Fernanda Nicolini lee La comemadre, de Roque Larraquy, y entrevista al autor para Llegás a Buenos Aires:
«Un aviso de 1907 publicado en la revista Caras y Caretas en el que un sanatorio de la provincia de Buenos Aires promete la cura del cáncer. Un documental sobre un amante de Liberace que se opera la cara para ser igual que él. Dos disparadores reales que dieron origen a La comemadre, una novela de dos cabezas como las que se cortan en la primera parte, y la que se duplica en la segunda, en la que Roque Larraquy construye personajes -médicos primero, artistas plásticos después- que se valen de la misma materia para conseguir el amor que se les niega: la manipulación del cuerpo, la crueldad sobre él como mercancía de cambio. ¿Un tratado teórico sobre ciencia positivista de principios de siglo XX espejado en el mundillo del arte conceptual del XXI? No, uno de esos libros en los que la acción manda, y hace reír a la vez que perturba, y hace pensar dónde estuvo todo este tiempo este chico Roque Larraquy que nunca antes lo había leído y ahora lo quiero seguir leyendo. Guionista y profesor universitario, nacido en Buenos Aires en 1975, Larraquy estuvo siete años haciendo y deshaciendo la novela hasta dar con el registro –y no hay dudas de que dio con él–, desde aquel día en el que se encontró con el aviso de Caras y Caretas: “El tono era explicativo, desafectado; no tenía el estruendo de otros anuncios igualmente chapuceros que había en la revista–recuerda-. Ese decoro en el engaño me llamó la atención, y le dio al relato un tiempo y lugar. Después apareció el documental frívolo sobre el amante de Liberace y eso quedó como material de la segunda parte”.
Obsesionados con la idea de descubrir qué hay más allá de la muerte, un equipo de médicos diseña un proyecto macabro con enfermos terminales para que, al momento de ser decapitados, sus cabezas hablen y digan qué es aquello que ven. Sí, suena a delirio, pero en La comemadre todo esto encuentra su lógica a través de lenguaje técnico y explicaciones que, si uno se descuida, suenan más que convincentes. “Muchas de las que hoy consideramos pseudociencias fueron ciencia en el siglo XIX, y perdieron ese estatus en las primeras décadas del siglo XX -explica Larraquy-. Me interesa ese periodo de transición en el que la lucha por definir qué es y qué no es científico se verifica en las estrategias de legitimación discursiva, en la invención de vocabulario específico”.
-¿Qué textos de la época te llamaron la atención a la hora de reconstruir este lenguaje?
-Hay un libro del Dr. Francisco de Veyga, Degeneración y degenerados: miseria, vicio y delito, basado en un seminario que todavía en 1938 continúa la herencia de Lombroso, pero ya en un tono derrotado y lleno de excusas, agónico. Hay otro caso, el de Gabriel Delanne, un promotor de la cientificidad en el espiritismo, que en 1900 escribió Investigaciones sobre la mediumnidad, un tratado sobre el diálogo entre vivos y muertos, muy bien escrito, que argumenta en contra de la existencia del inconsciente y le da pelea a otro discurso contemporáneo que a la larga terminaría ganando. Me gustan esas tensiones, producen textos muy potentes, como tomados por el enojo, sobre todo del lado de los perdedores. Y en la novela me interesaba trabajar los puntos de unión entre ciencia y arte, cierta propensión a la búsqueda a ciegas, o la idea de que ambos dependen en gran medida de la construcción de un discurso que los legitime como tales.
-¿Cómo se relacionan entre sí dentro de la lógica de la novela?
-Como si fueran uno. El artista de 2009 sólo puede realizar su obra tomando préstamos de la ciencia, como las cirugías plásticas o las extirpaciones; los médicos de 1907 producen con su experimento una evocación, involuntaria, de experiencias de la vanguardia europea, como el cadáver exquisito.
-Las mujeres no tienen entidad más que en las voces de los personajes. ¿Por qué?
-Quería armar un relato donde el amor funcionara como el motor de la acción, sin redimirla. El médico protagonista de 1907 se enamora de esta mujer de la cual no sabe casi nada, la quiere tener, y eso lo lleva a una competencia con sus colegas en la que vale todo; el artista de 2009 acumula amores frustrados de los que a la larga consigue adueñarse, haciéndolos parte de su obra, y es también una mujer, una desconocida, la que impulsa el racconto de su vida. Me interesaba plantear un escenario masculino, monosexual, que la imagen de la mujer pudiera poner en crisis.
-¿Por qué todos los personajes quedan, por decirlo de algún modo, del lado del mal?
-Porque los motiva el amor, creo, pero un amor imaginado, sin participación del otro, un amor hecho en la soledad y el encierro.»
lunes, abril 25, 2011
Fragmentos de un discurso amoroso
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