viernes, enero 29, 2010

Urbi et Orbi (el día del Tamarisco)

Este sábado, los amigos Editorial Tamariscos engalanan el ciclo Un recorrido literario por los barrios porteños, basado en Buenos Aires / Escala 1:1.

Leen y animan: Sonia Budassi, Violeta Gorodischer y Félix Bruzzone. Coordina: Diego Erlan.

30/1, 19.30.

Pabellón Argentino / Parque 3 de Febrero / Av. del Libertador, entre Oro y Godoy Cruz.

martes, enero 26, 2010

El agujero de la escritura

Iván Thays escribe para su blog una excelente reseña de Biografía ilustrada de Mishima, que no nos atrevimos a cercenar, ni a abreviar, ni a linkear tan siquiera. Aquí va completa:

La nueva novela de Mario Bellatin es una ralentización que empieza y concluye con unos zapatos abandonados al borde un mirador. En el intermedio, un impecable profesor japonés da una conferencia, acompañada con slides, sobre el gran escritor japonés Yukio Mishima. Lo acompaña en la mesa, en silencio, un escritor que es el espectro del propio Mishima. La novela dura lo que durará la conferencia. El narrador es un asistente silencioso. Y mientras el profesor diserta sabiamente sobre la obra del autor japonés, el espectro de Mishima ve en aquellos slides una biografía ilustrada de su vida póstuma o paralela. Y es que, lo cierto es que la biografía ilustrada a la que asistimos apenas tiene que ver con la “verdadera” vida del narrador Yukio Mishima. Y más bien, se parece muchísimo (en la coincidencia de los títulos y los temas de las novelas, en la obsesión por los perros y las víctimas talídomes, y en algunos datos autobiográficos que pueden rastrearse) a la de Mario Bellatin.

Biografía ilustrada de Mishima es una de las novelas más complejas de Mario Bellatin pero, al mismo tiempo, es una de las pocas que ofrece al lector todas las claves para su comprensión en la propia obra. El espectro de Mishima aparece sin cabeza porque, como se recordará, el autor fue víctima de harakiri y el sepuku ritual. Aquel vacío que representa la cabeza ausente se va convirtiendo en un hecho cada vez más significativo. Al principio, el espectro Mishima intenta pasar la amputación como un efecto secundario del uso de la talidomida. Pretendía así ganarse un pasaje a París y, además, un efectivo. El fin utilitario de su minusvalía es de inmediato rechazado, sin consideraciones, por una enfermera que certifica “amputación”. Luego, el espectro de Mishima busca trascender ese fin utilitario y reemplazar la cabeza con una serie de artefactos que deben dar la apariencia de que ese “vacío” no existe. Del mismo modo como un soldado del ejército reemplaza su pierna amputada por una pierna de plástico, o Mario Bellatin reemplazó en su juventud el brazo faltante por un garfio metálico, el espectro Mishima quiere pasar inadvertida su deformidad sin éxito. Intenta cumplir así con su rol social, aceptar lo que los demás dicen (las deformidades deben cubrirse, esconderse, ignorarse) del mismo modo en que, en una escena memorable, él y su amigo Morita están obligados a comprar un Dodge del vecino que no quieren comprar, y cuyo vecino no quiere vender. El tercer paso es una epifanía. Descubre súbitamente que aquel vacío es el fin mismo de la escritura, de la vida misma. “Un hueco que para Mishima es lo único que parece cierto en la vida” es la información de uno de los slides. Entonces, el espectro Mishima decide convocar a un artista plástico de renombre para que haga una “intervención” sobre su cabeza faltante, que la reemplace por un objeto artístico sin mayor utilidad, de manera tal que “el vacío dejara de pertenecerle solo a él y se convirtiese en un atributo que involucrase a los demás”. Por su parte, hacia el final de la conferencia, el profesor japonés afirma que Mishima “nunca ha existido realmente. Tampoco el aparato didáctico de su intervención, por medio del cual habíamos estado observando una especie de reflejo de la realidad”.

Mario Bellatin creó en El Gran Vidrio una suerte de tríptico que funcionaba como “autobiografía mentirosa” o “autobiografía ficticia”. Uno podría estar tentado a pensar que lo mismo ha intentado en Biografía ilustrada de Mishima. Sin embargo, eso no es precisamente cierto. Dos preguntas atraviesan, de manera lacerante, toda la novela: “¿De qué río se nos habla en ese extraño exilio que es la escritura?” y “¿Qué clase de espanto ha sido capaz de generar una escritura semejante?” (esto último lo dice el espectro Mishima luego de asistir como espectador a una función teatral de su novela Salón de belleza). Ambas preguntas están engranadas con distintas escenas de la novela, en las cuales el espectro Mishima reconoce que no sabe de dónde nacen las ideas ni los libros que escribe. Se ve a sí mismo encerrado en un cubículo rodeado de escritores muertos, espectros como él. El proceso narrativo es un proceso místico, religioso, involuntario, que lo remite tanto a los místicos cristianos como a la poesía sufí.

Si logramos articular la idea de la escritura como un proceso interior donde la consciencia no tiene nada que ver (un vacío simbolizado por la falta de cabeza del espectro Mishima) con la iluminación del espectro Mishima según la cual su vacío debe ser un proceso comunitario, compartido por todos, y no un defecto propio que lo individualiza, podemos entender mejor la conclusión del profesor japonés: Yukio Mishima, como ningún escritor, existen realmente. Todos son espectros, agujeros que se crean cuando la vida no encaja perfectamente, y desde los cuales brota la escritura de manera espontánea, necesaria, como una herida que supura o un océanos que se desborda. Ciertamente, la biografía ilustrada del espectro Mishima nos muestra –esta vez- la biografía y obra de Mario Bellatin. Pero eso es aleatorio. También podría haber mostrado la de cualquier escritor, cualquiera, y todas encajarían. El espectro de Mishima es el espectro mismo de la escritura. Las preguntas latentes (“¿De qué río se nos habla en ese extraño exilio que es la escritura?” y “¿Qué clase de espanto ha sido capaz de generar una escritura semejante?”) son las preguntas que nos hacemos todos los escritores del mundo. Y la falta de respuestas, aquel vacío que es lo único que existe, es lo que permite que la literatura siga existiendo no como un proceso utilitario o rutinario sino revelador y purificador.

Que Mario Bellatin es un “escritor raro” es un lugar común difícil de rechazar. Que escribe siempre la misma novela es otro lugar común, pero ése sí es absolutamente negligente. Las novelas de Bellatin son ciclos que se cierran. 24 horas, 365 días, 7 años, el tiempo es una buena medida para asumir que aunque las cosas se repitan, al pertenecer a ciclos distintos no pueden ser iguales. Cada hecho es incontrastable. Comprarse una bicicleta a los siete años no es igual que comprársela a los 41 años. Enamorarse a los 15 no es igual que a los 60. Las novelas de Bellatin insisten en los mismos temas, cierto, pero aquello en vez de darnos la sensación de rutina o de monotonía debería darnos la idea de lo único e irrepetible que es cada situación una vez que se ha cerrado y comenzado un ciclo. La capacidad para reinventarse en cada novela convierte a Mario Bellatin no solo en un escritor extraordinario sino en una especie de "artefacto" literario o artístico, un proyector de slides donde todas las escenas, incluso las repetidas, cambian constantemente de rol, de lugar y de significado. Las novelas de Bellatin deben leerse como procesos de transformación espiritual pero también matemática. Cada factor nuevo incide sobre el significado de las escenas y muta constantemente su signo.

Bellatin, desde el hueco de la escritura, se convierte no en transgresor literario –como podría serlo César Aira- ni en un escritor de culto –como lo sería Mario Levrero- sino en una suerte de “combinador” de escenas, de mezclador o sampler, un originalísimo artista integral que usa la escritura como un objeto material y cuya trascendencia no está en el futuro sino en el presente, el momento mismo de la ejecución (es decir, de la lectura o la escritura). En ese sentido, Biografía ilustrada de Mishima, como algunas otras novelas del autor, es una obra imprescindible para entender hasta dónde pueden llegar los límites del proceso literario del siglo XXI. Aunque tratándose de Bellatin siempre pueden llegar aún más lejos.

viernes, enero 22, 2010

Urbi et Orbi (segundo intento)

Si no se suspende por tifón...

Un recorrido literario por los barrios porteños.

Juan Terranova, Leonardo Oyola y Sebastián Martínez Daniell. Coordina: Diego Erlan.

Sábado 23/1, 19.30.

Pabellón Argentino / Parque 3 de Febrero / Av. del Libertador, entre Oro y Godoy Cruz.

jueves, enero 14, 2010

Suspendido (Urbi et Orbi)

¿Se acuerdan de esto?: «Un recorrido literario por los barrios porteños. Sábado 16/1, 19.30: Lucas "Funes" Oliveira, Ignacio Molina y Nicolás Mavrakis. Coordina: Diego Erlan. Pabellón Argentino / Parque 3 de Febrero / Av. del Libertador, entre Oro y Godoy Cruz.»

Bueno, olvídenlo. Suspendido, por lluvia, por decisiones ajenas a esta casa editorial.

En fin. Cuando haya novedades, serán los segundos en saberlo.

martes, enero 12, 2010

Confesiones de invierno

Matías Capelli entrevista a Romina Paula para Los Inrockuptibles:

Con los usos y abusos de la crítica periodística, el término "voz narrativa" terminó por volverse una fórmula hueca siempre a mano como sinónimo de "escritor" de libros de cuentos o novelas. Sin embargo, basta afinar un poco el oído para corroborar que no todo aquel que es llamado escritor puede hacer gala de un estilo, de una voz singular; y mucho más infrecuente es todavía poder encontrar ese rasgo diferencial entre las camadas de escritores jóvenes –aunque la primera sea la persona narrativa más frecuentada por ellos. Alcanza, sin embargo, con leer algunos capítulos de Agosto para asegurarse que decir que la escritura de Romina Paula entona una voz propia no es un eufemismo. Tal vez sí lo sea, por ejemplo, hablar de su primer libro, ¿Vos me querés a mí? (05), como de una novela propiamente dicha, aunque esto no lo desmerezca. Al contrario: es uno de los pocos textos de los últimos años que logró combinar fragmentos de prosas circulares confesionales que, lejos de la dictadura de los géneros, eludían tanto la subescritura de los blogs como la sobreescritura literatosa más convencional. Agosto, sin embargo, sí tiene la complexión de una novela. Romina Paula: "La apuesta de ¿Vos me querés a mí? era mucho más formal en ese sentido, por un tipo de lenguaje, de ciertas marcas juveniles, de la historia que va en círculos, esa cosa vomitiva de una depresión juvenil tardía. No hubiera podido volver a escribir eso. Tampoco es que Agosto sea tan distinta. Hay un tono similar, pero ahora hay un argumento, personajes. Tenía bastante en claro que ahora quería contar ‘algo’. De hecho, lo primero que tuve, más que la voz, era la historia de una chica enamorada de su amiga de la adolescencia".

Un día Emila vuelve a la Patagonia, al lugar donde nació y se crió, para esparcir las cenizas de su amiga muerta cinco años atrás, junto a la familia de ésta. En Buenos Aires tiene un novio, que la espera, y un hermano, que vive con ella. Un presente con el que por momentos no parece sentirse del todo a gusto. O sí. O, bueno, a veces. La locuacidad de Emilia va sembrando un terreno fértil en dudas: se pregunta, se responde, se desdice, se aventura, se arrepiente, tantea en su interioridad y en la de las personas y los objetos que la rodean. Además de un talento para plasmar en la hoja las modulaciones del habla, el tempo de una respiración, Romina Paula logra captar ciertas palabras o marcas generacionales y darles la elocuencia justa. Lo curioso es que estas marcas no tienen tanto que ver con la actualidad de los personajes, como con su pasado, lo que termina embebiendo a la identidad de una carga nostálgica agridulce. Como si más allá de la edad biológica alguien se definiera, en última instancia, por la música que escuchaba y las películas que veía en su adolescencia, por su educación sentimental. "En Agosto hay un viaje al sur pero también a los noventa. Al tiempo que se quedó congelado cuando ella dejó de vivir ahí. Ahí están los objetos, la ropa, los discos, hasta el ex novio sólo tiene valor ahí, en ese mundo. Es como cuando volvés a lo de tus viejos y salís a comprar cigarrillos y te ponés una campera que era tuya en el 97, y te disfrazás de vos más joven."

La destinataria de este peculiar diario de viaje o monólogo es su amiga, cuya muerte permanece en un cono de sombra o silencio. Pero a medida que avanza la novela van apareciendo intercaladas descripciones de crímenes violentos en los Estados Unidos –una serie de imágenes que, aunque nunca se lo explicite, de algún modo señalan un reguero en cierta dirección trágica. Esa opción por la tangencialidad a la hora de suturar el sentido del texto es un recurso que se repite como un rasgo de estilo y que no sólo le da un halo de ambigüedad al relato, si no que rellena huecos que la narradora prefiere sortear con otros materiales o registros: películas (Generación X, The Brown Bunny), series (Six Feet Under), canciones de Babasonicos, The Police o Counting Crows. "Puede que tenga que ver también con el ámbito de la fantasía de los personajes. Como todos esos estímulos a los que uno está todo el tiempo sometido: películas, recuerdos, lo que pasa en la calle; esa ansiedad que se instala en uno de quererlo todo, y después la vida misma resulta que es de alguna forma mucho menos excitante". Aunque, no termina de decirlo que, enseguida, Romina Paula se desdice, como la narradora de su novela, para sostener que en realidad, esto último, bueno, no es exactamente así, que no es que la vida no sea excitante. Y se entiende: es difícil imaginarse un momento de mayor ebullición o exposición que estos días en que a la salida de su segundo libro, después del relativo éxito de ¿Vos me querés a mí?, que llegó a reimprimir una segunda tirada, se sume el estreno de su tercera obra, El tiempo todo entero, y como si fuera poco, también por estas semanas, la presencia en cartel de una película que la tiene como protagonista, Todos mienten, de Matías Piñeiro, con quien ya había trabajado en El hombre robado (07). Paula: "Es como si no fueran en paralelo lo ‘público’ y lo ‘privado’. No es porque no me importe. Lo que pasa es que siempre termina siendo enorme la distancia entre lo que vos quisiste que fuera y lo que resultó. Una cosa es la hechura misma, y otra las expectativas que puede haber. En el momento mismo de hacer algo, no estás pensando tanto en la recepción, porque tampoco la podés preveer, no hay manera de saber. Cuando me pongo a escribir tiene siempre que ver con calenturas muy particulares. Uno tarda mucho tiempo en escribir un libro, entonces tiene que tener el deseo puesto en ese material. El libro por ahí demanda más tiempo de escritura, pero a las obras hay que bancarlas más tiempo después, con las funciones. Los libros se mueren para uno cuando salen."

Así como en Algo de ruido hace, su obra anterior, resonaba el eco borgeano de "La cautiva", El tiempo todo entero parte como una reescritura de El Zoo de cristal, de Tenenssee Williams. Mantiene en su núcleo la relación triangular entre un hermano y una hermana, ya adultos, que viven con su madre. Nuevamente en su dramaturgia la familia parece funcionar a lo lejos como un refugio, pero a medida que pasan los minutos emergen los tejes y manejes de los lazos afectivos, como ataduras que los mantienen paralizados en una jaula. Un tema u obsesión –el de la familia más o menos disfuncional– que puede rastrearse en buena parte de las obras en cartel del circuito independiente. Paula: "Vengo de una familia armada, de padres juntos. Durante muchos años de mi vida fueron las personas que tuve más cerca, que más observé. Hay una caterva de información ahí. Una familia constituida tiene una cosa endogámica en la que se da por sentado que todo está funcionando y tiene que funcionar, y eso también es muy asfixiante. Y después me doy cuenta también de que me inquieta algo del orden de lo sexual que se establece al interior de ciertas familias. En la obra hay algo rancio ahí en esos dos hijos adultos viviendo con una madre juvenil..." Esta atmósfera enrarecida en la que viven los personajes, tiene su correlato formal en un trabajo con el tiempo, que el espectador experimenta –como propone el título– casi todo entero, casi sin elipsis, con sus tiempos muertos, hasta terminar volviendo palpable el paso de cada uno de los segundos.

Aunque se acercó al teatro desde la actuación, con los años Romina Paula fue optando por dejar de subir a los escenarios. "Hubo una época en la que quería ser actriz en serio (risas)", dice, y cita su protagónico en La punta del diablo (06), de Marcelo Paván, en la que, rapada, vivía un romance intergeneracional con Manuel Callau. Por lo pronto, sigue despuntando el vicio en cine, en las películas de Piñeiro y en las del editor de Entropía Gonzalo Castro. "Hacer cine me divierte, pero no me veo en la entrega de volver atravesar algo en teatro, un recorrido actuando en una obra. Me pasa en los ensayos o en las funciones, cuando los actores van para el escenario y yo voy para atrás: ellos van ahí al matadero y yo voy a la oscuridad y para mí es todo un alivio."

jueves, enero 07, 2010

La otra cara del novelista

Sylvia Saítta lee Teatro reunido y escribe para La Nación sobre la faz menos conocida del proyecto literario de Manuel Puig:

"Por acá muy bien -le cuenta Manuel Puig a su familia en una carta enviada desde Río de Janeiro en junio de 1980-. Ayer terminé la adaptación de la "araña", me parece que quedó bárbara y muy comercial [...]. Me parece que esto va a ser una pegada, porque dos actores y sin escenario es algo ideal, lo pueden hacer en todo el mundo. Mundo libre, claro, ni bajo represión de derecha ni de izquierda."

Efectivamente, el estreno de la versión teatral de El beso de la mujer araña -basada en la novela que el escritor argentino había publicado en España en 1976- fue "una pegada" desde todo punto de vista: el público, entre quienes se encontraban el actor Fernando Rey y el cineasta Pedro Almodóvar, la ovacionó en su estreno oficial del 1° de mayo de 1981 en el Teatro Martín de Madrid. Poco después, en agosto de ese año, se estrenó en el Teatro Ipanema de Río de Janeiro. Con la venta de los derechos teatrales en Italia y España -cuenta su biógrafa Suzanne Jill-Levine-, Puig pudo comprar un departamento para él y otro para sus padres en Río de Janeiro, ciudad en la que residía desde comienzos de la década. A partir de entonces, la versión para las tablas se representó en Santiago de Chile, Caracas, México -con la dirección de Arturo Ripstein, quien debutó con esa obra como director teatral-, San Pablo, Lima, Barcelona, Roma, Ámsterdam, entre muchas otras. En todas estas ciudades, la obra fue muy bien recibida por la crítica y por el público; en todas, menos en Santiago de Chile, donde tuvo problemas con la censura, y en Buenos Aires, donde se estrenó en agosto de 1983 con la dirección de Mario Morgan: "Lo que pasó -escribe Puig- es que es un público no preparado para eso, el rechazo es del público que no quiere ver cosas progresistas [...] a eso, sumar la crítica, que es la misma bosta de gente".

Desde aquel entonces las cosas han cambiado, y la publicación de Teatro reunido es el mejor signo de ello. Del mismo modo que en estos últimos veinte años la narrativa de Puig es considerada, sin discusión, parte constitutiva del canon de la literatura nacional, también se encamina a serlo su dramaturgia. Aun cuando, como señala Jorge Dubatti en el prólogo a esta edición, el teatro argentino no ha recuperado al autor de La traición de Rita Hayworth como se merece: ha habido pocos montajes de sus obras en la escena local, su nombre está ausente de los principales libros de historia teatral sobre el período, y las obras enciclopédicas y diccionarios especializados en el tema muestran escaso conocimiento de esos textos.

Teatro reunido no compila, como su título lleva a presuponer, la obra teatral completa de Puig, sino cuatro dramas ( El beso de la mujer araña , 1980; Bajo un manto de estrellas , 1981; Misterio del ramo de rosas, 1987; Triste golondrina macho , 1988) y una comedia musical, Un espía en mi corazón . Esta última pieza, la única inédita que contiene el libro, fue escrita en 1988 a partir de un encuentro del escritor con la artista Renata Schussheim y nunca fue nunca representada. Consistía en un espectáculo teatral pensado para el grupo Caviar, dirigido por Jean-François Casanovas, en el que se rinde homenaje, a través de la parodia y el pastiche, a los grandes géneros populares del teatro argentino. Esta edición retoma, por lo tanto, la tarea de recopilación iniciada en los años noventa por las investigadoras Graciela Goldchluk y Julia Romero, quienes realizaron las primeras ediciones de las piezas menos conocidas de Puig en la Argentina, la mayoría de ellas inéditas en español.

Con sus enormes diferencias temáticas y estéticas, las obras compiladas en Teatro reunido se caracterizan por la artificiosidad de las situaciones, el encierro de sus escenarios, la presencia de personajes sin nombre propio -máscaras que buscan una identidad que se les escapa-, el uso de una lengua que abomina de todo pacto de representación mimética. Como en su narrativa, el escritor mezcla irreverentemente géneros y tradiciones -el melodrama, la comedia negra, la fábula infantil, el teatro griego, el relato gótico, el cuento de hadas, la novela de ciencia ficción- para abordar la constitución de la identidad a partir, o a pesar de, la mirada de los otros.

Mientras que en Bajo un manto de estrellas se produce un continuo desplazamiento entre los cinco protagonistas de la obra, que van asumiendo una identidad que cambia a medida que cambia el interlocutor, en Misterio del ramo de rosas se enfrentan dos grandes personajes -la paciente y la enfermera- que ocupan e intercambian, en un juego de espejos, ambos papeles. Con Un espía en mi corazón , la comedia musical, se produce el estallido de la propia personalidad con la incorporación de clones y robots que asumen, como en Metrópolis de Fritz Lang, la apariencia de los personajes y los sustituyen en la acción.

La edición de Teatro reunido invita a una lectura renovada de la obra del escritor argentino, pero también de los vínculos, siempre complejos, entre narrativa y dramaturgia en un escritor que, como Roberto Arlt, Rodolfo Walsh o David Viñas, encontró en el teatro modos altamente creativos para la realización de sus proyectos literarios.