jueves, julio 29, 2010

Un absurdo disimulado

Miguel Ángel Petrecca lee Hélice, de Gonzalo Castro, y escribe para Ñ la siguiente reseña:


Hélice, la segunda novela de Gonzalo Castro, transcurre en un futuro y una ciudad indeterminados, cuyos rasgos vagamente distópicos, sugeridos apenas a través de breves toques descriptivos, remiten en un primer momento a la ciencia ficción. El espacio tiempo futurista, sin embargo, funciona acá más bien como un decorado sobre el que se proyecta la historia y los temas que le interesan al libro: el amor, la amistad, las relaciones entre las personas.

El núcleo de la novela es, en efecto, según se va descubriendo a medida que avanza el relato, un triángulo amoroso que incluye al apático narrador, a la novia de este y a un tercero misterioso que es el destinatario invariable de las “cartas” o monólogos que componen el texto. Un triángulo que, empleando una imagen de la novela, pasa de escaleno a isósceles, y de isósceles nuevamente a escaleno, o tal vez a equilátero, siguiendo el alejamiento y acercamiento de los vértices entre sí.

En las “cartas” el narrador alterna, por un lado, el relato de la fase terminal de su noviazgo con los flashbacks en los que va recapitulando aspectos de su pasado y particularmente de la relación con los demás vértices de ese triángulo; por el otro, desarrolla y relata el involucramiento del narrador en un megaproyecto urbanista de características delirantes (la reconstrucción y reconversión de un “pequeño país” arrasado en una ciudad para artistas) y abunda en su relación con distintos personajes con quienes la participación en dicho proyecto lo pone en contacto: Matsumi, la enigmática japonesa con quien trabaja y que tiene sobre el narrador un influjo fuera de lo normal; la bizarra dupla de hermanos (de nombre Scouty y Brisa) que lo contratan para el proyecto; Malakián, el multimillonario aquejado por una crisis espiritual; además de una serie de artistas extravagantes y grupos de vanguardia.

El sistema de nombres de la novela (de cual se listan algunos ejemplos en el párrafo anterior) da la clave de una voluntad de extrañamiento que es congruente con la elección misma de ese espacio y tiempo indeterminados; voluntad de extrañamiento que, a su vez, hace pareja perfectamente con dos elementos más (formando como una especie de segundo triángulo, a nivel estilo): la ambigüedad y el humor que atraviesan gran parte del libro. El primero de esos elementos (sintetizado involuntariamente en la frase “la luz no deja ficción en pie”) opera a partir de un gusto por la omisión, la sugerencia y el detalle impresionista, que muestra menos de lo que oculta, dejando huecos por los que la lectura debe colarse para completar lo fragmentario de la imagen y la trama. El humor, por su parte, operando tanto al nivel de las frases como de las situaciones marcadas por un absurdo apenas disimulado, contribuye considerablemente al tono general de la novela y a sus momentos más logrados.

Este humor absurdo que da la tónica general de la novela genera un distanciamiento con respecto al núcleo dramático que está en el centro de ella: el deterioro de las relaciones y el aislamiento al que se ve conducido el narrador, la nostalgia por un momento de balance y felicidad perdidos. Interpone así permanentemente una suerte de película irónica que, sin embargo, cede por momentos a ramalazos de cierto lirismo: “De chico dormía boca abajo, con fruición, y creo que había algo puro en esa manera, como abrazarse a la tierra (representada en el colchón, que es la isla por antonomasia, la isla original), aferrarse mientras la mente se soltaba.” Es en esos momentos que el futuro desangelado en el que transcurre la historia parece revelarse, de golpe, como una metáfora de la adultez y la pérdida.

martes, julio 27, 2010

Los estantes no tan vacíos
















Los modos de ganarse la vida
Ignacio Molina
_novela
148 páginas

Hoy mismo en su librería de confianza.

viernes, julio 23, 2010

Déjame que te cuente, limeña


























Mañana, sábado 24 de julio, la editorial estruendo mudo presenta en la Feria Internacional del Libro de Lima, la versión peruana de Las teorías salvajes, de Pola Oloixarac.

La cita es a las 20:15 en la Sala José María Arguedas de la feria, montada en el Parque Próceres de la Independencia. Estarán presentes Fernando Ampuero, el editor Alvaro Lasso y la autora.

martes, julio 20, 2010

Palimpsestuosamente

Desde la Ilha de Santa Catarina, Antonio Carlos Santos y Jorge Wolff escriben este análisis imprescindible sobre Manigua, de Carlos Ríos, y lo publican en Bazar Americano:

Para ler Manigua –novela de estréia de Carlos Ríos– o leitor não pode contar com marcos firmes, pilares seguros ou mesmo personagens, no sentido convencional do termo. Assim como as diversas tribos que a atravessam e povoam, a novela “swahili” do escritor nascido em Santa Teresita, na costa argentina, superpõe e desloca sem cessar vozes e imagens, modos de falar, de ver e de viajar, sempre em bandos e em direção à “provincia costera”. Suntuoso espetáculo da vida nua feito de plástico, lixo e papelão, o relato se desdobra palimpsestuosamente (como diria Haroldo de Campos) num antes e depois do “processo civilizatório”. Nesse espetáculo anacrônico e “desgeograficado” (Mário de Andrade), os clãs em trânsito e em guerra permanente carregam consigo toda a tralha tecnológica – celulares, câmeras, tevês – mas reclamam antes de tudo a desregulamentação da antropofagia: “Se habla de despenalización del aborto o las drogas, pero lo que todo el mundo se pregunta es cuando los gobiernos desregularán la antropofagia”. A propósito da antropofagia, o escritor saqueia sem hesitação os arquivos da world wide web, se apropriando de nomes próprios, nomes de cidades e de etnias africanas.

Misturam-se também a voz taína na escolha do título (manigua), a Argentina na epígrafe de Hebe Uhart, os personagens, lugares e comidas africanas para compor uma história, definida pelo próprio escritor como uma “antropologia do desastre”, em um tempo presente que está atravessado por outros tempos, o dos mitos, dos clãs. Trata-se, ao fim das contas, de um filme, ou melhor, da posta-em-ato de um método onírico-mitológico de capturar “imagens acústicas” cujo fim é a escuta, o desenho e a escritura da vida, isto é, da morte. Como disse Plínio, o velho, “entre todas as graças concedidas pela natureza ao homem, nenhuma supera a da morte no tempo oportuno”.

El texto completo, acá.

viernes, julio 16, 2010

La vencida

Tercera edición de Las teorías salvajes, de Pola Oloixarac.


miércoles, julio 14, 2010

Club de fans

Quizás sepan que tenemos un perfil de Facebook. Una tecnología cuyo manejo se nos escapa casi en su totalidad. Una plataforma infernal, alejada de nuestro habitual recato.

El problema es que el tiempo todo lo erosiona. Y un día descubrimos que nuestro perfil ya no admitía más amistad. Habíamos alcanzado un arbitrario tope de cinco mil amigos y eso, pareciera, era inadmisible para los servidores que alojan la información bajo el ardiente pedregullo de Napa. La red, aparentemente, no puede albergar tanto amor.

Desolados, como es de suponer, resolvimos una medida desesperada. Creamos una nueva página de Facebook, que directamente
rechaza el concepto de amistad. Sí, en cambio, habilita a los hombres y mujeres de buena voluntad a fanatizarse. Al fundamentalismo, fase superior del destemplado afecto.

Los invitamos a sumarse a la cruzada. Contra los impíos.

lunes, julio 12, 2010

Retrato

Matías Capelli escribe para Los Inrockuptibles un retrato de Gonzalo Castro, a propósito de la presentación de su tercera pelicula, Invernadero, y de la publicación de su segunda novela, Hélice. He aquí el resultado:


“Es fundamental para mí, no podría hacerlo de otra manera. Básicamente, no quiero delegar… Me gusta hacer las cosas yo mismo”, dice Gonzalo Castro frente a una pregunta que no tarda en hacerse quien conoce algunos detalles sobre su forma de trabajar tanto en el cine como en el campo literario. Es que Castro es un realizador en el sentido más amplio de la palabra, un artista artífice. No sólo escribe y filma sus películas, sino que se encarga del montaje y la fotografía; no sólo escribe novelas, sino que edita y diseña las suyas y las de tantos otros a través del sello Entropía. Un proyecto editorial que fundó junto a su hermana Valeria, Juan Nadalini y Sebastián Martínez Daniell y que con los años –llevan siete– logró hacerse un lugar bastante relevante en el panorama editorial local, sobre todo en materia de autores inéditos o casi. Castro: “Sostenemos casi todos los mismos conflictos de los primeros tiempos. Todas las fases de nuestra editorial son puro caos, seguimos moviéndonos a tientas… Casi nada funciona como debería, excepto que, unas ocho veces al año, emitimos un libro, esa extraña mediación entre escritores, imprenteros, libreros, crítica y lectores, lo cual nos produce algo así como una gran felicidad”.

El libro que Entropía publica este mes es la segunda novela de Castro, Hélice. Compuesta de cartas destinadas a un viejo amigo, los fragmentos van dando forma a un relato en un futuro indeterminado, casi sin coordenadas espaciales y “con levísimos trazos de algo que no podría llamarse ciencia ficción”, y despliegan una prosa que podría emparentarse en alguna medida con la de Marcelo Cohen, o la de Oliverio Coelho, por nombrar un autor más cercano generacionalmente. “Nada me produce tanto pavor como hablar del argumento de una novela mía. Bastante hago para desdibujarlos en las estructuras mismas de los libros, para olvidarlos… Como empecé a escribirla hace nueve años, tuve mucho tiempo para arrepentirme y rectificar elementos. Con el tiempo corté muchas cosas y la volví cada vez más ininteligible, casi como ocultando hacia dónde había dejado ir a mi irresponsable imaginación.”

En algo que ya se volvió casi una costumbre, este año Castro presenta su tercera película en la competencia local del BAFICI. Filmada en México y Buenos Aires, Invernadero está protagonizada por el escritor Mario Bellatin (también participa Margo Glantz), pero está lejos de ser un retrato de artista, un documental, así como una ficción (una indistinción en la que el propio Bellatin se mueve como pez en el agua). “Invernadero está hecha de planos fijos; la cámara estuvo siempre inmóvil, seca, mineral. La película es tan quieta que desmaya, pero plena de momentos de gracia.”

jueves, julio 08, 2010

Careos con Romina Paula

Hace ya algunos meses, Patricio Zunini entrevistó a Romina Paula para el blog de Eterna Cadencia. Rescatamos hoy esa charla, en la que la autora de esta casa dice, entre otras cosas:

«(Agosto) es una novela de estar lejos: lejos de tu casa, lejos de lo que deseás, lejos de la persona amada porque está muerta o porque es un ex novio que está casado. No saber si querés estar en Buenos Aires o en el sur. En las dos novelas está eso de “no sé lo que quiero y lo que tengo no lo quiero tener”, una neurosis clase media. En parte es una novela de amor, pero diría que es más del agujero en el corazón aplicado al amor o a la familia o al lugar en el que naciste. Del agujero.»

Esa interviú puede leerse completa acá.

Pero eso no es todo. La gente de El Fósforo TV también le puso una cámara y un micrófono enfrente y el video de esa entrevista puede verse completo acá.

martes, julio 06, 2010

Cartas del porvenir

Fernando Bogado lee Hélice, de Gonzalo Castro, y se despacha con esta reseña para el suplemento Radar Libros:

Leer una novela es atravesar una lengua particular, de eso no hay ninguna duda. Por más que notemos ciertas aspiraciones por parte de la prosa de querer pasar por transparente, siempre encontraremos un punto de flaqueza en donde ese aparente universo creado de la nada, tan parecido al nuestro, se cae: levantamos los ojos de la página, volvemos la vista a las páginas anteriores para ver si esas extrañas palabras que nos sorprendieron en una producción aparentemente cristalina pueden encontrar su significación en algún párrafo anterior. Ni bien ni mal, ni correcto ni incorrecto, hay novelas que eligen agarrarse como garrapatas al lenguaje, remarcarlo, subrayarlo, forzando al lector a prestar un plus de atención a cada palabra que no atraviesa así porque sí sin un ligero tropezón: ésa, al menos, es la pretensión que las palabras que componen la nueva novela de Gonzalo Castro, Hélice, parecerían tener.

Narrada en primera persona, el texto está compuesto, básicamente, por una serie de cartas –quizás manuscritas, quizás no– enviadas por el narrador a un destinatario anónimo, del cual se saben ciertas cosas a lo largo del relato. No es una relación sencilla la que estas dos personas tienen, eso queda claro desde el primer capítulo, y mucho más cuando se habla de la pareja del protagonista, Julia, la tercera en discordia, con quien las cosas no están pasando por su mejor momento.

La novela, sin embargo, elude con elegancia convertirse en una especie de historia de dramas pasados con impacto en la actualidad. Teñida de una nube melancólica, todo lo que podría funcionar en otros relatos como sentimientos definidos adquieren aquí ambigüedad, la misma que invade cada palabra del trabajo, no solamente a aquellas destinadas a retratar sensaciones particulares de un personaje que se reconoce como “pura refracción”. Ejemplo de esta característica es, por ejemplo, el hecho de que no sabemos muy bien si estamos ubicados en un futuro y, en el caso de que lo estemos, si ese futuro es o no tan diferente a nuestros tiempos: burbujas de realidad virtual –con sus respectivos juegos bélicos–, autos manejados por un piloto automático, elefantes del tamaño de un perro, pequeñas pistas que nos ambientan en un tiempo diferente, pero que conviven con acciones cotidianas que operan como esas invariantes cronológicas de las cuales nadie dudaría: al momento de servirnos agua lo hacemos en un vaso, al momento de viajar al centro vamos en subte.

Gonzalo Castro, que tiene en Hélice su segundo trabajo novelístico luego de Hidrografía doméstica (2004), consigue en esta novela sorprender en el mejor de los sentidos posibles: lo que en los primeros capítulos da la sensación de ser los deslices de un novelista haciendo sus primeras armas en la labor, recurriendo a un lenguaje rebuscado, pronto se convierte en una meditación válida no sólo de la manera en que se debe escribir una novela, sino de cómo funciona el arte. El narrador deberá visitar a personajes excéntricos que proponen diversas concepciones de lo que debería ser el arte, de lo que no puede ser más, casi con el tono de un canto fúnebre para algo verdaderamente muerto.

El gran conflicto del texto es el mismo conflicto del lenguaje, la verdadera hélice del título: un lenguaje enrevesado que va de lo líquido a lo sólido, de lo cotidiano a un futuro totalmente ajeno. Hélice logra demostrar aquello de que cada novela es, en sí, una lengua diferente a la que tenemos que habituarnos, no ya un espejo, sino una superficie que, como sus palabras, como la confesión del personaje, es pura refracción.