viernes, febrero 27, 2009

Pola Live, In Concert

La autora de la casa Pola Oloixarac, responsable de cada uno de los párrafos de Las teorías salvajes, será objeto de una exhaustiva disección pública, a cargo del forense Juan Terranova.

La cita es el próximo martes 3/3 a las 19:00 horas, en el marco del novel ciclo Los martes de Eterna Cadencia (Honduras 5582, Palermo, Capital Federal).

miércoles, febrero 25, 2009

Bellatin y el relieve pampino

[Texto escrito y leído por Ariel Schettini durante la presentación de Condición de las flores, de Mario Bellatin.]

Para negar la sentencia que diagnostica que los argentinos somos pedantes y altaneros, contamos con una serie (estoy tentado de decir: un ramillete) de visitantes ilustres que han apostrofado a los argentinos de modos diversos. No me refiero a los ya célebres “viajeros del siglo XIX” –aunque podría incluir en esta lista a los “naturalistas” (porque algo de naturalista hay en la obra que nos convoca), sino a aquellos que durante el siglo XX no han cesado de hacer de esta pobre patria un hogar que demandó de ellos epítetos y exhortaciones, títulos y advertencias.

En el año 1932, Borges adjudicó la autoría de la definición del efecto geográfico astronómico de la pampa (la vastedad del horizonte) a uno de los tantos “visitantes ilustres” de Victoria Ocampo, Pierre Drieu La Rochelle. En su paso por Argentina, antes de su “conversión” al nazismo, dijo la frase que es relatada por Borges así: “(...) recuerdo que salimos a caminar por los arrabales de Buenos Aires. No sé si era por Chacarita, por el puente de Alsina, por Barracas, no recuerdo bien dónde, pero de pronto sentimos la gravitación de la llanura. Habíamos dejado las casas y estábamos entrando en el campo, entonces Drieu dijo una cosa que no recogió en ningún libro, pero que es la definición de la llanura, que todos los escritores argentinos hemos buscado, con la cual no hemos dado. Fue necesario que aquel normando viniera y nos la dijera. Dijo: ‘Vertige horizontal’, es la expresión magnífica (...)” (Revista Sur, Nro. 349.)

No muchos años después, en una de sus conferencias en la Universidad de La Plata, Ortega y Gasset, otro visitante ilustre, nos calificó de modos varios (en todas sus versiones uno podría decir que eran formas educadas y finas de decir que los argentinos eran haraganes…). Pero lo hizo con un argumento de la “Geografía Humana”: Ortega miró la vasta llanura pampera y percibió que en esa inmensidad que se hundía había algo de la idiosincrasia argentina: la idea de un país cuyo valor consistía en ser una pura promesa que jamás se habría de realizar. Como Ortega y Gasset era filósofo, creyó que una palabra suya era suficiente para cambiar ese destino ya trazado en la orografía y decidió poner manos a la obra y hacer del relieve pampeano un desafío que su sola voz habría de transformar como un terremoto: “Argentinos, a las cosas”, rezó, para la sabiduría o el misterio nacional.

Seguramente hubo otros, pero hoy me preocupa agregar uno más a la lista: la semana pasada, invitados por la Fundación que dirige Arturo Carrera, un grupo de artistas e intelectuales fuimos a conocer el proyecto de Estación Pringles. Conocimos la Estación de Quiñihual, donde pronto habrá una residencia de artistas, que en el medio de la pampa podrán ver florecer su obra, protegidos por la hospitalidad de otros artistas. Allí, Arturo Carrera confrontó a Mario Bellatin con el Paisaje chato, uniforme e indudablemente rico, y el Autor de Condición de las flores dijo su frase para el bronce.

Ajeno a la historia de extranjeros que lo precedían, dijo aquello que los argentinos esperan que se diga cuando se coteja a un foráneo con esa rareza del relieve pampeano.

Como en todos los casos en los que habla, casi sin intención o fingiendo espontaneidad, Bellatin inauguró la lista ilustre del siglo XXI.

El hombre miró la llanura, y luego de una meditación corta y bajo el rayo del sol que nos doblegada, pronunció las palabras. Dijo (y aquí la entrego para la meditación colectiva): “¡Qué verde es casi todo!”.

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lunes, febrero 23, 2009

Culebrón bizarro

[Reseña de "Bizarra", por Celia Dosio para "Perfil"]

No se hace una tele-novela, con sus entregas semanales, en un teatro. No se puede hacer reír con temas tan serios como la crisis de 2001. No se monta una obra de teatro-arte con un elenco de más de cincuenta actores. Tampoco se habla de política en un culebrón ni se permite al público elegir entre posibles finales. Sin embargo, Rafael Spregelburd escribió, digirió y hasta actuó en Bizarra una “teatro-novela” en diez capítulos que fueron estrenados de a uno por semana en el Rojas entre agosto y noviembre de 2003.

La fórmula era la vieja y conocida historia de dos hermanas separadas al nacer, una vive en la riqueza y opulencia; la otra, es pobre y desgraciada pero llena de virtud. Según Spregelburd, esa fue la excusa para poner en escena la disparatada idea de que en la Argentina la memoria y la política se viven en clave melodramática.

La extraña conjunción de los lugares comunes de la telenovela latinoamericana y la narración del derrumbe del país involucró en una misma trama a personajes tan disímiles como la rubia de ABBA, el coro de Bomberos Voluntarios de Luján, una artista pop, un sindicalista troskista, Jorge Dubatti, monjas alucinadas, falsas travestis, policías de otras obras de teatro y hasta el mismísimo Satanás. Hubo también un álbum de figuritas de Bizarra, un CD y una colección de fotos pseudo eróticas de los protagonistas.

La Editorial Entropía entendió el valor de todo esto y acaba de publicar la versión completa de la teatronovela. Incluyendo un epílogo en donde el autor dialoga con Javier Daulte: cuentan anécdotas muy divertidas, aportan su pertinente y lúcida reflexión teórica y no se privan de repetir las ventajas de nuestro teatro comparado con el del viejo continente. La experiencia de lectura de Bizarra es necesariamente distinta –falta la inmediatez, los errores, la precariedad– pero se disfruta como un buen folletín.

miércoles, febrero 18, 2009

Boca de urna

Este es el listado de los ejemplares más vendidos, durante la última semana, en Librería Otra lluvia (Bulnes 640), según "Radar Libros".

FICCIÓN
Crónica del pájaro que da cuerda al mundo
Haruki Murakami
Tusquets

Las teorías salvajes
Pola Oloixarac
Entropía

Virilidad
Cynthia Ozick
Bajo la Luna

Recorre los campos azules
Claire Keegan
Eterna Cadencia

Los encubridores
Muriel Spark
La Bestia Equilátera

lunes, febrero 16, 2009

La teoría en tiempos de Google

[Beatriz Sarlo escribe en "Perfil" sobre "Las teorías salvajes", de Pola Oloixarac.]

El pececito se llama Yorick y la gata Montaigne Michelle. Su dueña se aferra a una “edición trilingüe de la Metafísica de Aristóteles” y usa “gorra de escribir” como Jo en Mujercitas. Una tormenta le impone, como toda la naturaleza, su “efecto gótico” y el terror la conduce a una cita de John Aubrey sobre la costumbre de Hobbes de cantar de noche desgañitándose porque creía que así beneficiaba sus pulmones. Inmediatamente, por deslizamiento, llega Rousseau que, como Hobbes, también protagoniza episodios de paranoia “clásica y barroca”.
Cualquier párrafo de la novela de Pola Oloixarac ofrece esta variedad de remisiones culturales. La Facultad de Filosofía y Letras de la UBA es la patria de adopción de la narradora (alias Rosa Ostreech: Avestruz Rosado), hija vengadora y respetuosa, satírica y disciplinada de la heterotopía cuyo lugar físico es Puán y Pedro Goyena. Las teorías salvajes no podría haber salido de una cabeza educada en otra parte; a quienes conocen la abigarrada escena de la Facultad esta novela les resultará algo así como una carta escrita por un pariente próximo que desprecia y ama los cuatro pisos del edificio y los personajes de picaresca que discurren allí (los vendedores de videos y discos truchos o de panes rellenos, los organizadores de iniciativas descabelladas que la novela, al pasar, pone en ridículo, las profesoras arratonadas, los ayudantes de cátedra solícitos, los titulares carcomidos por la decrepitud y la repetición que se transforman en objetos eróticos de estudiantes obsesivas, ávidas y ambiciosas).

Las teorías salvajes muestra lo que se puede hacer con lo que se aprendió en la Facultad, o sea que, a su modo, es un panegírico del mundo universitario que ha convertido a una mujer joven y bella (narradora, personaje, conste que no digo autora) en una especie de monomaníaca para quien lo erótico se consume o se consuma en la pasión filosófica y viceversa. Reivindicación hipercrítica de Puán y Pedro Goyena, la novela se apoya sobre el mismo suelo que convierte en un campo minado. No hay por qué pensar de antemano que eso carece de un interés más amplio, porque todo depende de la eficacia de la sátira que a veces es veloz, inteligente, cruenta, y otras, demasiado engolosinada con su perspicacia.

Fiel a esta heterotopía del Saber, la narradora tiene siempre un libro a mano para fregarlo contra el hocico de su gata en un gesto de didactismo mimético; o para contar una performance porno-underground o un trip de pastillas y polvos diversos en una disco. Las teorías (antropológicas, psiquiátricas, filosóficas, tecnológicas) fascinan, pero también son instrumentos para escribir una novela que yo no llamaría filosófica, sino de aprendizaje, no una “educación sentimental” sino una educación a secas.

Se podría hablar de los procedimientos intertextuales que ponen de manifiesto esta educación, de las citas de libros reales o de textos inventados. Sin embargo, no estoy muy segura de que “intertextual” sea la palabra adecuada. Habría que buscar otra. La intertextualidad pertenece a la época de las bibliotecas reales y de las enciclopedias. Las citas, alusiones y ficciones teóricas de esta novela son de la era Google, que ha vuelto casi inútil el trabajo de hundir citas cifradas porque nada permanece cifrado más de cinco minutos. Sylvia Molloy escribió que la erudición borgeana era incierta y finalmente poco confiable. Esa cualidad dudosa de la cita, que producía la indeterminación de los textos de Borges, hoy no tiene condiciones de posibilidad: no hay incertidumbre; verdadera, modificada o intacta, la cita siempre se encuentra a pocos golpes de teclado; y las citas falsas no aparecen entre los resultados del buscador.

El personaje de Las teorías salvajes lleva una mochila llena de libros, posee los clásicos en las lenguas correspondientes, clasifica con cartoncitos los estantes de su biblioteca. Pero ella y nosotros sabemos que allí está Google, burlando la colección de libros y artículos sobre papel, como una amenaza a la custodia privada del saber. Atento a esta cualidad Google, Tulio Halperín Donghi, en Son memorias, reemplazó todas las referencias a libros que conoce perfectamente por una fórmula leve y divertida: “Google me informa”. Después de Google, no hay erudición sino links. Las teorías salvajes vive desesperadamente esta situación y quizá por eso Pola Oloixarac acumula referencias.

Aunque Hobbes es “el centro flamígero” de la biblioteca y las teorías de un antropólogo apócrifo invierten la ficción freudiana en torno al asesinato del Padre, Las teorías salvajes sobresalen más en el aforismo y el mot d’esprit: un setentista es un “trasto viejo de ideologemas” y está “envuelto en su extraño glamour de veterano de guerra sucia”; el consumo de cumbia por las capas medias es una “degeneración chic de lo inadmisible”. Igual que Laura Ramos, Oloixarac es implacable con la educación recibida como hija de “progres”: a los chicos no se les compra helados Massera y en los colegios está bien visto “escribir ensayos sobre los desaparecidos y poemas sobre la dictadura en las clases de expresión corporal”, cuyos títulos pueden ser “Pégame y llámame Esma”. La caricatura de esos años de infancia es tan sarcástica como eficaz, con una sola excepción: no funciona la parodia del diario íntimo de una militante setentista que la novela transcribe. La parodia necesita una idea más exacta del texto a parodiar y Oloixarac no la tiene.

En paralelo a la historia del desenfrenado erotismo filosófico de la narradora nacida y criada en Filosofía y Letras hay otra historia, que transcurre en el escenario de lo semi fashion, semi cool, bizarro de Buenos Aires, donde cada minoría cultural es el centro de pequeños oleajes de celebridad marginal (en realidad: todo es margen). Esos personajes, por un capricho de la fortuna, acceden al estatuto de celebrities fugaces. Allí hay de todo: hijos de madres setentistas (exactamente captadas con su pelos al viento a lo Farrah Fawcett y sus largas polleras), parejas en busca de parejas que arman una especie de colonia urbana para el sexo, las drogas, la difusión de videos, y la creación de una página de games en Internet que se inaugura con Dirty Wars 1975, nerds, cumbieros y, como pintoresco desafío, un empleado de MacDonald’s con síndrome de Down que se masturba con la protagonista de videos under porno. Este abanico de life-styles tiene una dinámica merecidamente mayor que el reducto Puán de las pasiones filosóficas. La zona juvenil de Las teorías salvajes, en especial una noche en la disco y la realización del video-game cuya acción transcurre en los años setenta, muestra una vitalidad exuberante, acentuada por la original insistencia con que Oloixarac escribe sobre los cuerpos feos y las materias o los olores inmundos.

La mezcla de bizarros, nerds y beautiful people produce un tratado de microetnografía cultural más convincente que los que resultan de las pasiones teóricas. Las teorías salvajes están allí.

jueves, febrero 12, 2009

Un espectáculo de realidad

Por Virginia Cosin [para revista Ñ]



La materialidad física de Condición de las Flores, el último libro publicado por el escritor mexicano Mario Bellatín, no es diferente de la de cualquier libro clásico: sus páginas están encuadernadas entre una tapa y una contratapa, en la solapa se consignan los datos biográficos del autor, en su interior no hay fotos, ni dibujos.
Sin embargo se trata de un libro-objeto. Una “caja negra” dentro de la que se encuentra una combinatoria de elementos que más tarde serán revelados. Un artefacto por medio del cual es posible asistir al proceso de apareamiento y germinación de algunos de los textos que ya forman parte del canon de la nueva literatura latinoamericana.
Efecto invernadero, Lecciones para una liebre muerta, Canon perpetuo, Salón de belleza, El gran vidrio son, entre otros, algunos de los títulos que Bellatín publicó a través de importantes editoriales una vez que su nombre comenzó a circular. Actualmente considerado uno de los exponentes principales de un tipo de literatura radical y novedosa, lejos de la tradición y cerca –mucho más cerca- del nuevo boom que rompió (si hace crack es boom) con los parámetros previamente establecidos, dueño de un estilo que escapa a las convenciones: fragmentario, escueto, sincrónico, atonal; Mario Bellatín fue, en algún momento, un escritor anónimo. Durante ese tiempo, debido a una suerte de temor patológico, carente de recursos económicos (no podía siquiera sacar fotocopias), les entregaba a sus amigos en consignación una serie de textos -borradores, apuntes- mecanografiados en una máquina portátil Underwood del año 1915, para que los resguardaran de posibles catástrofes. Buena parte de esos mismos textos fueron, también, ofrecidos como forma de pago a su psicoanalista de orientación lacaniana. “Me pagas con palabras”, fue la propuesta de ella, en aquel momento. El valor de esos textos, adquiridos en pleno ejercicio de la transferencia analista-paciente, creció con el correr del tiempo a medida que crecía la figura del escritor. Años más tarde, abocada a la tarea de recopilar esos escritos dispersos, la crítica Graciela Goldchluk contactó a la psicoanalista Laura Benetti quien, en un acto auténticamente “derrideano” los donó para que fueran publicados.
Condición de las flores es, entonces, un libro de pre - textos que se funden con el contexto (la historia que rodea su publicación), de modo que sus bordes se desdibujan, se derraman unos sobre otros como una pieza de alfarería en pleno proceso de elaboración, en el que las manos untadas de material no se distinguen del objeto. Allí, adentro y afuera son uno: el libro se hace y se deshace en sus intersticios. Las anotaciones de Goldchluk bordan los márgenes del libro, reponiendo a partir de una meticulosa descripción las condiciones performáticas del escrito original: desde el tipo de papel utilizado hasta el color de la birome con la cual el autor realizaba las correcciones del texto mecanografiado en la vieja máquina de escribir.
Mario Bellatín ha confesado que este es un libro que, habiéndolo escrito, no fue leído por él jamás. De modo que el interés que despierta, más allá de la curiosidad que pueda suscitar su lectura, reside en su particular construcción de alguna forma ejecutada a cuatro manos y a la manera de un ready made. Gracias a su particular carácter híbrido, se instala en el panorama actual más como una obra de arte contemporáneo, un “espectáculo de realidad” como lo definiría el crítico rosarino Reinaldo Laddaga, que como un tradicional objeto literario.

martes, febrero 10, 2009

jueves, febrero 05, 2009

Preguntan si...

¿Te sentís parte de una generación literaria? ¿Qué elementos los hermana además del momento y del lugar?
La generación existe, no es cuestión de sentirse parte o no. Supongo que todas las épocas tuvieron sus camadas de nuevos escritores, pero lo que hay ahora, y que se nota desde hace unos cuatro años, es una herramienta como Internet que les permitió, en principio, darse a conocerse entre ellos. Así como en otras décadas los autores se nucleaban en torno a revistas, ahora lo hacen a través de blogs y de sitios digitales. Paralelamente a eso surgieron algunas editoriales independientes como Entropía –en la que edité mi primer libro y voy a editar el próximo– y se armó un circuito de lecturas que ayudó a crear un clima. En cuanto a los autores, no veo ningún patrón común. Por suerte hay una gran variedad de concepciones y de estilos.

De una entrevista que le hizo Valeria Tentoni a Ignacio Molina, y que se puede leer completa: acá.

lunes, febrero 02, 2009

Dasbald lee a Oloixarac

["Huida y lectura rápida", publicado en La lectora provisoria]

Tratando de huir a los microefectos negativos que me provoca el contacto con mi familia política, de la cual una parte esta noche viene de visita a mi hogar dulce hogar, salgo a la calle, me encamino hacia una librería tratando de comprar Las teorías salvajes de Pola Oloixarac. Pronto me doy cuenta de que estoy ante un posible pequeño best seller, si es que apresuradamente se puede llamar así al efecto de haberse agotado en una, dos, tres, cuatro librerías. Finalmente hay dos ejemplares en una sucursal de Hernández sobre los que me abalanzo discretamente. Entonces pago, miro de reojo alguna que otra cosa, pero básicamente salgo rápidamente del local y más rápidamente intento abandonar la zona de la avenida Corrientes con su aire de fantasma setentista de sábado por la noche. No es que la calle Corrientes me parezca insoportablemente espeluznante y horrible bajo cualquier luz o a cualquier hora del día, debiendo escapar imperiosamente cada vez que necesito frecuentar sus inmediaciones, sino que en esta ocasión su fealdad no es suficiente. Debo buscar algún espacio o sitio aún más espantoso que silencie el continuo tic tac con el que una bomba de horror doméstico me acosa: ellos, es decir, mi cuñado, el primo de C., en fin, y algunos otros miembros de la tribu de los Campanelinsky, en este momento deben de estar paseándose por mi casa y sus pasillos, inspeccionándolo todo, hablando a los gritos, etc. Por lo tanto, no se me ocurre nada mejor que el Alto Palermo para esta emergencia. La noche recién comienza y el show aún no.

Todo, acá.