miércoles, septiembre 09, 2015

Alberto Szpunberg, el hechicero del asombro

Christian Kupchik lee para Bazar Americano la poesía reunida de Alberto Szpunberg, Como sólo la muerte es pasajera




El palestino Edward Said transcribió la transcripción que de un monje sajón ya había hecho el alemán Erich Auerbach. “El hombre que siente que su patria es dulce, todavía es un tierno principiante; el que piensa que toda tierra es como la suya, ya es fuerte; pero perfecto es quien siente que todo el mundo es una tierra extraña.” Hugo de San Víctor escribió esto en el siglo XII, quizá bajo la fuerte impresión de que esa virtud es impracticable, muy posiblemente con el convencimiento ideal de que la perfección tendrá finalmente un lugar, o mejor dicho, un tiempo. 
Atravesar las páginas de Como sólo la muerte es pasajera (Entropía, 2013), volumen que reúne la poesía completa de Alberto Szpunberg (Buenos Aires, 1940) implica un viaje que se da en muy raras ocasiones y que confirma aquella perfección que el monje sajón anunciaba. 

El texto que sirve de prólogo –y que con justicia poética pero a la vez con sutil clarividencia el poeta titula Seré el que seré arranca con unos versos en yiddish que su padre cantaba marcando el ritmo con la mano. Su madre, en cambio, preparaba en la cocina del viejo conventillo una ensalada que incluía a Chopin, Angelito Vargas, el jazán Pinchik y el coro del Ejército Soviético. El mismo texto se cierra con un verso exiliado de cualquier poema y que sirve de mercurio para comprender el derrotero de Szpunberg: “Como quien nace, la última trinchera es uno mismo”.
La nota completa, acá.

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