Juan Martini lee Placebo, de José María Brindisi, y escribe este texto para el blog de Eterna Cadencia:
«* Becerra es un hombre de 52 años. Está casado por segunda vez. Detesta a su mujer. Le va bien en los negocios. Tiene un Audi envidiable. Una amante a la que en el mejor de los casos desea de una manera intermitente. Secuelas fantasmáticas de eyaculación precoz. Becerra tiene calor. Es un verano aplastante y ha resuelto irse con su mujer unos días a una casa bien puesta que ella heredó en el Tigre. Casi no sabe por qué ha resuelto eso. Becerra tiene un amigo, un amigo de toda la vida, que se está muriendo. Entonces Becerra, desde el muelle de la casa en el Tigre mira el muelle destartalado que hay del otro lado del arroyo y mira, allá, a Sutton, un hombre que con pasos de box le pega a una bolsa. Y tiene miedo. De pronto Becerra tiene miedo.
* El calor es desmesurado, la lluvia es infinita, esperar que pase un día entero es algo insoportable. La realidad se ve como a través de una insolación. Las únicas drogas que toma Becerra son somníferos que le saca a su mujer. Se clava unos cuantos whiskys y algún Martini pero no es alcohólico: toma para no ser: entre el ser y la nada (parafraseando una oposición planteada en la novela) Becerra se queda con la nada.
* ¿Qué le pasa a Becerra? No tiene deseo. Es como si el deseo hubiese quedado atrapado para siempre en las primeras aventuras, en las primeras pasiones. En un viaje al sur y otro al DF, en las chicas de entonces, y en las chicas de Horacio, su amigo de toda la vida, como la chica del DF con la que formaban un trío inalterable menos a la hora del sexo. Hoy Becerra no desea. Ni siquiera a su amante. El sentimiento por ella es escénico. Becerra tiene una madre internada en un geriátrico que aparentemente conoce las flaquezas de su hijo mejor que las propias. Obvio: la culpa por su madre taladra a Becera.
* Escrita con un estilo tan exacto como un metrónomo, Placebo es la novela del amor por uno mismo, del amor no narcisista por uno mismo, la novela del amor perdido por uno mismo, la novela de la tristeza, la novela de la desolación y de la angustia. Eso es lo que le pasa a Becerra. Y Brindisi despliega un discurso implacable. Un tono que no deja resquicios. Pero sin embargo tan elástico como para no detenerse nunca. Un discurso que por supuesto no da respiro porque no hay respiración en estos días de Becerra. Nadie respira. Ni Horacio que se muere. Ni la mujer de Horacio que espera que Horacio se muera. Ni Cecilia, la mujer de Becerra, que espera (a pesar de todo) que Becerra se decida y se la coja, aunque sea por última vez. Nadie respira. El único que respira, enfrente, es Sutton, un hombre raro que vive en el Tigre y de quien Becerra quiere creer que tiene noches pobladas de mujeres, música y alcohol… Puro frenesí. Esas chicas que en el principio de la novela Becerra ve tomando el sol sobre el capó de un Lamborghini amarillo, inmaculadas, casi desnudas, casi jóvenes, casi putas, y con las que quisiera, aunque no lo desée, tener una aventura como las que él cree que esas chicas tienen con Sutton. Por eso, quizá, Becerra tiene miedo.
* Pero ¿qué le pasa a Becerra? Porque en esta novela en la que no pasa nada la tensión es material, la tensión es una materia inabordable, como la conciencia de Becerra. Lo único que progresa en esta novela es la enfermedad, la muerte inevitable de Horacio, su amigo, su amigo de toda la vida. Eso progresa.
* Es tanta la tristeza, tanta la nostalgia que el texto de Placebo convoca otros textos, resuena en otros textos. La novela cita los propios. Y el discurso a veces parece seguir algunas líneas de Homero Expósito: Primero hay que sabe sufrir, / después amar, después partir / y al fin andar sin pensamiento… / Perfume de naranjo en flor, / promesas vanas de un amor / que se escaparon con el viento. Pero Placebo no es un tango. Es un lied.
* La percepción de Becerra, en medio del sopor, es a veces una percepción de alta fidelidad y casi siempre una percepción desquiciada o delirante. La percepción de Becerra encuentra sus mejores momentos, o una posibilidad de decir algo cierto sobre el presente, cuando vuelve a las imágenes imborrables de la juventud: el caballo blanco, en la ruta, muerto… Pero no sólo eso. Becerra se inclina sobre el caballo, le acaricia el lomo, y entonces ve cómo le salen gusanos entre los dientes. Nunca olvidará ese caballo, Becerra.
* ¿Es verosímil todo esto que le pasa y no le pasa a Becerra? Es verosímil a pesar de que a veces no lo parezca. Es verosímil porque en las pesadillas o en la desesperación todo es verosímil.
* ¿Qué le pasa a Becerra? Becerra se está muriendo. Su amigo de toda la vida, Horacio, se está muriendo. Un amigo así es el otro, es el espejo, es el doble. Cuando se quiere así a un amigo se quiere también algo de uno en él. No se lo puede querer como a un hermano. Becerra intenta pensar que sí. Pero su amigo es el otro y es el doble que morirá con él. Es decir, cuando muera Becerra morirá su amigo de toda la vida.»
jueves, abril 07, 2011
Notas sobre una novela implacable
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