viernes, enero 29, 2016

Entrevista a Sergio Chejfec

Una entrevista a Sergio Chejfec por Gonzalo León, publicada en su blog

 
 
En agosto pasado Sergio Chejfec vino a Buenos Aires a presentar una obra musical en el Colón y a presentar su nuevo libro de ensayos, Últimas noticias de la escritura, de ahí que las entrevistas y conversaciones con amigos se multiplicaran. En su libro reflexiona, desde su experiencia personal, sobre la influencia de los distintos soportes o tecnologías en la escritura. Toma nota, por ejemplo, de la vinculación de la industrialización de la producción de armas con la masificación de las máquinas de escribir y le otorga el estatus de pensatividad a la escritura en pantalla, por su condición titilante entre la inmutabilidad y la fragilidad. Pero además aborda modos de representación escriturales como imitación, copia, simulación y los subrayados, ya no como anotaciones al margen, sino como posibilidad estética.                                            

LOS SOPORTES
“Todo soporte vinculado a la literatura parece accesorio ya que modificando la herramienta de anotación, el resultado, en apariencia, no se modifica, a diferencia de otras artes, en las que el soporte y el medio son esenciales como componentes de la obra. A mí me interesa inducir una serie de reflexiones con ese hecho irrelevante en apariencia”, empieza de sopetón para explicar las motivaciones que llevaron a este libro. A diferencia de quienes han tratado de sistematizar la herramienta de escritura y encontrar algún tipo de correlación con algún tipo de escritura que provoca (“Heidegger creía que llevaría a una despersonalización de la escritura”), Chejfec no trabajó con ninguna hipótesis, “porque la relación entre literatura y escritura sigue siendo intrigante; a veces el soporte parece no importar en los resultados de la escritura, pero otras el soporte parece actuar de manera soterrada sobre la escritura. En el caso de la escritura en pantalla tengo la sensación de que a veces induce un deslizamiento hacia esferas de la simulación”. 

LA SIMULACIÓN
En su ensayo señala que los simuladores, al igual que las máquinas de escribir, proliferaron desde el campo militar, extendiéndose hacia el campo de los videojuegos y las computadoras, para terminar en narrativas específicas. “Lo simulatorio me parece interesante como fenómeno respecto del cual yo puedo ser testigo”, señala para explicar por qué se detuvo más en la simulación que en la imitación o en la copia. La simulación está presente en ciertas escrituras, como las del español Agustín Fernández Mallo (El hacedor. Un remake), donde “hay un intento anacrónico por recrear un viaje servido de elementos propios de la simulación, como Google Maps. De ahí que yo me animo a sugerir que quizá no estemos frente a un nuevo tipo de  configuración realista, ya no basada en la idea de representación, ya que la idea de representación está dirigida hacia una versión de lo real de manera objetiva”, sino donde todo lo reproducido está exactamente reproducido y donde se encontrarían “variados pliegues de sensibilidad”. 

IMITACIÓN O COPIA
Google Maps no es la única herramienta para esta nueva configuración, hay una serie de herramientas digitales que pueden ser o no aplicadas a la escritura digital o en pantalla, a la que se refiere este autor de varias novelas. Lo más interesante de esta escritura es que “postula una fricción entre inmutabilidad (la supuesta promesa de permanencia y la ausencia de desgaste material) y fragilidad (el riesgo de que un colapso elimine los archivos…)”. Pero Chejfec no reflexiona sólo de lo digital, sino también lo hace a partir de las artes visuales. Menciona la retrospectiva de Fabio Kacero en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires y se detiene en una instalación que era una versión manuscrita de ‘Pierre Menard, autor del Quijote’, de Borges, en la que Kacero se apropió de su caligrafía sobre una página en blanco. Este procedimiento le sirvió para darse cuenta de “la oscilación o ambivalencia que puede haber entre la noción de ‘copia’ y la de ‘imitación’”. Chejfec, que en el cuento que sirvió como libreto para la obra Teatro Martín Fierro ya abordaba los conceptos de simulación y subrayado en su propia ficción, no pasa por alto el hecho de que María Kodama no haya reaccionado a la obra de Kacero: “Hay una especie de sensibilidad de la viuda de Borges que ha impregnado la mentalidad de cada uno de nosotros y marca la vinculación imaginaria que establecemos con Borges”.

SUBRAYADO
Advierte la importancia del subrayado como “gesto de apropiación, en la mayor de las veces privado, otras veces público”. La frase “No leía, pero sus subrayados era perfectos”, de Osvaldo Lamborghini, le dio pie para desarrollar esta parte de su ensayo y llegar a la conclusión de que el subrayado también puede ser una posibilidad estética: En el camino de Ida, de Ricardo Piglia, y El tratado contra el método de Paul Feyerabend, de Ezequiel Alemian son ejemplos. El controversial libro de Pablo Katchadjian, El aleph engordado, sería otro subrayado, aunque “mucho más radical porque es una escritura”; si bien todo subrayado aspira a restituir la escritura, en este caso se ha subrayado lo que no estaba en El aleph. Para Chejfec, subrayar es el momento culminante de la escritura. Visto así “toda novela es un subrayado” y la literatura no es más que “un subrayado permanente”.

La revolución del texto digital

Entrevista de Gustavo Pablós a Sergio Chejfec para Ciudad Equis, La Voz del Interior

 
Escritura manual, mecánica y digital. Cada una con sus propias y singulares técnicas, materiales y hábitos, le ha dado forma a la expresión textual hasta el presente. En Últimas noticias de la escritura (Entropía), a partir del interrogante principal sobre el estatuto físico de la escritura, el narrador y ensayista Sergio Chejfec aborda, entre otras, las nociones de manuscrito, original, copia, reproducción, transcripción, serialidad, imitación. 
“El libro surge de la experiencia de la escritura y de la lectura, además de un interés por la escritura a mano en una época acotada por lo digital”, señala el autor. También advierte que el ensayo está marcado por “varios hitos ahora encadenados”, pero que inicialmente fueron momentos “bastante neutros”. La compra de una libreta para escribir manualmente y que después terminó cumpliendo la función de talismán; la etapa de su juventud en que copiaba relatos de Kafka, creyendo que a través de la transcripción algo se le impregnaría; y el descubrimiento de imágenes facsimilares del diario de Enrique Wernicke en la revista Crisis, cuya letra manuscrita lo llevó a admirar su obra antes de conocerla. 
El karma de la escritura digital
Una de las ideas planteadas por Chefjec para pensar la escritura digital es la de “presencia pensativa”, a partir del concepto de “imagen pensativa” que emplea Jacques Rancière al referirse a cierta clase de fotos. “Sería algo así como una reserva autónoma respecto de la mirada del observador. La escritura en pantalla es inmaterial porque no precisa de un soporte físico para mostrarse –argumenta–. La falta de materialidad es una carencia. En la medida en que toda escritura remite a una idea de incisión manual sobre una superficie, mi impresión es que la escritura digital arrastra esa carencia como un karma, algo que debe ser compensado. Y la compensación anida en esa somnolencia o titilación de la pantalla digital, que exhibe una escritura como a la expectativa, recelosa o al acecho”. 
–¿Cuáles son las diferencias entre la escritura de acuerdo con las diversas tecnologías?
–Las diferencias son muchas o pocas, depende de cómo se mire. Pero más me intrigan las coincidencias. Ha habido cambios drásticos en la tecnología de la escritura y en su manipulación, circulación y archivo; sin embargo, la escritura entendida como una secuencia de palabras a ser contenida por una línea, párrafo, página, etc., se mantiene invariable. Incluso se podría llegar a decir que, cuando todo ha cambiado, la escritura es lo más invariable. Esa constante me inspira más preguntas que cualquier diferencia.
–Las preguntas que guían el ensayo no son muy frecuentes dentro del pensamiento crítico y literario. ¿A qué se debe ese desinterés?
–Quizás porque las actuales herramientas de escritura y toda esa circulación múltiple de lo textual obran con lentitud sobre las premisas literarias. A veces el rechazo obedece a prejuicios contra las redes sociales, y por extensión el descarte de lo que proviene de ellas. Pero es un error. Un ejemplo es el reciente libro de Daniel Gigena, Estados, que viene a ser una compilación de sus estados en Facebook. Uno podría decir que bajo la forma libro esa masa textual se ha convertido en otra cosa, pero también es cierto que posee una prosodia y una economía narrativa que de otro modo no se hubiera dado.
Un campo fértil para las artes visuales
Por el contrario, algunos artistas visuales sí han mostrado interés en pensar la relación entre las herramientas de la escritura y su soporte. Uno es Fabián Kacero, quien en su obra Fabián Kacero autor del Jorge Luis Borges, autor de Pierre Menard, autor del Quijote, copia páginas del cuento de Borges imitando su caligrafía. Otro es Tim Youd en su proyecto Typewriter Performance Series, que consiste en pasar a máquina 100 obras relevantes de la literatura, con la particularidad de que la copia de cada libro se hace sobre un mismo papel y con una máquina de escribir similar a la que utilizó el autor en su momento. Otros artistas son Mirtha Dermisache, Fernando Bryce, Torres García. 
–¿Qué te llamó la atención de estos artistas?
–Son experiencias que rescatan la connotación plástica o material de la escritura, en momentos en que los originales manuscritos son cada vez más inusuales. Hasta su virtual abolición por la computadora, el manuscrito fue el único punto en común que la literatura tenía con la plástica. Me refiero a la omnipresencia del original, su carácter de fuente de autenticidad y, llegado el caso, de verdad.
–En este período de la escritura inmaterial en pantalla, ¿es posible que las narrativas transmediales lleguen a modificar radicalmente las formas de escritura?
–No me parece que el cambio vaya a ser radical, en todo caso será paulatino. La presión se orienta hacia la narración en soporte visual, el cine y la televisión. La palabra escrita, cualquiera sea su naturaleza, sigue teniendo como principal y excluyente virtud el matiz. Allí anidan el sentido y la ideología.

miércoles, enero 27, 2016

Libros sí, más libros también

Quintín comenta El Sr. Ug, la novela de Humberto Bas para Perfil


 
Alguien me manda un libro desde el exterior, pero se interponen la Aduana y un correo privado: para recibirlo me exigen entrar a la página de la Afip, llenar un formulario y hacer no sé qué cosas más. Resuelvo esperar hasta que la anunciada liberación de libros importados se concrete más allá de la derogación del perverso requisito del plomo en la tinta. Me parece valioso que, de ahora en más, los libros lleguen sin dificultades.
Descubro que algunos matizan las bondades de importar, como Sebastián Martínez Daniell, editor de Entropía: “Tener acceso a cualquier libro que esté circulando por el mundo es algo extraordinario, pero es también una obviedad que la circulación de bienes culturales no es inocente, que tiene canales privilegiados, que hay beneficiarios y perdedores”. Otros están ferozmente en contra, como Damián Ríos, editor de Blatt & Ríos: “Como primera medida respecto de la industria editorial me parece mala, peca de mala fe y en sus considerandos es mentirosa y falaz. (...) Esto es una invitación a imprimir afuera y de esa manera destruir empleo argentino. Y el que no pueda imprimir en el exterior, como es nuestro caso, quedará afuera del mercado con precios poco competitivos y tenderá a desaparecer”.
Entropía y Blatt & Ríos son dos de las editoriales independientes cuya proliferación y crecimiento en estos años ha sido una buena noticia para la literatura: con sus diferencias de orientación y tamaño, publican lo mejor que ofrece el mercado, que en muchos casos es lo que a las multinacionales no les interesa. A diferencia de ellas, tanto Entropía como Blatt & Ríos leen manuscritos de escritores desconocidos. Desconocidos como Humberto Bas o Martín Dubini, de quienes acabo de leer dos libros excelentes:El Sr. Ug... y Alrededor de Shannon, perfectos ejemplos de literatura en el margen de las ventas y en el centro de una renovación de la escritura. Bas, nacido en Paraguay en 1965, residente en Neuquén, aparece con una novela que se anima a jugar con el castellano con una alegría y una potencia que yo no encontraba desde Cabrera Infante y a un viaje entre los grandes conflictos de la Historia y la íntima oscuridad de Asunción. Dubini (Buenos Aires, 1979) escribe en una prosa poética de un ritmo demoledor y los dos textos del libro, aparentemente tan distintos, son variantes de una misma estructura: la interpelación a un segundo personaje muy querido pero que “hace años que su ombligo coincide con el ombligo de la época”. Dubini es como Bob Dylan hablándole a Mr. Jones desde la desesperación de no ver de qué modo pueden cambiar los tiempos.
No logro entender cómo Ríos o Daniell creen que la importación de libros puede perjudicarlos: el éxito de las editoriales independientes no se debe a la prohibición de lo extranjero sino a una combinación entre la calidad de sus catálogos, el profesionalismo de su trabajo, la existencia de un medio de escritores y estudiantes que leen y a modestas ayudas del Estado. La entrada al país de otros libros no puede ser competencia para El Sr. Ug... o Alrededor de Shannon, porque, a diferencia de los zapatos o los televisores, sólo se pueden hacer aquí. Por el contrario, la compañía de otros libros independientes editados en España o en América Latina no hará más que potenciar su visibilidad.

lunes, enero 25, 2016

Libros: las mejores obras de teatro publicadas en 2015

Cuatro obras, del grupo Piel de Lava, entre los mejores libros de teatro de 2015, según FM Blue


 
El grupo Piel de Lava, compuesto por Elisa Carricajo, Valeria Correa, Pilar Gamboa y Laura Paredes, ha editado por Entropíaestas cuatro obras que conforman el mejor panorama posible para poder acceder a una de las producciones teatralesmás interesantes en lo que va de esta última década. Y lo que decimos no es una exageración, ya que el grupo cumplió diez años el pasado 2014 y se pusieron a explorar precisamente eso en la obra “Museo”, aparecida en este texto. En ella, las integrantes de Piel de Lava acceden al mundo de las angustias y las obsesiones y se preguntan qué es lo que pasaría si una de ellas se fuera del grupo. Esta última obra estuvo durante el 2014 y el 2015 siendo presentada en Espacio Callejón (Humauaca 3759), y si bien no sabemos qué pasará el año que viene, nos permitimos llamar la atención con respecto a lo que sea que haga Piel de Lava.

Fracasar de nuevo

Los incapaces, de Alberto Montero, por Patricio Zunini para el Blog de Eterna Cadencia



Dice Robert Walser —citado por Enrique Vila-Matas en Bartleby y compañía— que «saber que no se puede escribir es una forma de escribir». Hay todo un género sobre la imposibilidad de escribir, del escritor que intenta y falla, insiste y falla, se obsesiona y vuelve a fallar. Como decía Becket: «Fracasa de nuevo, fracasa mejor». Grandísimos libros están hechos con las cenizas del escritor consumido en la “incapacidad” de contar. Baste mencionar como ejemplos dos vacíos: El libro vacío, de Josefina Vicens, El discurso vacío, de Mario Levrero. A esta tradición se incorpora Los incapaces (Entropía), de Alberto Montero, que, como dato adicional, publica su ópera prima a los 61 años de edad.
El narrador es el prestigioso analista T. Monroe, anagrama del apellido del autor, quien, con la necesidad imperiosa de escribir «una novela de calidad», y luego de muchos intentos fallidos («en verdad infinitos»), tras haber ensayado estilos y formatos y recurrido a maneras faulknerianas, maneras eliotianas, maneras joyceanas, maneras becketianas, encuentra en su «admirado Thomas Bernhard» el camino para avanzar. El pensamiento obsesivo —como el de una pasión, como el del amor—, desenfrenado, furioso, sigue la manera bernhardiana para decir/escribir una única oración de 379 páginas, que se lee al principio con vértigo y después, cuando esa impresión se aquieta, siguiendo el vértigo del que escribe. Así comienza (las cursivas son del original):

Después de vivir, con algunas interrupciones, durante más de treinta años en Kellner, no tuve otra idea que, sin la menor consideración hacia los míos, ni hacia mi persona, ávidamente como es en mí costumbre, buscar información, y reunir información, toda la información posible, explotando la versatilidad de Internet, no sólo de la Internet, pero muy especialmente de la Internet, acerca de novedades arquitectónicas, de concepciones temáticas, de métodos constructivos, insumos, herramientas, equipos, maquinaria de mano, maquinaria semi-pesada, de todo lo que consideré de utilidad, y, que, supuse iba a convenir a la construcción de las llamadas, arquitectónicamente hablando, viviendas unifamiliares, a bien de sumar, a mis conocimientos previos en el Campo de la Construcción de las llamadas viviendas unifamiliares, conocimientos de orden práctico exclusivamente, haciendo especial hincapié en basamentos y estructuras, pero mayormente, en materiales, todo aquello que consideré imprescindible, diría —escribo—, a la hora de construir esta, mi vivienda unifamiliar…

Sumando otra tradición a la novela, Monroe a escribe la muerte del padre —un hombre estructuralmente depravado que jamás se dignó a corresponder su amor. En toda ficción hay escondida una autobiografía, «uno termina por escribir», dice Monroe/Montero, «exclusivamente, algo acerca de uno mismo transustanciado y consustanciado sólo en uno mismo». Con esa certeza, obsesivo, furioso, desenfrenado, se descarga en un «nuevo intento literario, o analítico-literario, o auto-analítico-literario» para librarse de la sombra del padre, con la ferocidad de quien intenta levantar una casa y construye un mausoleo, sabiendo que es imposible escribir pero a la vez inevitable.

Mempo Giardinelli sobre Quiroga, de Alejandro García Schnetzer

Conti, García Schnetzer. Por Mempo Giardinelli para su blog Cosario de Mempo



A propósito del consecuente posteo de estos Lecturarios, quiero ratificar que este ejercicio es apenas una recopilación caprichosa de impresiones, comentarios, anotaciones y signos que suelo borronear en los márgenes de los libros que leo.
            Ningún mérito me cabe, y espero que tampoco reproche alguno. Son sólo apuntes de lecturas recientes, y quienquiera pasa de ellos y eso es todo.
            Lo más interesante para mí es descubrir que esta modesta y entretenida tarea me incita a reflexionar sobre mi oficio. Supongo que es por eso que comparto estas ideas, dudas, impresiones y descubrimientos que casi siempre vienen en malón y yo ordeno caprichosamente. A nadie tienen por qué interesarles, desde ya, pero si ayudan a alguien de algún modo, lo celebro.
* Hoy quiero comentar dos obras o conjuntos de ellas que recomiendo, si me permiten, con fervor juvenil. Y comienzo por "Haroldo Conti. La colección", un merecido homenaje en 6 libros de distribución gratuita estupendamente editados en conmemoración al 90º aniversario del nacimiento de este extraordinario narrador nacido en 1925 en Chacabuco, Provincia de Buenos Aires, y secuestrado y asesinado por la dictadura en mayo de 1976.
            Publicados por el Ministerio de Educación durante la gestión de Alberto Sileoni (o sea, hasta Diciembre de 2015) la relectura de la narrativa contiana es una experiencia impactante. En primer lugar releí la novela "En vida" (de 1971, ahora presentada por Guillermo Saccomano), que sigue siendo tan intensa y tan porteña como cuando salió, y cuya vigencia, como toda la obra de Conti, es impresionante.
            Con presentación de Juan José Becerra, la primera novela de Conti, "Sudeste" (Premio Fabril 1962) muestra al brillante narrador fluvial, el hombre del río y los peces y los barcos, materias que prefiguraban ya entonces los que serían sus mejores cuentos posteriores. Y materias, precisamente, que Selva Almada recupera en la presentación del tercero de los libros de esta colección: "La balada del álamo carolina", para mí uno de los libros más bellos y logrados de Conti, con relatos plenos de lirismo y personajes inolvidables. Y relatos, además, que se repiten en "Cuentos completos", cuarto volumen de esta serie que presenta con su habitual solvencia Guillermo Martínez.
            Completan el conjunto la novela "Alrededor de la jaula" (1966), presentada por Ana María Shúa como libro que "tiene magia. Pero no trucos. Magia de la verdadera, la misteriosa, la que es difícil de explicar". Y la para mí incomparable novela "Mascaró el cazador americano" (que es de 1975), una novela que fue para mí formativa y me influenció poderosamente, y que en esta colección presenta Eduardo Romano.
            No sé si será fácil conseguir estos libros, sobre todo ahora que tanto están cambiando a la Argentina, pero lo que declaro con seguridad es que vale la pena cualquier esfuerzo para tener, leer y releer a este escritor excepcional.
* El otro comentario lo reservo para un autor que a mí me encanta: Alejandro García Schnetzer, un joven narrador argentino que vive en Barcelona desde no sé cuándo pero parece, por su prosa, que nunca se fue de Buenos Aires.
             Desde hace un tiempo lo sigo con creciente interés, y vengo pensando que es uno de los dos más notables escritores de la que podría llamarse nueva camada de narradores argentinos. La otra es Samantha Schweblin, desde luego, y los dos me gustan por sutiles y originales. Curiosamente además, y también diría que lamentablemente, ambos residen en Europa: en Berlín Samantha y Alejandro en Barcelona.
            En este posteo me detengo en "Quiroga", que es la nueva, tercera y más reciente novela de García Schnetzer, cuyo mundo narrativo parecería que nunca salió de Buenos Aires, y a quien ya mencioné en el primer Lecturario, el que inauguró esta serie luego de una inundación. Escribí entonces:
            "Requena" y "Andrade", dos nouvelles maravillosas de quien es para mí uno de los más originales escritores jóvenes de nuestro país: Alejandro García Schnetzer. Publicadas por Entropía, no se las pierdan".
            La primera es de 2008 y la segunda de 2012, y aparte de sus títulos de siete letras (evidente homenaje a Juan Filloy) su segunda particularidad es que siempre sus títulos son apellidos.
            Ahora en "Quiroga" AGS profundiza su línea de continuidad narrativa, en lo que constituye un verdadero proyecto literario, algo que, en mi opinión, no es frecuente en nuestra literatura. Y menos hacerlo con virtuosismo, siempre inesperado y con hallazgos casi en cada página.
            En esta nouvelle (todas son novelas breves, de un centenar de abigarradas páginas) hay un tour de force muy interesante alrededor de varios temas vigorosa y convencidamente rioplatenses: el mundo de los burros, la timba, el contrabando, los diálogos lunfardos, el tango y el río de la Plata como escenario eterno e incuestionable. Con una prosa seca y ardua pero sobre todo poética y cautivante, este escritor nacido en 1974 vuelve a sorprender con ésta su tercera novela, que es breve, intensísima y desafiante como las anteriores.
            "Quiroga" es la historia de un viaje en barco, lo que hace décadas se llamaba "el vapor de la carrera" que unía Buenos Aires con Montevideo y en el que convivían durante toda una noche inmigrantes, trabajadores, empresarios, fulleros, contrabandistas, malandrines y buscas de toda calaña. En este texto, de prosa compacta y compleja, pletórica de intertextos tangueros, el personaje que da nombre a la novela es un joven intermediario que interactúa con sujetos delineados breve, impecablemente, y entre los que sobresale un inefable veterano, Maure, que combina humor, literatura, sabiduría, astucia y picardía, y que de alguna manera guía al joven todavía inexperto en los cruces rioplatenses.
            Pero lo que más me gustó no fue estrictamente el argumento, el plot, digamos, sino la prosa atrevida y el modo como se cuenta esta historia de ambas orillas. Es decir, estilo puro. Críptico por momentos, sí, pero capaz de teñir estéticamente al texto de sutil poética tanguera y a la vez jugando con la poesía clásica universal e incluso la contemporánea. Lo que garantiza una lectura encantadora, llena de hallazgos, y todo en menos de 90 páginas.

Mi descubrimiento de América

Por Martín Libster para Otra Parte Semanal

 
 
En 1914 Rusia era, junto con el Imperio Otomano, la más débil de las potencias europeas; ocho años después, luego de la Primera Guerra Mundial, una revolución y la subsiguiente guerra civil, el país estaba en ruinas. Los líderes revolucionarios, especialmente Lenin y Trotsky, instaban en sus escritos a aumentar la productividad, a trabajar por la reconstrucción del país, a instruir a las masas e incluso a preservar la higiene personal.
Es de este país de donde parte, en 1925, Vladimir Maiakovski, el poeta “oficial” de la Revolución, en una travesía para descubrir América. Su diario de viaje tiene, en efecto, algunas notables similitudes con los que sus predecesores españoles habían escrito unos cuatrocientos años antes, como la comparación del paisaje americano con el de su Rusia natal y la asimilación permanente de ciertos aspectos de las ciudades norteamericanas a sus “equivalentes” moscovitas y petersburgueses. Pero si los viajes de Colón y Cortés, entre otros, tenían por objetivo la conquista y la sujeción de nuevos territorios y almas, la cruzada (al menos teórica) de Maiakovski es de liberación. El autor habla con compasión y rechazo del primitivismo de los mexicanos y del materialismo exacerbado de los estadounidenses, traba relación con algunos camaradas tanto ignotos como célebres y observa, con fascinación y repulsión a veces simultáneas, algunas de las atracciones populares de ambas naciones (las corridas de toros, el parque de diversiones de Coney Island, etc.). Pero la verdadera obsesión del poeta, reflejo fiel de la dirigencia soviética de la época, es el progreso. Al llegar a la primera potencia capitalista de la Tierra, la mirada de Maiakovski se detiene fascinada en la tecnología, la construcción, el transporte, la energía productiva y lo que, a sus ojos, representa la quintaesencia del desarrollo material: la electricidad. Aunque los hombres que la habitan le parezcan chatos y mediocres, son las luces de Nueva York lo que literalmente deslumbra sus ojos. Pero su viaje reafirma la convicción de que la tecnología, librada a sus propios mecanismos por el mercado y sin el control del Estado, no alcanza para desarrollar una civilización que merezca ese nombre, sino que es un conjunto de fuerzas desatadas que, según la ortodoxia marxista, contiene el germen de su propia destrucción.
La prosa de Maiakovski, bien volcada al castellano por Olga Korobenko (en una traducción originalmente publicada en España y adaptada al mercado local), es dinámica, ágil y punzante; noventa años después, podemos leer intacta esa energía que los futuristas caracterizaron como “una bofetada al gusto del público”. La ironía, el humor más bien amargo y la vitalidad impresionista del estilo confieren a este diario de viaje un valor que excede lo meramente testimonial y lo transforman en un texto notable, que nos permite atisbar una faceta para muchos desconocida de uno de los más grandes poetas rusos del siglo XX.

Últimas noticias de la escritura

Por Matías Serra Bradford para Otra Parte Semanal



Ya era visible en las narraciones de Sergio Chejfec una obviedad —de ahí quizá su insistencia— a menudo olvidada: la escritura es el centro de la escritura. Única certeza en medio de la incertidumbre total. Su último ensayo viene a cristalizar el asunto, estudiando ejemplos de la relación de un autor y un receptor con lo escrito, los diversos modos de crearlo y apreciarlo. Frente a un entretenido repertorio de formatos y soportes, el ejercicio también se celebra entre líneas, justamente en un libro sobre la tensión entre materialidad e inmaterialidad.

Uno de los puntos más originales en una obra que lo es en sucesivas fases y facetas es que pareciera bastar la idea —la imagen— de la escritura manual, aunque no se la practique, para seguir escribiendo (por otra vía). Una concesión de Chejfec proyecta un interrogante: alguien que admite no tener una relación natural con la escritura, ¿sentirá que no tiene derecho a la escritura manual? Tal vez él no siguió escribiendo a mano —otros lo precisan para alcanzar el mismo objetivo— con el fin de conservar una cierta cualidad etérea que estima en la literatura.

Lo paradójico es que el estilo del autor aparenta ser el de quien sólo puede redactar a mano. La de Chejfec es una prosa de bucles, volutas, de lentitudes magnánimas y subordinadas consentidas, y el fervor caligráfico quedó impregnado en su genética literaria, un acto reflejo después de haberse escolarizado copiando relatos de Kafka en un cuaderno rayado. Hay muchas formas de lo moroso, y la de Chejfec pertenece a una familia antigua que arranca con Sterne y termina con Saer y Sebald, para volver a empezar. Ya en Mis dos mundos (2008) y en La experiencia dramática (2012) se internaba en los usos de la tecnología en la ficción y, como el resto de su obra, en las delectaciones de la percepción. Ambos sondeos encuentran aquí un terreno común, en conversación virtual con el arte contemporáneo.
El ensayo parece desdeñar la tentación de la superstición (en el trato con materiales e instrumentos de escritura) pero el talismán de su autor —una libreta verde— es fetichizado hasta el paroxismo, y es curioso que sostenga que a máquina o a mano “los resultados están muy poco alejados”. Esta suave falacia da por supuesto, entre otras cosas, que no existe la superstición en un escritor, o que la superstición no tiene consecuencias técnicas, literarias.

En otra instancia postula que “la textualidad electrónica presume de la existencia de un original escrito, pero todos sabemos que esa presunción es elíptica, remite a un paso innecesario para la escritura, aunque esta se presente como si hubiese cumplido con los necesarios requisitos físicos”. Lo que “innecesario” puede estar presumiendo es que escribir a mano comenzó a ser un paso inútil desde hace algunos años o que ya nadie compone de ese modo. (Conste, al menos, que siguen haciéndolo algunos de los escritores vivos más relevantes: DeLillo, Berger, Aira, Handke). Más adelante plantea otra buena idea sediciosa, terrorista, para un felix retrógrado como este lector: “Esa condición flotante de la escritura sobre la pantalla me hace pensar en ella como poseedora de una entidad más distintiva y ajustada que la física”.
Esas instigaciones de aspecto inofensivo —lances de un tímido— se emparientan por lo bajo con la hilaridad a lo Buster Keaton con que los narradores de Chejfec suelen presentarse. La ausencia de falso candor se nota desde Moral (1990), pero con más claridad desde Sobre Giannuzzi (2010). En su caso quizá sea el precio de la persecución de un horizonte no excesivamente común: una nueva forma para cada libro. El problema, en definitiva, no es escritura a mano o no; el problema es qué mano.

Entrevista a Alejandro García Schnetzer en Télam

“Pienso, quizá por ver si sobrevienen ideas impensadas”
Por Pablo Chacón para Télam.



En Quiroga, el escritor, editor y traductor alejandro garcía schnetzer, radicado desde hace años en barcelona, arma una historia -situada en una atmósfera rioplatense que recuerda ciertos momentos del siglo xix- mientras progresa en sus primeros palotes un polígrafo nómade entreverado en diversos o inéditos modos de vida.
El libro, publicado por la editorial Entropía, está precedido por otras dos novelas breves, Requena y Andrade.
García Schnetzer nació en Buenos Aires en 1974. Conversó con Télam desde su ciudad adoptiva.
T : ¿Cómo jugó, si es que jugó, tu formación como traductor en la construcción de los lenguajes que se hablan en Quiroga?
GSCH : No sé, mejor no saber, qué entra en juego y qué queda fuera, ¿no?... Escribir es un reflejo, como agarrar un vaso. Escribo como me sale, trato de apuntar ciertas escenas y acomodar los tantos; y pienso, pienso, quizá por ver si sobrevienen ideas impensadas, que me saquen del pantano del pensamiento y me lleven a algún lado. El lenguaje es un instrumento.
T : ¿Alguna relación, parentesco espiritual o algo así, entre Quiroga y Horacio Quiroga? Lo pregunto por esa época, algo nebulosa, pero inequívocamente rioplatense.
GSCH : Algo así, exactamente. Quiroga es una aventura modesta que transcurre en el Plata y sus orillas, como el sino del salteño, y en el año 37, el de su muerte; es todo cuanto podría decir en materia de asonancias; el sentido que comprendan esas y otras afecciones son provincia del lector.
T : Quiroga, ¿funciona como un trío junto a Andrade y Requena? Si así fuera, ¿de qué se trataría, y cómo seguiría?
GSCH : Siquiera sé si funciona. Ni sé de qué podría tratar la juntura de mis libros.  Sobre seguir o cesar, no depende eso de mi voluntad, sino de que persistan o no ciertas obsesiones.
T : ¿Cuántas veces cruzaste vos, AGSCH, a Montevideo, o a Colonia, para situar con tanta precisión el aire que suele respirarse en esos botes medio gigantescos?
GSCH : Muchas veces, casi siempre por trabajo. Pero quien ha hecho un viaje por el Río de la Plata, creo yo, los ha hecho todos. Río de las congojas. El de los muertos. Más sentidas para mí fueron las veces que literariamente crucé al Uruguay, por Wimpi, por Morosoli, por Felisberto, por Isidoro de María, por Enrique Estrázulas y Onetti, por Idea y por Marosa, por músicos y letristas.
T : En Barcelona, donde vivís, o en Buenos Aires, ¿frecuentás tertulias de escritores? ¿De quiénes, entre los argentinos, te sentís cercano?
GSCH : No, no frecuento tertulias literarias. Não gosto de samba, não vou a Ipanema. Suelo verme con amigos, gente con preocupaciones... velamos lo que nos queda. Entre los argentinos de aquí y allá guardo trato con gente mayor, entrada en años, con una subjetividad formada antes de la era digital; cambiamos perplejidades sobre el pasado del mundo y su rodar descendente.
T : Tres libros que nunca dejarás de leer.
GSCH : De tribus impostoribus en la versión de Erasmo de Rotterdam, Mad Tryst de Launcelot Canning, y la Correspondencia entre Jeffrey Aspern y Juliana Bordereau.

miércoles, enero 13, 2016

Cambio de piel

El colectivo Piel de lava publica los textos de sus obras y con ese gesto revisa trece años de reflexiones sobre los vínculos entre mujeres.

Por Natalia Laube para el suplemento Las 12



La propuesta de publicar un libro con sus obras les llegó justo en el momento en que empezaban a sentir la necesidad de inventarse algún antídoto contra su propio olvido. En teatro, que por definición es un lenguaje del presente puro, los procesos creativos se vuelven tan inasibles con el correr del tiempo que las cuatro amigas comenzaban a tener la sensación de que algo había que hacer para refrescar la memoria y cristalizar el trabajo de tantos años: publicar los textos que habían escrito para sus montajes implicaba la posibilidad de capturarlos, revisitarlos y volver a compartirlos con lxs demás, así que dijeron que sí de inmediato.
Parece mentira, pero hace ya trece años que Pilar Gamboa, Elisa Carricajo, Laura Paredes y Valeria Correa formaron Piel de lava, el colectivo de actrices más famoso de la escena porteña y uno de los grupos teatrales más estables de su generación. Junto a Laura Fernández, que se sumó a dirigir a partir del tercer trabajo del colectivo, crearon cuatro obras en las que oficiaron casi siempre intérpretes, dramaturgas y directoras, es decir, en las que se dieron el gusto de ocupar tantos lugares como les fuera posible dentro del proceso creativo para experimentar con otras posibilidades que sus trabajos individuales como actrices de cine, teatro y televisión no necesariamente les daban. Tanto en Colores verdaderos, en Neblina, en Tren como en Museo, los vínculos entre mujeres (a veces amigas, a veces todo lo contrario) son un tema central que no se resuelve ni se tematiza de la misma manera siempre. Esto es algo que cualquier espectador/a de sus obras podía detectar pero que ahora, con la posibilidad de leer las cuatro de un tirón, se vuelve incluso más patente.
Publicado por Entropía, que ya había editado textos escénicos de Romina Paula, Rafael Spregelburd y Lola Arias, entre otrxs, Piel de lava: Cuatro obras es el primer libro de la colección dedicada al teatro con obras escritas de manera grupal. “La escritura colectiva, una excepción en el campo literario, no es una experiencia inhabitual en el teatro, donde el sentido teatral se construye por superposición de las poéticas de muchos. Sin embargo, las obras de Piel de lava son ejemplos valiosísimos de una dramaturgia personal, justamente allí donde no hay una persona sola”, reflexiona desde la contratapa Spregelburd, amigo de las actrices. Para ellas, la creación en conjunto no sólo es una decisión política o estética: alimentar ese espacio grupal y personal se volvió con los años una necesidad. Basta echar un vistazo a las fichas técnicas que aparecen al final del libro para notar que cuando no estaban haciendo funciones de alguna obra ya ensayaban la que vendría después: Colores verdaderos se hizo entre 2002 y 2004 (“Tardamos un verano en darnos cuenta de que esa escena de taller tenía que ser una obra y unas horas en convencer a Valeria de que volviera a Buenos Aires para trabajar juntas”), Neblina entre 2004 y 2006 (“Dos años en escribirla y ensayarla, un mes en aprender la coreografía, un ensayo en descubrir cómo llorar y comer chizitos a la vez”), Tren entre 2007 y 2011 (“La obra iba a llamarse Gente que no conocemos”) y Museo entre 2011 y 2015 (“Tres años en escribirla y ensayarla y seis meses en acostumbrarnos a caminar con tacos”).
“La escritura fue en las cuatro obras un proceso absolutamente colectivo”, cuenta Carricajo. “Y lo colectivo es también móvil en sus intensidades: por momentos alguna pudo estar más presente que otra, pero hay una confianza entre nosotras y una sensación de que la otra está pensando por vos que hace que eso sea imposible de diferenciar. Siempre, después de un tiempo de hacer las obras, hay cosas que no recordamos quien las escribió, porque lo cierto es que a la distancia sólo se ve lo grupal de ese monstruo de varias cabezas que somos”.