Paola Cortés Rocca lee Música prosaica, de Marcelo Cohen, y lo reseña para Ñ:
Marcelo Cohen vivió 20 años en Cataluña y volvió a la Argentina a mediados de los 90. Además de traducciones notables –de Shakespeare, Eliot, Austen, Lispector, Pessoa, Ballard, entre otros–, es uno de los escritores más originales de la narrativa argentina de los últimos años.
Música prosaica, su último libro de ensayos, reúne una serie de reflexiones sobre sus 20 años de trabajo como traductor profesional, producidas al compás de este posicionamiento múltiple, entre el idioma extranjero y variantes de la extranjería en el interior de la propia lengua, entre el ejercicio de una voz propia y de otra que se vuelva eco alterado de alguna modulación extranjera. Se trata de ensayos que se suceden con la agilidad y la tersura de una melodía que invita a ser tarareada. Allí se coleccionan curiosidades y hallazgos, se narran los gajes del oficio –así como sus excentricidades y caprichos, el de no leer el libro completo de antemano para “agregar interés”, el pronunciar las frases a media voz para ver cómo suenan– se repasan las variaciones históricas que modela la práctica concreta de la escritura, por ejemplo la diferencia entre el escribir a máquina con carbónico –que hacía engorroso corregir y por lo tanto, obligaba a una traducción por párrafos– y la facilidad para la enmienda que ofrece la pantalla, permitiendo entonces “montarse en la frase como un ciclista con canasta, corrigiendo la dirección con manubrio, un poco de freno y cambios”. También se explora la fascinante relación que trama la escritura con el dinero, mediada por la traducción. Para el traductor, la escritura no es extemporánea, pertenece a una temporalidad marcada por el trueque. Aquí time is money, no sólo porque es una escritura presionada por entregas y plazos, sino también porque cuanto más se tarda, menos rinde la traducción y también porque, en el caso de Cohen, como en el de muchos otros escritores, el tiempo de la traducción es un tiempo comprado para escribir las cosas de uno. Habría que agregar algo más: una necesidad física, que hace al ritmo de la lengua, pero también a ese cosquilleo en los dedos y que conecta al traductor con el músico que ejecuta una partitura siguiendo un tempo preciso y predeterminado.
En Música prosaica, Cohen compila las minucias del oficio, la cotidianeidad del que conecta dos lenguas y vive ese vínculo como una relación con el cuerpo, con el tiempo, con el dinero. Porque Música prosaica es, también, una crónica de la metódica cotidianeidad del traductor, que se levanta temprano, desayuna mientras lee el diario y se queja por los diversos errores de la escritura mediática, traduce rodeado de diccionarios y gramáticas, recorre páginas de Internet en la deriva a la que lo somete un término desconocido, una curiosidad o la dispersión.
El tono ágil y narrativo, el ritmo entretenido de las anécdotas y observaciones, no impide que el libro sea a la vez, una sólida incursión en cuestiones de glotopolítica, de imperialismo y lucha lingüística, de articulación entre identidad y lengua nacional. Así, Cohen propone una serie de hipótesis fuertes sobre teoría de la traducción, que a la vez funcionan como herramientas de (su) trabajo. Aprovechando la experiencia de vivir y traducir para distintas zonas del español, Cohen explica que las diferencias insalvables entre formas locales no son de léxico, no se juegan, por ejemplo, entre encendedor y mechero, entre fósforos y cerillas. “La concepción de un mundo local está inscripta en la entonación, la prosodia, en el uso de los tiempos verbales y los pronombres demostrativos, en el montaje de la frase”, propone. ¿Cuál es la apuesta del traductor, en un mundo marcado por la peninsularización de la industria del libro y la difusión del campo lector, por la tensión entre la arrogancia de la supuesta lengua única y transparente y el micro autoritarismo de la celebración del localismo? Cohen apuesta por una lengua cosmopolita y zumbona, de una hibridez astuta y distinguida. O dicho de otro modo: una lengua artificial y gestada a la medida de cada libro a traducir.
En la estela dejada por Walter Benjamin, traductor de Baudelaire, Marcelo Cohen ensaya aquí una reflexión sobre la teoría, la ética y la política de la traducción. Como la ejecución de una pieza musical, como el despliegue de una práctica de yoga, en Música prosaica esa reflexión brota de la experiencia misma y la sustenta. Marcelo Cohen, traductor, revela que el ejercicio de la traducción toca esa cuerda vital que une la lengua y el cuerpo, la teoría y la praxis, el oficio y la vida cotidiana, a partir de la escritura de alguien dotado de oído absoluto para la música de la lengua, capaz de seguir las volutas de una frase elegante y armoniosa y la irrupción tempestuosa del ritmo coloquial.
Paola Cortés Rocca es doctora en Literaturas Romances por Princeton University. Ha escrito, entre otros, El tiempo de la máquina.
miércoles, enero 21, 2015
Un estratega a favor de la música de la lengua
miércoles, enero 07, 2015
"Se repiten las mismas pasiones: no me aburro de ellas"
Por Pablo Chacón.
En Subjetiva de nadie (fragmentos de un diario crítico), el
realizador, crítico y poeta Marcos Vieytes reúne su trabajo de escritura de
años alrededor del cine y más en general, de la práctica y el oficio de artista
bajo la forma de una suerte de diario donde convoca pasiones, interpretaciones,
invitaciones a la lectura y a la dicha de ponerse en camino y perderse, si
fuera necesario, en los senderos de ese bosque. El libro, publicado por la editorial Entropía, reenvía al
lector de una película a otra, de una época a otra, atiende referencias tanto
con poemas o referencias a la literatura como con llamados a pie de página.
Vieytes nació en Buenos Aires en 1973; dirige la publicación
Hacerse la crítica y éste es su primer libro publicado sin seudónimo.
Esta es la conversación que sostuvo con Télam.
T : ¿Qué pretendés transmitir con un título tan sugestivo
como Subjetiva de nadie?
V : No hay ninguna pretensión específica, y lo que más
quisiera es que se prestara a interpretaciones diversas. Eso sí, tiene un
origen específico: es una de las secciones del libro, a su vez tomado de un
texto que escribí sobre César et Rosalie, de Claude Sautet. Al final de esa
película los tres protagonistas de ella, porque son tres a pesar de lo que
parece indicar su nombre, quedan separados por la cámara en un espacio fílmico
que pone a los dos hombres de un lado y a la mujer del otro. A su vez, el
nombre excluido del título de esa película es el del personaje que a todas
luces cumple la función de testigo de la historia de amor de la pareja.
Interviene, y mucho, en ella, pero no deja de estar afuera del mundo construido
por ambos, como el espectador, y como la cámara en ese final, que filma todo
desde un punto de vista que no pertenece a ningún personaje pero sigue siendo
subjetiva, acaso por la potencia afectiva de la puesta en escena de Sautet y no
sólo por su posición. Me gustaría lograr algo similar en este libro, involucrar
emocionalmente a un lector que, a su vez, no dejara de estar adentro y afuera
de él. Tendrá una historia -familiar- que seguir, la del crítico, que es el protagonista
de la dimensión narrativa, pero también las críticas que ese crítico escribe y
otra voz, a pie de página, más íntima.
T : Además de tu intervención en guiones y de la revista
(que a Mar del Plata no llega), ¿éste es tu primer texto o es un texto que
reúne trabajos de años? Como sea, ¿por qué publicarlo?
V : Hasta ahora sólo colaboré parcialmente en un solo guión.
La revista está online hace ya más de un año y publicamos un primer volumen en
marzo de este año que presentamos en el auditorio de la ENERC con un ciclo en
fílmico proyectado por Fernando Martín Peña, que fue nuestro anfitrión, y
acompañados por José Campusano y Adrián Caetano. Organicémonos para que pueda
estar en las librerías de Mar del Plata o para hacer una presentación allá. Ya
estamos componiendo el segundo volumen, que saldrá un año después del primero.
Este libro es el primero que publico sin seudónimo y es el resultado de más de
veinte años de escritura en general y de crítica de cine en particular. Reúne
poesía, crítica, ensayo, diario y ficción. La razón de publicarlo es el deseo
de ser leído, por un lado, y el interés manifiesto por Gonzalo Castro y la
editorial Entropía, que lo juzgó digno de comercializarlo.
T : Están tus
pasiones (cinematográficas, literarias, otras). ¿Cuál de ellas -si se puede
decir así- detectás que se repite, aunque sea desde distintos puntos de vista?
V : Se repiten
siempre las mismas, esas que mencionás y otras que no (Dios, el amor,
Argentina, la política). Lo que me llama la atención es que no me aburra de
ellas; más bien son las que me han salvado del aburrimiento. Puedo llegar a
agotarme, pero una y otra vez vuelven, me ocupan, me angustian, me divierten.
T : Contame del peso en tu obra de Mijaíl Sukarov -si querés
del cine eslavo en general.
V : Gracias por el halago, pero con un solo libro publicado
yo no puedo hablar de obra, y la verdad que el cine de Sokurov no es
necesariamente una de mis pasiones principales, aunque hay una película corta
de él que ocupa unas cuántas páginas de una de las secciones del libro. Vi
Elegía de un viaje hace seis o siete años y quedé embrujado por la manera en
que la pantalla de video temblaba como si tuviera vida propia y no fuera tan
fría como lo es si la comparamos con la textura general del fílmico. Además, la
voz de Sokurov materializaba unos textos en los que la función poética del
lenguaje impregnaba a las imágenes y me emocionaba mucho. De allí salió un
texto sobre el video y la palabra que no tiene valor teórico sino sugestivo, en
el que terminan apareciendo películas de Romero, De Palma y Carpenter filmadas
total o parcialmente en video. Esas relaciones entre mundos cinematográficos
sólo aparentemente antitéticos me interesa mucho más que cualquiera de los dos
polos. El libro está lleno de puentes entre películas, directores y personajes;
tantos que acaso haya únicamente puentes en él, que se superponen hasta
eliminar las distancias o los accidentes que supuestamente deberían salvar.
Quizás esos accidentes estén en las notas a pie de página, en los poemas.
T : Otra impresión: ¿de dónde sale tiempo para ver tanto
cine, y para pensarlo?
V : Bueno, me dedico a eso, a ver películas, escribir,
dirigir y editar una revista de cine sin ningún tipo de apoyo económico oficial
o privado hasta el momento, y dar clases, que es lo que me da de comer. Me
imagino que debo haber resignado varias cosas debido a esa elección, pero ni
siquiera fue tal durante la mayor parte de mi vida. Veo películas desde muy
chico, primero en el cine y la televisión, luego gracias a las videocaseteras,
ahora internet. La mayor parte del tiempo compartía mi tiempo entre ellas y los
distintos trabajos que tuve, hasta que desde hace menos de diez años empecé a
dar clases, lo que me permitió enfocar aún más la dirección de mi cinefilia, y
hace ya cinco o seis que vivo de ellas. Si dura, voy a tener la mayor parte del
día para seguir viéndolas. Si no, tendré algunas horas menos. Pensar se piensa
siempre, durante. Todo el mundo lo hace todo el tiempo.
T : Si te dieran a elegir tres directores o tres películas,
¿cuáles serían las elegidas?
V : Prefiero elegir directores porque así no tengo que
contentarme con sólo tres películas sino con todas las que ellos filmaron, y
porque un director es un hombre o mujer, una persona, una vida, una historia, un
cuerpo, unas decisiones. Herzog, Buñuel y Sautet te digo ahora, sin pensarlo
más, y me quedó con las ganas de hacerle un lugar a Kiyoshi Kurosawa.
Télam, 4/1/2015
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