lunes, octubre 01, 2007

Micronesia

[Microrrelato publicado en Perfil por nuestro escritor en boga, SMD]


Estoicismo para lactantes

Por supuesto que yo también tuve padres, niño. Y que mis padres tuvieron padres. ¿Qué más quieres saber? Ya te lo he dicho. Éramos multitud. Estábamos aquí desde siempre; teníamos un linaje más antiguo que la hierba. Vestíamos pieles de bestias rastreras. Desollábamos serpientes y cubríamos nuestras vergüenzas con angostas escamas. Y pasábamos frío. No creas, niño, que no pasábamos frío. Sufríamos los inviernos y nuestra gente era diezmada por el viento del Norte. ¿Qué me puedes decir tú? ¿Te gustan tus estufas, tus bufanditas? Nosotros moríamos en los brazos de cualquiera, sobre la nieve. Metíamos los pies entre las vísceras de los cadáveres tibios. Encendíamos fogones con los bosques y asesinábamos por dormir junto a las brasas.

¿Te preguntas, niño, por qué Dios nos daba la espalda? Pues no había un Dios magnánimo. Más bien, criaturas caprichosas que hacían sus cosas sin meditar. Una lloraba y hacía llover, otra eructaba desde el Sur y traía la primavera. Ahora le llaman animismo, niño. Pero, qué podrías saber tú de animismo, si te despiertas cada mañana y te acercan calostro caliente a la cuna.

¿Quieres saber si teníamos un rey? Claro que sí, muchos. Nerón, se llamaba el mejor. Era imponente. Entraba a palacio entonando la lira y todos callaban. Nos dejó tan joven... Dicen que incendió Roma. ¡Falso! El hombre estaba en Anzio, ajeno de todo, concupiscente con las Camenas. Dicen que mató a su madre. Puede ser. Que mató a su hermanastro. Pareciera que sí. Que instigó la muerte de su tutor. Seguro, cualquiera hubiese hecho lo mismo.

Es que tú no conociste a Séneca. Intrigante, jactancioso, indolente. Todavía lo recuerdo, niño. Llega el centurión y le anuncia: Nerón quiere que te mates. Séneca como si nada. Se mete en la tina y se corta las venas. Pero la sangre apenas mana; es un hilito viscoso y morado que ensucia su brazo izquierdo. Pasa el tiempo y el militar se impacienta: Señor, ¿podría hendirse el puñal detrás de los tobillos? Sí, claro, y se tajea de nuevo. Percibe, con decepción, que cada diástole apenas impulsa la sangre. Con dos cortes más podremos sortear esta demora, ministro. No hay problema, responde el viejo y se hiere detrás de las rodillas. Pero no hay caso: la hemorragia no mata.

Al centurión se le hace tarde. Se le ocurre decapitar al anciano; lo sugiere. Pero Séneca quiere cumplir con precisión las órdenes de su entenado. Exige a su médico que prepare un poco de cicuta. Toma un primer trago y espera. Tráiganme otro, pide al rato. Apura una segunda dosis. Nada. Sigue divagando: “Lo importante es no oponer resistencia cuando se aproxima lo inevitable”, dice a sus hijas. También adoctrina a su mujer: “Has nacido mortal. Has parido mortales. Debes pensar en todo. Esperarlo todo”.

Finalmente, propone una solución. Llévenme a los baños, reclama. Y que me cubra el vapor. El vapor lo cubre y, entonces sí, niño, Séneca se desvanece en el aire.

Ahí están. Nerón y Séneca: mis hermanos. ¿Qué más quieres? ¿Te intriga saber si teníamos contacto con los muertos? ¿Ansías saber de dónde vinimos? Pues a mí no se me antoja contártelo ahora. Quédate con esto. Y cada vez que te compren guantes de lana, cada vez que te pongan la camperita impermeable, acuérdate de Séneca, niño felón. De Séneca y de su máxima: “Nadie nace impunemente”.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

magnífico!
Ya, asesínenlo.

Anónimo dijo...

Mola mogollón.