En TELAM, nota sobre los 10 años de Entropía
La editorial independiente Entropía celebra sus primeros diez años de vida con un catálogo "permeable y reactivo a los cambios de época", y una interesante apuesta en la 40 Feria del Libro de Buenos Aires, que se celebra en el predio porteño de la Rural hasta el 12 de mayo próximo.
Los 10 años de Entropía llegan con la nueva colección Nouvelle que inauguró "La Serenidad" de Iosi Havilio; y la presentación en "Zona Futuro" de la Feria, el 9 de mayo a las 20:00, de la escritora Romina Paula y los editores Gonzalo Castro y Sebastián Martínez Daniell, quienes repasarán los inicios del sello, con música y un brindis.
Entrando por Cerviño 4440, al Pabellón Amarillo del predio de avenidas Santa Fe y Sarmiento, se sumará el taller de escritura de Ignacio Molina, autor de "Los puentes magnéticos"; y ya fuera de la feria, a los festejos se añadirán la reedición de "Opendoor", de Havilio; "La comemadre", de Roque Larraquy; "¿Vos me querés a mí?", de Paula y "Conquista de lo inútil", de Werner Herzog.
Así como el ciclo "Preguntas por el cómo", cada tercer miércoles de mes, hasta noviembre, en la librería Gandhi de Palermo, donde autores como Sergio Chejfec, Carlos Ríos o Hernán Ronsino cuentan la trastienda, laboratorio y cocina de sus textos.
Entropía nació en 2004, cuando aún era muy reciente el recuerdo de la mayor crisis socioeconómica argentina, "una época que había dejado una estela de empobrecimiento o escasas prosperidades que terminó resultando favorable para la aparición de propuestas editoriales como la nuestra", contó a Télam Martínez Daniell.
Ocurre que "la crisis y consecuente fluctuación de divisas llevó a grandes grupos a restringir la importación de títulos y limitarse a autores probados comercialmente", mientras que la efervescencia social derivó en una gran la producción textual, "pululaban gran cantidad de obras de una nueva generación de escritores que no encontraban espacio" y lo hallaron en emprendimientos inéditos Entropía, Interzona, Bajo la Luna, Mansalva o Adriana Hidalgo.
El rol de esos sellos, reflexionó Martínez Daniell, fue "encausar la enorme producción literaria local que estaba siendo ignorada o desperdiciada", así como "la obra extranjera desestimada por grandes grupos editoriales".
La editorial, asimismo, nació de la confluencia de saberes, intereses y ganas de cuatro viejos amigos: Gonzalo Castro y Martínez Daniell tenían escritas sus primeras novelas sin editar; Valeria Castro hacía años planeaba lanzar su propio sello; y Juan Manuel Nadalini "reunía todas las condiciones para transformarse en un extraordinario editor", agregó.
Con esas dos novelas salió a la calle -"Hidrografía doméstica", de Castro, y "Semana", de Martínez Daniell-, que a pesar de ser obra de dos ignotos "abrió dos puertas en forma casi simultánea", recordó el editor.
Mientras la académica Graciela Goldchluk les proponía editar la correspondencia inédita de Manuel Puig, se acercaban autores inéditos como Paula o Havilio; todas obras que una vez publicadas "se hicieron notar rápidamente en el panorama literario argentino" haciendo que "el salto de la editorial fuera exponencial" y que "el resto de la historia ya sea más conocida", resumió.
En estos 10 años, consignó Martínez Daniell, "el contexto nacional e internacional se ha modificado enormemente y nuestro catálogo y búsquedas fueron siendo permeables y reactivas a esos cambios, aunque el espíritu continúa siendo el mismo".
¿Definir ese espíritu? "No es fácil -se adelanta-, quizás el mejor atajo sea vincularlo con la absoluta libertad a la hora de seleccionar lo que vamos a publicar y el rigor que intentamos poner en el proceso de edición".
"Pertenecemos a un movimiento que, a falta de mejor nomenclatura, se lo llama de editoriales independientes -para indicar que no hay grandes grupos económicos controlando la política editorial-, pero preferimos llamarnos interdependientes, porque nuestra supervivencia depende en gran medida de múltiples comunidades vinculadas con la circulación de textos entre escritores, libreros, editores y críticos", remarcó.
¿Qué define a un sello interdependiente de uno mainstream? "No la calidad de las obras que publica -aseveró Martínez Daniell-, hay buenas y malas en todos los catálogos, la diferencia está en que podemos moldear un catálogo con personalidad propia, suelto de las amorfas preferencias del mercado" y "tiempo" para cada libro libre de "exigencias comerciales".
Con 45 títulos y nueve colecciones -Novela, Nouvelle, Cuento, Teatro, Crítica, Poesía reunida, Apostillas, Colección Puig y Antología- son 56 los autores que publicó la editorial, en su mayoría argentinos aunque el abanico reúne extranjeros como el alemán Werner Herzog, los mexicanos Mario Bellatin y Daniela Tarazona o el portorriqueño Luis Othoniel Rosa.
Cada uno de los autores publicados -Virginia Cosin, Mariana Dimópulos, Alejandro García Schnetzer o Leandro Ávalos Blacha entre otros- "fue un hallazgo" y "el hecho de que luego algunos continúen sus producciones literarias y confirmen el potencial que entrevimos en un comienzo es un valor agregado", aseveró sobre escritores a los que se suman como Pola Oloixarac, Sonia Budassi, Augusto Bianco, Diego Muzzio y Raúl Castro.
Para Martínez Daniell esa búsqueda "es la parte más inasible" del trabajo editor: "¿Cómo se encuentran estos autores en el enorme fárrago de inéditos que circulan por la Argentina? Leyendo mucho, luego empiezan a jugar el azar, afinidades estéticas, valoración de textos en su particularidad y al margen de las nomenclaturas, divergencias razonadas y coincidencias intuitivas", aventuró.
martes, abril 29, 2014
Entropía, 10 años de un sello nacido al calor de la nueva literatura argentina
lunes, abril 28, 2014
Entropía y Los siete logos en la 40ª Feria Internacional del libro de Buenos Aires
Al igual que el año pasado, Editorial Entropía participa de la 40ª Feria Internacional del libro de Buenos Aires como parte de Los siete logos, un emprendimiento que llevamos a cabo junto a las editoriales Adriana Hidalgo, Beatriz Viterbo, Caja Negra, Eterna Cadencia, Katz y Mardulce.
Este año sumamos metros cuadrados y nuestro stand es mucho más grande y cómodo pero igual de amigable.
Los esperamos con todo nuestro catálogo y las últimas novedades en el stand 1920 del Pabellón Amarillo.
martes, abril 15, 2014
Entropía, diez años editoriales. Chejfec, Ríos, Ronsino.
Mañana comienza el ciclo "Entropía, diez años editoriales" en la librería Gandhi de Palermo.
Sergio Chejfec, Carlos Ríos y Hernán Ronsino compartirán con el público sus procesos creativos.
lunes, abril 14, 2014
Un recienvenido encuentra en Azul los emblemas de la nueva ficción
El texto con el que Sergio Chejfec, autor de Modo Linterna, inauguró el FILBA Nacional 2014, la semana pasada, en Azul.
Bajo este título periodístico voy a describir una experiencia común a muchos de los que estamos aquí. Al llegar a una ciudad que no se conoce, uno observa cosas sueltas y elabora un cuadro preliminar, jerarquizando ciertos detalles a primera vista. (Digo: uno observa cosas sueltas y cosas que parecen sueltas.) Son minutos que pasan muy rápido. Me refiero a esos momentos de recién-llegado que no tienen nombre, llenos de impresiones pero apartados del conocer.
Si se trata de un escritor, esta situación puede ser el embrión del relato potencial: el escritor está alerta a nuevos estímulos y asociaciones; el viaje, por otra parte, ha puesto en primera fila la propia subjetividad. Hay un escenario físico que puede ser organizado visualmente de muchas maneras. Sin embargo, no es todavía el momentode la peripecia. El observador se sumerge en una cadena de pensamientos y asociaciones larvales en la que ninguna historia puede desarrollarse porque aún nada significa nada en concreto.
Va a imponerse entonces una imaginación de tipo especulativa. No la fantasía de intrigas y persecuciones, de premios y conflictos, de causas y efectos, de idiosincrasias y caracteres, sino la sensibilidad flotante de quien no entiende demasiado lo que está viendo, por otra parte sabe poco acerca de ello, y por algún motivo carece de fuerzas para curiosear. Quiere tener una mirada abarcadora, sabe que la realidad funciona siempre de manera concertada, entiende que ese espacio urbano desconocido tiene un sentido y un uso específicos, etc.; pero él, en la medida en que proviene del exterior y no entiende, toma partido por el reino de lo parcial. La rumia del testigo que razona argumentos y trama relaciones a partir de lo que ve y recuerda . De ese modo fragmentario, sabe, la realidad se presenta mucho más material que como suele exhibirse cuando lo hace en bloque; cada pedazo y detalle del mundo efectivo exhibe una hilacha de historia asignada; la exhibe como un prodigio del tiempo, como si a un arqueólogo se le ofrecieran a ras del suelo todas las pruebas que siempre ha buscado.
La observación detenida es silenciosa, y por eso permite escuchar la propia respiración. No es sin embargo lo único que se escucha, porque tiene la sensación de que su respiración, de tan inaudible, permite oír también la respiración de las cosas que mira, o sea, esos fragmentos de ciudad que se están viendo por primera vez.
Observa la plaza, y algunos de sus ánforas inmensas o luminarias vigilantes, tan adustas en su geometría, parecen latir pese a la condición abstracta que hace tanto las acompaña; ve el perfil bajo de la mayoría de los edificios y supone que son piezas de una gigantesca simulación concertada, inverosímilmente baja teniendo en cuenta la altura del cielo. Quiero decir, escucha la respiración de las cosas y no la escucha; lo mismo pasa con los latidos; ve este mundo levantado sobre la llanura como una propuesta de escenario artificial, pero sabe a la vez que se presenta como absolutamente real. Porque si este escenario no hubiera sido real no habría venido hasta aquí. Quiere homenajear esa realidad sencilla y acotada, esta hospitalidad silenciosa. Pero, ¿cómo se homenajea de incógnito?; ¿cómo se agradece en secreto?
*
Toma esta palabra: secreto. Recuerda otra: acumulación. Sabe hacia dónde su pensamiento puede ir: murmura ahora la palabra “Cervantes”. También podría haber dicho “Quijote”. Observa las cosas a vuelo de pájaro (la plaza, el teatro, los árboles, la municipalidad, los edificios para él ignotos, las copas de los árboles de más allá) e imagina dos torres de libros, de aproximadamente 150 ejemplares cada una, en equilibrio inestable y que buscan competir en altura. Son los 300 quijotes que, supone, luego de vericuetos de todo tipo consiguieron para esta ciudad el adjetivo de “cervantina”. Piensa en un quijote adaptado a la pampa, en la condición amarga o acriollada que debería arrastrar el personaje sintonizado con el medio físico, y en el obligado atributo con que se acompañaría, una desinencia de sí mismo, el caballo.
Naturalmente, al visitante le viene a la mente la existencia de Aballay; y se pregunta si ese héroe reticente y culposo, para todo irresoluto excepto mantener a cualquier precio el pacto de vivir alejado del suelo, se pregunta si Aballay no podría ser considerado como alguno de esos herederos interiores a la misma ficción de la literatura: quiere decir, la literatura reproducida hacia el interior de sí misma.
Imagina la hebra intangible de algún Quijote (¡imposible usar la palabra sueño!) desprendida de la biblioteca del doctor Bartolomé Ronco, viajera del aire como las semillas por la llanura y más allá, hasta alcanzar un recoveco de la mente anti heroica de Antonio Di Benedetto.
Las aventuras de Aballay son tan pedestres, piensa, como las del Quijote verdadero. Sin embargo Aballay carece de imaginación, apenas es un personaje pariente de Kafka; sólo dedica sus fuerzas a no traicionar la promesa que ha hecho. Mientras tanto se convierte en santo y, como el Quijote, se hace real, o sea, se transforma en personaje dentro de su propia historia.
No Aballay, sino el observador recién llegado a la ciudad, piensa en esa historia del indio o gaucho anacoreta, o estilita, que es Aballay como una circunvolución sintética de la idea del Quijote. Al observador lo atrae su condición andante, el sino de santo merodeador que, radicalmente obediente a su decisión penitencial, de tan absorbido en su cumplimiento no tiene espacio para la fantasía. Imagina a Aballay pensando (porque habla poco, ni tiene oportunidad de hablar); pensando: Renuncio a las peripecias de los viajes, el caballo –andadura por definición– es la inmovilidad.
*
Antes de que todo esto ocurriera (no me refiero a Aballay, tampoco al doctor Ronco), el visitante busca un libro escrito hace tiempo. Allí lee: “Tras una marcha de pocas horas, entramos en Azul, ciudad de origen reciente que no pasa de ser una simple agrupación de ranchos. En el centro existe un fuerte con algunos cañones; hay también una pequeña iglesia y una tahona movida por mulas. Se estaban construyendo varias casas de ladrillo: entre los trabajadores figuraban hijos del país y algunos ingleses. La población es de unas mil quinientas personas y los indios fronterizos la habían mantenido siempre en estado de alarma. Le estaba reservado al general Rosas, imponerles un verdadero escarmiento con su expedición de 1833.” Enseguida, el autor habla de aproximadamente tres mil indios alineados con el gobierno. Hace el cálculo del costo de cada uno y llega a la conclusión de que el Estado paga un precio increíblemente barato por asegurarse la paz y poseer ese contingente defensivo, más numeroso que la milicia y el ejército. El relato es de 1847. El visitante no se detiene en este párrafo por su importancia documental oideológica. Lo destaca tan sólo como preámbulo a lo que ha llamado su atención, mucho más breve. Dice el relato: “Después de dar una vuelta por la población, fuimos a visitar al Comandante…”
El autor es William Mac Cann, viajero inglés. Uno de los varios cuyas descripciones de viaje inspirarían las hipótesis de Martínez Estrada sobre la argentinidad. El visitante se siente conmovido ante este comentario un poco retórico y dicho al pasar: ese “dar una vuelta” por una población que acaba de ser descripta como una simple agregación de ranchos. Piensa: dar una vuelta es mirar y perder el tiempo; recorrer distraídamente y con la atención alerta, apropiarse de una superficie y someterse a ella. Dar una vuelta es sobre todo una experiencia urbana: estar a la espera del detalle que despierte la atención. El visitante entonces tiembla de emoción, se siente reconocido por la historia entretejida en los libros: cree que pese al tiempo de separación, Mac Cann y él se sometieron a las mismas impresiones al llegar por primera vez a esta ciudad.
Le gusta la idea de asignar a esa frase andariega una atribución especial, piensa que es la prerrogativa que en cierto modo tiene la literatura, en este caso la capacidad de dar por creada una ciudad por la mera narración de unos hechos, que a lo mejor no existieron, pero se mencionaron, y que al haber sido dichos establecen una presencia física tan concreta como la realidad más real.
Piensa: pueden imaginarse varios motivos por los cuales se le ocurre a Mac Cann recordar que dio una vuelta por ese rancherío azuleño, pero esa frase es autónoma, crea un entorno y lo declara cierto, como consecuencia de su propia formulación y con independencia de la realidad efectiva. Sin embargo, es también cierto que nada hay distintivo en Azul, a los ojos de Mac Cann, en lo que valga la pena detenerse, fuera de considerar el lugar como el más exitoso experimento de estabilización de la frontera. Este viajero anda por el poblado como si se tratara de cualquier otro. Entonces, el visitante piensa que se trata de lugares provincianos, difusos por similaridad; nada los destaca fuera de su condición de puntos de concentración en medio de la llanura. Y también piensa que en la medida en que por eso son, en apariencia, permeables a marcas y significados, tienen una extraña, él diría capciosa, proclividad hacia cierto tipo de ficción. Una ficción cuya peripecia fantasmática debe tramarse con momentos de desorientación, también de desconcierto, y, por momentos, de una truculenta confusión.
Como vemos, el visitante se siente otra vez conmovido porque encuentra en este pliegue de la ciudad de Azul otro elemento de identificación. La ciudad reclama una ficción asordinada, de esas que precisan desconfiar de sus propias virtudes. Piensa entonces que si alguien lo escuchara, diría que dio con una regla no escrita de la representación provinciana: las ciudades pequeñas y medianas dicen poco, debido a ello se expresan por las rarezas o caprichos de sus pobladores. Una ley en la que se basan los relatos de Puig, Conti, Briante, Carrera y varios otros.
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Queda rebotando en la cabeza del visitante la palabra capricho; que a su vez, dado que está en la ciudad elegida, le inspira la palabra exabrupto. Cuando habla de “elegida” se refiere a ciudad señalada por el trabajo del gran ingeniero, cabecera del partido de la provincia donde el ingeniero Salamone hizo el mayor número de obras, ocho; y, encima, una casa particular. Aún el visitante no las ha visto, pero se ha informado y se pregunta si más allá de consideraciones sobre estilos arquitectónicos, de cosas como el formato racionalista o las propuestas decó, de la simbología masónica o el influjo futurista, en cualquier caso, de la ambición trascendente, la obra de Salamone no tendrá como inspiración preliminar un deseo básico vinculado con el tamaño, algo que de tan ineludible busca a primera vista un impacto emocional inmediato, algo así como imponer respeto o temor.
Introducir la desproporción según escala a primera vista equivocada, levantar el monumento gigante y el facetado continuo donde las condiciones físicas no lo requieren ni lo suponen. El visitante sostiene que el gran tópico de la ciudad moderna es la desproporción; permite esa experiencia tan urbana y siglo xx de sentirse extraviado y soñarse anónimo. Piensa por lo tanto que en la desproporción extrema de algunas de sus construcciones, Azul, como otras ciudades de la provincia, exhibe una especie de blasón infrecuente, un carácter focalizado y opcional: quién sabe si esos exabruptos de hormigón están allí para cancelar la idea de la eterna condición armónica de la ciudad (o sea, una desmentida de las distintas versiones de “dar una vuelta”), o si son muestras de la misma desmesura que lo exterior inspira –el visitante se refiere a la desmesura de imponer verticalidad y de ese modo crear espacio a partir del vacío y la planicie natural–.
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Mientras Mac Cann se pone a dar una vuelta por Azul, en Toay, La Pampa, un niño cautivo lee en voz alta ante un público de indios. El visitante sabe que en dos años ese joven cautivo va a huir hacia el mundo cristiano. En el momento de la fuga, Avendaño tiene alrededor de 14 años. Los siete primeros años los pasa con su familia, en Santa Fe; los otros siete con Caniú, el cacique a quien pertenece, en Toay, a cuya familia se ha integrado y donde es uno más. Avendaño es un cautivo atípico, porque puede leer, y lo hace en voz alta. Llegan indios de otras tribus para verlo en acción, trayendo presentes para Caniú: mantas, cueros, animales. Aunque casi nadie entiende castellano, es el pago por ver al niño “hablar con el papel”, como dicen.
El único libro que Avendaño posee, para entonces no sabe escribir y naturalmente ni piensa en redactar sus memorias, es de catequesis. Es lo que lee frente a los indios. El visitante recuerda El entenado, la novela de Saer; el relato de un cautivo de los indios Colastiné que una vez retornado aprende a escribir y es capaz de contar su experiencia.
Ya como cautivo Avendaño conoce Azul de oídas, porque es de donde llegan las novedades políticas y los envíos del gobierno. Los indios establecen sus alianzas pensando en Azul. Esta ciudad resultará decisiva para el futuro de Avendaño. Aquí será intérprete del gobierno y luego Intendente de Indios. Intervendrá en pactos y componendas, más tarde será factor mitrista y socio de un cacique. Su final es un epílogo de la Revolución de 1874: acaba lanceado en Olavarría junto a Cipriano Catriel. El cuerpo de Avendaño queda, según dicen, en Olavarría, pero su cabeza viaja hasta Azul; una vez en su casa es arrojada desde la ventana hacia la calle, acaso con propósito ejemplarizante, o como eslabón de un hoy olvidado ritual.
El Azul, como se le decía antes, se ha convertido para el observador en un sitio de referencias dispersas e historias borrosas; allí habitan acontecimientos menores, secundarios, y por lo mismo imprecisos, también erráticos y sobre todo inasibles. Pero el visitante cree que en cualquier momento todos esos indicios podrían convertirse en fundamentales y decisivos. Para eso bastaría un simple cambio de las coordenadas históricas, que un día la historia local se revele crucial y así los hechos menores proyecten una grandiosidad oculta hasta ese momento. El visitante cree encontrar allí la estrategia de seducción de la ciudad: no busca impresionar ni imponerse, por eso esconde sus secretos como tesoros inadvertidos, pequeñas cartas robadas que se deslizan ante la vista de todos sin ser descubiertas. Como las luminarias de la plaza principal, que vistas desde abajo parecen observar con cuatro ojos lo que ocurre en la tierra.
Justamente, leyó el relato del cautivo Avendaño no hace mucho y le agrada vincularlo con la ciudad de Azul en una suerte de convergencia de medianías. Porque le gusta pensar en Avendaño como un héroe acotado, medio anónimo, al igual que Aballay y el Quijote, como si uno dijera de poco vuelo, aunque esencial. Un individuo de heroísmo intrascendente, un punto movedizo entre fronteras, que atraviesa y es atravesado, tal como su cuerpo termina encontrando la muerte. El visitante piensa en Avendaño como un héroe cultural pero no literario. Incluso piensa que hace tiempo se acabó la buena época para los héroes literarios, y que son los héroes culturales los que tienen mejores posibilidades como sujetos novelísticos –cree, un momento propicio para el Avendaño heroico–.
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Pero de los misterios de Azul, si es que existe un grupo de cosas que pueda recibir ese nombre, para el visitante no se destacan en primer lugar las obras afiebradas de Salamone, tampoco el raid exterminador de Mateo Banks, ni la originalidad azuleña durante la expansión fronteriza; lo que atrae más su curiosidad es algo a primera vista trivial como los juguetes de Bartolomé Ronco.
El visitante sabe que fueron de madera y que los hacía para los niños pobres. ¿Habrá quedado alguno en la Casa Ronco? ¿Estará su taller de carpintero? De toda su colección de Quijotes, a los que imagina ordenados en dos pilas que compiten por alcanzar el cielo antes de derrumbarse, de los viejos números de la Revista Azul, donde escribió Xul Solar, Borges, Gerchunoff y varios otros, de sus propios artículos sobre materias morales o gauchescas, muchas de ellas lexicales, como el vocabulario vinculado con la carreta, al visitante le interesan sobre todo esos juguetes mencionados a veces pero en apariencia perdidos, como si fueran el trazo de una letra secreta. ¿Puede pensar que esos juguetes vayan a revelar algo esencial? Probablemente no, aunque los busca porque se trata de los únicos objetos que le inspiran esa pregunta.
El visitante cree que a veces no se eligen las cosas por lo que ofrecen sino por las preguntas que las rodean. Y cuando se habla de preguntas, muchas veces se habla de lo que no se sabe, o se sabe a medias. El escritor pone en escena un saber a medias; si lo supiera todo no escribiría. El visitante entiende que el escritor sabe poco, y también sabe poco, o ejecuta un saber selectivo, ese ambiguo representante del escritor que es quien escribe. Por eso, desde su punto de vista, Azul se recorta como una ciudad ideal. Porque aun cuando crea haberse informado lo suficiente (sin embargo, ¿qué es lo suficiente?, ¿existe una marca o tope que lo señale?), todo dato o elemento recopilado establece un vínculo conflictivo con el significado. Lo cual podría ser una especie de lección para el visitante: cuanto más sabe un escritor, y cuanto más pone en escena ese saber, crece el enigma sobre lo que conoce. Porque una cosa es saber y otra conocer. Un posible malentendido que está en la base de la literatura.
jueves, abril 03, 2014
Fernanda García Lao en el Salón del Libro de París
Fernanda García Lao, autora de Cómo usar un cuchillo, estuvo invitada al Salón del Libro de París. Gabriela Scatena, del diario Los Andes, de Mendoza, le hizo esta entrevista al respecto:
Desayuno en París
Del otro lado del teclado –lo que es decir, lejos del Aconcagua, “de la tierra del sol y del buen vino”- Fernanda García Lao se está duchando justo ahora, después de haber escrito “¡Mendoza, presente!”, después de haber llegado de Lille en donde dio unas charlas, participó de un café literario en homenaje a Juan Gelman y conoció a nuevos lectores.
“La librería VO - librairie internationale VO, en francés- es la única en Lille que tiene libros escritos en otras lenguas además de la francesa y que son novedades, así que allí están mis libros”, explica la autora de “Vagabundas”.
Fernanda ha viajado a París como parte de la delegación argentina que participó, el fin de semana pasado, en el Salón del Libro, la feria editorial más importante de toda Francia.
La primera pregunta se cae de madura:
- ¿Qué significa para vos haber sido invitada al Salón justo en el año en el que la Argentina es invitada de Honor?
- Creo que es un reconocimiento a mi obra, que en el último tiempo ganó mucha visibilidad.
- ¿Por qué? (las preguntas más sencillas son, a menudo, las más complejas de responder, pero García Lao no sufre de falsa humildad zalamera, así que responde rápido)
-Porque mi último libro llamó la atención. Yo hice al revés, primero publiqué novelas y después cuentos. Elegir la brevedad fue un modo de romper el estereotipo, la ficción de que era una novelista.
El libro al que hace referencia es el recomendable “Cómo usar un cuchillo”. En la portada está ella, empuñando uno, cerca de una cajonera que parece encoger las patitas de madera, de puro miedo.
Tan lejos, tan cerca
En el año cortaziano, el Salón del Libro recordó muy especialmente al autor de “Rayuela”. Así que la mendocina también se encargó de diseccionar el gusto por su literatura. “Sí, por supuesto que me gusta Cortázar. Me gustan mucho sus cuentos, ‘Casa tomada’, ‘El otro cielo’, las ‘Instrucciones’ (porque me dan risa) y también Antonio Di Benedetto me parece un cuentista bastante fantástico”.
Justamente “La literatura fantástica en el Río de La Plata “ es el nombre de una de las mesas en las que ha participado dentro de la feria parisina. “Es un reconocimiento al género cuento que es todo un baluarte en nuestra literatura. Argentina es un país bastante insólito e incomprensible, ideal para el fantástico.”
La otra mesa en la que participó se llamó “Lejos de Buenos Aires”, una rueda compuesta por mujeres.
. ¿Hay un rasgo definitorio en el hecho de estar lejos de Buenos Aires?
-Y sí, a mí me encanta la anarquía, la libertad de la periferia y de lo excéntrico.
Cortázar tiene una frase en Rayuela: “En París todo era Buenos Aires y viceversa”. “Y – dice García Lao- uno se va construyendo entre idas y venidas, entre los viajes Pero yo, que ya viajé tanto, ahora no tengo ganas de moverme. Uno termina inventando un yo para cada ocasión, esa riqueza, esa ficcionalización de uno es lo que replica para escribir.
Sin embargo, cuando escribo, no escribo de mí. Obviamente uno nunca deja de ser quien es pero a mí me interesa el mundo, me interesan los demás, me interesa lo impúdico, lo que uno siempre oculta, los interiores. Si me preguntás, haría una película sólo de interiores. Ya no me interesa el paisaje, salvo que sea un personaje más. Me gustan los asuntos bien personales y subjetivos.
Idas y venidas
Fernanda (que tiene ese lindo apellido que suena a lagos y pequeños saltmontes) es hija del reconocido periodista mendocino Ambrosio García Lao. De pequeña, emigró a Madrid junto a sus padres y hermana y, después de transcurrir su adolescencia en Europa, su familia decidió regresar a la provincia. “Cuando volví de Madrid a Mendoza no tenía ganas de estar, no me podía relacionar, era demasiado punk, demasiado oscura, no encajaba. Un poco así fue el primer personaje que escribí”, recuerda.
Así que después de sentirse excéntrica un tiempo, se volvió a Madrid.“soy reincidente”, dice.
Parte de esos viajes quedan en su acento, mezcla de mendocino y madrileño: “nunca hablé de ‘yo’, no podría hacerlo”, asegura.
Escritora, actriz, directora de teatro y poeta, parece una mujer renacentista: “sí, soy renacentista pero sólo de lunes a viernes, los fines de semana soy medieval”, bromea la mendocina y las carcajadas llegan sonoras a través de la línea telefónica. Fernanda empezó a escribir cuando estaba embarazada de su primera hija.
Según cuenta, era como “estar poseída”; los relatos le llegaban y escribió un primer libro “Coro de Inmorales” que todavía está inédito pero que es la usina de los demás libros que publicó.
“Muerta de Hambre”, la novela que ganó el 1º Premio Fondo Nacional de las Artes, fue traducida al francés como “El hambre de María Bernabé” por la Editorial La Derniere Goutte. María Bernabé Castelar, la protagonista, es una adolescente obesa, rotunda, notoria. “La piel dura” y “La Perfecta Otra Cosa”, también fueron traducidas al francés.
En sus libros, los críticos destacan la torsión que le ejerce a las palabras, y el humor, el fino humor. En los cuentos de “Cómo usar un cuchillo” ese filo agudo y perturbador aparece, concentrado.