[Texto de contratapa para Opendoor, novela de Iosi Havilio]
El desplazamiento entre la ciudad y el campo construye la dinámica de esta novela, una movilidad que transforma y amplifica los rasgos sensoriales en la voz de su protagonista: una joven estudiante de veterinaria, cuyo discurso a la vez indolente y desamparado enhebra una trama de sobrio desarrollo y exquisita resolución.
A partir del diagnóstico de un viejo caballo, en un campo cerca de la colonia psiquiátrica Open Door, la protagonista descubre un lugar de pertenencia, donde mitiga su falta de vínculos y la ausencia de su novia. Será el paisaje rural o pueblerino –pocas veces idealizado, siempre radicalmente concreto– el escenario donde el discurso interno que guía el relato sufrirá su evolución. El otro hemisferio será, entonces, la ciudad: el cada vez más lejano entramado urbano, ya sólo referencia tanática, a la que vuelve para toparse con una creciente vacuidad.
Opendoor crece, así, en un entorno argumental donde pasado y futuro ven velados sus contornos en favor de una actualidad
marcada por el choque entre lo extraño y lo natural. Es ahí donde la prosa de Iosi Havilio encuentra su mejor tonalidad.
Una escritura que puede maniobrar con destreza entre la mordacidad contenida y la ternura, el realismo y la abstracción, la precisión descriptiva y la solidez narrativa.
jueves, noviembre 30, 2006
Contrataping
martes, noviembre 28, 2006
Schettini en Appetite
Empleado en las oficinas de una empresa de aviación como traductor, e instalado en New York, Manuel Puig se dedica en sus cartas a la verdadera tarea del traductor: Construye un mundo epistolar para generar un efecto de claroscuros en el que se muestra para ocultarse y entrega a la familia su modo, a veces dominante, de ser parte de ella.
Manuel Puig no es el escritor dandi que envía sus cartas como ejercicio de estilo remedando un gesto romántico del artista full time. Antes bien, prefiere ocupar el lugar del corresponsal y del cronista moderno. Todo rasgo de estilo queda sumergido en la narración de una serie de hechos y de “noticias del mundo” que actúan sobre la familia del mismo modo que sus novelas actúan sobre la literatura argentina: Le abren una ventana y permiten que entre un poco de aire.
Nadie leerá en estas cartas la confesión sentimental, ni la entrega desmedida a las pasiones que el género epistolar parece exigir a cambio de un ocultamiento del cuerpo y, por lo tanto de todo riesgo físico. Se trata de un tipo completamente otro de relaciones peligrosas.
Acaso mucho más complejas que la solicitación de amor o la confesión escrita, en estas relaciones Puig hace lo que siempre supo hacer: traduce una lengua a la otra. Explica a la familia cómo es el verdadero glamour instruyendo acerca del tipo de ropa que debe usar la madre y, en menor medida, el padre y el hermano, les establece un recorrido por el mundo y les organiza las inversiones familiares.
“Ojalá pueda hacer buenas compras. Tailleur sensacional para Bette? Vamos a ver. El conjunto que compré todavía está en el ropero.” O “Espero que surja alguna combinación para que Bette no pase el invierno sin Tailleur, pero lo que pasó en Roma fue diabólico…. Lo del traje gris y el tapado demuestra que los astros en abril estaban adversos a la pobre Bette” (Bette es la madre) o “¿Papá se puso la campera nueva?”
Esa teatralidad del vestuario, sobre la que Puig alecciona como un etnógrafo de las costumbres, va acompañada por el trato de diva cinematográfica que le dispensa a la madre. Confirmando que para Puig el lenguaje del cine y de la literatura nace del lenguaje más familiar, su madre es alternativamente la Buschiazzo (la actriz argentina madre proverbial de las películas de Sandrini), Bette Davies, o la Malisita a secas… en la familia se revela el funcionamiento de las estrellas distantes de Hollywood. Pero al mismo tiempo, en Hollywood, Puig ve aquello que hace a las divas mujeres familiares. Incorporadas a la domesticidad, él les descubre a esos seres marmóreos, afectados, aislados o intocables que eran las actrices de Hollywood, aquello que las hace mujeres cualquiera. Por eso puede ser el mejor crítico cinematográfico. Viste a la madre, pero despoja de disfraz a las actrices. Ellas son solamente Lana, Marlene, Liz, o Bette… el trato excesivamente familiar las rebaja y las condena y les descubre el artificio como si les quitara un velo y para comprender su funcionamiento les impone un equivalente “familiar”. La madre, como en el tango, es al mismo tiempo mujer única y mujer común:
Dice:
“Vi “Arabesque” y me convertí al lorenismo. La vista es un asco, a la moda, de espías, medio en broma… pero la vaca sagrada está muy bien, no tiene simpatía, pero muy segura y de una belleza fenomenal, y qué bien sabe presentarse. Saca unos anteojos blancos iguales a los que te lleva Antonieta. Anoche qué impresión rara: por TV “las infieles”, cuántos recuerdos…. Irene papas, la may Britt, y la más burra de todas era la Gina. ….”
En un gesto que sólo se puede advertir en su literatura, Puig le saca a las divas, los anteojos y una parte del nombre, y se los lleva a la madre. Hace de Loren y Lollobrigida figuras familiares y eleva a la madre a la categoría de estrella distante al enviarle los mismos anteojos del personaje de la película…
En ese intercambio que tiene la forma del un juego perverso, Manuel Puig define toda su literatura y le inventa a la literatura un lugar impensado en la cultura argentina: el de la fábrica de mundos y de realidades posibles. Y lejos de la fantasía fútil que hace de la literatura un plan de evasión, el mundo del cine es un operador sobre la realidad, transforma la realidad y la convierte en otra cosa.
Intervención épica sobre la cultura, porque tiene la forma de un gesto heroico sostenida sobre la toma de distancia que impone la figura distante (de la madre y de la actriz) y el trato epistolar. Si alguien sabía que las palabras son operadores sobre las cosas fue él, de modo que no era necesaria su presencia en al familia para ser parte de ella, tanto como no era necesario seguir la conversación plúmbea de la literatura argentina. Abrir una puerta, salir, cambiar de aire y cambiar de tema.
Nada más distante de las cartas de Coco a su querida familia que las cartas de Berto a su hermano en La traición de Rita Hayworth, las de Leonor a Nené en Boquitas Pintadas, las de Nidia y Luci en Cae la noche tropical o el bolero “mi carta” que canta Molina en la cárcel… estas cartas, las del Coco, son una retruénaco aún más imposible sobre el género epistolar... la carta señala la distancia del Coco con su familia, pero también señalan toda distancia y, para volverlas legibles, como si se tratara la letra de un tango “truculento y popular” como él mismo los define, Puig encuentra la lengua argentina de la patria perdida, inmigrante y trashumant. El “lenguaje privado” de la familia Puig está colmado de voces dialectales de Parma- Piacenza. Allí aparece la voz del expatriado de la querida familia.
“…me cayó visita, uno de esos ingleses, el que mandó el sobretodo, bueno, no supe desbratarme (sic) y se me engruñó (sic) a cenar, casi me da un ataque…”
Ese lenguaje cocoliche, en la voz de coco, dibuja la figura del tango y de la patria perdida. Para seguir hablando el lenguaje de la familia, Puig elige el lenguaje de la patria perdida por la familia, Coco habla en cocoliche macarrónico y las voces extraviadas del italiano titilan en sus cartas, como el tango habla de lo perdido: la angustia frente a la movilidad social experimentada como educación sentimental y el parpadeo adivinado de una ciudad a la que inevitablemente volver es imposible porque se trata de un país que visto de lejos tiene el mismo efecto que el mundo del cine.
En la misma carta, por ejemplo, una de las últimas enviadas por Puig en 1983 define al mismo tiempo el cine y la argentinidad:
“el mundo del cine es el horror”
dice; y en una de sus pocas opiniones sobre la sociedad argentina sentencia:
“la cuestión es que ya está claro, vuelve el peronismo y todo igual, es un pueblo maldito por el destino.”
Maldición eterna (porque siempre es todo igual) y horror frente al mismo mundo que lo alimenta y sobre el cual interviene de modo definitivo. Puig no cesa de tomar distancia frente a sí mismo, frente a la nacionalidad y frente al cine. Procedimiento incesante en su obra que leída desde estas cartas podría nombrarse como el de “toma de distancia radical” o “escritura de los extremos”. Se trata de poner en contacto con tenacidad dos elementos enfrentados y hacerlos colisionar en un acto de experimentación como si trabajara con químicos en un laboratorio para probar las dimensiones del estallido: Nombrar el centro de la cultura desde la periferia absoluta del pueblo de provincia; someter la vida infame de un preso al glamour irrestricto y el lujo caprichoso de una diva de Hollywood; hacer hablar a la vejez como si se pudiera, en el lenguaje travieso de la infancia; finalmente, poner el mundo de lo visual al servicio de un régimen estrictamente verbal. En ese acto de etnografía experimental y de escritura de los extremos, Puig encuentra su lengua perfecta y su forma de incluirse a la fuerza en la literatura argentina. Nunca ocupando el mundo de lo semejante y siempre asociando opuestos irreconciliables.
Robadas al tiempo y a la nostalgia de un país soñado, estas cartas de Puig nos iluminan como una estrella distante. Nos imponen incesantemente un régimen de lectura extremo. En medio de sus negocios, de sus planes de viajes y de sus interminables listas de películas olvidadas que Coco persigue por el mundo con el afán de un coleccionista de joyas, se cuela su presencia siempre perturbadora, siempre inquietante y siempre feliz.
El nos trata a nosotros en su epistolario del mismo modo distante y arrebatador que las actrices de Hollywood lo tratan a él cuando se instalan en su casa, cuando se vuelven parte de la vida cotidiana. Después de adquirir la maquina de video y al iniciar su proverbial colección de cine: dice como si se tratara de invitadas en su habitación:
“Me parece mentira, de golpe ver aparecer a Hedy Lamarr ahí en la pieza.”
Inevitablemente, el video genera un plus de realidad sobre la vida cotidiana de la televisión Hedy Lamarr entra a su dormitorio porque es el modo más perfecto en el que la ficción se realiza, se convierte en realidad en la vida de los espectadores, interviene y dialoga son nosotros como si sus personajes fueran parte de una familia querida que invitamos a compartir nuestra vida.
Las cartas de Manuel Puig, retazos de su vida y laboratorio de sus investigaciones sobre la proximidad y la distancia se pueden leer como si tuviéramos a Coco ahí, en casa.
[Texto leído en la presentación de Querida Familia: Tomo 2, en la galería Appetite.]
sábado, noviembre 25, 2006
Demasiado lejos
miércoles, noviembre 22, 2006
lunes, noviembre 20, 2006
Puig como cinéfilo
Por Quintín [para Diario Perfil]
"No sé qué habré hecho de malo que caí a ver El proceso que tendría que llamarse El castigo, qué asco, pobre Kafka, qué traición, ese Welles es un gran boludo." La correspondencia de Manuel Puig recopilada en los dos tomos de Querida familia abunda en referencias cinematográficas. De hecho, el libro incluye un índice con las películas mencionadas y el cine es uno de los temas recurrentes de las cartas, donde se alterna con otras obsesiones de Puig como la preocupación por su carrera y la pasión por la ropa y los viajes.
El descubrimiento de la vocación literaria de Puig es una leyenda con final feliz, una historia de patito feo, de crisálida transformada en mariposa. En 1956, a los 24 años, Puig viaja a Roma con el fin de estudiar dirección de cine en el Centro Sperimentale di Cinematografia. Al cabo de unos meses, abandona la institución pero se traza el objetivo de ingresar en la industria del cine como guionista. Su estadía europea se prolonga por varios años, y allí, mientras trabaja subtitulando o lavando copas, escribe guiones que intenta vender sin éxito. Hasta que un día, haciendo un ejercicio de construcción de un personaje, la voz fantasmal de una tía le dicta veinticinco páginas. Así nace La traición de Rita Hayworth, la primera novela de alguien que no era un gran lector ni se había imaginado escritor pero que, recorriendo el camino inverso de tantos literatos encogidos a guionistas, terminará teniendo un reconocimiento enorme en el campo de la literatura. Las cartas son el testimonio más cercano de esa evolución.
Es sabido que Puig se inicia como espectador en compañía de su madre en las tardes de General Villegas, que ama sobre todo las viejas películas y la performance de las actrices, pero el lector de la correspondencia se sorprende un poco al comprobar que los apasionamientos juveniles de Puig pasan por cuestiones tales como la defensa de Gina Lollobrigida sobre Sophia Loren ("Esa vaca"). La especialista Graciela Speranza afirma que, durante esos años, Puig "revé decenas de clásicos de Hollywood pero vibra también con los nuevos filmes de Antonioni, Fellini, Bresson, Bergman, Resnais o Godard". Las cartas muestran casi lo contrario: a cambio de algunos tibios elogios para Bergman o Resnais, el escritor se indigna con Antonioni ("La aventura, muy repetida y pedante", "El eclipse, una lata que no termina nunca") y con Fellini: "8 ∏, algo que no tiene nombre, tan estúpida, pesada, intelectualoide, pretenciosa, creo que es la peor película que he visto en mi vida". En cuanto a Godard, Sin aliento le parece "simpática y nada más". Tras elogiar Vivir su vida y El desprecio, cuando llega Masculino femenino es lapidario: "Es IMPOSIBLE, se le fue la mano en la forma, lo peor de todo es que aburre bestialmente". En cuanto a los clásicos, Puig asiste al estreno de The Searchers de Ford ("Me fui en la mitad"), Elena y los hombres de Renoir ("Pésima, mamarracho imperdonable"), Sed de mal de Welles ("Está completamente reblandecido"), Un rey en Nueva York de Chaplin ("Es algo lastimoso, no podría ser más estúpida y desagradable").
En plena época de la política de los autores, Puig sigue hablando de las películas "de" Marlene Dietrich o de Ingrid Bergman. A veces acierta con un film y es capaz de advertir, contra la opinión general, que Marilyn Monroe o Robert Mitchum son buenos actores. Pero, normalmente, prefiere Marcelino pan y vino a Lola Montes y Doce hombres en pugna a Vértigo ("El último mamarracho de Hitchcock"). Tal vez lo más discutible del gusto cinematográfico de Puig no sea el cholulismo sino su apuesta al entretenimiento, a la eficacia y el profesionalismo, los valores de la crítica más reaccionaria.
El escritor que sostenía esa mirada populista sobre el cine es hoy central en el canon de las letras argentinas. Admirada y copiada, su obra es sinónimo de literatura de vanguardia. ¿No hay aquí un pequeño misterio?
jueves, noviembre 16, 2006
Appetite por Entropía
Presentan el libro: Ariel Schettini y Graciela Goldchluk
Performance/ Dirección artística: Matías Umpierrez
Asiente de dirección: Macarena Albalustri
Vestuario/ Peinado/ Maquillaje: Catalina Rautenberg
Actrices Invitadas: María Marull, Eugenia Capizzano, Maru Sussini, Karina Roldan, Felicitas Luna, Delia Folgueira, Eugenia Mercante, Macarena
Albalustri, Susana Tale, Paula Pichersky, Carolina Martin Ferro, Paula Travnik, Alejandra Maidana.
Agradecemos a Ariel Cusnir por ofrecer su obra "Casi" como lugar de encuentro.
Galeria Appetite
lunes, noviembre 13, 2006
Radar Puig
El cartero llama dos veces
Por Juan Pablo Bertazza
Del tríptico de cartas familiares de Puig, este segundo tomo reúne doscientas treinta y cinco misivas que envió el escritor desde Nueva York de 1963 a 1967, y desde Río de Janeiro de 1980 a 1983. Con una fuerza narrativa similar a la de las cartas europeas, el presente epistolario comienza a trazar la consagración de Puig, desde que pule los capítulos de La traición de Rita Hayworth hasta las realizaciones cinematográficas de sus primeras novelas.
El primer tomo de Querida familia empezaba con la romántica partida en barco a Europa en 1956 con el ingenuo objetivo de hacer contactos a lo loco para poder consagrarse como director de cine; pero esta segunda parte marca el paso hacia su madurez como escritor cinéfilo. Ya con la experiencia, mucho más afín a su literatura, de un turbulento viaje en avión (lo cual se hará recurrente con un puesto en Air France), y ayudado por el propicio escenario de Nueva York, Puig se vuelca a escribir con estrategias más productivas, al tiempo que va tomando una confianza creciente en su prosa. Aunque siempre que habla bien de sí mismo, enseguida se burla con la frase qué plato, como si todavía no pudiera soportar el peso del éxito: “Para ellos [los responsables de la editorial Gallimard] soy ya una realidad luminosa, un astro en el firmamento literario, qué plato”.
[sigue aquí]
lunes, noviembre 06, 2006
Exaltación de lo cotidiano
Por Gloria Nozal [La Nueva Provincia]
Ignacio Molina construye en este libro de sugerente título un escenario propio, que tal vez sea el de muchos; el de una vida en Buenos Aires, la de amigos y compañeros. Privilegiando los simples hechos cotidianos, lo que daría sólo sustento para otros y en él es leit motiv, único tema central: levantarse, desayunar, hacer una compra, tomar un colectivo y que cada cosa común se torne por el arte de su reiteración, su moroso deambular por y ello y nada más, en argumento, nudo, y diálogos, así como también descripciones, las que convergen en ese mismo universo sin crescendos ni desenlaces insólitos y que constituyen trama, fondo.
Ese insistente andar de cada día, sin suspenso, sin reflexiones, donde los seres parecen entregados al sino monocorde demarcado por quién sabe qué, como una suerte de marionetas, va creando un estilo particularmente distinto. Deliberadamente ostentosa, la valorización de lo común, de una simpleza sin planes expresados, sin pensamientos o monólogo interior, con sólo diálogos que también constituyen meros hechos diarios, va creando una personalidad despojada, monótona.
Los personajes son jóvenes en sus estudios, trabajos, comidas, y los diálogos están dados por lo inmediato de sus movimientos: "El jueves a la noche, desde el umbral de su cocina, Gonzalo le mostró a Nahuel una botella de vino y le preguntó si en su departamento no tenía un sacacorchos. –No sé. Pero sino podés mandarlo para abajo con alguna... –Che, vago –lo retó Camila palmeándole la espalda–. Andá, yo vi que tenés en los cajones. "De la página 163: "Un atardecer, al salir de la biblioteca, me puse a leer el folleto publicitario de unas jornadas literarias sobre narrativa argentina que, des¬pués de obtener mi permiso, un estudiante universitario había pegado en la cartelera de la entrada." Deducimos de estas meras acotaciones, formación, estudios, lo que constituye apenas un detalle orientador, casi dado por descuido del protagonista. Sin embargo, y a diferencia de la mayoría de los escritores, voluntariamente apartado de todo asunto intelectual, Molina retoma el universo de su derrotero de hechos simples, de una chatura que no puede menos que caer dolorosa y que en él es oficio consolidado, que enarbola como sello distintivo.
Sin duda, Los estantes vacíos es una depurada muestra del estilo notable y vigoroso de este escritor que, pintando su universo juvenil, logra su objetivo, el que para nosotros sería aciago si fuera algo más que una realidad retratada por la literatura. Si fuera la vida real de los jóvenes de ahora. Sin signos que apunten a algo intelectual y espiritual, y a la vez tan natural que no se puede dudar de su realismo. Sólo la música, mencionado en ocasiones, emerge como algo más trascendente o conmovedor.
Por lo distinto, por el destacado manejo de la simpleza de las cosas, que lo hace asemejarse a algunos clásicos rusos, Ignacio Molina ha creado una obra de relieve, que aparece en el movimiento actual con un sello particular de búsqueda, de intención de mostrar la realidad sin eufemismos, valorizando así de paso cada acto humano, sin que sencillez o banalidad aparente lo distraigan de su camino, el de la vida y sus actitudes insertas en la rutina de una gran ciudad.
Surge de esto una especie de estilo, por así llamarlo, que siendo literario se aparta de lo común, haciendo destacable lo mínimo, llamando la atención sobre las formas de las cosas más que sobre las cosas. Más lo visible y palpable que los sentimientos, decisiones, pensamientos; todo lo que constituye la superficie de las cosas más que su canal conductor.
En este mundo del autor los seres no parecen pensar, sino que son llevados a cumplir sus ocupaciones sin cuestionamientos y toda otra motivación que anime y vivifique sus desplazamientos y actitudes, parece voluntariamente apartada, como si la misma gran ciudad se encargara un poco de deshumanizar a sus criaturas, llevándolas una y otra vez a los mismos encuentros en una suerte de danza ritual, donde seguramente el hondo significado de los hechos quedará oculto, inadvertido.
miércoles, noviembre 01, 2006
Cartas americanas
por Jorge Ariel Madrazo [El arca digital]
En estas mismas páginas se comentó la aparición del primer tomo de esta radiografía íntima de Manuel Puig; el que reunía las llamadas "cartas europeas" del autor nacido en General Villegas. Bullía allí el fervor de los comienzos literarios, el acercamiento al cine y a sus figuras fundamentales –sobre todo, durante la permanencia en Italia y más exactamente en Cinecittá–, los primeros contratos, las promesas y desilusiones.
En el Prólogo de este segundo volumen Graciela Goldchluk, compiladora y autora de las notas, señala que si aquellas cartas enviadas desde Europa narraban una suerte de novela de iniciación, estas otras doscientas treinta y cinco que Puig envió a su familia entre 1963 y 1967 (cuando vivía en Nueva York como escritor que trabajaba en un aeropuerto a la espera de ser publicado) y entre l980-1983, cuando ya consagrado residió en Río de Janeiro abocado a traducciones y adaptaciones cinematográficasde sus obras, marcan un cambio crucial en el autor de La traición de Rita Hayworth. Puig está ya seguro de su escritura, vista por él como un don: "Leí por orden la novela (no la pude terminar porque al final se juntaron muchos paseos) y me produjo una impresión REGIA; modestia aparte, me parece que me tocó la varita mágica."
Esta correspondencia incursiona en todo: se inicia en Nueva York y despliega desde problemas de dinero a la búsqueda de vivienda, sus proyectos literarios, el trabajo, la compra de un camisón o una blusa para su madre, las incontables idas a cine o al teatro que dan pie a juicios críticos muchas veces vitriólicos, sus "escapadas" a Alaska o Tahití... Se telefonea con Fellini, o revela que Goytisolo "se interesó mucho por mi novela", en alusión a La traición de Rita Hayworth y "me dice que está todo listo para el contrato con Gallimard", o bien: "El chisme se corre en París de que Sarduy y yo somos las dos revelaciones castellanas..." La editorial Jorge Alvarez lanzó por fin en el 58 aquella primera novela, con un éxito fenomenal que incluyó la edición por Gallimard y las reediciones en toda Europa. De todo eso y mucho más tratan estas cartas, que se reanudarán en 1980-83 desde Río: antes, Puig se había exiliado en México, huyendo de las amenazas de la Triple A. A fines del 83 su madre se instala cerca de él, en Leblon; en el 89 Manuel desea radicarse en México, el lugar elegido es Cuernavaca. Pero un paro cardíaco tras una operación de vesícula termina con su vida, el 22 de julio de 1990.
Fotos, un índice de películas y un glosario del dialecto parmesano usado por el escritor en muchas de sus cartas, completan este libro de valor excepcional.