Marcos Zurita lee Malicia, de Leandro Ávalos Blacha, y escribe sus impresiones en Garamond12:
Si esta novela tuviera una faja, diría: “Un giallo en Carlos Paz”. La combustión de poner esos dos mundos en juego hace que se arranque la lectura con muchas ganas.
La reseña anterior se metía en el mundo pulp y la verdad es que Malicia bien podría pensarse como pulp o al menos dentro del postpulp del que hablábamos con motivo de ¡Fuera de mi planeta!. Claro que justo Entropía es una de las editoriales que más bola le dan a las ediciones. Todo es ordenado y cuidado, desde el color pleno que ocupa la parte superior de la tapa hasta las ilustraciones con sutiles alusiones a la trama ¡Editan libros cocidos! Definitivamente no es el cuerpo de una edición pulp.
La trama de la novela es una película de Argento. Asesino que nadie ve, guantes, cuchillo. El contexto es la temporada en Carlos Paz, el Nacional B de los espectáculos con vedettes, mediáticos y bailarines. No quiero develar nada importante de los acontecimientos pero podría decirse que sobre un fino giallo, se esparce una mortadela multigénero que plantea un tono de homenaje y a veces lo traiciona con la parodia.
Malicia es una novela hipervisual. La resaca de imágenes una vez terminada es muy buena. Tiene momentos muy divertidos y algunas resoluciones un poco apresuradas (un pecado menor).
Es una novela fácil de recomendar para alguien que quiera leer algo entretenido. Y seguramente debe tener buena acogida entre los que se obnubilan fácil con “el falso delirio” (ese nicho que festeja las peores partes de las películas malas de Takashi Miike y se aburre cuando el japonés se pone a filmar en serio, por poner un ejemplo).
Hasta acá una lectura de primera mirada. Está bien escrita, mete velocidad, y usa todo el arsenal pop que puede. Si fuera sólo eso, la novela pasaría sin pena ni gloria. El salto de calidad es la construcción de los personajes. El triángulo Juan Carlos – Mauricio – Perla es brillante. Hacía rato que un personaje de boludo no me generaba tanto rechazo al servicio de la trama (digo esto para diferenciarlo del protagonista de La Uruguaya, un boludo que genera rechazo en contra de la lectura). A Juan Carlos dan ganas de que absolutamente todos los personajes lo caguen de una u otra manera. La forma en que maltrata a su mujer, cómo envidia los hándicaps miserables del amigo, las ideas pedorras que enuncia como genialidades.
Uno está tentado de pensar que el autor ha pasado mucho tiempo soportando a un Juan Carlos de verdad y en la novela encontró la chance de vengarse.
Los protagonistas, aunque también los personajes secundarios, son los que le dan vida a la novela. Es el trabajo hecho al servicio de la obra, no para la tribuna. Malicia crece en calidad gracias a las marcas sutiles de los personajes.
El final es discutible. Y eso es lo último que voy a decir.
Puntaje película de Argento de la mejor época no de cuando hizo el Drácula 3D: 9
Puntaje metí un montón de personajes pero hago equilibrio y no se me cae ninguno: 8
Puntaje Poltergeist con Pritty: 9
martes, mayo 30, 2017
Un giallo en Carlos Paz
viernes, mayo 26, 2017
Una suerte de máquina anarquista
Desde Chile, Julio Meza lee Caja de fractales, de Luis Othoniel Rosa, y escribe su reseña para la Revista Cinosargo:
En el San Juan de Puerto Rico de 2028 hay una crisis energética y alimentaria que se repite en todo el mundo. La ciudad ha sido amurallada y militarizada, los barrios ricos se han protegido a su vez con otros muros. Un grueso de la población ha quedado fuera. Los supuestos excluidos se han organizado en pequeñas comunidades, las que aprovechan los recursos naturales en diálogo respetuoso con el ecosistema. Aquellos que están dentro de los muros están cada vez más amenazados.
En Caja de fractales una lucha se reitera una y otra vez; es aquella que apunta contra la modernidad y su máquina económica, el capitalismo. Esta lucha ocurre entre la ciudad y sus contornos, y también en las búsquedas de los personajes, las que acontecen en situaciones de distintos matices. Por ejemplo, los protagonistas, Alice, Trilci y Alfred resisten dentro de la ciudad y redistribuyen los pocos recursos que poseen; el profesor O trata de quebrar los límites del espacio-tiempo y se embarca en un viaje psicotrópico; la boxeadora Cristi Martínez (personaje basado en una boxeadora real) se enfrenta a la violencia de la lesbofobia; un grupo de niñxs científicxs constituye una comunidad paralela y alternativa a la de la ciudad; Alfred piensa y escribe sobre un futuro lejano, más allá de la crisis que lo rodea, y que pareciera la convergencia alucinada de las luchas: la destrucción de la tierra. Todas estas búsquedas son formas de saltar la valla del capitalismo, e incluso de pensar y organizar un nuevo momento.
Sobre esto último se reflexiona cuando se describe al grupo de niñxs científicxs y su comunidad (en donde ya no cabe Alfred por su narcisismo). Los niñxs han organizado un espacio social en donde no existe la propiedad privada y en donde los recursos son generados por y para la colectividad, y de un modo que no apunta a la acumulación de bienes ni al maltrato del medioambiente. Se apuesta así por una forma de organización social anarquista.
Y es aquí en que la novela toma un mayor interés. Ya no solo despunta la presencia de la lucha perenne, a ratos simbolizada divertidamente por pitufos susurrantes o con guantes de box, sino también la disolución de las ideas liberales de individuo y propiedad. Esa lucha reiterada, fractal, se convierte en seguida en una posición a favor del fluir de la vida en comunidad, en conjunto o tribu, y en relación de paridad con el entorno.
Al respecto, resalta dos detalles. En la última página, y mediante el señalamiento de algunas fuentes bibliográficas (que han inspirado o han sido reapropiadas o adaptadas para la novela), se deja en claro que la escritura no es un acto genial realizado por la iluminación de un individuo, sino por el contrario es siempre (como el lenguaje) la expresión y el logro de lo colectivo. Esto se complementa con la licencia creative commons, que permite obras derivadas y reproducciones sin fines comerciales.
Caja de fractales es una novela estupenda, porque funciona como una suerte de máquina anarquista, pero también porque sus personajes, más allá de sus ansiedades, insisten en el humor y los afectos.
martes, mayo 23, 2017
Inventos y engranajes
Soledad Quereilhac lee Circuito de memoria, de Raúl Castro, y escribe su reseña para La Nación:
Al terminar de leer Circuito de memoria, segunda novela del inventor y escritor Raúl Castro (1936), es inevitable no pensar en genealogías imaginarias: el mundo de Roberto Arlt, quien transformó el discurso técnico en materia narrativa; o los personajes de El Eternauta de Héctor Oesterheld, que sintetizan en su comunidad distintas esferas del saber técnico-científico: el profesor de física, el fabricante de baterías y el tornero fabril. Al tratarse de una novela de iniciación y aprendizaje, centrada en un niño que a los seis años fabrica por su cuenta un electroscopio y que logra todos sus inventos posteriores gracias a la lectura de viejos libros de física, revistas y manuales técnicos, los ecos de un Astier de la década de 1940 llegan con fuerza.
Pero todas estas reminiscencias no son, en realidad, estrictamente literarias, porque no surgen de una similitud estética ni de estilos de escritura. Parten de un núcleo común que está en la cultura
argentina y que la literatura tomó sólo en contadas ocasiones: la figura del inventor popular, que cobró fuerte protagonismo en los años veinte y que en la década de 1940 resurgió fuertemente con el primer peronismo. Circuito de memoria es, antes que una autobiografía, la biografía de los inventos de este niño precoz que quería ser el científico de la película Frankenstein protagonizada por Boris Karloff o un émulo de Nikola Tesla, particularmente de su imagen rodeada de rayos que tanto "La Prensa" como "Fray Mocho" divulgaron en la década del veinte.
Cada capítulo avanza sobre los inventos, exitosos o fracasados, concretados o sólo imaginados, que fueron moldeando la identidad del narrador, inventos que a su vez representan su más gozosa y profunda experiencia de vida, muy superior a la del contacto interpersonal. El narrador logra traducir un mundo que, inicialmente, no está hecho de palabras, sino de circuitos, electrones, válvulas Radiotron, voltios; describiendo la mecánica de los inventos se alcanzan clímax narrativos, similares a los que en un western sería la persecución a una diligencia o en un policial, la resolución del enigma.
Paralelamente a esta historia, se narra una atractiva historia de la técnica en Argentina, sobre todo vinculada a aquellos inventos o innovaciones que ingresaron al hogar. La tercera dimensión que trama esta historia es el trasfondo político del país, con referencias al golpe de 1955 o a la Noche de los Bastones Largos de 1966, entre otros episodios.
Con un estilo sobrio, seco, Circuito de memoria recorre más de siete décadas de una vida que se inicia con la subida al "furgón de cola de la ciencia" y que termina, curiosamente, con la necesidad de traducir algo de esa "magia" en palabras, o de hacer de las máquinas inventadas en el pasado, los engranajes de esta nueva máquina narrativa.