jueves, julio 02, 2015

Del caminar sobre hielo

Por Gabriel Baigorria para Indie Hoy



Lotte Eisner ocupa uno de los lugares más importantes en la historia del cine alemán y mundial. Fue crítica y teórica, fundadora de la Cinemateca Francesa, coleccionista y recuperadora de filmes. En palabras del mismísimo Herzog, es a través de ella que se le concedió legitimidad al cine alemán y a su generación de directores.

Pero en el caso de Del caminar sobre hielo (Entropía, 2015), poco importan estos datos. Porque aquí, Lotte Eisner es una excusa. O más bien, su posible muerte.

Al enterarse de que está muy enferma y probablemente muera, Werner Herzog toma una decisión desesperada: viajar inmediatamente de Munich a París para verla. Lo extraño (o no tanto, si revisamos un poco la locura con la que encaró algunos de sus proyectos, empresas disparatadas, rozando a veces la insanía) es que decide hacerlo a pie, con la firme convicción de que eso alargará la vida de su amiga, hasta que él llegue. Así que agarra un bolso, una campera, una brújula, se calza unas botas nuevas y transforma lo que podrían ser noventa minutos en avión en una travesía de 20 días a pie, 830 kilómetros en las peores condiciones, caminando bajo el invierno más crudo, asolado por tormentas de nieve, lluvias, barro y granizos.
Apenas comienza la aventura ya se dice a sí mismo “Solo si fuera una película creería que esto es real”. Avanza y se convence: “Tras estos pocos kilómetros a pie sé que no estoy cuerdo”. Le escapa a la poca gente con la que se cruza, campesinos sobre todo, “para no tener que mirarlas a la cara” por la vergüenza que le da su aspecto.

Solo puede adivinar los días de la semana, sin saber si su amiga ya murió, y por las noches fuerza la entrada de casas de vacaciones para dormir, embarrado y congelado hasta la médula.

La sed se vuelve insoportable. Las ampollas en los pies y los dolores en las pantorrillas, intolerables. La locura y los cuervos revoloteándolo como sombras, esperando que su mente y su cuerpo caigan rendidos, atravesados en el camino.

Praderas, bosques, miradores, cosechas, niebla, nieve, lluvias. Los paisajes van cambiando a cada paso. Y sus impresiones también. La importancia de las cosas parecen ir reduciéndose a planos detalle: ahora el verdadero valor se encuentra en la sal gruesa de los pretzels, en un remolino de papeles en el viento o en las primeras vacas que divisa cruzando la frontera con Francia.


Del caminar sobre hielo es un diario de viaje, el de un hombre con su animalidad a flor de piel, que parece accionar por impulso, que hace sin pensar mucho previamente, pero piensa mucho sobre lo que está haciendo. Un diario que sabe que la peor soledad es la que te obliga a estar con uno mismo. Un diario que plantea una incógnita: ¿Qué es lo que lleva a un hombre a internarse en la soledad más absoluta y en las peores condiciones, luego de enterarse que una amiga va a morir? Incógnita que, por suerte, no termina de responder.

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