martes, junio 30, 2009

La balada del explorador megalómano

Juan Terranova se interna en Conquista de lo inútil (Diario de filmación de Fizcarraldo) y nos regala estas notas en Hipercrítico:

A mediados de los 90, como parte de una educación sentimental que se pretendía cosmopolita y universal, formé parte de un grupo irregular de estudiantes que iba todos los fines de semana a la Sala Lugones del Teatro San Martín. A los dos años de empezar con la rutina ya habíamos descubierto qué películas pertenecían a la cinemateca y cuáles eran prestadas por otras instituciones. Las que pertenecían a la sala se reprogramaba una y otra vez, metiéndolas a veces con astucia, a veces con fórceps, en ciclos temáticos. Muchas de ellas eran simplemente excelentes. De ese repertorio de fijas había una que se llamaba Enemigo íntimo y contaba la historia de dos artistas histéricos y extremadamente talentosos que se odiaban pero se amaban y que trabajando juntos eran insuperables. Uno de los artistas era el taciturno cineasta Werner Herzog. El otro, un Klaus Kinski imparable, demoledor, el mejor actor alemán de todos los tiempos.

Neurosis

Enemigo íntimo cuenta la relación de Herzog con Kinski desde el punto de vista de Herzog, pero también es la mitificación de ambos. Hay una escena central. Después de mostrar hasta qué punto la neurosis y la frivolidad de Kinski se enciende cuando hay una cámara registrando lo que sucede, el director encuentra al actor en Los Alpes por un festival y se besan y se abrazan. Es una escena de una ternura fingida y real al mismo tiempo. De hecho más allá de los viajes y la violencia, toda la filmografía de Herzog parece trabajar así, hacerse la misma pregunta: ¿Qué es real? ¿Qué no lo es?

Entrevista

En una de las escenas del documental, Herzog entrevista a Claudia Cardinale, coprotagonista de Fitzcarraldo con Kisnki, y le muestra un cuaderno del tamaño de la palma de una mano donde llevó un diario mientras la película se rodaba en las irregulares condiciones que presentaba la selva. Es el diario de un hombre que quiere subir un barco por arriba de una montaña para filmar la historia de un tipo que sube un barco por arriba de una montaña para llevar la ópera al Amazonas. Gracias a Editorial Entropía, y a una pulcra y eficiente traducción de Ariel Magnus, ahora podemos leer esos apuntes con el título de Conquista de lo inútil (diario de filmación de Fitzcarraldo).

El libro de la selva

¿Cómo se hace para filmar Fitzcarraldo? ¿Cuáles son los entretelones, la trastienda del hecho creativo? Para empezar, todo es manual y el escenario es esperable. Poblados llenos de indios ladinos, hidroaviones oxidados, humedad, precariedad, alimañas de todo tipo y un actor alocado corriendo entre las monstruosas plantas peruanas. (Kinski le respondió a Herzog, en ese juego de amor-odio-necesidad con su excelente y muy recomendable autobiografía Yo necesito amor, editada por Tusquets en castellano.) Así, se podría citar a Defoe, a Hemingway, a Brecht, incluso a Humboldt. Ya que el libro nos dice, con su escritura espiralada y vertiginosa, que todavía hoy es posible una épica de la creación. Y la trama del libro avanza de una forma tan lenta, repitiéndose tanto a sí misma en descripciones y situaciones, que la sensación de agobio y angustia que trasmite es muy acabada, sin que por eso la prosa deje nunca de ser clara y a veces hasta luminosa. Conquista de lo inútil es un largo solo de batería improvisado arriba de una lancha que cruza un caudaloso rio amazónico. Su lectura, piadosa y vital, resulta placentera, cuando no directamente adictiva.

miércoles, junio 24, 2009

Paradigma swahili

En La lectora provisoria, Quintín se refiere a la publicación de Manigua, de Carlos Ríos, y dice como éstas:

- "Acaso el único libro surgido del Partido de la Costa, Manigua (que hace pensar en una versión compacta, radicalizada y virtuosamente frágil de Cohen y de Oliverio Coelho) transcurre en un desierto africano atravesado por guerras, pestes y calamidades pero también por una narración inestable que alterna entre la primera y la tercera persona y por una anécdota que viaja tan sin rumbo como los trenes de Pron, que recomienza, se multiplica y se pone en cuestión a sí misma."

- "Hay poco en común entre Pron y Ríos como escritores. Pero coinciden en la soledad, en el desapego por una lengua que se les va haciendo extranjera y en la necesidad de apartarse de los contemporáneos que han elegido el costumbrismo, la autocelebración provinciana y los juegos de sociedad que confunden con la tarea literaria."

La nota, originalmente publicada en Perfil, puede leerse completa acá.

viernes, junio 19, 2009

La vida contemporánea

A raíz de la publicación española de Opendoor (vía Caballo de Troya), el crítico Jorge Carrión analiza para el diario madrileño ABC la obra de nuestro Iosi Havilio y, vaya, descubre que es un gran escritor. Dice Carrión en su nota La vida contemporánea:

«No es extraño que la antología de nueva narrativa argentina más influyente de esta década, La joven guardia (2005) -que acaba de publicarse en España-, no registrara la existencia de Iosi Havilio (Buenos Aires, 1974). Antes de esa fecha había firmado la dramaturgia y la puesta en escena de El comeclavos (2003), obra inspirada en Kafka y en Saer. Pero fue en 2006, tras la publicación de Opendoor por parte de la entonces diminuta editorial Entropía, cuando el escritor empezó a ser considerado como tal.

El debut tuvo una recepción que aquí sería impensable: dos de los críticos locales más respetados, Beatriz Sarlo y Quintín, analizaron y saludaron por escrito la ópera prima. Y al año siguiente, en la antología Buenos Aires / Escala 1:1, de la misma editorial, sí encontramos a Havilio como uno de los jóvenes autores imprescindibles de la escena porteña. El barrio escogido para ambientar su cuento es La Boca, el patio trasero de la capital; se titula «Quinquela» y relata, en primera persona, cómo el encargado de un edificio le confiesa al narrador que en 1989 robó dos cuadros de Quinquela Martín y cómo, en el almacén donde todavía los guarda, se folla a adolescentes de trece o catorce años.

En el depósito de cadáveres. El relato miniaturiza el mundo y los mecanismos que se exponen en Opendoor. El momento más importante de la novela tiene lugar en La Boca: alguien, que podría ser la amiga de la narradora, se lanza desde el viejo Puente. Después de ese incidente casi onírico, la vida de ella alternará entre Open Door, un pueblo a las afueras de la megalópolis, y el depósito de cadáveres adonde debe acudir cada vez que encuentran a una chica muerta.

La tradicional tensión entre campo y ciudad se resuelve de forma novedosa: la urbe es la muerte, el olvido de la biografía, sentimental y profesional, porque la narradora no desea regresar a su vida urbana ni a sus tareas veterinarias; pero el campo no es ni mucho menos la vida, sino la muerte en vida, la locura. Porque el pueblo donde se refugia, amancebada con un hombre mucho mayor que ella, debe su topónimo a un sistema decimonónico de hospitalización psiquiátrica de «puertas abiertas», lo que contagia a toda la zona un sesgo de extrañamiento, kafkiano, enloquecedor.

Miseria moral. La historiografía entra en la novela de mano del relato de un viajero francés que describió el hospital y sus habitantes. Si en «Quinquela» la cultura se volvía texto a través del hurto, en Opendoor lo hace mediante la traducción de una aficionada; en ambas narraciones queda en un discreto último plano, porque los primeros los ocupan por completo la descripción del tedio, de la miseria moral y de promiscuidad sexual.

El tono es post-existencialista. La sobriedad estilística no está reñida con el golpe de efecto e incluso con la poesía. Los cuerpos se relacionan en una zona intermedia entre la brutalidad de las nouvelles de Colautti y la ambigüedad del mundo de Lucía Puenzo. El éxito del proyecto se cifra en la verosimilitud de la voz narrativa, una mujer que ronda los treinta años, que no revela datos vitales y que se sitúa, equidistante, entre la vida adulta (el embarazo, el matrimonio, la autonomía económica) y la adolescencia (el sexo maratoniano, la ausencia de compromiso, la dependencia).

En el subtexto encontramos una latente y conflictiva relación con la religión: la narradora parece incapaz de religar los cabos trascendentales que va dejando sueltos, como si fuera puro presente, pasado triturado, imposible de transcribir. Recuerda por momentos a la narradora de Me encantaría que gustes de mí (2002), de la performer Fernanda Laguna, a quien César Aira reescribió en Yo era una chica moderna (2004).

Esa podría ser la línea del travestismo de Havilio. Pero su intención parece la opuesta a la de Laguna/Aira: su chica no quiere ser moderna, se queda preñada de un granjero, duerme bajo un crucifijo, es mantenida. «Católica o moderna. No está claro», leemos. Sólo su actividad gay sintoniza con su época; pero la reprime o la desvía, la vuelve tradicional. En esas contradicciones estriba su fascinación como sujeto de lectura. Absolutamente contemporáneo.»

miércoles, junio 17, 2009

Ellos recomiendan

Daniel Sada (vía Evaristo Cultural)

(…) Hay un escritor argentino que vivió en México y conozco muy bien: Carlos Ríos. Él ahora regresa a radicar en Argentina y próximamente publicará allá su primera novela. Estoy seguro que dará mucho de qué hablar. Con respecto a otras latitudes, conozco muy poco de la literatura joven, pero si hay talento y paisaje interior acendrado, ya en unos cuantos años se verá a todas luces.
-.

Oliverio Coelho (vía Revista Ñ)

Manigua, de Carlos Ríos, es una novela-leyenda recientemente editada por Entropía. Se trata de un relato mítico contemporáneo, donde la realidad es una construcción alucinante y tribal, y la ficción antropológica en verdad está al servicio de una radicalidad poética expresada en frases mínimas y ajustadas. Apolon, el protagonista, viaja en busca de una vaca para sacrificar cuando nazca su hermano. El relato de este viaje regresa cíclicamente mucho después, en elipsis admirables y una escritura afinada y reducida a una perfección que no tiene nada de simplificación ni de conformismo.
-.

Gabriela Cabezón Cámara (vía Revista Ñ)

Manigua, la novela de Carlos Ríos que acaba de editar Entropía. La recomiendo porque con su concentrado lirismo y su brevedad -tiene apenas 64 páginas- se anima a mucho: desarrolla una hipótesis poética del apocalipsis, de los últimos desastres, de la desintegración de la cultura en un mundo posatómico, analfabeto, que ha vuelto a la oralidad y a los mitos propios de la prehistoria, como si la cultura se cerrara volviendo a los orígenes. Y genera imágenes de desoladora belleza, en las que conviven basurales con mandatos tribales y tecnología de punta con guerra de clanes.

lunes, junio 15, 2009

jueves, junio 11, 2009

La voz interior de Pola Oloixarac

Entrevista a Pola Oloixarac, autora de Las teorías salvajes.
[Por Adrián Moujan para Télam, vía La Voz del Interior]

La escritora Pola Oloixarac irrumpió en el mundo literario con Las teorías salvajes, una novela que describe con una visión afilada y divertida el mundo académico, con la que intentó probar que la clase media progresista porteña "no se pone a repensar sus posiciones" y que la izquierda universitaria "no tiene ganas de hacer una autocrítica".

Con apenas 32 años, Pola navega con placer por las aguas de una polémica que surgió en torno a su novela (editada por Entropía), en la que le toma el pelo a ciertos aspectos de la vida interna de la facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (UBA), en medio de referencias filosóficas, históricas y antropológicas, a través de un viaje entre delirante y cómico por la noche under porteña.

Con mucha personalidad, que se trasluce en su blog (melpomenemag.blogspot.com), Pola sacudió a muchos con definiciones como que la facultad de Filosofía y Letras es "un ecosistema gagá donde se permite al académico gagá convivir a gusto con el deterioro institucional".

Sus ironías, que lanza desde la vereda de quien busca la polémica y la agitación, le valieron que una agrupación de izquierda le pidiera un desagravio moral a la facultad y otros la amenazaran, así como elogios por parte de Horacio González o Guillermo Martínez, entre otros.

Esta bella morocha charló sobre su libro y las repercusiones que tuvo.

–¿Cómo nace la novela? ¿Cuál es su génesis?
–Las novelas son uno, no hay manera de no pensarlo así, y a mí me divertía la idea de armar un yo que funcionara como una estrategia de guerra y ver si en mi vida no pensaba también en términos de una estrategia de guerra. Me interesa mucho la guerra, me parece algo re impregnante sobre lo que quiero escribir y sobre lo que quiero dar cuenta. Hay algo del desprecio que atraviesa a todas las personas; que las vuelve inhumanos y que me parece medio fascinante. La manera en que lo siniestro está en nuestras vidas y cómo no hay manera de dejar de verlo así en el momento en que lo ves. El arte de la guerra de Sun Tzu está citado en varias partes de la novela y también leí tratados de estrategia militar. Me interesaba recuperar ciertos textos y leerlos en términos de estrategia militar, porque es otro discurso que es interesante verlo como literario.

–¿Qué querías contar con la novela?
–Quería escribir para poder pensar los valores de una sociedad contemporánea y quería atacar la hipocresía de las clases bienpensantes, la clase media me interesaba en particular. Quería atacar la novela de educación de esa clase media y también el confort en el que vive, que no necesita repensar posiciones y piensa que ya está todo medio bien.

–¿Desde qué lugar lo criticás? ¿Desde una posición de derecha?
–Eso es algo que prefiero que lo responda el lector. No me parece que sea necesario que yo defina un punto de vista, donde la clase media puede ser vapuleada de una manera u otra. El libro es fuerte y está hecho para generar una controversia. Si te gusta, genial, y si querés discutir, también.

–Te metiste con el mundo de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA ¿Tuviste repercusiones de eso?
–Hacía tiempo que veía como excelentes personajes a las agrupaciones, a los profesores, a algunas alumnas, a un montón de gente. Venía observando un grupo humano que me parecía un buen material de comedia, que me gustaba y me gusta. No es que yo le quiero pasar una factura a la facultad, en sí me parece divertidísima.

–¿Las agrupaciones te molestan, te parece que son parte de la vida interna de la facultad?
–Cuando cursaba me parecían irrisorios ciertos planteos y situaciones. Era todo muy "trosko". Además, la violencia con la que se manejan, es gente medio heavy a veces. Es muy de la izquierda argentina tomar posiciones reaccionarias. Creo que hubo algo dentro de la recepción de la novela que también ilustra eso. Hubo reacciones reaccionarias frente al libro, que tienen que ver con una manera de leer a Marx un poco rancia. Pero también está bueno, porque hace a la ilustración de la novela misma. Como que la novela se ilustra a sí misma con la repercusión que tiene.

–¿Y te excita esa repercusión?
–Sí, me parece genial. Fue raro, terminaba un quilombo y aparecía otro más grande.

–¿Algún intelectual de izquierda te insultó?
–No, la gente de izquierda-izquierda, como Horacio González, que es un intelectual comprometido, flashea con la novela. Me parece reinteresante que a gente como ellos, que también son destinatarios de la novela, les haya interesado y hayan sentido que se criticaba desde un lugar interesante, para mí fue un triunfo total, moral. Igual hubo situaciones que me sorprendieron más que otras. Hubo chicos de la facultad que dijeron cosas con mala leche y una agrupación me pidió una retractación pública y me pareció loquísimo. Pibes de una agrupación estalinista me exigieron que le haga un desagravio moral a la Facultad de Filosofía. Y justamente, esa situación funcionaba acorde al mundo que describía en la novela. Por todas esas cosas, incluso las que me sorprendieron más por su violencia, seguían ilustrando mi libro y probaron su efectividad; que el virus había funcionado y había infectado gente. La novela los había enfermado y por eso reaccionaban así, no se explica si no, por qué tanta violencia. Y eso me parece reloco, experimental, copado.

–Hubo un comentario que generó debate: cuando a un personaje le roban y vos decís que son "los desclasados del sistema".
–Si vos lees esa escena, ¿no te parece que es obvia la ironía total sobre la cuestión? Por eso yo prefiero que el libro hable y no aclarar que no soy de derecha. Es obvio que no soy de derecha, soy una persona que se pone en un lugar, que no tiene miedo a criticarle a la izquierda cosas que la izquierda no tiene ganas de criticarse a sí misma. Yo no me como ni media en ese sentido, hago un libro y es mi apuesta.

–¿Buscabas lo que provocó el libro, que se dijera que es un libro de derecha?
–Escribí mi libro y doy batalla. Yo escribo y me parece muy interesante que el libro haya generado una situación de discusión que hace tiempo no ocurre. Es un lujo y está bueno. Lo que me puso muy contenta de la novela, con todo el quilombo y los insultos, es que aparezcan esas cosas, que las produzca. Habla de que la novela es efectiva.

lunes, junio 08, 2009

Drama

Imagen tomada con un teléfono público durante la presentación de Dramaturgias en la Casa de la Lectura, el otro jueves. A la derecha la autora Romina Paula, a la izquierda Graciela Goldchluk, cooptada minutos antes para una formidable perfomance. También se exhibieron fragmentos semimontados de las obras de Mariana Chaud, Laura Fernández, Agustina Muñoz y Julieta De Simone.
No debieron perdérselo.


sábado, junio 06, 2009

Primeras páginas (V)

Antuca (novela)
de Raúl Castro

1

Miro los destellos de agua, el temblor de los reflejos, las ondas que se cruzan y bailotean, y es una red tan intrincada como mi memoria, tan impenetrable y misteriosa.

El muelle de madera podrida cruje siempre, con una queja monótona y vacía.

Así paso las horas y los días mirando el agua marrón, con olor a barro fermentado, a junco y a pescado.

Paso las horas y los días esperando mi nombre. Esperando que se abra ese telón pesado que me separa de mis recuerdos, y sepa quién soy. Que me diga quién carajo es este tipo que está sentado en este muelle crujiente de madera podrida, mirando el agua.

Mi historia termina del otro lado de la isla, donde los naranjales se encuentran con el río Luján, donde los camalotes se enganchan en el recodo de la orilla.

Allí me recogió Roberta y me arrastró por el yuyal y el colchón de naranjas caídas, me cargó por la escalera de troncos hasta la casilla y me dejó en su catre, como si hubiera pescado un hombre.

Roberta dice que hervía y que hablé mucho pero que no entendió lo que decía, que más bien era un lamento o un llanto, y que a veces me retorcía como un animal maniatado que estuvieran marcando.

Eso decía Roberta, y es toda mi prehistoria. A los tres días desperté violentamente, me sorprendí sentado sobre un catre, en una casilla precaria, con una mujer maciza, de cara aindiada, pómulos fuertes, pelo lacio y tez muy oscura, que me miraba desde un rincón, sentada en una silla de mimbre.

Dice que me sacó del río enredado en las ramas de un camalote, con las manos atadas con alambre de enfardar. Todavía tengo marcas rojas en las muñecas y heridas en el cuerpo que parecen quemaduras, y un horror impreciso y lejano que se mueve atrás de la niebla, más allá del naranjal.

Sigue acá.

jueves, junio 04, 2009

Las 10 preguntas / Martínez Daniell

[Por Sonia Budassi, para Perfil]

"La potencia es una categoría ajena a las letras", diría El Mierda, entrañable –por llamarlo de alguna manera amistosa– personaje de esta historia. Una hipótesis que la propia novela se encarga, rotunda, de desmentir. Potente, divertida, inteligente. Semana es la novela de un autor que deja con ella la incierta categoría de promisorio para dedicarse a cumplir", escribió Mauricio Kartun sobre Semana, primera novela de Sebastián Martínez Daniell, publicada en 2004. El autor nació en Buenos Aires, en 1971, y junto Valeria Castro, Juan Manuel Nadalini y Gonzalo Castro es uno de los cuatro fundadores y responsables de Entropía, una de las más dinámicas editoriales independientes. En 2007 y 2008, Martínez Daniell participó en las antologías de narrativa Buenos Aires / Escala 1:1 (con un relato titulado "Núñez: Claves para turistas con impedimentos ópticos") y Uno a uno (con un cuento titulado "Paddle"). El escritor trabaja como periodista, docente y crítico de cine; este año publicará su segunda novela.

–¿Cuál es el primer libro que recuerda haber leído?
–Todo es un poco nebuloso. Pero sí puedo recordar que en mi biblioteca de la primera infancia convivían gran cantidad de cómics europeos (Asterix, Lucky Luke, Tintin, El Corto Maltés); Dailan Kifki, de María Elena Walsh; El libro gordo de Petete primorosamente encuadernado por mi abuelo en una decena de tomos; algo de la Colección Robin Hood, y (posiblemente mis favoritos) tres gruesos volúmenes de una exhaustiva enciclopedia zoológica italiana llamada originalmente Il mondo degli animali y publicada en Argentina por la editorial Abril.

–¿Cuál es su autor favorito vivo?
–Soy más devoto de los libros que de los autores. Y si tuviese que erigir un panteón autoral, me inclinaría generacionalmente hacia una docena de escritores que murieron entre 1941 y 1999. Pero eso no respondería a la pregunta. Así que, por decir algo, menciono a algunos de aquellos que aún viven y cuyos libros, en el momento de su lectura, me conmovieron de alguna manera: Jerome David Salinger por El guardián entre el centeno, Thomas Pynchon por V., Mario Vargas Llosa por Conversación en La Catedral, Martin Amis por Experiencia, Kazuo Ishiguro por Los inconsolables, Claudio Magris por El Danubio. Hay más, por supuesto.

–¿Qué libro se llevaría a una isla desierta?
–Siempre temí que me preguntaran esto y siempre temí responder algo fuera de lugar o caer en la elusión del "Manual de instrucciones para dejar atrás una isla desierta". En fin. Diría que llevar narrativa sería pedirle demasiado a un solo libro. Quizá empacaría la Enciclopedia Británica o algún sucedáneo. Un libro con potencial de hidrógeno (pH) neutro. Algo así como el grado cero de la ensayística, algo que permita ser recreado ad nauseam.

–¿Cuál es el último libro que leyó o qué está leyendo en este momento?
–Estoy tratando de avanzar con Fear and Loathing: On the Campaign Trail '72, de Hunter S. Thompson. No me está resultando sencillo: primero porque me lo prestaron en inglés (lengua que desconozco puntillosamente); segundo, porque mi competencia sobre las internas demócrata y republicana de comienzos de los '70 es más bien escasa. De todos modos, el periodismo gonzo tiene su gracia.

–¿Qué libro reciente no pudo terminar de leer?
–Todo el tiempo dejo libros por la mitad. Por lo general, los retomo luego. A veces, terminan gustándome. Los últimos dos que quedaron en barbecho fueron Orlando, de Virginia Woolf (que, por cierto, estaba disfrutando mucho), y La biblioteca de noche, de Alberto Manguel.

–¿Qué libro quisiera releer pronto?
–Borges daba a entender que la relectura es una pasión propia de la ancianidad. Aún falta para eso.

–¿Cuándo escribe?
–De noche, cuando el resto de la casa duerme cerca.

–¿Quién debería ser el próximo Nobel?
–¿El próximo Alfred Nobel? La dinamita se inventa sólo una vez.

–¿Cuáles son sus rituales o supersticiones a la hora de escribir?
–Al margen de la nocturnidad, no mucho más. Café suele haber. Tabaco también.

–¿Cuál es su comienzo favorito de la literatura universal?
–No padezco en exceso el fetichismo de las primeras líneas. No creo que sea justo pedirle a la primera oración más que a la quincuagésima. De todos modos, pienso que aquellos comienzos que han perdurado por obra y gracia de la mnemopraxis canónica se lo han ganado por mérito propio. Digo: el de La divina comedia, el de La metamorfosis, el de Don Quijote de la Mancha, el de La Biblia, etc. Pero para salirse un poco de los tópicos extenuados, me inclino por el de Habla, memoria, de Vladimir Nabokov: "La cuna se mece sobre un abismo y el sentido común nos dice que nuestra existencia no es más que una breve grieta de luz entre dos eternidades de tinieblas".

martes, junio 02, 2009

Paisaje semidesértico con escritor argentino

[Entrevista a Carlos Ríos. Por Ezequiel Alemian, para Perfil.]

Editorial Entropía distribuye en estos días Manigua, primera novela de Carlos Ríos, escritor argentino que vivió siete años en México y acaba de regresar al país. Subtitulada novela swahili, Manigua narra el viaje de Apolon en busca de una vaca para sacrificar el día del nacimiento de su hermano, por un territorio donde el estado y la propiedad se encuentran casi por completo descompuestos. Clanes tribales luchan entre sí para afirmar su identidad, también agonizante. Ríos tiene publicados tres libros de poesía, y en el 2004 obtuvo el Primer Premio del Concurso Universitario de Poesía de Puebla. En esa ciudad, donde trabajó como evaluador de proyectos de creación literaria para fondos estatales, asistió al taller de Daniel Sada.

–Hay en Manigua una construcción muy específica de un mundo en un espacio y un tiempo complejos para identificar. ¿Cómo concebiste ese espacio, y qué es lo que quisiste transmitir a su través de su funcionamiento?
–Manigua se me apareció como un escenario semidesértico muy propicio para indagar lo que había en él. Eso fue lo primero. Después empecé a ver que en ese escenario se movían algunos personajes. Podría decir que la acción transcurre en Africa. Y es cierto, hay marcas que lo dicen. Pero también es un espacio puramente literario, en el que que yo me voy moviendo y poniendo en juego lecturas, reflexiones, voces. En esa zona inestable, siento que se empieza a jugar algo entre esa topografía, ese lugar, esas voces, esos personajes, algo como una especie de tensión, y ahí es donde se arma el relato.

–¿No sabías a dónde ibas cuando empezaste Manigua?
–En uno de los últimos capítulos del libro aparece un africano que dice que es el último de su clan. Es una imagen que vi en la tele; un aborigen australiano, que decía que estaba solo, pero que sentía en el aire que sus hermanos lo acompañaban. Y me di cuenta de que quería escribir algo para llegar a eso. Cada capítulo, de todas formas, se va armando a medida que se cuenta.

–Por momentos el lugar parece Africa, pero por momentos podría ser un suburbio trash de cualquier ciudad grande de occidente.
–Sí. Pero lo importante es cómo funciona ese sistema, qué está pasando con esa gente que todo el tiempo tiene que ir negociando su vida en un mundo de restos. Es algo que siento muy atado a mi forma de escribir. Voy buscando algunos hilos, viendo hasta dónde llegan, sin preocuparme de que después esté todo perfectamente atado. Los capítulos son cortos, escribía uno por día. Siento que a la vez que novela, Manigua es un diario. Me gusta que lo que estoy contando se contamine con lo que escucho o lo que leo ese día.

–De hecho, hay referencias a mundos muy divergentes en el libro...
–El montaje de referencias lo entiendo un poco como un trabajo de composición poética. Siempre pienso en esa idea de un texto como un imán que atrae elementos diferentes. A ver, me digo, esto que estoy escribiendo, qué puede atraer. Cuanto más salvaje sea esa intrusión, en el sentido de que lo que llegue mine, genere inestabilidad, incertidumbre, incertezas, mejor. Todo lo que venga para contrarrestar esa idea de “estoy escribiendo una novela y sé para dónde va”, dejo que vaya hacia el texto. Todas las referencias que aparecen contribuyen a armar un Africa, pero muchas de ellas no son africanas.

–Esa idea de inestabilidad se da en varios niveles del texto.
–Quería trabajar sobre ese hilo donde todo no empieza a cuajar o a solidificarse. Estaba más cerca de la idea de un boceto de novela que de una novela perfectamente edificada. Quería meter la escritura ahí, en esa frontera. Manigua arranca, después parece que arranca otra vez; es una novela muy cortita pero tiene como tres finales.

–¿Y por qué esa mutación en la figura del narrador, ese cambio de persona?
–Surgió sobre la marcha y lo dejé, que estuviera. Empecé a escribir en tercera y casi como una equivocación apareció la primera. En un capítulo las dejé entreveradas, como si fuese una marca. Apareció, lo marqué; no es un logro. Me gusta que las costuras queden en la sintaxis.

–¿Qué lengua se habla en Manigua?
–Para mí es swahili. Es una lengua que parece armada de lo que le pudo robar a otras lenguas. Se habla con requechos de palabras. Eso me generó cierta incomodidad cuando se impuso la primera persona: la forma que tiene el personaje de nombrar, esa sintaxis que se defleca, que también forma parte de los restos. Me costó aceptarla. Pero escribir también es aceptar un modo de decir que no es el tuyo.

–¿Qué novelas te acompañaron la escritura de Manigua?
–Leí Memorias de un pigmeo, de Hebe Uhart, El africano, de Le Clezio, y Las posibilidades del odio, de María Luisa Puga, una mexicana, con una obra muy despareja. Vivió un tempo en Kenya y escribió esta novela, muy política, de los años 70’. Me interesó su percepción, maravillosa.

–¿Y Bellatin?
–Más que el gusto por algún libro, ahora me interesa su concepción del acto de escribir, de la puesta en escena de la palabra, esa cosa casi de performer que tiene.