miércoles, diciembre 29, 2010

Para extender

Patricio Zunini fue convocado para participar de la presentación de Los modos de ganarse la vida, de Ignacio Molina, y escribió el siguiente texto para que fuese leído durante el evento:

«Cuatro puntos para extender Los modos de ganarse la vida y un epílogo:

1. En antropología existe un término que introdujo Arnold van Gennep: liminalidad. El estado liminal podría definirse como el estado ambiguo del ser entre estados del ser. Un ejemplo: un chico de 12 años de una tribu debe atravesar por un rito para convertirse en hombre. En ese pasaje (después del antes pero antes del después) está en estado liminal. Victor Turner ha dicho que el estado de liminalidad es un estado sagrado y peligroso, y que los ritos tienen el poder para restringirlo y canalizarlo, para proteger el orden social.

2. Los cinco disparos de Mark Chapman no sólo congelaron el tiempo de Lennon y el edificio Dakota. Chapman tenía un libro en el bolsillo (después de matar a Lennon se quedó ahí leyendo): El cazador oculto. Holden Caufield se preguntaba dónde van los patos en invierno. Chapman dijo que había ido a ver a Lennon porque él tenía la respuesta.

3. Pedro y Sofía se conocen, se enamoran, se conquistan. Mientras la historia de amor se desarrolla, un video interrumpe la trama para explicar con pedagogía cómo fluyen químicamente en el cuerpo la sensaciones que produce el amor. Cuatro directores filmaron a dos actores en El amor (primera parte): Leonora Balcarce y Luciano Cáceres tienen una escena de sexo en tiempo real magistral, se diría que se están amando en cámara. El video explica científicamente que el amor dura aproximadamente dos años. La frase final de la película es desoladora.

4. “Nene, levantate que tenés que ir a la escuela. / Hombre, levantate que tenés que ir al trabajo”. Hay un libro (que no leí) que tiene un título maravilloso: Si te gustó la escuela te encantará el trabajo. También está la película fracesa: El empleo del tiempo. En todos los casos el trabajo deshumanizante. La obligación de compartir el espacio con conocidos desconocidos, gente con la que probablemente no tomaríamos ni un café.

*

La convivencia, el amor, el trabajo, la paternidad. ¿Qué marca el ingreso definitivo en la adultez? Ignacio Molina se interesa por estos temas: Luciano, un chico de 27 o 28 años que vive con su novia, es tironeado entre la vida y las obligaciones. Y mientras su pareja perdió el idilio, su mejor amigo le cuenta que con su mujer -de la que Luciano siente una atracción- comenzaron un tratamiento de fecundación asistida.

Los modos de ganarse la vida de Ignacio Molina es una novela excelente con una escritura que se compone de imágenes aparentemente simples, pero que se vuelven complejas en el todo final. Está escrita con una voz que avanza a tientas al igual que el protagonista. Tiene un cierto aire de desprolijidad que le da una potencia que rompe el texto.

Si yo fuera usted y volviera a tener 27 o 28 años y trabajara en un empleo sin futuro y viera como mi pareja se desahace y sintiera que soy un Holden Caufield tardío y creyera que ya es tiempo de hacerme hombre, no tardaría en correr a comprarla y leerla antes de año nuevo, esta época donde se suele tomar las grandes decisiones que se traicionan en enero.»

lunes, diciembre 27, 2010

Áreas léxicas

Matías Fernández lee Precipitaciones aisladas, de Sebastián Martínez Daniell, y escribe para Hablando del asunto:

«Gracias al pedido de un amigo tuve que hacer un repaso de todos los libros que había leído a lo largo del año. Esas cosas no son fáciles. Todo lo que pasó de abril para atrás parece que fuera de otro año o década. Sin embargo después de sacar la maleza pude quedarme tranquilo diciéndole que el mejor libro que leí este año se llama Precipitaciones aisladas. Estos señalamientos suelen ser injustos, pero no este caso, por eso abrí el paraguas previamente. Se trata del mejor libro que leí. Recibí comentarios de otros tantos que parecen ser excelentes, pero el tiempo es finito, ya lo sabemos.

Precipitaciones aisladas es una novela breve (no llega a las 200 páginas) de Sebastián Martínez Daniell que sin embargo se estira como la masa de la pizza entre las manos. Napoleón Toole, el protagonista, escapa de una realidad que lo asfixia en la gran ciudad, la capital de Carasia, un país insular, ficcional e indeterminado, pero sin embargo inserto, mucho más que otros “países de novela”, en una tradición occidental. ¿Qué le pasa a Napoleón? Escapa de su mujer o más bien se toma un descanso, necesita pensar. Una familia del pueblo pesquero Limmermonk, donde llegó en tren, lo hospeda. Una madre con su hijita y un marido que, como buen pesquero, aparece de vez en cuando.

Apenas empecé a leer Precipitaciones... sentí que leía una novela decimonónica. Entendí que ese efecto está minuciosamente buscado, al repasar la contratapa. Pero eso no me decepcionó. Ese personaje, Napoleón, que no huye de otro más que de sí mismo, camina por un pueblo ferroviario que parece todo pintado con una estética steampunk delicada y literaria. Páginas más adelante, a medida que la primera impresión cede, se inmiscuyen otros colores que permiten no encasillar a la novela en la simple exposición de una escenografía.

Otro detalle que salta a la vista entre la minuciosidad y que se desprende del título es la fragmentación del libro. No me refiero a la fragmentación en el sentido (y como lugar común también) del montaje, de capítulos cortados que van y vienen narrando diferentes momentos de la vida del personaje. Estoy hablando del cultivo de diferentes áreas léxicas cuidadosamente delimitadas y al servicio de metáforas específicas. El océano, los trenes, las hormigas, cada compartimiento estanco delimita qué y cómo puede ser dicho: "Nos quedamos inmóviles un rato, esperando el cíclico diluvio, con todos mis sonares nocturnos estropeados por tanta fosforescencia. Hasta que le pregunto algo y eso basta para que ella inicie la toma del Palacio de Invierno. Su lengua coralina se despega de mi boca. Crece la tempestad intracorpórea, naufragan los bacilos entre las encías, en el oleaje de nuestra saliva. Se sublima lo sólido en lo aéreo."

Disfruté la lectura de Precipitaciones aisladas, pero también me gusta ver cómo Entropía persiste en el tiempo a pesar de ser un sello pequeño con una identidad tan marcada y homogénea, no tan solo desde el diseño de su colección, sino también en cada uno de sus autores, que a pesar de correr por caminos propios e individuales comparten un vínculo, un imaginario radio que los agrupa, en el centro.»

viernes, diciembre 24, 2010

Lo cotidiano, campo de batalla

Daniel Gigena lee Los modos de ganarse la vida, de Ignacio Molina, y escribe para ADN Cultura.

«Ignacio Molina (Bahía Blanca, 1976) publicó en 2006 el volumen de cuentos Los estantes vacíos, con el cual Los modos de ganarse la vida comparte estilo narrativo y cierto repertorio temático. También es autor de los poemas de Viajemos en subte a China y de un manual sobre "culturas juveniles" titulado Tribus urbanas. En su blog Unidad Funcional, aparecen reseñas sobre sus libros, misceláneas y una singular defensa del kirchnerismo.

Dos amigos y sus parejas, Luciano y Guillermo y Cecilia y Marina, transitan casi siempre por un mismo espacio: Primera Junta, Caballito, Flores, Ramos Mejía, Caseros, el Centro. Quioscos, puestos de diarios, demasiadas pizzerías, paradas de colectivos, cuadras con luminarias descangayadas, albergues transitorios, barrios detenidos en los años setenta (la política asoma solamente en una consigna de esa época: "Libertad a los presos de Trelew") construyen un escenario que sobresale por su falta de atributos. De casa al trabajo y del trabajo a casa, surgen no obstante en esta chata topografía rodeos, desvíos, contratiempos que van desde fumarse un porro con dos desconocidos en una plaza porteña hasta sofocar una crisis amorosa con rondas urbanas. Como átomos con conciencia (y una ética elástica), los personajes van tejiendo redes que, pese a sus fisuras, configuran tarde o temprano redes de supervivencia en las que apenas se perfila el esbozo de una respuesta, una rendición o una revuelta íntima (separarse, reconciliarse, emigrar, embarazar a la novia de un amigo), en una ciudad hostil para adultos y jóvenes, solitarios y emparejados, desocupados y trabajadores.

A los personajes de Los modos de ganarse la vida se les puede achacar carecer de una estrategia vital o tener planes contradictorios, anémicos, resignados. No puede decirse lo mismo de la estrategia literaria del autor. Dividida en tres partes, en las que se operan unos desplazamientos temporales y de foco narrativo (en la primera parte y en la tercera, el narrador es Luciano, y en la segunda la perspectiva narrativa recae en Guillermo), su novela va, según las palabras de Luciano, "clasificando temas y registros". El fútbol, las chicas y la comida, además de los ritos domésticos y laborales (que incluyen sendos viajes en tren y colectivo para los que nunca hay monedas suficientes), encabezan la lista de los primeros.

Entre los registros, hay interioridades más o menos impostadas ("Muchas veces, cuando estaba solo e iba escuchando música, hacía ese tipo de actuaciones: me metía en algún papel, siempre más dramático que cómico, hasta que, al menos durante una milésima de segundo, me lo terminaba creyendo"), estereotipias verbales y un nihilismo subyacente, que definen la idiosincrasia de los jóvenes protagonistas. Seres pasivos ante los acontecimientos, parecen atentos a una segunda línea narrativa que sólo aflora en forma ocasional para cuestionar un falso consenso (el de la lealtad entre los integrantes de una pareja, por ejemplo, o el de los códigos honorables atribuidos a la amistad, que en la novela se asfixian mutuamente).

Drama de la endogamia en el que circulan y se intercambian parejas, ropa, dinero, comida, semen, modos de hablar y de comportarse, la primera novela de Molina tiene un aire de familia con las producciones de otros narradores de su generación (Félix Bruzzone, Aquiles Cristiani, Romina Paula, Iosi Havilio) en su manera simuladamente distraída o anticlimática de representar la realidad cotidiana como un campo de batalla.»

miércoles, diciembre 22, 2010

Todas las despedidas que nos habitan

Agosto, de Romina Paula, es elegido por la revista Ñ como uno de los mejores libros de ficción de 2010 y Jorgelina Núñez le dedica esta nota:

«Lo primero que llama la atención en Agosto es que la voz única de esta novela no quiere seducirnos, ni contarnos, ni invitarnos a seguirla en su viaje exterior e interior, ni hacernos creer nada. No tiene estrategias, no elige las formas, es más, se desentiende olímpicamente de nosotros los lectores. Para ella, no existimos, no hemos existido nunca.

Cuando Emilia recibe la noticia de que la familia de Andrea, su amiga de toda la vida, ha resuelto, a los cinco años de su muerte, esparcir sus cenizas en algún lugar de las afueras de Esquel, está sola y lejos, en Buenos Aires. Vive con su hermano y a medias con su novio, está haciendo lo que quería, dentro de lo que puede, se siente más o menos contenta o no, no se siente contenta para nada. Cree que cuando una decide irse de su ciudad las cosas cuestan pero valen la pena, por lo menos se saca el gusto, o las dudas, no se queda añorando lo que podría haber sido. En fin, le gusta el barrio donde vive, su novio la quiere y está más o menos bien. O no, no sabe, le parece, pero no está segura. Entonces ya ha decidido que va a asistir a esa ceremonia, que viajar es lo más oportuno, tomar distancia, ver las cosas desde allá, desde el Sur y ver también lo que ha dejado, cómo ha sido durante estos años la vida en ese lugar, sin ella.

Todas estas cavilaciones se las está contando a su amiga muerta; ella la sigue acompañando, como lo ha hecho siempre. Nosotros hemos captado ese monólogo –o esa conversación de la que falta una parte– igual que si lo estuviéramos escuchando en el colectivo. Alguien, cerca, habla por teléfono e inesperadamente quedamos capturados en el relato: queremos seguir oyendo, qué va a hacer, cómo le va a ir a la que habla. Escuchamos expectantes, aguzando el oído para no perder detalle. Así, lo que empieza como una curiosidad auditiva distanciada, porque algunos no compartimos del todo los códigos de un discurso generacionalmente muy marcado, se nos hace de inmediato familiar y nos metemos de lleno en esa historia pequeña, de la que ya no deseamos salir.

La escritura de Romina Paula da vida a una intimidad indirecta, porque está contada para nadie o, mejor, para adentro, como esos diálogos con nosotros mismos en los que imaginamos lo que el otro nos diría y en los que no rige principio de contradicción ni censura alguna. Y es visceralmente creíble: está hecha de dudas, de penas, de euforias pasajeras y de chicanas para consigo misma y los demás. Con una sonrisa, pega fuerte y no perdona.

Los diálogos que se intercalan son pocos, pero casi siempre suenan perfectos. Intrigantes, hay un conjunto de escenas autónomas que hablan del mal. Refieren episodios truculentos de la vida real que la narradora cuenta como si dijera: todo esto pasa, incluso esta violencia condensada a la que pongo afuera para que no me envenene.

Pero lo que predomina es la melancolía que pesa como una mochila de la que no se decide a desprenderse. No se deriva de muerte de la amiga, aunque la ceremonia fúnebre merece algunas de las mejores páginas (“Me emocioné, no lo niego, sobre todo ahí en el puente, como había propuesto el tema del lanzamiento, de esparcirte en caída libre, y tenía la imagen de la china cayendo entre nubes, no pude evitar conmoverme, pero fue tanto que no lloré. Supongo que hubiese sido cursi llorar, redundante. Propongo la ceremonia y después me deshago en lágrimas, con tus padres ahí, no quedaba bien. (…) no nos movimos mientras duró el descenso, la evaporación, no sé cómo llamarlo, aquello, nos quedamos un ratito más así, el viento era terrible, filoso, pegaba en la nuca, pero yo llevaba capucha. Hasta que tu hermana dijo que nos fuéramos, que se estaba cagando de frío…”).

La melancolía proviene de otro lugar, de las pequeñas muertes cotidianas que la protagonista registra y en las que nos reconocemos, lo que ha quedado en otro tiempo y otro lugar y ya no está: la vida en familia, los amigos de la adolescencia, un amor que hizo su vida sin nosotros. Porque habla con la voz de toda una generación sin asumir su representación, porque atrapa como un policial, porque sin buscarlo nos interpela y nos somete a su temblor y porque abre las puertas a un modo distinto de narrar, hay que leer Agosto

lunes, diciembre 20, 2010

Para quedarse un rato más

Paula Tomassoni lee Precipitaciones aisladas, de Sebastián Martínez Daniell, y escribe para Bazar americano cosas como éstas:

«De todos los diálogos posibles entre un lector y una novela, el más incómodo es aquél en el que se pretende dar, justamente, comodidad: el narrador que explica, que allana, que programa ordenar la sintaxis con sintaxis. En la otra punta estaría el escritor que deja esa incomodidad al lector. Y ese (éste) diálogo es el mejor de los posibles: un libro que convoca desde la inteligencia, la sensibilidad, la experiencia. No es sorprendente que su autor, Sebastián Martínez Daniell, tenga esas consideraciones hacia el lector. Él es un lector, o, para pensar antropológicamente, él quiere que se sepa (se crea) que es un lector.»

«Plantar un árbol, escribir un libro, tener un hijo. Evolucionemos: nada de esto hace hoy a un hombre. Para serlo, hay que crear un mundo. Un mundo total, con su geografía, su clima, su sistema económico. Con las crisis psicológicas recurrentes en sus habitantes, su fauna alterada por la mano humana, sus costumbres alimenticias. Macondo, Santa María, Comala. Ciudades legendarias construidas con palabras, que parecen escondidas en algún punto interior del territorio conocido. Carasia (el país en Precipitaciones aisladas) es el exterior, lo otro, aquello. Una isla cuyo mar determina la existencia de sus habitantes (...) En Carasia hay una Historia (que Vera está escribiendo en un Manual escolar), con una Guerra de Secesión, que enfrentó al Norte y al Sur por la redistribución de los tributos federales. En Carasia hay música y un idioma. En Carasia hay una fauna, un gentilicio, un periódico. Y un estado climático que a veces llega a ser casi un personaje, y recurrentemente está explicado con tecnicismos y minuciosidad.»

«Es a través de esos intersticios y de los análisis y conclusiones del narrador desde donde se compone su punto de vista, que no es, en este caso, simplemente una figura retórica. El punto de vista Toole es un modo de leer el mundo, de interpretarlo para vivirlo. Es un abrir constante de puertas que, riéndose de las líneas de tiempo y espacio, conectan todos los potenciales. Carasia no es un mundo inventado, sino un mundo literario, es decir, que abre a quienes lo leen la visión de otros mundos tampoco fotografiables. Y eso gracias a un autor generoso que confía en sus lectores. Precipitaciones aisladas es uno de esos libros a los que se entra para quedarse un rato más. Quedamos a la espera, entonces, de las nuevas creaciones de Martínez Daniell.»

La reseña completa, acá.

jueves, diciembre 16, 2010

lunes, diciembre 13, 2010

Los modos de presentar una novela

























Y ahora, aquí arriba dice:

Editorial Entropía invita a la presentación de Los modos de ganarse la vida, de Ignacio Molina.
Hablan: Elsa Drucaroff, Patricio Zunini y el autor.
Miércoles 15/12, 19 hs.
Librería Eterna Cadencia, Honduras 5574.

martes, diciembre 07, 2010

La comemadre, en sociedad

























Aquí arriba dice exactamente:

Editorial Entropía invita a la presentación de La comemadre, de Roque Larraquy.
Hablan: Max Gurian, Diego Peller y el autor.
Viernes 10/12, 19:00 hs.
Librería Prometeo, Honduras 4912.

jueves, diciembre 02, 2010

Una búsqueda hacia el no lugar

Emi Rodríguez lee ¿Vos me querés a mí? y Agosto, de Romina Paula, y escribe para la Asociación Amigos del Kraken cosas como éstas:

«¿Vos me querés a mi? me posicionó –como lector- en un lugar diferente en relación al recorrido que venía transitando en la literatura argentina contemporánea. Fue una lectura explosiva, en voz alta, de mil sentadas; se produjo un encuentro entre lo femenino (expresado en una puesta en escena cercana a lo teatral, cargada su escritura de una oralidad punzante, viva) y mi subjetividad (una subjetividad que debe entenderse como un depósito cargado/atravesado de discursos femeninos, virginales, juveniles y sexuales). El éxito, por supuesto, fue producto del proceso de identificación. Su escritura me planteó la posibilidad de estar en frente a una política (ética) de lo femenino, una política que, lejos de confirmar la esencia enigmática de la mujer, se propuso deslindar, depurar y revelar aquella esencia. La novela se construye en base a un lenguaje que se apropia de los registros informales, es –como leí en una reseña crítica- la maga de la oralidad.»

«Agosto se podría definir como una gran carta confesionaria (y, paradójicamente, un gran monólogo interno), escrita en una introspectiva primera persona (Emilia), cuyo destinatario es su amiga ya difunta de hace 5 años (Andrea). Logrando una exquisita profundidad afectiva, Agosto despliega un lenguaje polifónico (Bajtín) que nos hace rememorar a ciertos pasajes de las novelas de Puig. Agosto se cuenta desde la perspectiva/voz de Emilia. Por otro lado, Romina Paula, antes que escritora, fue y es persona de teatro; una dramaturga con gran crédito editorial, que supo y sabe apropiarse de los registros orales y traspolarlos a sus diálogos ficcionales. No podemos pasar por alto este dato, porque si nos peguntáramos por las influencias que atraviesan su escritura, considerar a Puig y al tratamiento formal del lenguaje teatral no sería descabellado.»

El texto completo, acá.