miércoles, agosto 27, 2014

Requena: esbozo para una desaparición

Reseña de Requena, de Alejandro García Schnezter, en Milenio.com


Por José Luis Prado

Camino esta tarde a lo que será una especie de tertulia con los amigos, una tarde de lluvia y las anécdotas que no dejamos escapar al tiempo. Pienso mientras me encamino al café en la novela del autor argentino Alejandro García Schnetzer.
Requena (Editorial Entropia, Buenos Aires, 2007), novela, apostilla o algo más o menos cercano a estas clasificaciones, toma como estructura la fractalidad, lo segmentado y, siguiendo a Calabrese algo como “un caso de monstruosidad geométrica es la exigencia de dimensiones no enteras, correspondientes a fracciones” pero, actualmente hay una valoración estética y, el texto de García Schnetzer, lo demuestra. Requena cumple con su carácter gradual; es decir, “tiene una estructura irregular que se repite más o menos en sus partes y en cualquier grado que se observe”.
Requena es una figura que recuerda al filósofo y escritor Macedonio Fernández. En el texto hay marcas “Sobre la realidad y el tiempo. Nuestro maestro jamás llegó a negarlos del todo. Decía tener sospechas y algunas pruebas de que existían. Dudaba y desconfiaba igual de ambos. Decía no haber sentido nunca como propios los supuestos de Berkeley y, esto por la razón de que nunca los había leído. Nos pedía, asimismo, que evitáramos explicárselos”.
La mayoría de las veces Schnetzer eleva sus sentencias para delegarlas al absurdo. El libro trata sobre poesía, filosofía. La noche está invitada pero todas están encaminadas a la escritura o a la imposibilidad de ésta porque, al final, lo que tenemos es a un escritor que jamás publica un solo libro pero, eso qué importa si su vida ha sido completamente literaria. La novela está llena de anécdotas, de reflexiones filosóficas y literarias las que servirán para ayudar a comprender un mundo, cercano a la literatura, en las tertulias del café Albéniz.
Parece que esta idea de aprender a callarse, de la desaparición a través del silencio, está siendo transgredida por el autor quien juega con una técnica narrativa más cercana al entresijo, construyendo a partir de diferentes voces narrativas a la figura de Requena, Lo que busca Alejandro García Schnetzer en Requena, es dar la espalda a la escritura, a la consagración literaria, a la figura del escritor, eso que algunas veces, termina por desquiciar a cualquiera “la recuperación, el rescate de la figura, la exposición homenaje en la Biblioteca Nacional”, y es en este sentido, en el que el joven escritor argentino justifica la presencia difuminada de Requena, personaje excéntrico de la primera mitad del siglo XX que piensa y se conduce en un saber del mundo intentando trascender la duda. Al parecer, el intento ha fallado y no era para menos: el poeta se ha quedado detenido, como en un accidente, en la imposibilidad, en la duda que lo acecha.

Milenio.com, 23/08/2014

martes, agosto 12, 2014

Protagónico absoluto


La nueva novela de Iosi Havilio marca una ruptura con el estilo narrativo que venía desarrollando y sugiere una apuesta estética hacia un campo fértil no tan transitado en el mapa literario argentino.

 Por Juan Maisonnave.















En un ensayo que ya tiene sus buenos años, y a partir del cual Fabián Casas acuñó un concepto de factura propia al que de vez en cuando vuelve, el poeta de Boedo decía: “(…) resulta que uno siente que el escritor debe ir siempre en contra de su habilidad. De manera que esos textos que parecen tan redondos y buenos son en realidad falsos amigos. Así que los dejo de lado o los intervengo hasta que escapan a mi control y empiezan a drenar la voz extraña. Entonces los relatos o los poemas me empiezan a dar vergüenza ajena, incertidumbre y todas esas sensaciones con las que es más difícil convivir. Ahí sé que —mas allá de los logros— estoy, como quería Kerouac, en el camino.”

Sin demasiado esfuerzo, uno puede detectar en esas palabras una crítica velada a cierto conformismo de escritor profesional, sea por el rigor y la presión editorial, sea por las necesidades siempre insatisfechas del ego, o sencillamente ante el horror al vacío que se le abre a todo narrador reconocido cuando no escribe, no publica por un tiempo o no se le conceden entrevistas ni forma parte de mesas redondas: la batalla contra la invisibilidad. Para algunos, lidiar contra eso no es tan fácil, lo que trae aparejado, muchas veces, como si no publicar regularmente causara una abstinencia de la que hay que escapar a cualquier costo, una producción sostenida, por lo general novelística, un fordismo literario que consiste en empezar a repetirse de un libro a otro, a copiarse, a trabajar como cinta de montaje que cada cierto tiempo libera otra historia eficaz, lista para que la reciban sin sorpresas librerías y suplementos culturales. Es cierto que el reproche recae sobre autores muy prolíficos, y suele hacerse la salvedad de que vale la pena seguirlos hasta cierta novela que marca su declinación, la caída en el tedioso terreno de la fórmula y el reciclaje de tonos, ideas o estructuras (Paul Auster, Andrés Rivera).    

Esta pregunta -¿Iosi Havilio se cansó de su fórmula, si es que puede decirse que contaba con alguna?- surge a poco de empezar a leer La serenidad (Entropía, 2014). La ruptura con lo que venía haciendo es llamativa ya desde el uso del lenguaje y la estructura de los capítulos, con pequeños títulos-sinopsis a la usanza de la novela del siglo XVI y XVII, pero sobre todo por la intención y el juego de espejos que conforman las distintas referencias –intertextuales, culturales, filosóficas, políticas, autobiográficas- que recorren las escenas, dándole al conjunto un aire de tratado paródico cuyo punto de partida son los sucesos/aventuras de un personaje destinado a lo que parecería ser un fracaso épico, porteño y muy actual (“¿Y sobre la Década Perdida no piensa decir nada? Pero si no fue una década, sabe su Yo reidor, fueron dos años, tres a los sumo…”).

Hasta acá, la maquinaria narrativa de Havilio había utilizado ciertos ingredientes de la cultura para servirse de ellos como si fueran desechos orgánicos que nutrían al relato sin asfixiarlo, dándoles un lugar lateral pero presente, incómodo, que cada tanto regresa transfigurado o se confunde con la trama sin explicarse. En Paraísos (Mondadori, 2012) la protagonista encuentra en la basura, y se lo apropia, un tomo de la obra de Albertus Seba que perteneció a Ladislao Holmberg; en un relato incluido en la antología Buenos Aires / Escala 1:1 (Entropía, 2007), un portero tiene obras de Quinquela Martín arrumbadas en su sótano; en Opendoor (Entropía, 2006), el libro hallado es En Argentine, De Buenos Aires au Grand Chaco, de Jule Huret, con dedicatoria para Domingo Cabred.

El salto que da en La serenidad sorprende, y de nuevo es posible plantear los interrogantes: ¿el escritor, harto de sí mismo y de su prosa, que cosecha buenas críticas y no es precisamente amable ni complaciente, consideró la posibilidad de una provocación que sacuda al lector de su zona de confort? ¿Es ésta la voz extraña dictándole una novela enloquecida, catártica, compuesta de máximas, digresiones, abismada en categorías abstractas y guiños para entendidos?

 Puede ser. Pero la lectura atenta de la nueva obra de Iosi Havilio sugiere también un enrolamiento –una apuesta estética- a un campo fértil aunque no tan transitado del mapa literario argentino: La serenidad es el ejercicio de una prosa poética entendida y ejecutada desde una rabiosa contemporaneidad. Sensualidad y plasticidad en las imágenes, flujo incesante de peripecias y sensación pura, discurso indirecto libre que ni una sola vez baja la calidad de las descripciones (ni cuando se trata de medialunas exhibidas en la vidriera de un bar), y que, al igual que la adjetivación rebuscada y el ritmo vertiginoso, lo apuntalan dentro de la mejor tradición de poemas narrativos, de “El fiord” en adelante.

La biografía caótica y manoseada del Protagonista –así se lo nombra- comienza con su separación, después de la cual hace un revisionismo sinuoso de su pasado y emprende el viaje inexorable hacia un futuro que lo encontrará “no tan viejo como avejentado”, un futuro tecnológico, de cataclismos y desiertos fertilizados, en el que “La moda es la desintegración paulatina del bólido social”. Sin embargo, esta experimentación formal no sólo no borró ciertas zonas de interés y ciertos vestigios autobiográficos del autor, sino que, camuflado en la piel del Protagonista, aprovechó para moldearlos a su antojo y sembrarlos a lo largo del texto mediante claves generacionales y boutades al paso (“Votaba a peronistas, radicales, al MAS, al MID, a la Ucedé. Al PI de Oscar Alende. Desmedidamente al PI”). Havilio vuelve a escribir sobre el sur de la ciudad, ya presente en Opendoor con esa escena en el puente Avellaneda y un personaje: Boca; reaparecen los piringündines y los rusos del cuento “California”, publicado en la Antología La Joven Guardia por la Editorial Belacqva en 2005 (“La antología de autores contemporáneos,¡destrócenla…!”), donde el escritor ya había despuntado esta vena poética y alucinada; otra vez, la estrella de David (“bordada a mano y con manchas de café”), como la que roban la protagonista y Eloísa en Paraísos, aunque ésta estaba adornada con diamantes.

 Por otro lado, La serenidad se lee perfectamente sin saber que el título responde a una conferencia que dio Heidegger en 1955 o que el monólogo de Bárbara en el capítulo llamado “El lenguaje estúpido del amor” remeda el de Molly Bloom en el Ulises de Joyce. Lo que tal vez haga más ríspida su lectura, en especial para aquellos no habituados a este tipo de escritura expansiva y por momentos surrealista que alguna vez fue vanguardia (Néstor Sánchez), es que con el transcurrir de las escenas se vuelve un tanto agobiante, y el asombro inicial y la potencia de las frases decaen; el gesto beatnik de enunciar todo en mayúsculas deviene uno de los mayores excesos en esta novela excesiva: con el paso de las páginas el recurso pierde su efecto; el absurdo y el tono de sátira permanente carecen de contrapunto o respiro, y en ese sentido el oportuno monólogo de Bárbara ayuda un poco, cosa que no ocurre con las imágenes insertadas.


Escribir en contra del lector de Havilio, defraudarlo. A contrapelo de sus expectativas, muchas veces fogoneadas desde la taxonomía impuesta por la crítica hasta el cansancio (autor salido de la nada, en la línea de Busqued y Ronsino, etc.): escribir, entonces, en contra de él mismo, como proponía Casas. Puede objetarse que este movimiento de Iosi Havilio llega luego de haber sido elogiado ampliamente por escritores y suplementos literarios y, encima, desde una editorial de las llamadas independientes, como si les hubiera regalado un lado B, acaso inaceptable para el sello en el cual editó sus dos últimas novelas (Mondadori). Eso no quita que sea un viraje saludable, liberador, quizá bajo la influencia de algunas lecturas recientes o con un material que sólo podía ser trabajado –dicho- de esta manera; quizás, como respuesta posible a una de las tantas máximas contenidas en La serenidad: “Todas las decisiones estéticas le resultan impracticables”.

Revista Invisibles, 08/2014

miércoles, agosto 06, 2014

Un agosto en la Patagonia

Agosto, de Romina Paula en La Repubblica

Romina Paula -directora, actriz, dramaturga- narra, en una novela que es una larga carta a una amiga desaparecida, el balance sentimental de una generación.

Por Elena Stancanelli.


Muchos están drogados. Es decir, intensamente drogados, tanto como para no poder contar ninguna otra cosa más que el hecho de estar muy drogados. Otros, la mayoría, han hecho lo que cuenta en Agosto Romina Paula, nacida en Buenos Aires en 1979. Dar vueltas, llorar, mirar obsesivamente el film Generación X,  con Ben Stiller, Ethan Hawke, y sobre todo Winona Ryder, actriz fetiche de los años noventa.
Pero sobre todo, dar vueltas. No sólo por lo que cuenta, sino por cómo está escrito, este libro parece, de hecho, el vuelo en círculos del águila sobre su presa. Un águila que no se decide nunca a lanzarse en picada y se queda ahí, hambrienta, girando. Romina Paula también es directora, dramaturga y actriz. Se parece un poco a Winona Ryder: pelo corto, rostro inteligente, ojos soñadores. Abrazáme, pide continuamente Emilia, la protagonista de su libro. “Algo así como que quieren esparcir tus cenizas. Algo como que quieren esparcirte.” La amiga de Emilia murió hace algunos años. Y su familia ahora ha decidido hacer una especie de ceremonia en Esquel, el pueblito de la Patagonia donde crecieron juntas. Emilia deja Buenos Aires, donde busca trabajosamente construir su vida en la casa invadida por ratas que comparte con su hermano y un novio esporádico, y se muda por unas semanas a la habitación que pertenecía a su amiga, con los padres de aquélla. Agosto es la larga carta que le escribe mientras husmea sus discos viejos, se prueba su ropa, juega con su gato, se reencuentra con viejos amigos.  Entre ellos está Julián, el novio que Emilia dejó para mudarse a la ciudad, y que en el medio tuvo un par de hijos, pero no importa. Porque igual no hay adónde ir. Todo gira y vuelve siempre ahí, a ese momento en que las cosas tendrían que haber tomado forma, la juventud, convertirse en adultez, y sin embargo algo se trabó. Y entonces la vida se vuelve una obra idiota en la que nos empecinamos en usar ropa inadecuada, escuchar música de adolescentes, jugar siempre con las mismas obsesiones infantiles. Cada tanto nos emborrachamos, cada tanto tomamos un tren o un colectivo y corremos un poco más adelante la línea de la angustia. Y cuando muere Daisy como en The Brown Bunny  de Vincent Gallo con Chloë Sevigny, el riesgo es que ni siquiera te des cuenta.

Romina Paula, Agosto, La Nuova Frontiera.

La Repubblica, 26/07/2014

martes, agosto 05, 2014

Baby One More Time

Scalabritney, de Martín Zícari en la web de CC Matienzo



Reseña de "Scalabritney", nouvelle de Martín Zícari publicada por Entropía y disponible en nuestra Mediateca.

Por Julio César Estravis Barcalá

En la solapa de su primera nouvelle, Martín Zícari está leyendo un libro de Blatt & Ríos. Se acepta la declaración estética: Scalabritney no habría desentonado en el catálogo de esa editorial desenfadada e impredecible. Sin embargo, Entropía la publicó como segundo título de su nueva colección de relatos largos / novelas cortas a continuación, nada menos, de un experimento idiomático como La serenidad de Iosi Havilio.
A hombros de gigantes, entonces, llega este relato de iniciación cuyo primer rasgo es el registro poético. Zícari proviene de ese campo, con un par de plaquetas publicadas y su propio proyecto editorial de poesía, Hoja de trabajo. Desde ahí asistimos a la cotidianeidad de su protagonista (de una cercanía sospechosa al autor) en su devenir por la facultad de Puán, los trabajos no calificados, las fiestas y los viajes con amigos. El indie sale hasta por los poros: Toro y Moi, bicicletas de caños hermosos, casas en el Tigre, Cynar con pomelo.
Lo que diferencia a Scalabritney de tantas novelas tipo "un-día-en-la-vida-de-un-intelectual-aburrido" es que encuentra la trascendencia de esas vidas en su potencial poético. Además de construir un narrador cáustico y engreído hasta la ridiculez ("yo he trabajado muchas veces en relación de dependencia, y la verdad que esto es inadmisible, realmente esto está abolido por ley desde el peronismo"), Zícari parece decirnos que el único sentido de esta vida cortoplacista llena de licencias es edificar un punto de vista hermoso y definitivo. Aunque dure hasta que venga el 141.



lunes, agosto 04, 2014

Presentación de La Serenidad de Iosi Havilio en CC Matienzo

Aquí el texto que Damián Ríos leyó en la presentación de La Serenidad, el 30/07/2014:

En La serenidad el Protagonista (el nombre del protagonista es El Protagonista); el Protagonista rompe con Bárbara y se apresta a vivir una aventura en viaje. El Protagonista, Bárbara (que es La Reina de la Noche), El Gran Otro, El Filósofo de Toda una Generación, La Hermana Unificada funcionan más como alegorías que como personajes, es decir, como ideas encarnadas que atraviesan y sostienen el relato.
Iosi Havilio publicó Opendoor, su primera novela (o la primera que pudimos leer) en 2006, por Entropía, una editorial local que se especializa desde 2004 precisamente en primeras novelas de autores argentinos de los que, sin mayores precisiones y por falta de un término mejor, en la industria llamamos “jóvenes”: “jóvenes escritores”. Por eso todos estamos atentos al catálogo de Entropía, que cumple esta función de decirnos qué y cómo se está escribiendo ahora, aquí. El catálogo de Entropía descubre y sigue escritores; es decir, es un mapa inestable que mete mano en el incesante ir y venir de inéditos y los convierte en libros, en literatura, y los somete al público lector. Opendoor era, es, una muy buena novela, y nos pasó lo que nos pasa en estos casos a los que por cuestiones personales y profesionales tomamos nota de las novedades: ¿cómo sería una segunda novela de Havilio?, ¿escribiría otra cosa, estaría escribiendo? Siempre vienen estas preguntas. Tenemos no diría miedo, pero sí morbo cuando leemos una “primera novela” de un “joven escritor”: imaginamos las cavilaciones y problemas del que, ahora que publicó, tiene que escribir más, publicar más. Esperamos un poco y en 2010 Mondadori avisó que Havilio seguía haciendo novelas, y publicó Estocolmo. Internacionalización de la edición e internacionalización del asunto de la novela bajo el hilo argumental del exilio. Bien, teníamos segunda novela. ¿Y ahora? En 2012 apareció la luminosa Paraísos, también por Mondadori. En esta tercera novela teníamos además una segunda parte o saga de Opendoor, hermosa, y Havilio nos decía que no sólo seguía escribiendo, progresando, publicando, lineal. Con esta pequeña Comedia humana de personajes recursivos Havilio mostraba que estaba pensando en la novela, en los problemas de la novela, en las posibilidades de la novela. 
La serenidad, su cuarta publicación, está dividida en capítulos cuyos títulos son argumentos, como en las novelas clásicas, como en el Quijote.  
Sumados a los nombres alegóricos de los personajes, estos títulos parecen decirlo todo sobre lo que se está leyendo y se va a leer: pura claridad clásica. Entonces, los capítulos se abren en apartados que retoman, deformada, la lógica alegórica. En estricta mayúscula de nombre propio leemos: “Fin de Fiesta”, “El Sur”, “Sucesos argentinos”, “Basta de Imaginar!”, “Historia y Geografía”. Estos subtítulos poco descriptivos puntúan la aventura que El Protagonista se apresta a vivir como misterios. Si los títulos suelen empezar con “De como...”, los subtítulos interrumpen para preguntar: ‘sí, bueno, pero cómo’. Las peripecias del viaje de El Protagonista a veces lo ponen en ridículo, y el ridículo es un importante motor de la anécdota, que Havilio nunca olvida en ninguna de sus novelas. Pero no es menos cierto que aquí la anécdota no es lo único que importa, o mejor, ‘cómo, cómo es posible la aventura, la peripecia, la anécdota, la novela’ es en sí mismo un misterio en La serenidad. 
Prefiero pensar que esta es una novela sobre el arte de novelar, entre otras cosas, pero me interesa sobre todo ese aspecto. Está la mesita de novelar y sobrevienen las ganas de novelar, le gustaba decir a Fogwill: novelar, hacer combinatorias de palabras y situaciones y poner a andar los personajes, crearles un clima.
Y me parece que no invento esta lectura para esta ocasión; me parece que aquella tercera novela, Paraísos, que era la segunda parte de Opendoor decía que la preocupación por el arte de novelar era un insumo de la continuidad de la escritura de Iosi Havilio, sin renunciar a la novela misma. Cuando llegamos a aceptar que las novelas, los poemas, los cuentos y la televisión pueden ser una combinación de experiencia y costumbrismo, Havilio hace uso de su capital simbólico acumulado con un ritmo constante de publicación y nos propone la aventura de imaginar una novela; dice que la novela, bajo el estricto cuidado de las buenas frases, de las sentencias con fuerza de slogan y de las observaciones que le dan un verosímil, también es imaginación y misterio de la escritura. Y para esto vuelve de su periplo internacional a Entropía.
Hay humor y hay unas peripecias, hay un héroe y hay novela de esas en las que todo lo que pasa y vive ocurre dentro de las novelas, sin respetar convenciones que la novela misma no haya impuesto. Es decir que no tenemos nada afuera de la novela que nos distraiga de la novela misma, para eso leemos. El Protagonista rompe con Bárbara y se apresta a vivir una aventura que dura un día y cincuenta años: los tiempos que dura la novela, desde Tolstoi y Joyce.  Como en sus novelas anteriores, pero más programático, con La serenidad Havilio ofrece el resultado de una feliz discusión con los modos de novelar en el presente. Podríamos decir: he aquí la segunda primera novela de Iosi Havilio, publicada por Entropía.

Damián Ríos.


viernes, agosto 01, 2014

La trabajosa y cristalina prosa de Ignacio Molina


Cámara Gesell

Los puentes magnéticos
Ignacio Molina
Entropía, 2013

Por Miguel Zeballos.

La cadena de pensamientos de la narradora y protagonista de Los puentes magnéticos salta de detalle en detalle. En ese tránsito, los recuerdos se suceden ya no por nostalgia o añoranza, sino como complemento de un cuerpo que deambula –¿perdido?– y de una mente que insiste en hacer asociaciones disímiles con las personas y los lugares que va cruzándose, como si esa voz femenina al surcar los puentes magnéticos insistiera en vomitarnos en la cara su puesta en escena de la memoria.

El 118, Emiliano, Parque Patricios, Rodrigo, podrían considerarse el presente. Su padre, Cristian, los ex compañeros del secundario, el pasado. Sin embargo, para Ignacio Molina (Bahía Blanca, 1976), el tiempo parece elástico, se estira a más no poder, no se rompe nunca, y para dar cuenta de que pasado y presente tienen el mismo peso, conviven en el centro de la conciencia de la protagonista, que a su vez será el centro de la conciencia de los lectores.

Dan igual sus clases de inglés, los encuentros casuales, las mudanzas, Chacarita o Paternal, Javier o Emiliano, la desaparición misteriosa de su padre, dan igual en tanto y en cuanto esa suerte de cámara Gesell en la que ella parece vivir no se rompa del todo. Cámara Gesell o frontón de situaciones con el que parece chocar una y otra vez de manera hipnótica, o como reza el título, magnética.

Aunque parezca lo contrario, no hay repetición sino insistencia, y es ese modo afiebrado como el autor de Los modos de ganarse la vida (2010) vuelve al ruedo para contragolpear con su trabajosa y cristalina prosa.

Revista Veintitrés, 30/07/2014