez iba a escribir allí para defenderla; terminé haciéndolo aunque no hice nada para logarlo, salvo seguir mirando películas y escribiendo poesía y, bastante más tarde, escribir un par de cartas que fueron publicadas en el correo de lectores. Desde entonces empecé a escribir cada vez más seguido porque el editor me alentaba a hacerlo, a veces sacándole tiempo al trabajo; más tarde empecé a dar clases y desde hace algo más de dos años dirijo www.hacerselacritica.com, una página web de crítica de cine que reúne a más de veinte críticos, ha contado con la colaboración de escritores y directores de cine, presentó su primer volumen en papel en marzo del año pasado con Fernando Martín Peña como anfitrión y Adrián Caetano y José Campusano como participantes, y presentará el segundo dentro de par de meses. Así que la escritura de textos relacionados con la crítica se ha ido dando, pero nunca decidí ser crítico de cine. Digamos que lo soy por defecto. En verdad, no soy crítico, soy disléxico. Lo “crítico”, para mí, es escribir, en general.

—Subjetiva de nadie tiene muchos elementos: memorias, crítica, poesía, ficción, etcétera. ¿Cómo nace este libro y cómo le fuiste descubriendo la forma?
—Nace, justamente, cuando me di cuenta de que nunca iba a ser un crítico tradicional porque la película me importaba menos que lo pasaba entre ella y yo y no tenía la intención de ocultarlo. Eso era notorio en los textos que no sólo había escrito sino que también fueron publicados en los medios en los que escribía por entonces, El Amante y Cineismo, a los que mucho agradezco la libertad que me dieron. Años después percibí que en esos textos había creado un personaje, un alter ego que ahora, una vez terminado el libro, parece ser un crítico de cine pero es alguien que usa la crítica de cine para otra cosa, sin dejar por ello de tener una mirada crítica, en tanto que analítica, del cine y las películas. Pensé que seleccionando y reuniendo los textos adecuados, además del valor ensayístico de cada uno podía construir un relato atractivo, y a eso le sumé los poemas, que ocupan un lugar inhabitual, más subterráneo que subalterno. Cuando conocí a Gonzalo Castro esa idea terminó de tomar forma y se concretó en este libro.

—En el libro se mencionan una cantidad impresionante de películas. Seguramente, muy poca gente ha tenido posibilidad de verlas todas. ¿En qué tipo de lector pensás para tu texto?
—En uno que le guste sentirse estimulado, supongo, pero la verdad es que no pensé en ninguno a la hora de hacerlo sino en lo que yo quería y necesitaba decir. Claro que sí lo hice cuando escribí los textos que fueron publicados en revistas de crítica de cine, y eso ha redundado en que sean sugerentes e inteligibles. Haber visto las películas de las que se habla no es indispensable para entender lo que se cuenta en él, aunque arroja más luz tanto sobre el personaje como sobre mí y la selección que hice. Pero también puede suceder que, si se desconocen algunas de las películas referidas, los apuntes biográficos irrumpan con otro fulgor, que la poesía no esté solamente en los poemas sino también en el pasaje de los fragmentos analíticos a los íntimos. Porque es un libro en el que el montaje de las partes es tan importante como la progresión del relato que atraviesa las cinco secciones: La hora de religión, Subjetiva de nadie, Crónica de la intermitencia, El sexo de la cosa y La comedia cósmica.

—¿Qué opinás sobre el cliché que dice que el crítico es un “creador frustrado”?
—¿Aquí, ahora, ya? Nada. Que un cliché está para ser ignorado o repetido.

—A tu entender, ¿cuáles son los elementos que contiene una buena crítica cinematográfica?
—No sabría decírtelo, y creo que no tampoco debería hacerlo si lo supiera, en parte porque hay otros que se han dedicado a eso más y mejor que yo, pero sobre todo porque no sé ni me gusta teorizar programáticamente. Además, si lo pudiera formular acabadamente tendría que obligarme a observar esa fórmula, y sólo de pensar en algo como me eso me inunda un desasosiego esterilizador tal que prefiero seguir cultivando esta ignorancia específica. Prefiero que la crítica se porte mal a que se porte bien y le sirva de lubricante a la industria cultural.

—En el libro se habla mucho de cine, pero también de literatura. ¿Qué espacio le das a la vida, a las experiencias que están por afuera de eso? Y por otra parte: el cine y la literatura, ¿ayudan a comprender de una mejor manera los hechos inexplicables de la existencia cotidiana?
—Mirá, en un tiempo, cuando la Psicosis, mi perra, andaba todo el día suelta dando vueltas alrededor mío, te hubiera dicho que le daba más bien poco espacio a la vida. Ahora que la tengo todo el santo día atada y, además, ya está bastante más vieja, diría que es una locura separar la literatura y el cine de la vida. Ni uno ni otro me explicaron lo inexplicable todavía, pero lo que sí pasó es que a mucho de lo que yo creía inexplicable terminé por encontrarle o inventarme alguna explicación, y eso me ayudó a domesticar a la perra, pero ahora me aburro bastante más que antes.

—En Subjetiva de nadie hay pocas referencias al cine argentino. ¿Qué relación tenés con nuestro cine nacional?
—Creo que tengo bastante buena relación con el cine argentino, o por lo menos una muy activa. Hay películas de Manuel Romero, Mario Soffici, Carlos Schlieper, Armando Bó, Hugo del Carril, Leonardo Favio, Pino Solanas, Adolfo Aristarain, Adrián Caetano, Ana Poliak, José Campusano que están entre las que más quiero. En Hacerse la crítica el cine argentino es un objeto central de nuestras reflexiones y discusiones, tanto es así que nuestro primer volumen en papel se llamó “Pampa bárbara” a fin de privilegiar los debates que contiene. En Subjetiva de nadie no hay referencias al cine argentino porque su carácter es predominantemente lírico, en el sentido más despiadado y menos sentimental que puede llegar a tener la lírica, y en mis textos sobre cine nacional la política es protagonista. La distancia dada por el hecho de que todas las películas a partir de las cuales escribo sean extranjeras permite situar al lector en un paisaje cuyas referencias no son inmediatas. Además, se corresponde con mi primera etapa de escritura sobre cine, que fue una de aprendizaje global, y con la de formación del personaje en un ambiente religioso que pretendía abstraerlo de lo específicamente político y nacional. Tampoco descarto la posibilidad de reunir y publicar mis textos sobre películas argentinas contemporáneas en otro libro.

—Tu libro puede ser leído como una teoría de la crítica o un modo de ejercerla. ¿Considerás que la crítica tiene injerencia en el arte y en la creación?
—Espero que sí, que tenga que ver con la creación, y que este libro sea una prueba de ello. Es la razón por la que escribí esto que puede leerse en una de las primeras páginas: “El espectador de cine es un creyente; el crítico, un ateo, pero uno militante que derriba los falsos ídolos que pululan a su alrededor en busca de un dios verdadero en el que depositar algo de la fe perdida irrecuperable. El crítico al que me refiero no es necesariamente un crítico profesional sino un espectador tan apasionado que ya no puede ser ingenuo. Este crítico busca en cada película escollos que lo desafíen antes que facilidades. Lo excita la dificultad de descifrar la demasiado evidente superficialidad de las convenciones, en las que divisa la ilusión de un sentido que excede al dado por la conciencia de los realizadores a condición de que se sustente en evidencias concretas. Las interpretaciones pueden ser refutadas, la visión del crítico no en tanto y en cuanto su escritura tenga poder de convicción. Eso es lo que hace del crítico un creador y ¿qué sentido tiene serlo si no se aspira a ello?”


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