jueves, julio 31, 2014

Iosi Havilio: "La palabra acá es una excusa, un síntoma de la neurosis"

La Serenidad de Iosi Havilio en Diario Registrado 
Por Mariana Kozodij.

En su última nouvelle, que se presenta el 30 de julio, encontramos una estela de lo indescifrable que genera lecturas de buceo. Hablamos con el autor de este texto que rompe con las tramas convencionales.



 Iosi Havilio nos trae una nouvelle que juega con nuestra paciencia. Comenzar e internarse en "La Serenidad" es un desafío. No es para cualquiera. Hay tramas y cabos que se atan de manera sutil, un Protagonista que se llama de manera impersonal "El Protagonista", mafia rusa, una mujer que representa todos los deseos contenidos en el nombre Bárbara, una "misión salvadora", el lenguaje de las ratas, una madre descalza, filosofía, psicología e historia, entre otras cosas.

"La Serenidad" no brinda una lectura fácil, es de esos textos que no se centran tanto en las continuidades de una trama clásica sino en la forma en que se narran aconteceres. Una forma que puede generar disfrute en esta "fábula del yo" pero que también puede perdernos en una intertextualidad que está en la cabeza del autor pero no siempre en la del lector.

Dialogamos con Havilio e intentamos un acercamiento a ese universo tan particular que supo construir en "La Serenidad".

¿Cómo describirías al Protagonista de esta nouvelle? Por que si bien uno puede ir descubriendo pequeñas cosas de su persona, hay mucho misterio e impersonalidad, ya desde el hecho de llamarlo Protagonista a secas. 
Ioisi Havilio (IH)- El Protagonista de La Serenidad es un maniático de todas las manías. Empezando por la palabra. El tipo va y viene de la exaltación al derrumbe, de nombrarse héroe de la nada a regodearse con sus decadencias. Yo creo que se sabe mucho sobre él, demasiado, el narrador, que es él mismo, encuentra en el exceso la estrategia para que la disección no sea tan cruda. Sus circunstancias son de lo más ordinarias, se pelea con la novia, escribe poemas malos, vagabundea por la noche, se enfrenta al duelo paterno, el pasado se le viene encima a cada rato y él se escapa, lo exorciza con palabras, alucinándolo. Llamarlo "El Protagonista", es una ironía, claro, pero también la posibilidad de armar tu propia aventura. -

Hay un uso de mayúsculas muy particular a lo largo de todo el relato ¿Por qué? 
IH- ¿Qué nombramos con mayúsculas? Los nombres propios, los lugares, las divinidades, el título de una obra. En el mundo fabulesco y fabulero de La Serenidad, el juego se abre y se entroniza con mayúsculas al pretencioso pero también al que se arrastra, que muchas veces es el mismo. El Protagonista no podría sostenerse en pie si no fuera por esas muletas que son las mayúsculas, igual que el padre muerto, la madre baqueteada, el filósofo pusilánime, El Gran Otro o El Zar de La Milonga. La mayúsculas es un pedido de auxilio, un Aquí estoy, ¡rescátenme de este pantano!

Cuando uno escribe y cuenta una historia también propone una lectura y "La Serenidad" resulta por momentos un tanto encriptada ¿sentís que es así?
H- Entiendo que es un texto que desde el vamos propone tomar distancia de la letra, desde el momento que anuncia las peripecias de El Protagonista antes de cada capítulo y ensaya una narración atiborrada y engañosa. Justamente, porque la palabra acá es una excusa, un síntoma de la neurosis. Al pie de la letra, la serenidad es imposible. La comprensión cede su terreno en favor de la experiencia, de todo lo que constituye lo real.

La novela ofrece una prosa que juega con lo poético, lo ensayístico y también se acerca a lo político y la militancia ¿cómo te surgieron todos esos cabos en la trama? Lo pienso en términos que incluso decís que el Protagonista "está dado a la intertextualidad". 
 IH- La trama está atravesada por esa manía oral del narrador/protagonista. Y en cada aventura, a cada paso, lo interpelan fantasmas, situaciones, que traen consigo discursos de todos sus tiempos, canciones de cuna, textos filosóficos, cuadros lacanianos, cánticos políticos, lecturas de todo tipo, noticias, grafitis… todas esos símbolos que lo agobian. Se tira la cultura por la cabeza con la vana esperanza de que en el desboque aparezca la calma.

La Madre descalza es una figura que se repite de manera constante y que va ganando profundidades ¿cómo surgió?
IH- Al comienzo de la noche, El Protagonista está en una fiesta y recibe un mensaje: La Madre se escapó descalza. La imagen genera una pulsión, el hijo sale al rescate, la madre huye, de un hospital, de la casa, de la oscuridad, de la muerte, como una mártir. Se la imagina en camisón con los pies desnudos caminando por el medio de una avenida porteña en la mitad de la noche, es su modo de redimirla, su manera de verla resurgir. El Protagonista corre en su auxilio, pero sobre todo corre tras esa imagen, repitiendo en su presente la historia de la madre para volver a ocupar el lugar de la niñez. La madre que encuentra en casa está en paz, tiene algo de monje. Un monje que lo arropa, le lee, le da de comer queso y unos pesos para seguir adelante.

Hay una épica que se destaca a partir de las enunciaciones clásicas, casi como en el cine mudo, de aquello que va a acontecer ¿presentarlo de esa manera te ayudó a organizar las ideas, los textos? ¿O hay otro tipo de intencionalidad? 
 IH- Hubo un momento en que pude ver el derrotero del protagonista en esta noche/día como una película de aventuras tan palpables como alucinadas y las bajé al papel; estas indicaciones fueron tomando esta forma de didascalias que cumplen la doble función de organizar el relato y declarar el género. Exaltan situaciones de lo más banales, que el narrador se encarga de enmascarar.

Damián Ríos presenta "La Serenidad" como una discusión tuya con los modos de novelar el presente ¿coincidís? 
I H- La escritura de La Serenidad irrumpió entre otras escrituras, digamos más conscientes, planificadas. Una expresión más orgánica que literaria, de algún modo molesta, difícil de aprehender, caótica y deforme. Más tarde, a medida que fui tomando distancia, entendí que en efecto venía a problematizar con cierto modo de concebir la novela que había cultivado en los otros libros. Ahora, no se trata de una discusión exclusivamente estética, te diría que en buena medida se trata de una discusión muy personal, en relación a qué es esto de escribir, en la actualidad, en nuestras circunstancias, pero también política: ¿qué lugar tiene esto que llamamos literatura?

 ***
 La Serenidad nos ofrece una lectura particular que puede generar el disfrute entre reflexiones y diálogos muchas veces ontológicos o puede perdernos entre aconteceres y prosa. Iosi Havilio sirvió la mesa de La Serenidad, quedará en usted- estimado lector- decidir si disfruta o se abstiene de ese festín.

Iosi Havilio: Nació en Buenos Aires en 1974. Publicó las novelas Opendoor (2006), Estocolmo (2010), Paraísos (2012). Sus obras han sido editadas en España, Inglaterra, Estados Unidos y Croacia

Diario Registrado, 29/07/2014


viernes, julio 25, 2014

Transmitir una experiencia

Reseña de Como sólo la muerte es pasajera de Alberto Szpunberg para ADN Cultura.

Por Sandro Barrella.

Como sólo la muerte es pasajera llama Alberto Szpunberg al conjunto de su obra y toma prestado el título de un verso propio. Este gesto—como en el pase del testigo— se repite: versos que pasan de poema a poema, títulos que hacen uso de palabras ya dichas, escenas que se trasladan de libro en libro con alguna variación en el curso del tiempo, de una vida en el poema. Otro tanto ocurre con la dedicatoria que reitera una y otra vez: “a los compañeros, desde siempre y hasta siempre”, con spinoziana persistencia, blandiendo una memoria que también es imperativo categórico para el hombre que publica su primer libro a los veintidós y a punto estuvo un par de años después, de unirse a la célula del guevarista EGP en el monte salteño, en lo que fuera una de las primeras experiencias de la guerrilla en la década del sesenta.
Experiencia y transmisión parece querer decir Szpunberg a lo largo de sus libros que, leídos como un todo cobran una dimensión de unidad indisoluble. Experiencia y transmisión, como quien discute la tesis de Walter Benjamin en Experiencia y pobreza. En su artículo, Benjamin se refiere a los combatientes que regresan de las trincheras de la primera guerra mundial: “la cotización de la experiencia ha bajado y precisamente en una generación que de 1914 a 1918 ha tenido una de las experiencias más atroces de la historia universal. Lo cual no es quizás tan raro como parece. Entonces se pudo constatar que las gentes volvían mudas del campo de batalla. No enriquecidas, sino más pobres en cuanto a experiencia comunicable”. Un cuarto de siglo después, los campos de exterminio nazis darán cuenta de un nuevo enmudecimiento. Si Benjamin se anticipa a Adorno, Primo Levi los contradice al afirmar que después de la Shoa, no se puede escribir poesía sino sobre Auschwitz. Lejos de pretender asimilar aquellos acontecimientos capitales—únicos, singulares—del siglo XX con el reciente pasado argentino, de lo que se trata es de comprender el contexto político, social y cultural, en el que la escritura de Szpunberg toma cuerpo y se vuelve una voz esencial de la poesía argentina.
    Luego de Poemas de la mano mayor (1962) y Juego limpio (1963), ambos con ciertas marcas de estilo que harán presencia en sus libros posteriores, es El che amor (1965), el que va a trazar el devenir de la obra futura: “Abajo aquí sus huesos sus fusiles/ ese atadito de hombre/ no sé la tierra cómo hace que se aguanta/ los que avanzan sobre ella son las mejores noticias que nos llegan de ustedes// delen, muertos de amor, sostengan que nacemos.” La literatura y la vida se funden: a la revolución por la poesía, por el amor. “Poemario que decidió mi vida”, escribe Szpunberg en el prólogo. El libro encarna el pre-texto de lo que va a venir, tanto en los hechos de la vida del poeta como en el decurso de su poesía, que, a silencio de imprenta, siguió siendo escrita, aquí y en el exilio, volviéndose cada vez más compleja, cohesionada en su núcleo y expandida en recursos. Szpunberg alterna el verso corto, medido, con el versículo, y en ambos casos es la música, la encadenada entonación de las palabras, el ritmo que fluye, lo que da entidad a su poesía.
    En sus poemas abundan, la lluvia, el mar (por todas partes), el bosque y la tierra húmeda, ramas y niebla; muchas preguntas. En diálogo abierto, la pregunta como meditación y búsqueda del rostro amado, la voz amada, el sentido de lo que se perdió; la compasión y el pensamiento sobre el otro. La pregunta como exégesis constante, elucidación y comentario, de quien no clausura ni sella la experiencia individual y colectiva. Diálogo abierto—con la tradición lírica, con la filosofía, la literatura y con la historia—desde una obra abierta, Szpunberg aguza la mirada, su visión es una máquina que atrae todo cuanto ve y devuelve postales de la totalidad.
  Como sólo la muerte es pasajera, incorpora a títulos fundamentales como Su fuego en la tibieza (1981), Luces que a lo lejos (2008), La encendida calma (2002) o La academia de Piatock (2008), una extensa sección de obras inéditas que confirman la densidad, la riqueza de la poesía de Szpunberg, su honestidad intelectual (“No, ya no soy yo el que habla, es sólo el poema,/ donde las palabras siempre dicen otras cosas,/ menos mentir.)”, su apego a una lírica que no renuncia al sentido de la historia,   como si hiciera suyas, las palabras de Marina Tsvietáieva: “El tema de la Revolución es el encargo del tiempo. El tema de la exaltación de la Revolución es el encargo del partido”.

ADN Cultura, 11/07/2014

miércoles, julio 23, 2014

“El verdadero protagonista de esta novela es el lenguaje”

La Serenidad, de Iosi Havilio en Página 12:

La cuarta novela del escritor porteño es un extraño artefacto, tan teatral en sus excesos como barroco en su torrente lingüístico. En esta aventura narrativa, el autor pone en tela de juicio los modos de representación.

Por Silvina Friera

Las raíces están en el misterio. De la sonrisa inicial al desenlace con el discurso de Heidegger –“la creciente falta de pensamiento reside en un proceso que consume la médula misma del hombre contemporáneo: su huida antes de pensar”– intervenido por la lengua florida del Protagonista, que pronuncia el texto frente a una multitud de ratones. La serenidad (Entropía), la cuarta novela de Iosi Havilio, es un extraño artefacto, tan teatral en sus excesos como barroco en su torrente lingüístico. En esta aventura narrativa que pone en tela de juicio los modos de representación, el escritor no deserta. El puñado de imposibilidades y problemas que despuntaban en sus anteriores novelas, acaso en estado larvario, ahora son llevados al paroxismo. La anécdota dentro de la anécdota, para el héroe de esta ficción, sería su propio suicidio. “La reconstrucción es un anhelo imposible –se afirma hacia el final del libro–. El Protagonista deja la horizontalidad y se abalanza sobre el escritorio para dejar correr lo que queda de tinta: ‘el último soplo de un hábito decadente’. Desmenuza una biografía que nunca existió en el sentido estricto. Y, sin embargo, en el fondo del relato hay tensión, trama y personajes que, al igual que los extras y los decorados, cayeron en el atiborre. Sus frases fueron frívolas y sentimentalistas. Todas las decisiones estéticas le resultan impracticables. Se le ocurre una genialidad: resignar el papel principal y ver.”

“Yo tengo una relación difícil con la palabra personaje, como la palabra trama y estructura”, confirma el escritor a Página/12. “Entiendo que existen, pero en el trabajo de la escritura, cuando esas palabras intervienen, termina notándose. Y el texto se va deshilachando. Uno de los tantos corrimientos que supone La serenidad es pensar qué es eso de un personaje. Y aparece, en mayúsculas, El Protagonista.”

–¿Cuál sería la diferencia entre protagonista y personaje?

–El personaje es una función que puede volverse carne. Y ése es el intento: pensar el personaje como una verdadera entidad, sin distancia.
En Paraísos, tengo un personaje que se llama Eloísa y yo prefiero llamarla siempre Eloísa, no nombrarla como personaje. El Protagonista es el modo en que el narrador se nombra a sí mismo, así se sublima, pateando sus funciones de personaje. Esa es su aventura. Si me apurás, te diría que en ese movimiento cobra vida.

La aventura narrativa se le escapa de las manos al Protagonista en un juego donde es héroe y antihéroe. “Yo pienso La serenidad como una descarga, como una reacción casi orgánica –reflexiona Havilio–. Hay un momento en que El Protagonista se pregunta: ¿y yo qué hago en todo esto? Yo me sumo a esa pregunta en términos literarios. La descarga se volvió un texto y apareció una posible estructura y cronología. Hay un rechazo y a la vez un homenaje a ciertas formas de representación. De hecho cuando vi la palabra ‘fin’ al cierre de la novela, me di cuenta de que debía ir ‘telón’. Yo creo que es un texto que está interpelado e inspirado por expresiones no necesariamente literarias, sino más bien musicales, teatrales, audiovisuales. Es un texto puesto en escena en la distribución, en la inclusión de imágenes. No sé si la palabra es homenaje, pero sí tiene cierto vínculo con la teatralidad. Incluso el uso del adjetivo es claramente teatral y no contemporáneo.”

–Sin embargo, hay ciertas marcas de contemporaneidad, como “los ringtones más tristes de la historia” que aparecen mencionados.

–De tan contemporáneo me sale esto (risas). El Protagonista es un pobre hombre que realmente está atrapado en un círculo de expresiones previsibles. Y le sale esta descarga, este desborde. Yo lo siento como un pedido de auxilio por fuera y por dentro. ¿Qué es esto de escribir?

–¿Y qué es?

–Hay un momento en que empecé a preguntarme por el oficio, eso que para mí era una palabra de viejos, cuando estaba terminando de escribir mi anterior novela, Paraísos. ¿Quién está escribiendo? ¿Yo, el oficio, el narrador? Se produjo un conflicto muy interesante que dio origen a esta reacción. Escribir tendría que ver con acercarse y asomarse al misterio del mundo. Y el oficio puede que atente, que domestique el misterio. Eso me dio cierto pavor. En algún momento escuché que pasé de “escritor joven” a “escritor establecido” en un chasquido. Esa palabra, “escritor establecido”, me llevó a preguntarme por la materia de la escritura. Y el verdadero protagonista de esta novela es el lenguaje.

–¿Qué importancia tiene la filosofía en La serenidad, que ya desde el título remite a Martin Heidegger?

–Gelassenheit –la serenidad– fue uno de los textos de Heidegger que más me impactó en mi paso por filosofía. Yo estudié muchos años la carrera; fue un paso largo y frustrante. Antes de entrar a la carrera, pensaba la filosofía como una ficción o como parte de un universo donde no discrimino qué es ficción o ensayo. La academia me mató porque no supe adaptarme y se fue fagocitando mi vínculo con la filosofía. La génesis de mi placer filosófico está en ese texto de Heidegger, que fue quedando como un recuerdo de infancia, como uno de esos espacios que vas revisitando. Como Opendoor, mi primera novela, fue en otro sentido. En un momento, mientras estaba escribiendo esta descarga, apareció la palabra serenidad y volví a leer el texto de Heidegger, un discurso bellísimo que pronuncia en su pueblo natal, en 1955, en ocasión del aniversario de un compositor. Y tuve una imagen que sucedía en un futuro bien remoto. Me imaginaba los restos de la civilización y se me vinieron un conjunto de roedores o ratones, rescatando el texto de Heidegger. El Protagonista es un sobreviviente; es un hombre ya vencido que comparte irónicamente el texto de Heidegger, uno de las materiales más brillantes de siglo, con estos ratones que se mofan y se enternecen del hombre y sus meditaciones. También está (Jacques) Lacan, que lo abordé de una manera desprejuiciada, libre, descarada. Hay un texto en el que define las tres esferas del imaginario, donde piensa la expresión artística, que me resultó muy inspirador. La serenidad me permitió reconciliarme con el discurso filosófico y rescatarlo en el lugar de la ficción.

–Le permitió producir ficción con la filosofía, ¿no?

–Sí, y más que ficción: escritura, expresión. Tuvieron que pasar casi unos veinte años para poder reencontrarme con la filosofía. Yo hice varios estudios, estudié filosofía, composición musical, guión de cine. En todos fracasé. Después, con los años, estos estudios me supieron dar una recompensa. Hay un famoso poema de Fogwill, “Llamado por los malos poetas”. La serenidad es un llamado a los malos poetas, pero también a los malos filósofos. Se necesitan muchos malos filósofos dando vueltas permanentemente para rescatar la flor del pensamiento. El Protagonista es un mal poeta y un mal filósofo, pero de eso hace su pequeña epopeya.

–Hay también en la novela una cita bíblica sobre el buen ladrón y el mal ladrón, algo que no es ajeno en su narrativa.

–Es cierto. Pero no tengo un programa que establezca que en cada novela tengo que meter una cita bíblica. En este momento estoy escribiendo una novela y tengo una Biblia al lado. No he tenido una educación religiosa ni nada parecido, pero la Biblia es un texto fascinante. Ahora estoy trabajando con descaro las distintas versiones que hay del momento de la Resurrección; son cinco o seis ficciones en una. Es una especie de “elige tu propia aventura”, según Mateo, Lucas o el Evangelio que sea. Hay un texto que descubrí sobre el camino a Emaús, que es donde Jesús en carne y hueso se disfraza de caminante y se les acerca a dos incrédulos y camina con ellos hasta Emaús, tres días después de la resurrección. Lo que estoy escribiendo es el reverso de La serenidad, pero forma parte de la misma pregunta, del mismo barajar y dar de nuevo. Y está inspirada, en parte, por Resurrección de Tolstoi.

Más allá del dispositivo quijotesco en el que cada capítulo es presentado a la manera de la célebre novela de Cervantes –por ejemplo: “De cómo El Protagonista rompió con Bárbara, se enredó en discusiones ontológicas y fue humillado por la presencia del Gran Otro”–, La serenidad está intervenida también por otras escrituras. “Algunos que la leyeron me dicen que reconocen a (Witold) Gombrowicz, a (Osvaldo) Lamborghini, a (Roberto) Arlt.” “Sí, es probable. Pero si hay una influencia viva, tiene que ver con las escrituras corridas del naturalismo y del realismo del presente –subraya el escritor–. La literatura suele estar con la mirada puesta sobre las grandes obras y las grandes influencias. Me tomó trabajo liberarme y sacarme cierto lastre literario de la solemnidad que tiene que ver con algo que está entre tapa y tapa, y que todavía sigo sin entenderlo mucho.”

–El Protagonista queda en medio de una movilización y está tan perdido que no entiende muy bien lo que está pasando. Es como si todo le pasara por el costado.

–Podría decir que después de escuchar sobre la narradora de Opendoor, a la que le pasaba todo por el costado –en la que hay cierta indiferencia, ya que así como se droga hasta la médula va a recoger moras–, me pregunto si será un poco eso. ¿Es indiferencia? Yo estoy convencido de que uno escribe por dos razones: para preguntarse quién es el que habla, qué le está pasando a ese protagonista, y para preguntarme quién soy yo. En un momento descubrí que había una estrategia. Ese desapasionamiento tenía una contracara en la vehemencia del lenguaje y la expresión. Todo esto que a ella parecía resbalarle en Opendoor lo expresaba necesariamente en la escritura, en el decir. Esto estalla por los aires en La serenidad. Si al Protagonista pareciera que la novia lo deja y está en la plaza desorientado, y viene un hombre que le dice que es su hermano y de-spués se acuerda de que no tiene hermano, él grita su libertad de una manera barroca, visceral y también cursi. El relato de ese momento en la plaza es muy sentido, aunque él esquive las pancartas y las columnas. Su revolución pasa por el decir, por el relato mismo.

–El Protagonista recuerda que sus convicciones eran aleatorias, que podría votar, como cuando jugaba de niño, a la UCedé, a los peronistas, al MAS. ¿Este desconcierto admite una lectura generacional?


–Sí, en un momento El Protagonista, cuando recuerda la urna de cartón que había hecho para celebrar la vuelta de la democracia, dice: “Su izquierda, su derecha; su letanía desamorada”. Para mí fue enorme escribir eso. Hay una mirada en relación con lo vivido que hace que esté plagado de contradicciones, que en este desboque salieron un poco a la luz, ¿no? Yo nací el mismo año en que murió Perón. Mi madre es artista, pintora; mi padre, comerciante, un hombre criado en cierta burbuja de clase media. Siempre me quedé en un lugar conformista y cuando quise superar eso me sentí fuera de juego, algo que coincide con el momento en que empiezo a escribir y publicar. De preguntar y recibir respuestas medio abstractas sobre la década del ’70, en la que pasé mi infancia, que es donde se cuece todo, pasé a un desayuno brutal y a ver las esquirlas del otro. Eso sucede políticamente, pero también en la literatura. Así como uno celebra ese desayuno brutal, también de algún modo me silenció. ¿Qué puedo decir yo en ese concierto? No soy ni hijo de militantes ni hijo de desaparecidos. Ahí aparece ese “revisionismo” de plantear que yo tengo de todas formas un relato para contarme. En La serenidad está graficado en esa urna de cartón que me hice. Nos habíamos ido a vivir a París por un año y volvimos en el ’83. Y yo en esa urna votaba por todos, jugando. “Era su izquierda, su derecha.” El desconcierto de dónde estaba parado lo pude pensar un poco en esta novela. Me acuerdo de que Fogwill, a su modo brutal, decía que para triunfar en España con una novela había que poner cada 50 o 60 páginas la palabra “desaparecido”. Más allá de lo brutal, tiene también un costado que te permite pensar y tomar prestada una herencia que no tengo. Escribir es una actividad imparable que te toma en la vigilia, en el sueño. A los seis o siete años, cuando salimos de Buenos Aires para hacer un viaje a Chile, vi un cartel que decía “Opendoor”. Y le pregunté a mi padre qué era. El me dijo que era un pueblo donde había un hospital para locos de puertas abiertas. Yo le pedí y le rogué que bajáramos, que lo quería ver. Pero, ante la negativa de mi padre, tuve que imaginarme ese lugar. Y no fui consciente entonces de que eso sería una novela veinticinco años más tarde. Yo tengo la idea del escritor como médium y hay que trabajar ese médium. La escritura es un acto de liberación del ego y del yo para entregarse al narrador.

Página 12, 16/06/2014

martes, julio 22, 2014

La Serenidad de Iosi Havilio en Inrockuptibles

Después de tres libros más tradicionales, Iosi Havilio se arriesga en La serenidad a construir una nouvelle experimental, que bucea en los rincones de la conciencia de sus personajes reafirmando el rol clave que tiene en la ficción el artificio literario.

Por: Martín Caamaño para Los Inrockuptibles

“Es una gran bocanada de aire, un exabrupto, una pequeña sublevación”, dice Iosi Havilio sobre La serenidad, su nuevo libro, la nouvelle que acaba de editar por Entropía, editorial en la cual dio sus primeros pasos como novelista.
El de Havilio es un derrotero curioso. Sin dudas, se trata de uno de los grandes narradores argentinos surgidos en los últimos tiempos, algo que ya quedó claro con Opendoor, su primera novela. Lo que sorprendió de aquella historia narrada por esa estudiante de veterinaria anónima que decide irse a vivir al campo luego de la confusa desaparición de su novia no fue solo la precisión con que estaba escrita ni ese nuevo enfoque sobre una de las dicotomías dominantes de la literatura argentina desde sus inicios –la oposición entre el campo y la ciudad– sino el placer hipnótico de una trama en apariencia sin propósitos ajenos a los de la historia misma; es decir, sin gestos pirotécnicos externos al propio libro. La sorpresa fue entonces la vocación latente por la narración pura, algo que con el correr de los años y de las diferentes publicaciones se transformaría en un sello de autor. Quizás esto fue lo que provocó que nombres como Fabián Casas o Beatriz Sarlo afirmaran entusiastas que Havilio parecía un escritor salido de la nada, revelando cierto desconcierto en el elogio.  Luego de Opendoor, vino un cambio de frente radical con Estocolmo, el relato sobre un chileno gay que regresa a su país escapando de un novio después de pasar más de tres décadas exiliado en la capital sueca. A esa peripecia sobre las diferentes formas que puede adoptar el miedo le siguió Paraísos, la continuación de Opendoor, que sin embargo puede leerse igualmente de forma autónoma. Para ese entonces, Havilio ya había demostrado tener el don para escribir sobre casi cualquier cosa. Cualquier cosa –la descripción de un tumor en la cola de un caballo, de un dedo deforme o del brazo flácido de una diabética; los comportamientos inesperados y al mismo tiempo posibles de los personajes; ciertas palabras, ciertas escenas– que caiga bajo el encantamiento de su pluma parece volverse automáticamente interesante.
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Ya desde la primera línea queda certificada la supremacía de la conciencia por sobre el cuerpo; una conciencia que solo va a materializarse a través de la escritura.
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Como si la historia (y el tono) que atraviesa al personaje de Opendoor y Paraísos lo obligara a abismarse, a asumir riesgos nuevos cada vez que la deja atrás –de ahí el cambio de registro en Estocolmo–, ahora con La serenidad vuelve a dar un salto desconcertante en su narrativa. Havilio recuerda: “Un día, alguien me dice: ‘te estoy siguiendo la carrera, te convertiste en un escritor establecido’. ‘¡Qué horror!’, pensé. ¿Qué diablos significa eso? ¡Establecido! Un escritor establecido es un escritor muerto”. En este caso, la fuga de lo establecido para Havilio es una novela de sesgo experimental, en la que los personajes son más bien categorías o funciones (se llaman: El Protagonista, La Reina De La Noche, El Gran Otro, El Filósofo De Toda Una Generación, La Madre, El Padre, así, todo en mayúsculas) y cuyo verdadero protagonista no es otro que el lenguaje mismo, al que le saca chispas, produciendo durante la lectura un efecto placentero e inquietante que se asemeja al crepitar de un caramelo Fizz en la boca.
Aunque ciertos rasgos distintivos de su literatura se mantienen –la deriva de los personajes como motor del relato, la búsqueda de la supervivencia en un mundo adverso y enrarecido– La serenidad apunta a otra dirección. Ya desde uno de los epígrafes, pasando por la odisea del personaje principal durante una jornada delirante que a su vez contiene la eternidad del tiempo novelesco, las referencias a Shakespeare (con el espectro del padre Hamlet incluido) y el monólogo de Barbarita sobre el final a la manera de una Molly Bloom del conurbano, convierten a esta en una novela en la cual resuenan constantemente los ecos del Ulises de Joyce. “Después de varios intentos fallidos, hace un par de años leí y disfruté enormemente la lectura del Ulises en voz alta, guiado por una frase que Joyce escribe en una carta cuando termina el manuscrito, donde dice temer que alguien se tome una sola línea en serio”, confiesa Havilio.
Por sus temas y ciertos juegos de lenguaje, en La serenidad se puede detectar, además del de Joyce, el influjo de una tradición de escritores locales como Roberto Arlt, Cesar Aira y sobre todo Osvaldo Lamborghini. “A los que mencionás podría agregar Gombrowicz,  Sánchez, al Fogwill poeta”, coincide Havilio, aunque aclara que con este libro en realidad se propuso establecer una suerte de diálogo con cierta tendencia vanguardista de la literatura argentina contemporánea. “Lo cierto es que La serenidad es el resultado de haberme sentido interpelado por escrituras del presente, algo así como influencias del futuro. Pienso en Gracias, de Katchadjian, El Tucumanazo, de Castromán, los cuentos de Falco, los textos de Aldana Capellano, el gran Roberto Echavarren, también la danza y el teatro, por ejemplo el Ulises de Ariel Farace.”
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“La serenidad es el resultado de haberme sentido interpelado por escrituras del presente, algo así como influencias del futuro.”
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Mientras que Opendoor y Paraísos tienen como rasgo común no revelar información acerca del pasado de sus personajes, encadenados al presente elástico de la trama –empezando por la narradora, de la que ni siquiera sabemos el nombre–, en La serenidad –como en Estocolmo, aunque con procedimientos muy diferentes–, el pasado insiste una y otra vez más no sea para demostrar la imposibilidad de su restitución. Es de esta imposibilidad que se nutren los artilugios de la ficción. La historia se pone en movimiento luego de una aparente ruptura amorosa, cuando Bárbara deja a El Protagonista. A partir de entonces asistimos a un vagabundeo errático en dos direcciones: por una ciudad enloquecida aunque perfectamente reconocible, y por los rincones de la conciencia de El Protagonista. Es ahí que se activa la máquina fallada de la memoria: el recuerdo de una fiesta cercana, el regreso a la infancia, el pasado político, la caprichosa herencia legada por El Padre. La serenidad plantea la aventura de las diferentes posibilidades que puede asumir el yo; El protagonista se desdobla en su Yo Pequeño, en El Gran Otro (amante de Barbarita) o hasta incluso en su propia mujer en el instante del acto sexual.
En un momento se lee: “El seso es lo de menos, lo que vale es la conciencia”. Y ese podría ser el lema que rige la novela. Ya desde la primera línea (“El misterio está en La Sonrisa. Ni en la carne ni en los huesos”) queda certificada la supremacía de la conciencia por sobre el cuerpo; una conciencia que solo va a materializarse a través de la escritura. “¿Podés hablar claro, estúpido…?”, le reclama el Hermano Mayor a El Protagonista. Ya es sabido que cuando la que habla es la conciencia se suele dar paso al exabrupto lírico. “Llevar al oficio al paroxismo precisa de práctica, aislamiento, algo de misterio”, reza otro pasaje. Y Havilio bien podría estar hablando de sí mismo como autor. Porque, después de tres novelas, su apuesta con La serenidad parece ser justamente esa, llevar el oficio al paroxismo.

Iosi Havilio
La serenidad
(Entropía)
146 páginas

Inrockuptibles, 03/07/2014


jueves, julio 17, 2014

Palabras inesperadas

Entrevista a Iosi Havilio sobre su última novela, La Serenidad, en La Voz del Interior
Por Javier Mattio.

Tal vez el escritor argentino más prometedor y secretamente reverenciado de la nueva generación, Iosi Havilio (Buenos Aires, 1974), desplegó un veloz in crescendo con la seguidilla Opendoor (2006), Estocolmo (2010) y Paraísos (2012). De la contención preciosista de la primera al exceso desfondado de la última, Havilio exploró las posibilidades de la novela con una autonomía y tenacidad elogiables, levantando un mundo no muy distinto al real en extrañeza, volubilidad y encantamiento.

El agujero negro en el que se abismaba la planicie urbano-grotesca de Paraísos es una posible clave para entender La serenidad, la nueva nouvelle de Havilio, a primera vista un giro desconcertante en su trabajo. Divertimento satírico y metanarrativo con aires de folletín dieciochesco, La serenidad avanza con libre pulso experimental en las andanzas de El Protagonista, quien con su nombre parece revelar el entramado que subyace a toda historia. Suerte de compendio no ya de la obra de Havilio sino de la humanidad y la literatura enteras en sus poco más de 140 páginas, La serenidad incluye filosofía –el título del libro replica al de un texto de Heidegger–, triángulo amoroso, autobiografía, referencias que van de la Biblia al Ulises, juegos con el lenguaje, mucho humor y un radar pícaro de lo contemporáneo que siempre caracterizó al autor porteño: la militancia, el country, el barrio, los noticieros, el vaivén ciudad-campo siguen murmurando entre bastidores.

“La serenidad irrumpió como una tromba entre medio de otras escrituras, digamos, más conscientes –cuenta Havilio–. Me resulta difícil precisar un tiempo, fue lo más parecido a escribir dentro de un sueño. Reconozco una serie de orígenes: una conversación trasnochada, entre la filosofía y la frivolidad, que dejó su huella en el párrafo inicial; un texto más o menos homónimo de Heidegger que estudié allá lejos y hace tiempo; el cuadro de Bouguereau (la tapa del libro), una pintura clásica nacida a destiempo, entre las vanguardias. Por último, atravesando estas memorias desmembradas, hay una frase atrapada en el aire que le escuché decir a mi hijo menor que se convirtió en epígrafe, faro, película aglutinante de todo este mundo: ‘Soy una mala historia’”.

–¿Parte “La serenidad” del escepticismo o de la confianza en toda historia?
–En la novela trama y voz son una misma cosa. Más que del escepticismo, el libro es fruto de un convencimiento: sea cual fuera el universo en cuestión todo termina rindiéndose o revelándose a la voz que lo perfora. Y no hablo de la voz del escritor, nada más triste y lejos, sino de las voces que germinan desde el interior de determinado mundo para horadarlo. Esa esencia es la que me interesa. Ocurrió igual con las novelas anteriores, las publicadas y las no. Pienso en La serenidad como un eslabón en carne viva de una misma cadena.

–¿Es este tu libro más humorístico?
–Me dejé llevar y entretener por este Protagonista que se distancia de sí mismo para retratarse, sin escalas, entre la humillación y la gloria, como un stand upper desaforado y barroco inmolándose en un gran teatro de operaciones que incluye la tragedia pero también el sketch, la realidad más berreta, lo onírico. En esa falsedad donde gana el absurdo él destila sin embargo algo de humanidad. Visto desde afuera seguramente podría decirse que se trata de una parodia, de una gran farsa. Desde la mirada del Protagonista/Narrador, es la crónica y la elegía de un tremendo nopodermiento.

–¿Lo contemporáneo guía tu obra?
–Escribimos, decimos, nos movemos, ensayando una doble coreografía. Interpelados e interpelando aquello que llamamos real, lo que nos rodea. Ahora bien, y aquí anida un equívoco grande, lo real no se reduce a lo tangible, lo palpable y mensurable. También está hecho de lo que no es, del pasado, del futuro, de la imaginación, de las potencialidades y, fundamentalmente, de los misterios, cósmicos y minúsculos que, arrinconados, siguen gobernándolo todo.

Viaje espiralado
–¿Marcó “Paraísos” un límite? ¿Qué te llevó a dar el giro de “La serenidad”?
–Entiendo la escritura como un viaje espiralado al fondo de algo, de un todo, con aproximaciones y alejamientos hacia un núcleo que, en el mejor de  los casos, conseguimos olfatear, tantear, vislumbrar de a ratos. Como fogonazos. Paraísos fue sin dudas una buena curva, una curva peligrosa, en las vueltas de ese caracol sin fin. En ese giro hubieron muchas lecturas, músicas, películas y experiencias que fueron avivando el mundo de La serenidad.

–Además de las fotos, hay un diagrama misterioso en “La serenidad”, ya había uno en “Paraísos”. ¿A qué se deben?

–Opendoor también estaba poblada de imágenes, diagramas, bocetos. De hecho, durante toda su escritura alimenté una suerte de collage que permaneció en la cocina narrativa (fotos, recortes, líneas de tiempo, acuarelas, culos, manchas de café) donde seguramente estaban cifradas las bases de La serenidad. Sólo que aquí sucede al revés: la historia y la trama quedaron en casa y la trastienda tomó el escenario llevándose todo puesto. Creo que uno de los puntos esenciales de la escritura es el trabajo del pretexto, del paratexto. De eso se trata: escribir es, ante todo, explorar el imaginario que nos convoca más allá de los símbolos, al margen de la anécdota y los personajes. Ahí está el goce.

La Voz del Interior, 03/07/2014