martes, febrero 28, 2012

La materialidad poética

Carolina Esses hace para la revista Ñ un repaso por algunos de los libros sobre poesía publicados en los últimos tiempos. Menciona "ese ejercicio barroco y genial que es El tesoro de la lengua, de Ariel Schettini" y luego profundiza sobre Caligrafía tonal, de Ana Porrúa:

«¿Y la crítica académica, esa que circula en seminarios, congresos, aulas universitarias? ¿Cómo lee poesía? Caligrafía tonal (Entropía, 2011) de Ana Porrúa –docente en la Universidad Nacional de Mar del Plata, investigadora de CONICET y poeta– es un ejemplo de crítica rigurosa y exhaustiva. A partir de la idea de caligrafía oriental y tomando la idea de “scripción” de Roland Barthes, Porrúa propone “leer caligrafías, leer tonos, leer la forma”. Es decir: leer la modulación de un trazo, la inclinación de una pincelada, el impacto del movimiento en el poema. La imagen es ilustrativa, bella; se detiene en el texto –sus procedimientos–, pero también en la mano que presiona o levanta el lápiz de la hoja, “el neobarroco carga las tintas y superpone trazos”, dirá, “los llamados objetivistas argentinos deslindan los trazos, se oponen a la mezcla, trabajan con trazos limpios”. Porrúa no olvida al sujeto y esto no es menor tratándose de un texto académico. Relee a los formalistas rusos sobre todo al Tinianov de Avanguardia e tradizione y abre la discusión a cuestiones que van más allá de lo textual. No sólo lo histórico cultural sino también, por ejemplo, la puesta en voz de la poesía y su circulación con las nuevas tecnologías. A la hora de elegir lo textos transita el camino más canónico: neobarrocos y objetivistas. Entonces la función de sus ensayos, su impacto dentro del campo poético, no será poner la lupa en poéticas más laterales –como sí será el objetivo del libro de Walter Cassara– sino sistematizar y profundizar en poéticas centrales de los últimos años. La audacia del libro no radica en su elección de los textos sino, por un lado en su elección bibliográfica, en la manera que encuentra para articular teoría y poesía, y por el otro en el gesto de colocar como objeto de análisis académico la materialidad poética. »

La nota completa, acá.

jueves, febrero 23, 2012

La evolución del duelo

Patricio Zunini lee El animal sobre la piedra, de Daniela Tarazona, y entrevista a la autora para el blog de Eterna Cadencia:

«La mexicana Daniela Tarazona viajó a Buenos Aires esta semana para presentar su novela El animal sobre la piedra. Incluida en la lista de los “25 secretos mejores guardados de América latina” en la reciente Feria del libro de Guadalajara, la escritora ha cosechado elogios desde el momento en que publicó la novela, que fue elegida como una de las diez mejores de 2008. El animal sobre la piedra acaba de ser publicada en la Argentina por el sello Entropía.

Fábula biologicista, novela fragmentaria e introspectiva, consigue registrar los cambios como un devenir natural, libre de culpas o principios morales. La trama comienza con una mujer que acaba de perder a su madre y, en busca de sobrevivir, decide emprender un viaje hacia la costa. Es en ese paisaje diferente donde vivirá un proceso que le permitirá sobrellevar el duelo a través de una metamorfosis que poco a poco la irá alejando de su forma humana hacia una etapa evolutiva superior en forma de reptil.

En esta entrevista, Tarazona habla de El animal sobre la piedra y de cómo la afecta la expectativa de quienes esperan que la próxima novela sea aún mejor que la primera.

—Quería proponerte comenzar con una cita del libro: la protagonista dice “yo deseo dar mi testimonio porque sé que otros padecen de la misma manera sin que puedan atestiguarlo”. ¿Cómo hace eco esta frases en la novela?
—Considero que el trabajo de la escritura es ser testigo. Por otro lado, la aparición del compañero y Lisandro tiene que ver la necesidad de que Irma estuviera acompañada por quienes pudieran completar la visión del proceso que ella atravesaba, pero sin juicio. Así también escribo: mi pretensión cuando me adentro en el cuerpo de un personaje es procurar que se desarrolle por sí mismo, sin que yo intervenga.

—Pero ¿tu posición es la de testigo o testigo hacedor?
—Es testigo hacedor en la medida en que la escritura es la vía por la que atraviesan esas palabras, esas ideas, ese imaginario. Trato de que mi participación se de hacia el final de la escritura cuando ya ha han pasado muchas versiones, pero procuro encontrarme en lugares que nunca me imaginé. Que el personaje llegue a lugares que yo nunca pude prever.

—Otra frase del libro. En un momento Irma, la protagonista, dice: “estoy compuesta por fragmentos, no soy un animal completo y desde esa carencia resulto extraña para quienes sí lo son”. ¿Esa característica fragmentaria de Irma hace que la novela también así lo sea?
—Creí que la mejor manera de contar esta historia y el proceso de mutación como forma de representar el estado de pérdida, de muerte y de supervivencia, era con frases muy cortas. Tratando de contener las emociones que me pudieran surgir con respecto al personaje y lo que pudiera bordar alrededor. Pensé que para que una historia así fuera más creíble tenía que ser fragmentada, tenía que incluir silencios donde el lector tuviera descansos para completar la lectura. Siempre quise caminar en un territorio de ambigüedad.»

La entrevista completa, acá.

viernes, febrero 10, 2012

Delicias perfectas

Alberto Manguel leyó Requena, de Alejandro García Schnetzer, y escribió su comentario para el suplemento Babelia del diario El País.

«Jorge Luis Borges conoció a Macedonio Fernández en 1930. Era, decía Borges, un hombre que deslumbraba con su conversación, con el redescubrimiento de las grandes ideas, con la proclamación de nociones asombrosas y estrafalarias. Curiosamente, sus escritos apenas dejan entrever ese genio intuitivo e instantáneo, como si todo dependiese de la magia momentánea, de la presencia física del improvisado filósofo, del recuerdo de su famoso admirador. En Requena, Alejandro García Schnetzer ha logrado dar al Macedonio de Borges la materialidad que le faltaba. Requena, hombre de las tertulias de café de Buenos Aires, excéntrico descubierto por una banda de amigos hacia 1929, es la encarnación literaria de aquel prodigio inventivo borgesiano. Requena lee el Martín Fierro en sánscrito (sólo está vagamente seguro de estar leyendo el Martín Fierro), traduce Macbeth al porteño (las brujas son curanderas y le dicen a Macbeth, "te la van a dar"), se queja de hispanismos que infectan el castellano rioplatense (como "el Escorial, el Tibidabo, los palmares de Elche, Alhambra"), y cree, como el obispo Berkeley, que "la perfección sólo toca a las cosas que podrían haber sido". Si García Schnetzer se hubiese limitado a hacer decir a su iluminado las ocurrencias que Borges le atribuyó al suyo, esta corta novela no hubiese sido sino una suerte de robo de identidad literaria. En cambio, García Schnetzer no ha hecho sino inspirarse en el estilo del evanescente Macedonio, y a partir de las anécdotas borgianas ha construido una figura más encantadora, más ocurrente, más generosa que el original histórico. Este pequeño libro de apenas 70 páginas es una delicia perfecta, heredero de las invenciones biográficas de Pío Baroja y Marcel Schwob.»