martes, enero 31, 2012

La letra y la voz

Juan Pablo Bertazza lee Caligrafía tonal, de Ana Porrúa, y escribe su reseña para Radar Libros:

«Muchos ensayos y artículos sobre poesía adolecen, aun cuando tratan de disimularlo, de una implícita pero tajante división entre poesía clásica y poesía moderna, o contemporánea. Como en las últimas décadas la poesía argentina ha atravesado diversos cambios y estadían, quienes la incluyen en sus análisis no suelen hacen referencia a la tradición, al origen y, por el contrario, los que dan cuenta de la tradición suelen ignorar la producción actual. Caligrafía tonal. Ensayos sobre poesía de Ana Porrúa –docente en la Universidad Nacional de Mar del Plata e investigadora del Conicet– es un claro ejemplo, al igual que otros casos como Historias de amor y otros ensayos de poesía de Tamara Kamenszain u Orfeo en el quiosco de diarios de Edgardo Dobry, de que la síntesis no sólo es posible sino que, además, puede resultar iluminadora. De hecho, este libro arranca con una relación entre una escena incluida en la novela De sobremesa del poeta colombiano José Asunción Silva, precursor del modernismo, sobre el desorden de la mesa de artista del aristócrata José Fernández (“había sobre tu mesa de trabajo un vaso de antigua mayólica lleno de orquídeas monstruosas, un ejemplar de Tíbulo manoseado por seis generaciones, el último libro de no sé qué poeta inglés, unas muestras de mineral de las minas de Río Moro, tu libro de cheques contra el Banco Angloamericano, un ídolo quichua y una estatueta griega de mármol blanco”) y el prólogo de Rubén Darío a Prosas profanas: “Si hay poesía en nuestra América, ella está en las cosas viejas: en Palenke y Utatlán, en el indio legendario y el inca sensual y fino, y en el gran Moctezuma de la silla de oro. Lo demás es suyo, demócrata Whitman”.

El libro termina con un capítulo dedicado a las antologías de las últimas décadas, y a la producción poética actual en blogs y páginas como La infancia del procedimiento y Las afinidades electivas.

Más allá de la amplia cronología que maneja, los seis capítulos de este libro exploran y bucean en la forma poética en toda su resonancia, formas que hacen referencia al procesamiento de tradiciones, política e historia, pero también incluye subjetividad y visión del poeta, tonos, elementos sonoros e incluso aquel ingrediente casi secreto de todo poema que mantiene cierta característica inefable: “A mí me interesa leer la forma, el modo en que está escrito un poema, pero no como muestrario de recursos retóricos sino como movimiento del lenguaje y la cultura. Entonces surgió la idea de caligrafía como trazo que se dibuja sobre una superficie, una idea metafórica que me sirvió para pensar la materialidad, el trazo visual y sonoro de un poema. La de la puesta en voz de la poesía sería una caligrafía ausente, que se puede reponer a partir de la escucha”, explica Ana Porrúa desde Mar del Plata.

Entonces: voz y escritura, tradición y actualidad, objetivismo y subjetividad; se podría decir que casi todos los temas fundamentales de la poesía en el último siglo aparecen en este libro, como así también la célebre polémica en torno de la existencia o no del neobarroco o neobarroso (según la fórmula de Perlongher): “Recuerdo la primera vez que leí o escuché (no me acuerdo qué hice primero) ‘Cadáveres’, nunca había escuchado hablar así de los desaparecidos. Había algo distinto en el poema de Perlongher que se separaba de todas las formas del poema político conocidas por mí y a la vez –y tal vez por esa misma razón– instalaba el carácter ominoso de esas muertes, de esos asesinatos”. Hablando de este mismo poema, Ana Porrúa agregará una valiosa lectura que tiene que ver con la repetición de la proposición “en” que se da a lo largo de todo el poema “Bajo las matas / En los pajonales / Sobre los puentes / En los canales / Hay cadáveres”; y que remitiría al trillado: “En el cielo las estrellas / en el campo las espinas / y en el medio de mi pecho / la República Argentina”.

De hecho, Porrúa establece que sobre finales de los ‘80 y principios de los ‘90, lo político y lo histórico dejaron su naturaleza icónica, simbólica, para pasar al plano material, a partir del nombramiento de negocios, calles y lugares, algo que aparece también en las obras de Taborda, Prieto, Casas y Cucurto.

Otro aspecto interesante de este libro tiene que ver con el análisis de la puesta en voz de la poesía, desde la declamación quejumbrosa y anclada en el tiempo de Berta Singerman, hasta el análisis en la voz de William Carlos Williams, Marinetti, Breton, Ezra Pound, Perlongher, Neruda, Nicanor Parra, Pizarnik e incluso algunos cruces más que interesantes como Singerman declamando a Alfonsina Storni, Pizarnik leyendo a Arturo Carrera, o Gelman leyendo a Rubén Darío: “Gelman frasea Rubén Darío de la misma forma que frasea sus poemas, le resta antigüedad, lo hace más amigable, elimina su dureza, lima el artificio, como si todo poema pudiese decirse con la voz del presente. Cuando escucho a Perlongher leer ‘Cadáveres’, escucho a Tita Merello, cierto sonido del chisme barrial, cierto escándalo o escandalete que relaciono, en parte, con su versión personalísima del neobarroco. En definitiva, cuando escuchamos por primera vez un poema, se pone en juego nuestra escucha imaginaria, aquel sonido o aquella voz que imaginamos para ese texto”, se explaya Ana Porrúa, quien además de ser docente e investigadora, escribió tres libros de poemas: con Trapos en la boca (1992), Hormigas y samuráis (2001) y El chenque (2005).

“Hay algo interesante de la crítica de poesía y es que no suele estar recluida en la universidad, la crítica de poesía suele ser innovadora como la poesía misma”.»

lunes, enero 23, 2012

Todo sobre mí

Mercedes Halfon lee Partida de nacimiento, de Virginia Cosin, y escribe su reseña para Radar Libros:

«Como una acertada clave de lectura, en la contratapa de Partida de nacimiento se menciona la palabra bitácora. Objeto prehistórico, sucedido por el diario íntimo y luego por el blog, la bitácora podría ser considerada como una primera idea de género para estas páginas. La intimidad obsesiva, la mirada que no se despega del sujeto, además de ser una elección estética, es en esta novela su principio constructivo: Partida de nacimiento fue, en su origen, precisamente un blog. Claro que no era un blog pasatista o autocelebratorio, sino que poseía un germen literario celosamente cuidado. Tal vez sea por eso, por haber trabajado con una cantera de material fresco y vital, que la novela logre tal grado de verdad. Nos encontramos con una narradora que decide escribirse: la experiencia se convierte en la carne de la literatura. La literatura, en un espacio para la vivisección.

Una madre joven recién separada intenta encarar su día a día, con el dolor que agrieta su sentido de la normalidad. Los ojos hinchados por el insomnio y a la vez abiertos a las sensaciones que la embargan. Reflexiones, paseos por la ciudad, situaciones cotidianas con su hija, se suceden a la par que emergen recuerdos de su infancia, o de épocas no tan lejanas. Un mapa político, con las distintas provincias pintadas de tenues colores, algunos alegres, otros melancólicos, otros copados por las tropas enemigas. Un territorio dividido, diezmado. ¿Cómo reconstruirse después de una separación? ¿Cómo saber si esa separación, más que el fin de una relación, no alude a otra, de un carácter mucho más esencial y que en vez de erradicarse, va a en todo caso a hacerse sorda y dejarse arrastrar?

La escritura de Virginia Cosin se detiene en pequeñísimas escenas: fumar un cigarrillo a la noche escuchando a los vecinos por patio de aireluz, salir de excursión al videoclub de la mano de su hija (y contar a su vez otras microescenas que ocurren por las cuadras de Balvanera). Una minuciosidad cinematográfica en la descripción, fundida con una inspiración de prosa poética. Estructurada en breves capítulos numerados, la novela avanza sin dirección –igual que su protagonista– o mejor aún: más que avanzar, cava. Forja espirales de desazón, en la búsqueda de una identidad nueva, en la perplejidad frente a lo cotidiano. Devenir madre, aun en los momentos de infelicidad. Y en esos mismos instantes, muchas veces dispararse hacia el humor, aunque sea de lo más negro.

Partida de nacimiento registra las distintas capas de una mujer. Un bello diálogo entre la primera, la segunda y la tercera persona, de una misma pluma. De ahí en más se desplegaran las posibilidades, generosas, auspiciosas, de esta primera novela.»

viernes, enero 20, 2012

Todo tipo de palabras extravagantes

Nicolás Vilela lee Hélice, de Gonzalo Castro, y Precipitaciones aisladas, de Sebastián Martínez Daniell, y les dedica algunos párrafos en un panorama de la narrativa actual que escribe para la revista Transatlántico. Dice, entre otras cosas, lo siguiente:

«En este panorama —seguramente general y arbitrario como todo recorte— parece difícil no adjudicarle a algunas novelas recientes cierto antagonismo implícito con la narrativa realista-minimalista, no tanto en lo que respecta a la distancia siempre engorrosa entre cuento y novela sino más bien en torno a decisiones específicas. La realidad, objeto de deseo de todo realismo, se pone entre paréntesis en favor de un ecosistema narrativo autotélico. El resultado puede aproximarse a la ciencia ficción menos por el factor tecnológico que por la construcción de mundos paralelos e imaginarios. El lenguaje, en consecuencia, desprendido del referente tangible, se encuentra adánicamente en posición de inventar topografías, patronímicos y todo tipo de palabras extravagantes para el uso.

Éste es el sustrato básico de Precipitaciones aisladas (Sebastián Martínez Daniell, Entropía, 2010), novela situada en el archipiélago de Carasia, a cuyas costas arriba el protagonista y narrador, Napoleón Toole, para evadirse de una crisis amorosa. En una novela realista-objetivista, para que una cantidad ingente de palabras fuera de lo común entraran a escena se hubiera requerido probablemente de situaciones u oficios que abarcaran, desde el punto de vista del verosímil, campos semánticos muy diversos. Martínez Daniell lo resuelve partiendo de una zona artificial en que las especies pueden coexistir, o bien trasladando la materia concreta del mundo al laberinto de la psiquis humana.

Esos toques de destreza creativa se pueden analizar en el contexto de lo que Gottfried Benn, en su conferencia “Problemas de la lírica”, entendía por virtuosismo artístico: una tentativa del arte, en medio de la general decadencia de los contenidos, de vivirse a sí mismo como contenido y, sobre esta experiencia, de formar un nuevo estilo. Este concepto, dice Benn, abraza toda la problemática del expresionismo, de lo antihistórico y de lo abstracto, e instaura la trascendencia del placer creador.

Refiriéndose a los encuentros entre él y su pareja, el narrador de Hélice (Gonzalo Castro, Entropía, 2010), novela que comparte rasgos centrales con Precipitaciones aisladas, observa: “de hecho, de alguna manera, creo que estos encuentros son mi referente más palpable de realidad, es el tipo de sensación que entiendo como estar asomado en la superficie”. Sobre este aislamiento, sin los pies en la tierra, una literatura puede multiplicar los rasgos expresivos en lugar de apisonar prolijamente los estratos de la narración.»

La nota completa puede leerse acá.

martes, enero 17, 2012

Partituras críticas

Matías Moscardi lee Caligrafía tonal, de Ana Porrúa, y llega a la presentación marplatense con conceptos como éstos:

«En este orden de la crítica argentina de poesía contemporánea, Caligrafía tonal, el libro de Ana Porrúa que acaba de publicar la editorial Entropía, constituye una apuesta novedosa y singular. Recién hablaba de una relación refractaria entre crítica y poética, donde la crítica, muchas veces, aparece como sustraída ya no de su capacidad de mirar (se puede ver incluso con los ojos cerrados), sino de su capacidad de mirar al Otro (al objeto) y cuando pretende leer, en realidad lo leídoes su propia textualidad especular, duplicada, espejada: vacía.

En Caligrafía tonal asistimos, por el contrario, a una relación que podríamos llamar, más bien, proyectiva: para poder escribir, el crítico debe construir, en simultáneo, su objeto de lectura y sus modos de leer, ambos entendidos como proyecciones: imágenes diseñadas y amplificadas a partir de los textos poéticos. Es decir: no hay espejismo, duplicación, sino pura creación, que a la vez se propone como reinvención de los materiales. En otras palabras: éste es un libro que habla de una serie ecléctica de textos poéticos, no un libro que habla de teorías y conceptos que sirven para explicar algo (ecléctico) de la poesía que finalmente (felizmente) queda sin explicar.

Casi al comienzo, Porrúa dice que todo texto lleva inscripto su propio recorrido crítico. En este sentido, Caligrafía tonal es un libro que deslinda los materiales (las materias) que en los textos poéticos se presentan como resistencia, como dificultad, como encarnamiento.»

El texto completo se puede leer en el blog de El interpretador.

viernes, enero 13, 2012

La metamorfosis de un cuerpo

Ignacio Iriarte lee El animal sobre la piedra, de Daniela Tarazona, y escribe su reseña para Bazar Americano:

«Como se sabe, la metamorfosis tiene una amplia tradición. En la Antigüedad Clásica el argumento juega un rol central. La metamorfosis suele ser un relato que cuenta la transformación de una divinidad en alguna cosa de la naturaleza, por ejemplo la metamorfosis de Narciso en la flor que crece junto al río. Así, establece una comunicación entre el mundo profano y el mundo de lo sagrado. A fines del siglo XIX, pero retomando viejas tradiciones, los hombres lobo y los vampiros, con sus poderes para transformarse en murciélagos, lobos, ratas, insectos y niebla, conectan el tema con la animalidad que late debajo del hombre, forma mediante la cual la literatura recupera, tras el racionalista siglo XVIII, los temas góticos, los temas de la cultura goda que habían quedado sepultados como irracionales. Poco después, el gran libro de Kafka retoma la metamorfosis para elaborar una extraordinaria metáfora del individuo ante el peso de una sociedad burocrática que masifica a los hombres y los transforma en seres anónimos e indiferentes. La filosofía no fue ajena a este argumento inquietante. Algunas décadas atrás, Gilles Deleuze y Félix Guattari volvieron a la metamorfosis a través del “devenir animal”, concepto mediante el cual comprendieron la necesidad de salir del familiarismo y de las instituciones sociales que constriñen al ser humano.

Con la novela El animal sobre la piedra, la escritora mexicana Daniela Tarazona se inscribe en esta amplia tradición. Con un estilo fragmentario, en el texto recupera la metamorfosis para establecer un relato incierto sobre el cuerpo y sus transformaciones. El tema, asimismo, le permite salir de la literatura de lo originario, tan presente durante el siglo XX, que en México tiene su gran realización en Pedro Páramo. Como toda oposición, esta diferencia se basa en algunas similitudes. La más importante es que Tarazona y Rulfo escriben relatos de viaje tras la muerte de la madre. En Pedro Páramo Juan Preciado busca la tierra en la cual Dolores Preciado ha sido feliz, sembrada de trigo como miel derramada y de sus recuerdos que se pegan en las paredes de las casas a medio caer. Casi no hace falta citar el comienzo: “Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera. Le apreté sus manos en señal de que lo haría, pues ella estaba por morirse y yo en plan de prometerlo todo”. Juan Preciado busca el origen en esa tierra de su madre y por eso mismo busca a su padre, para cobrarle el olvido en el que los tuvo. En cambio, Tarazona le arranca a la muerte de la madre un camino opuesto, un viaje que no es hacia el pasado, hacia el origen mítico y a la noche de los tiempos, sino hacia el futuro abierto de la metamorfosis. Narrada en primera persona, como si fuera el cuaderno escrito por una mujer joven pero de edad incierta, en las primeras páginas de El animal sobre la piedra se propone este camino inverso al de la narrativa de los orígenes:

"Desde que mi madre murió cada noche es de pensamientos. Llego cansada a la cama, duermo poco y despierto con temblores.

Yo no estoy enferma. Quiero escapar. Ansío la fuerza que me llevará a hacerlo.

Pienso en probar suerte en la tierra de mi madre, luego dudo, porque no me sentiría bien allí, así que escojo viajar al extranjero.

La salida no está hecha de pensamientos articulados, es el deseo en estado puro: correr como un animal perseguido."

Irma, así dice llamarse en un momento la mujer, escapa efectivamente como un animal perseguido. Viaja en avión y al llegar a destino comienza a experimentar una serie de transformaciones en su cuerpo: una noche se le desprende la piel y un día se echa a asolearse en una piedra junto al mar. Encuentra a un hombre raro con un oso hormiguero que hace de perro y continúa sus mutaciones hasta convertirse, casi completamente, en una iguana. Tarazona abandona el relato de los orígenes, que Rulfo llevó a su máxima expresión y tal vez a su acabamiento, y retoma la larga tradición de la metamorfosis. Con esto, compone una narrativa en la que se cruzan algunos de los temas que atraviesan la contemporaneidad: la subjetividad, la locura, el cuerpo propio y la reivindicación de lo femenino.»

miércoles, enero 11, 2012

Never gratuitous

Fatema Ahmed realiza para Prospect Magazine un repaso de los libros más relevantes editados en el Reino Unido durante los últimos tiempos y, por supuesto, recala en la edición inglesa de Opendoor, de Iosi Havilio.


Esto es lo que dice:

«The Argentinian writer Iosi Havilio’s first novel, Open Door, (And Other Stories, £10) is also unafraid of weirdness. The novel’s narrator is a veterinary assistant who leaves Buenos Aires to look for her lover in Open Door, which is both the name of a town and a psychiatric hospital. It’s an impressively controlled story where, as a reader, you have to cling on to the plot by following the sentences as closely as possible: the sentences are deliberately unshowy so that plot twists can unfold in the quietest ways. To avoid giving away the plot and to dispel any notions of dullness, the critic Oscar Guardiola-Rivera’s afterword may be helpful here: “There is a lot of sex and violence in Open Door, but it is never gratuitous.”»

La nota completa puede leerse acá.

jueves, enero 05, 2012

El paisaje interminable

Homero Aridjis lee La sed, de Hernán Arias, y escribe su reseña para la revista Ñ:

«¿Es La sed un ejercicio epigonal, una variación de alumno sobre la obra de Juan José Saer? ¿Es un regreso de las preocupaciones argentinas sobre los temas faulknerianos, pasados por el tamiz del objetivismo francés y la reticencia de Hemingway? Es una novela de tema rural, con el asunto del aprendizaje infantil en el centro y el paisaje del chato este cordobés aplastado bajo un viento constante y furioso. Es una novela morosa, detenida con una lírica precisión (seca, objetivista) en las maniobras de las que depende la vida en el campo. Pero alimentada como está por la lectura de la tradición literaria, La sed (el título no podía ser más vitalista) no está asfixiada por ella, y es más bien un trozo vibrante de vida: desgajada en cinco capítulos de extensión obsesivamente pareja, la novela cuenta en sordina la travesía sentimental de un chico que pasa por la ordalía de Perceval (está mudo para hacer las preguntas exactas en el momento indicado) mientras aprende a cazar, a hachar y a cocer la carne, pero también a tolerar la pérdida (sus tíos se separan, su primo se va a la ciudad, su abuela está gravemente enferma en una pieza de la casa junto al campo), a tolerar lo tácito (el árbol hachado por el tío debe ser ocultado de los empleados del tipo en cuyo campo fue talado; las cuadreras funcionan como una escuela de sobreentendidos), y, sobre todo, a entender que el sentido del mundo es una materia en constante disputa, que toma a cada hombre como medida posible.

Porque el núcleo del conflicto va más allá de cómo hacer cosas con las manos. Dos voces, el padre y el tío, discuten de manera acérrima e indefinida. El padre es cauteloso, austero, y respetuoso de la ley; el tío es desaforado y anarco. El padre mantiene una ordenada vida familiar mientras el tío se separa y sostiene una relación opaca con Lucrecia, una antigua novia rosarina. Entre los dos, padre y tío, se dirime la grave pregunta sobre lo que significa vivir bien, y es una pregunta especialmente política: ¿Fue una buena vida la del gringo Buttiglieri, que maltrató obreros y mujeres y a quien el dinero volvió loco, y terminó volándose la cabeza mientras perseguía un zorro que le robaba gallinas?¿Vive bien el padre con su cautela, hasta con su temor? Pero también: ¿Vive bien el tío que brinda, en el asado final, por la libertad y la justicia, sin nombrar la ley? El claro mandato que el padre trata de imponerle al primo Daniel (“¿ya sos un cordobés? No. Yo soy del pueblo”) es interferido por la fuerza libertaria del tío, y la conciencia del protagonista queda dividida, atravesada por la literatura. Quizás La sed cuente eso: cómo se forma un escritor (no cualquiera: el escritor Hernán Arias). Después de todo, la voz que reconstruye esa experiencia infantil es demasiado consciente para ser la de alguien que decidió ser cualquier otra cosa. Por eso es una suerte de mito personal, y una parábola sin moraleja: a pesar de que ha aprendido todo lo que hace falta para sobrevivir en su tierra y pertenecer, atormentado por la intemperancia de la duda y separado de su relación natural con el paisaje, el narrador se prepara para ser un extraño en un mundo cuyo sentido permanece indefinidamente abierto.

Escrita originalmente en el año 2003, la novela (que ganó en Córdoba el premio provincial de novela en 2004) tiene además la virtud menor de anidar una pequeña profecía sobre la política argentina, y de revelar el talento instantáneo de Arias, ya que como dice el escritor argentino Oliverio Coelho en la contratapa, “si invirtiéramos los tiempos de la vida [La sed] podría ser el resultado de años futuros de escritura”»

lunes, enero 02, 2012

MMXI, Anno Domini

Nos avisan que terminó 2011. Y que, aquí y allá, algunos libros de esta casa editora han sido mencionados en diversos balances de la prensa especializada.


El animal sobre la piedra, de Daniela Tarazona, por caso, figura en la selección elaborada por la revista Ñ, en el apartado Narrativa extranjera.

Placebo, de José María Brindisi, a su vez, es destacado como una de las novelas salientes del último ejercicio fiscal en Página 12 y en La Gaceta de Tucumán.

Llevando las cosas al extremo, y de manera espuria porque se trata de una edición de 2010, incluso Precipitaciones aisladas, de Sebastián Martínez Daniell, se cuela en la plantilla elaborada para el diario de la calle Solís.

Esperemos que en 2012 no se repitan estos episodios, tan ajenos al ánimo recoleto de esta editorial.