martes, mayo 27, 2014

Alberto Szpunberg. Como sólo la muerte es pasajera

En el número 12 de la Revista Kundra, Manuel Quaranta reseña Como sólo la muerte es pasajera, de Alberto Szpunberg

Una palabra, poco más, pero qué menos que una palabra
como una hoja abandonada en el aire por sus manos
que abre el silencio en ese punto, ese giro
por donde siempre asoma la muerte, poco menos
que una palabra que no dice nada, “muerte”, precisamente nada,
absurda e inexistente como el silencio
que pretende olvidar sus labios –alucinados– que la pronuncian.


Reseñar Como sólo la muerte es pasajera –poesía reunida– de Alberto Szpunberg resulta un ejercicio imposible. ¿Qué criterio utilizar para abrir el juego? Podría, por ejemplo, seleccionar el libro inédito que le da título al volumen completo. Pero ¿consigo con esto captar un mínimo de su producción? ¿Cuál de los quince libros –entre inéditos y editados– representa mejor al conjunto? ¿Qué hacer?
El criterio elegido para esta reseña es tan arbitrario como cualquiera: podría haber pensando en el mar, la ausencia, la memoria, los pájaros, la inocencia o la lluvia, sin embargo una de las palabras que más se repite en cada uno de los libros es muerte, y es ella –sólo ella, en este caso– la que me permite reflexionar acerca de la poesía reunida de Alberto Szpunberg, publicada por editorial Entropía.
Morimos de amor, de hambre, de sed, mueren los pobres, los ricos, los desaparecidos. Muerte Muerte Muerte Muerte Muerte: ¿A qué responde esta insistencia? ¿Derrotarla, conjurarla, vaciarla, morirla? ¿Por qué nombrarla? El nombre no nombra, sólo llama. ¿Convocarla? La muerte, nunca tanta chance de aventura, ¿festejarla?, También ¿te acuerdas? está la muerte, ¿recordarla?, La palabra calla lo que dice, ¿despreciarla?

Demasiadas muertes, piensa él, demasiadas. Un mar de muertos o un mar lleno de muertos, o lágrimas que lloran a los muertos, aunque, firme, “un poema, por favor, corto de agua y ausente de llanto”, rebelde, soberano, como quien dice: “de acuerdo –dijo–: esta es la vida, esta es la muerte”, saliendo a pelear un combate perdido, Despertamos de un sueño en otro sueño/ ¿qué pasó?, nos restregamos los ojos, ¿qué pasó?, y con cierto horror no exento de tristeza nos enfrentamos al día más terrible de los días, un 24 de marzo de 1976, oscuro, como “oscura es la palabra”.
En realidad, estoy triste: en realidad, no estoy triste. Escribo para morir, en realidad, escribo para vivir. Pare revivir a mis demasiados muertos, a los hermanos muertos en la imposible ausencia. Una mano, un hermano, la mano que mata, La posibilidad de matar ya nos hace asesinos,/ y hay preguntas de siempre que siguen sin respuesta:/ ¿por qué el manotazo que mata al mosquito?/ ¿Por qué la osadía de rematar hasta la misma muerte?

La mano, la muerte, ¿la muerte del hermano?, ¿de qué hermano? El primer libro publicado por Szpunberg se titula Poemas de la mano mayor (1962), y yo leo poemas del hermano mayor, presencia constante en ese libro, el hermano, la mano, desde el epígrafe de los hermanos Expósito; ¿qué significa la mano? Acariciar, escribir: Mientras tus manos,/ pacientemente,/ me abrigan de la muerte. ¿La muerte?

La poesía reunida de Alberto Szpunberg está plagada de obsesiones, la muerte, sin duda es una, pero, más allá, o más acá de la muerte, la poesía, la preocupación poética recorre, ubicua, desesperada, toda su obra: Porque en algún recuerdo ya lo hemos visto/ es pasajera la muerte, no el desamparo,/ pero hay una palabra,/ una sola/ que se vuelve poema.
Afirma Szpunberg, en el prólogo, Volver es imposible, y tiene razón, la vuelta siempre es engañosa, el origen, mítico, está perdido, pero sobre todo, el poeta es incapaz de volver porque no tiene ni un sombrero para decir adiós.

lunes, mayo 26, 2014

Literatura blanca


En el diario El litoral, de Santa Fe, Pablo Giordano reseña "Modo Linterna", de Sergio Chejfec.

Toda reseña es una mirada particular que se esfuerza por ser objetiva sin condicionar la experiencia que se quiere transferir a quien lee. En este caso no sabría qué hacer y no hay otra manera de empezar que no sea admitiendo que junto a Mario Bellatin y César Aira, Sergio Chejfec es uno de los escritores más difíciles de abordar. Son como electrones, los cuales no pueden medirse completamente: podemos conocer su ubicación dentro del orbital, pero no a qué velocidad se mueve, u optar por conocer la velocidad pero sacrificando detectar su posición. Estos tres autores parecen experimentar en laboratorios donde lo único importante es no aburrirse, ni aburrir, y de allí surgen géneros o libros como éste, el cual obliga a una lectura de aliento laxo para la narrativa que avanza con pasos de ensayo literario. El autor, quien aseguró que podría dejar de escribir en cualquier momento sin más, nació en 1956, en Buenos Aires y se radicó en Nueva York hace 24 años. El año pasado apostó para Modo linterna por el pequeño sello argentino Entropía, editorial acorde a su obra -según él mismo- la cual crece en voz baja. Estas nueve historias, siete de las cuales habían sido publicadas en diversas antologías, y dos que se editan por primera vez, convierten la materia y la experiencia personal en representaciones abstractas y souvenires -respectivamente-, valiéndose de la crónica testimonial, el ensayo, la ficción, el diario filosófico; técnicas conocidas aunque aquí de a momentos irreconocibles.

El viaje parece lento pero es una ilusión de la ruta, el horizonte se difumina. Modo linterna es tan cercano a la fotografía que hasta en algunas páginas le hizo falta a Chejfec incrustar reproducciones. Pero... ¿qué podemos encontrar en él? ¿Son cuentos, hay historias? Sí, y además exóticas, de donde surgen conceptos en apariencia complejos por tan culturizados pero simples por definición. En el primer cuento, por ejemplo, la invisibilidad es tratada como algo natural (y lo es, a pesar de que la ficción nos haya convencido de lo contrario).

El bello relato de un paseo por la ciudad nevada y silenciosa, casi un tratado sobre el invierno en New Jersey, parece ofrecer una literatura leve y/o minimalista pero se acerca más a lo exhaustivo y detallista del significado. Amasa la alegoría, Chejfec, algo prepara y quizá no haga falta saber qué.
En uno de los relatos, un acompañante al encuentro de su enfermo puede constituir una micronovela, y en otro, un oso de peluche llamado Colita debe aparecer en las fotos de viaje de un ensayista (acompañado de un narrador, un músico y un teólogo) que terminarán buscando la tumba de Saer (uno de los varios guiños alegóricos que pueden encontrarse). Por allí aparece también Vila-Matas, que quiere conocer al árbitro Elizondo, el cual confiesa que quiere escribir unos poemas y una novela. Por un lado están los hechos, por el otro lo reflexivo, como explicó Chejfec en más de una oportunidad.

Hay tanta ficción circulando, que sólo una interrelación con otros géneros vinculados a lo real pueden nutrirla y volverla vívida. Ésa parece ser la receta que cocinó este libro. La documentación fue materia prima pero también el valor agregado y la obra en sí. ¿Una santísima trinidad para un nuevo género? El anecdotario puede ser autobiográfico para generar atributos inversos: así como el personaje o narrador puede ser el autor, la experiencia ficcionalizada y por tanto simbolizante muta al autor y al lector en personaje para proponerle atravesar ciertas experiencias, eso sí, con la levedad y el silencio de la nieve que cae. Dicen que los libros deben cambiar al lector, pero en ningún tratado se dictamina que éste deba percibirlo.

viernes, mayo 23, 2014

Un diálogo sobre las formas de concebir la escritura

Juan Rapacioli escribe para Telam una crónica del segundo encuentro del ciclo Preguntas por el cómo, que se desarrolló el pasado miércoles 21 de mayo en la librería Gandhi de Palermo.


Las diversas formas de encarar un relato, de pensar un narrador, de concebir la escritura, así como la intimidad del proceso creativo fueron los temas abordados anoche en la Librería Gandhi por los escritores Fernanda García Lao, Ignacio Molina y Mariana Dimópulos.

En el marco del ciclo "Preguntas por el cómo", organizado por los diez años de la Editorial Entropía, los escritores hablaron sobre sus respectivas maneras de asumir la escritura, sus puntos de vista sobre los tipos de narrador, y las diferentes formas de pensar una estructura narrativa.

Molina (Bahía Blanca, 1976) es autor de las novelas "Los modos de ganarse la vida" y "Los puentes magnéticos"; los libros de relatos "Los estantes vacíos" y "En los márgenes", y los libros de poemas "Viajemos en subte a China" y "El idioma que usan todos".

El escritor admitió que "la verdad es que no soy muy prolífico, no escribo todos los días; me gustaría, a veces lo intento, pero siempre termino escribiendo cuando me sale. Hasta hace poco tenía un trabajo de nueve horas por día y pensaba que cuando no trabajara más iba a tener mucho tiempo para escribir. No es así, no tiene que ver con el tiempo libre".

"En realidad -sostuvo-, es en esos momentos, cuando no tengo tiempo, que me dan ganas de escribir. Los escritores grosos tienen sus decálogos y consejos sobre la escritura, yo no soy uno de ellos, pero igual lo tengo: creo que la premisa más importante es que cuando uno se pone a escribir tiene que olvidarse un poco de la palabra literatura, que es muy grande".

"Al menos -continuó- eso me pasa a mí, si me pongo a escribir de manera muy solemne, no me sale nada; en cambio, si de pronto estoy frente a la computadora, no pensando en hacer gran literatura, ahí sale algo que luego se asocia a otras cosas; de alguna manera mis libros salen así: no tengo una idea previa, sino escenas sueltas".

Molina apuntó que esas escenas, "en algún momento se entrelazan y así empiezan a conformar una historia. No es que empiezo una historia conformada por esa escenas, sino que son diferentes escenas que a la larga van a conformar una historia".

El autor mencionó, además, que "es muy importante el tema del narrador, encontrar la persona, la voz del relato. Una vez que llego a esa voz, ese tono, empieza a surgir todo lo demás. Voy relacionando las partes sueltas y ahí sí escribo todos los días".

García Lao (Mendoza, 1966) es autora de las novelas "Muerta de hambre", "La perfecta otra cosa", "La piel dura" y "Vagabundas", y del libro de cuentos "Cómo usar un cuchillo". Vivió en España desde 1976 hasta 1993. Escribió, además, varias piezas teatrales con las que viajó por Latinoamérica.

"Estuve pensando en cómo surgen los relatos, cómo aparecen, y cómo eso se modifica con el paso del tiempo -mencionó la escritora-; cuando empecé a escribir me sentaba y me dejaba llevar por el automático surrealista: no saber para dónde voy, no planificar nada, y dejar que los dedos sean los que dirigen a la cabeza".

"Pero después de mucho tiempo de escribir así -explicó- empezaron a aparecer otras fuentes, un deseo de encontrar algo en mi cabeza que no sabía que existía, para poder generar otras cosas a partir de experiencias vividas o noticias insólitas o del territorio más oscuro que viene de la poesía, que siempre está".

En "Cómo usar un cuchillo", apunta la autora, "hay un par de cuentos que tienen que ver con noticias y de cómo a partir de la noticia uno se adueña de ese universo realista y lo lleva a un lugar al borde de lo inverosímil: la noticia se refería a una mujer que fue al dentista porque el día anterior había comido pulpo crudo y algo le molestaba en la boca".

"Entonces -continuó-, el doctor la examina, y le dice que encontró espermatóforos de pulpo. O sea que el pulpo había eyaculado en la boca de la mujer o no había quedado limpio. Me pareció genial pensar que la mujer quedara embarazada de un pulpo después de cenar".

"Claro -explicó- tenía que seguir la lógica humana y aquellos espermatóforos debían ir al lugar indicado, así fue como inventé un personaje y pude situar el tema de la voz y el punto de vista. Además, me puse a estudiar el sistema reproductivo de los pulpos, como para tener la base científica para después irse al carajo".

Dimópulos (Buenos Aires, 1973), es licenciada en Letras por la Universidad de Buenos Aires y traductora del alemán y el inglés. Vivió en Alemania entre 1999 y 2005. Publicó las novelas "Anís", "Cada despedida" y "Pendiente".

"A diferencia de mis dos colegas, yo sí soy metódica -afirmó la escritora-, sí sé a dónde voy cuando escribo, lo logre o no, y, de hecho, una de las cosas que me pasan y que a veces es una trampa mortal, es que sé perfectamente cómo tiene que terminar lo que pienso escribir".

La autora sostuvo que le interesa "la idea de hacer verosímil lo imposible, es un desafío en la hora de escribir, esa es la maravilla de la ficción, algo que no es real y sólo puede ser verosímil".

"Trato de ser metódica -reafirmó-, pero no vivo de lo que escribo, por lo cual tengo poco tiempo; me dedico a la traducción, eso me lleva muchas horas por día y significa que escribo cuando puedo, pero siempre tengo un libro dando vueltas en la cabeza que me tortura, me sigue, me pone bien y mal".

La escritora aseveró: "de ninguna manera me siento a escribir con la idea de ver a dónde me lleva el libro. Eso no quiere decir que sepa cómo llego a ese final, por eso tengo que reescribir mucho, abandonar y empezar de nuevo un libro terminado que no funciona".

"Lo que me pasa -explicó- es que tengo un problema y, para solucionarlo, debo convertirlo en relato. Es un problema de orden teórico que sólo se puede resolver a partir de una narración".

martes, mayo 20, 2014

Preguntas por el cómo: segundo encuentro. Mariana Dimópulos, Fernanda García Lao e Ignacio Molina

Mañana, en la librería Gandhi de Palermo, se desarrollará el segundo encuentro de "Preguntas por el cómo", el ciclo con el que Entropía festeja sus diez años.

En este encuentro, Mariana Dimópulos, Fernanda García Lao e Ignacio Molina compartirán con el público la intimidad de sus procesos de escritura y sus aproximaciones a la producción literaria.

Miércoles 21 de mayo, 19 hs. Librería Gandhi. Malabia 1784. Palermo. CABA.
Los esperamos!


viernes, mayo 16, 2014

La unión hizo la fuerza en la Feria del Libro

Violeta Gorodischer escribe sobre Los siete logos en la revista ADN del Diario La Nación

Se multiplicaron en Buenos Aires durante los últimos diez años y, siguiendo el ejemplo de Los Siete Logos, que desde 2013 agrupa en un mismo stand a Beatriz Viterbo, Adriana Hidalgo, Caja Negra, Entropía, Eterna Cadencia, Katz y Mardulce, en esta edición debutaron Los Sólidos Platónicos.

Agruparse para ganar fuerza: ésa es la premisa que, en la última Feria del Libro , reunió a varias de las editoriales medianas y pequeñas que se han multiplicado en Buenos Aires. Tal vez el ejemplo más elocuente sea el de Los Siete Logos, stand revelación 2013, que este año apostó a repetir la experiencia. Lo conforman Caja Negra, Eterna Cadencia, Adriana Hidalgo, Beatriz Viterbo, Katz, Mardulce y Entropía. Un popurrí con algunas de las propuestas más innovadoras en lo que hace al terreno literario local. Caja Negra, por ejemplo, nació en 2006 con la publicación de El arte y la muerte, de Antonin Artaud; Nietszche, filósofo dionisíaco, de Ezequiel Martínez Estrada, y Acéphale, libro que compilaba los cinco números de una revista dirigida por Georges Bataille. El crecimiento más importante, sin embargo, se dio en los últimos dos años. Tanto, que hace sólo semanas se hicieron acreedores del premio "Editores del año", elegido por el jurado más incuestionable en termómetros de lectura: los libreros. Palabra desorden, de Arnaldo Antunes; Black Music, de LeRoi Jones, y El contexto de un jardín, de Alexander Kluge, son los últimos títulos editados. "Logramos establecer una frecuencia de novedades y reediciones mensuales más constante que la de los primeros años. Fuimos afianzando y expandiendo ese círculo de lectores: al multiplicar nuestro catálogo, la propuesta editorial de Caja Negra va sumando una mayor cantidad de temas y de registros, va expandiendo su alcance", explica Ezequiel Fanego, uno de sus creadores. En cuanto a la decisión de asociarse con otros colegas, Fanego asegura que tiene que ver con las instancias de diálogo y solidaridad, "muy comunes entre cierto tipo de editoriales". Así, en ese contexto de intercambio, surgió la idea de participar juntos "como un modo de absorber entre todos los costos y al mismo tiempo conformar una propuesta lo más rica y alternativa posible". Algo parecido sostiene Leonora Djament, al frente de Eterna Cadencia, una editorial que, desde su nacimiento en 2008, apuntó a un crecimiento lento y sostenido a partir de la publicación de literatura, poesía y ensayos. El mes pasado sacaron al mercado La descomposición, de Hernán Ronsino, y Sobre Kafka, de Walter Benjamin. "Es más fácil, divertido y rentable agruparnos con otras editoriales -asegura Djament-. La Feria del Libro es un espacio muy grande y costoso, y la mejor alternativa fue elaborar una estrategia asociativa donde potenciamos nuestros catálogos." Damián Tabarovsky, de Mardulce, afirma: "Publicamos libros arriesgados, y a la vez, lo hacemos de una manera profesional: los libros están bien editados, bien distribuidos, con buena prensa. Exportamos a América Latina y España". ¿Sus últimos títulos? Inclúyanme afuera, de María Sonia Cristoff, y Letras hilvanadas. ¿Cómo se visten los personajes de la literatura argentina?, de Victoria Lescano.

Planes para el futuro

Tanto éxito tuvieron Los Siete Logos, que ya han compartido varias ferias en el interior del país durante 2013, fueron juntos a la Feria del Libro de Chile y tienen planes para Guadalajara. Pioneros de la movida, los mentores de Entropía, que acaba de cumplir su primera década, miran el pasado con fuerza reivindicatoria: "Nacimos en 2004, cuando aún eran muy notables las secuelas de la mayor crisis socioeconómica de la historia argentina. Un contexto complejo, que presentó dos características que alentaron la formación de nuevas editoriales. Por un lado, una fuerte restricción del mercado importador de libros como consecuencia de la devaluación del peso. Por otra parte, el clima social había derivado en una gran efervescencia en la producción textual -recuerda Sebastián Martínez Daniell-. En estos años surgieron Interzona, Eterna Cadencia, Bajo la Luna, Mansalva, Tamarisco, Adriana Hidalgo, Beatriz Viterbo, Caja Negra, Entropía y algunas más. Editoriales que venían a reflejar esa enorme producción literaria que estaba siendo ignorada o desperdiciada."

Diez años más tarde e inspiradas en varios de estos antecesores, jóvenes apuestas editoriales se unieron bajo el nombre Los Sólidos Platónicos para debutar en la Feria 2014: Fiordo, Aquilina, Letranómada, Libraria, Criatura Editora, Gourmet Musical y Wolkowicz. "El ejemplo de Los Siete Logos nos pareció inteligente e interesante, así que convocamos a algunas editoriales más con las que sentimos afinidades y también complementariedad, y nos tiramos a la pileta", cuenta Julia Ariza, de Fiordo, que editó su primer título en 2012 (El diván victoriano, de Marghanita Laski). Lo interesante es que esta acción trasciende el marco de la Feria: por un lado, ya encaran ventas al exterior en forma conjunta, por el otro, varios de los integrantes del colectivo se agruparon para promocionar sus catálogos en las librerías a lo largo del año. "Y es probable que aprovechemos esta nueva red para pensar nuevas actividades que nos permitan llegar a más librerías, ferias y lectores", agrega Julia.

En el efervescente campo de la literatura infantil, por otra parte, la idea se replica. Bajo el nombre de Tejemos Historias, varias editoriales especializadas en este género (Ojoreja, de Lúdico, Gerbera y La Bohemia) apostaron al objetivo de ganar fuerza y visibilidad en el mismo movimiento. "En una primera instancia, esto ha tenido que ver con la presencia en la Feria del Libro, pero al poco de andar descubrimos que cada quien podía compartir su experiencia y sumar no sólo en el particular de los demás sino también en el colectivo. Así apareció la necesidad de buscar un nombre y empezar a desarrollar una identidad común", plantea Valeria Sorín, editora, junto con Laura Demidovich, de La Bohemia, un proyecto de donde han salido títulos como Una siesta antes de comer, de Sandra Comino y Yael Frankel, Alacrana para armar, de Graciela Bialet e Istvansch, y El Jorobadito, de Roberto Arlt, ilustrado por Luis Scafati.

Ricardo Romero, de Aquilina (parte de Los Sólidos Platónicos), repasa el parate de dos años que tuvo su editorial, nacida en 2008, ("problemas de distribución", aduce) y se alegra de haber podido resurgir en el último año. "Las editoriales chicas tenemos las mismas ventajas (capacidad de riesgo y apuestas personales, ausencia de burocracia que encarece la producción de cada libro), pero también los mismos problemas: distribución, proyección, llegada a los lectores -sostiene-. Estar en la Feria es un salto hacia adelante en todos estos aspectos, y el hecho de reunirnos teniendo catálogos tan distintos nos permite que los lectores se crucen." La ventaja, coinciden todos, es que entre ellos no compiten. Más bien, se complementan..

martes, mayo 06, 2014

"Todo poema es de amor"

A raíz de la publicación de Como sólo la muerte es pasajera, Juan Fernando García entrevista a Alberto Szpunberg para el suplemento Cultura del diario Perfil.


Protagonista medular de la generación del 60, se publica la poesía reunida de Alberto Szpunberg, un escritor reconocido tanto por su compromiso político como por haber forjado una obra distanciada del modelo cristalizado por sus contemporáneos. 

Toda poesía habla de la memoria. Todo poema es una balsa tallada en esa madera hecha de tiempo y experiencia. Y hay quien puede navegar por aguas cenagosas, nadar en aguas cristalinas, o hundirse en arenas movedizas. La memoria –personal y colectiva– es parte esencial de la obra del poeta  Alberto Szpunberg (Buenos Aires, 1940).

Como hijo dilecto de la generación del 60, esa memoria es eminentemente política. Pero a diferencia de muchos de sus compañeros de ruta y militancia (entre otros, su querido Juan Gelman, fallecido en enero de este año), sus versos cincelan el gesto amoroso. Y es por eso que su poesía es tan extraña, o distanciada del modelo cristalizado por muchos de sus contemporáneos.

La reciente aparición de su obra reunida, bajo el título endecasílabo Como sólo la muerte es pasajera, promueve este diálogo. Como telón de fondo, el cielo gris, los brillos de un mediodía de lluvia persistente, en el barrio de San Telmo. De los ecos familiares, de la política, de la poesía en forma de grueso volumen, versó una conversación con la calidez que emana de su tono, de su risa carraspeada por el cigarrillo, la misma calidez que irradian sus poemas, de una belleza inusual. Son 50 años de producción sostenida, que a esta edición de libros éditos pudo adisionarle cinco piezas inéditas con las que abre el volumen, y actualiza la lectura.

Alberto Szpunberg es uno de los más grandes poetas argentinos, porteño medular que se fue al exilio en 1977, se afincó en Barcelona, empezó a volver en 1984, y decidió quedarse definitivamente en diciembre de 2001, “en medio del quilombo”, cuando creyó que aquel “argentinazo” cambiaría todo. También, las razones domésticas: “Mis hijas se hicieron grandes; y yo me volví prescindible”, afirma, riéndose.

Ante la pregunta, o simplemente la insinuación de catalogarlo como “poeta político”, sonríe y afirma: “Yo no soy un poeta político, soy un ser humano, y todo humano es un sujeto político.” Cree firmemente que ese rótulo empequeñece la poesía. Y cita a Aristóteles en griego, donde resuena la voz de aquel docente universitario que aún pervive en él, y traduce: “El hombre es de naturaleza política”, por eso insiste: “¿Cómo no va a aparecer eso en la poesía?”. Aunque sabe que algunos son más explícitos, más coyunturales. En su poesía aparecen esas marcas, esas huellas de los días vividos: hay “compañeros”, hay “17 de octubre”, y también “30.000 ausencias”, y hay sobre todo (valga la paráfrasis de uno de sus grandes libros) “fuego en la tibieza”, donde mora la memoria de todos, el tiempo que hace a la políitica y también a la mirada implacable del poeta, que aún sigue preguntándose “en la luz de qué memoria”.  Lo que no hay es regodeo en el dolor, ni melancolía absurda de exilios. No, no abreva ahí su lírica política.

La memoria es también la de la infancia, la de la casa en Paternal con una madre que “escuchaba tangos, música popular, y apagaba la radio cuando llegaba el viejo porque a él le gustaba sólo la música clásica. Aunque en mi casa nunca, pero nunca se escuchó Wagner”, por eso, en el breve y brillante prólogo del libro, “Seré el que seré”, enumera: “Chopin, Angelito Vargas, el jazán Pinchik y el Coro del Ejército Soviético”, que el lector atento de esas casi quinientas páginas de la bella edición de Entropía, de esa quincena de libros, reconocerá en las voces que brillan y vibran en los poemas, esas marcas de oralidad que son también su estilo.

Para Szpunberg, no hay sujeción para la poesía, es “la rompedora de límites”, no tiene temas vedados porque debe abrirse siempre al misterio, a través de su transgresión. “Una palabra no es igual en un poema que en otro; no es igual una lectura a la mañana que a la noche.” Cree que hay un empecinamiento en limitar los temas poéticos, que cree que es el mismo empecinamiento en decir que tal poesía “es de izquierda”. Ese tipo de aseveraciones le parecen inadmisibles y en esa libertad funda su poética. Por eso también puede decir que nunca relee lo editado, y este volumen, que resistió un poco (“los culpables son Alejandro García Schnetzer y Gelman”), no tiene correcciones posteriores. Por eso es que la poesía “anda merodeando siempre”.

Quien haya escuchado alguna lectura pública de Alberto Szpunberg habrá quedado prendado del efecto de su voz, de su cadencia, y esa pregnancia quedará grabada a fuego en la lectura solitaria de los poemas. Como sólo la muerte es pasajera es una compilación que habla también del asombro porque también, como aquel poema de Emily Dickinson, se funden “verdad y belleza”.

¿Qué es la poesía, entonces? “La poesía es asombrosa siempre, por su propia naturaleza. Es un intento de creación. Y cuando uno descubre la poesía tiene una sensación maravillosa. Como cuando te enamorás. Porque en definitiva, todo poema es un poema de amor.”